miércoles, 5 de agosto de 2020

Delibes, los pueblos y los bares

Y me fui a Valladolid, me puse mi falda de colores y hablé con Juan Tallón de Delibes, los pueblos y los bares.

Por si queréis echar un ratillo viéndome aletear con las manos y a Tallón contando anécdotas de su pueblo.





Gracias a la Universidad de Valladolid y a Carmen Herrero por invitarme. 

lunes, 3 de agosto de 2020

Lecturas encadenadas. Julio

Portada de 20 de julio de 1951. De Arthur Getz
No sé me ocurre nada que escribir como breve introducción a este post. Ha pasado julio, otro mes más en este año que no termina nunca y que, a veces, me gustaría poder saltarme con un chasquido de dedos. Hago chas y aparezco en el verano de 2021. 

A principios de mes, mientras conocía una Ibiza sin turistas, sin aglomeraciones, sin gente en las playas, leí Salvaje de Cheryl Strayed. Había comprado este libro porque durante el confinamiento escuche el podcast que la autora hizo charlando con autores de más de sesenta años sobre la pandemia, la escritura y su manera de enfrentarse a la vida. (Lo recomendé aquí). Ella, a pesar de ser demasiado americana y un pelín cursi de vez en cuando, me pareció interesante y sobre todo me gustó su manera de preguntar, de dialogar con los entrevistados. Al comentarlo en redes, alguien me recomendó este libro y como quería saber más de ella decidí leerlo. 

¿Qué cuenta Cheryl? Con veinticuatro años y tras morir su madre de un cáncer fulminante, Cheryl se encuentra descolada y arrasada de tristeza. Deja la universidad, se dedica a boicotear su matrimonio, se divorcia y se enrolla con un tío que la lleva a la heroína. En un momento de lucidez de esos que tienen los americanos, decide que lo que tiene que hacer es lanzarse a recorrer el Sendero del Macizo del Pacífico que discurre paralelo a la costa del océano desde México a Canadá. Y allí que se va con una mochila que pesa más que ella y sin tener ni idea de la montaña ni de a lo que se enfrenta. Salvaje es una aventura con pies doloridos, uñas arrancadas, sed, hambre, amistades forjadas en el sendero, reflexiones y el intento de Cheryl de reencontrarse así misma. Mientras nos cuenta sus desventuras caminando (que son muchas), nos enteramos de cómo fue su infancia, la relación con su madre, con los hombres y lo que aspira a conseguir cuando, por fin, llegue a la frontera de Oregón y Washington. 

¿Está bien este libro? Pues bueno, a mí no me emocionó demasiado y la prueba es que tardé más de una semana en terminarlo a pesar de ser una lectura facilísima. Puede que la comparación con Un paseo por el bosque de Bill Bryson, que leí a principios de año, haya pesado mucho en mi sensación de que lo que cuenta Cheryl no me interesa demasiado. 

¿Lo recomiendo a pesar de esto? Pues sí, es una lectura fácil, muy de tumbona y de peli de sobremesa. De hecho, hay una peli basada en este libro protagonizada por Reese Whiterspoon que tengo intención de ver en cualquier momento.  

Mis Delibes del mes han sido una relectura de El disputado voto del Señor Cayo para ir bien preparada a la charla de Valladolid y la lectura de Diario de un emigrante ya que Diario de un cazador me gustó muchísimo. 

En esta especie de continuación de las aventuras de Lorenzo, éste se ha casado con Anita y tras recibir una invitación de un tío de la chica, deciden emprender la aventura y embarcarse hacia Santiago de Chile. Para mi, la travesía en barco es lo mejor de la novela. Tiene encanto, peso, identidad y parece un retrato perfecto de cómo debían ser esos viajes. Cuando llegan allí, primero a Buenos Aires y después a Chile, todo se convierte para los protagonistas en desilusión y decepción y para el lector en tedio e incomodidad. Para mí, Diario de un emigrante es un libro fallido porque todo está basado en Lorenzo y así como en Diario de un cazador, él resultaba entrañable y cercano, aquí resulta amargado, antipático y desagradable. Creo que también influye el hecho de que Delibes es siempre mejor escribiendo de lo que conoce de primera mano y creo que la vida de un emigrante que se abre camino en Chile le pillaba demasiado lejos. Eso sí, el uso del lenguaje es apabullante. Como dijo Tallón en la mesa redonda de Valladolid: «Delibes escribe en un idioma que ya no existe».

¿Recomiendo Diario de un emigrante? De Delibes hay que leer todo lo que se pueda pero este podéis dejarlo para el final. 

Tras estas dos lecturas no del todo satisfactorias me lancé a leer Despojos. Sobre el matrimonio y la separación de Rachel Cusk. No me voy a extender en comentar este libro porque ya lo dije todo la semana pasada. 

Leed Despojos aunque os duela y os haga revolveros en la tumbona. 

¿Os podéis creer que nunca había leído Diez Negritos de Agatha Christie? Pues creedlo. Hasta este mes de julio, y si la memoria no me falla, jamás había leído nada de Christie. Este año los Reyes le trajeron a María cuatro novelas de la autora inglesa con la esperanza de que se volviera a aficionar a la lectura. Por supuesto, eso no ha ocurrido pero a mí me ha servido para pasarme un par de días en la Isla del Negro intentando saber quién era el asesino. Diez negritos es uno de los libros más vendidos de la historia de la literatura junto con la Biblia y entiendo su éxito. Es una novela de intriga, con personajes interesantes que eres perfectamente capaz de imaginar en tu cabeza y que te enfrenta constantemente a la idea de que estás tratando de descubrir el truco, al asesino, pero Christie es más lista que tú y además tiene todos los trucos. 

¿Recomiendo leer Diez Negritos? Pues claro. Una buena novela policiaca con asesinatos y asesinos, bien escrita y con personajes que toman el té y se arreglan antes de bajar a cenar cuando suene el gong es siempre buena idea. 

La mejor lectura del mes ha sido una que me llegó por sorpresa. En la Librería Sandoval de Valladolid, Juan Tallón me dijo «a mí este me gusto, creo que a ti también te gustará».  No fue efusivo ni entusiasta ni nada por el estilo pero me convenció y acertó. El amigo de Sigrid Nuinez ha sido todo un descubrimiento. (Al empezar a leer me di cuenta de que Amaya Ascunce la había recomendado en el podcast de Cristina Mitre). 

El amigo es una novela extraña que te sorprende casi en cada página. La premisa de la novela es la historia de una mujer que tras la muerte de su mejor amigo se ve obligada a quedarse con el perro de éste, un gran danes enorme. Un perro demasiado grande para su apartamento y demasiado emocional para que cuidar de él no acabe acarreando una relación casi tan personal como una relación de pareja.  Partiendo de esta premisa la novela reconstruye la historia de la amistad entre ella y el amigo muerto y está plagada de reflexiones sobre la soledad, las relaciones, leer y escribir. 

«Seguro que me preocupó que escribir acerca de ello fuese un error. Escribes algo porque esperas controlarlo. Escribes acerca de experiencias en parte para comprender lo que significan, en parte para no olvidarlas con el tiempo. En el olvido. Pero siempre está el peligro de que suceda lo contrario Perder el recuerdo de la experiencia en sí en el recuerdo de escribir sobre ello. Como la gente cuyos recuerdos de lugares a los que ha viajado son de hecho solo recuerdos de las fotografías que tomaron allí. Al final, la escritura y la fotografía probablemente destruyen más del pasado de lo que sin duda lo conservan. Así que podría suceder: al escribir sobre alguien a quien has perdido —o incluso nada más que hablar demasiado sobre ese alguien— puede que lo estés enterrando para bien»

Me ha gustado muchísimo y he doblado muchísimas esquinas. Hay además muchas reflexiones sobre un tema del que se habla mucho últimamente: la separación de obra y artista y la estúpida exigencia moralista que pretende que un autor, un artista de cualquier clase, deba ser moralmente intachable para los valores de la época actual para poder si quiera empezar a considerar su obra.

El libro está además lleno de citas de escritores y ésta de Rilke me ha gustado especialmente:

«Quizá todos los dragones de nuestra vida son princesas que solamente esperan vernos alguna vez actuar con belleza y valor. Quizá todo lo que nos asusta sea -en su más profunda esencia- algo indefenso que solo ansía nuestra amor»

Corred a leer El amigo.

Y con esto y una pila de veinte libros pendientes y las vacaciones por delante, hasta los encadenados de agosto que, si todo va bien, espero que sean multitudinarios. 





martes, 28 de julio de 2020

Secuelas de un divorcio


Christian Wilt
«A la gente le horroriza el cáncer, tan invisible y silencioso, y la ruptura de algunas parejas que nunca se han mostrado hostilidad públicamente. Parecían muy felices, dicen, porque la idea de que la muerte pueda no dar ninguna señal de que se está acercando nos hace sospechar que ya está aquí» (Despojos, Rachel Cusk)

Hace un par de años leí un perfil de Rachel Dusk en el New Yorker. Me gustó ella, me gustó lo que decía y pensé en comprar alguna de sus novelas, pero no encontré el momento hasta que, en Valladolid, este libro me asaltó en la Librería Sandoval. 

Despojos. Sobre el matrimonio y la separación es el título en español. En inglés es Aftermath y creo que yo lo habría traducido por Secuelas mejor que despojos. La palabra despojos da sensación de abandono, de expulsión, de desprecio. Despojos sugiere que lo que te ha quedado no vale, que hay que tirarlo a la basura, deshacerte de ellos, olvidarlos. Secuelas se ajusta más a la realidad de lo que ocurre tras un divorcio, porque divorciarse no es un proceso del que se salga limpio, impoluto y renovado. Has estado casado durante un cierto tiempo, has vivido de una determinada manera, siguiendo unas normas, unas rutinas, compartiendo una vida y cuando todo eso se acaban quedan secuelas. Divorciarte deja cicatrices al cortar con la vida que has llevado hasta ese momento y se llevan toda la vida, para bien y para mal.  

El libro de Rachel Cusk habla de eso, de las secuelas y aunque, para mi gusto, ella se ve demasiado víctima creyéndose, por momentos, expulsada de lo que ella considera la "vida normal", tiene muchísimas reflexiones muy interesantes y muy ciertas sobre las secuelas que, sobre todo al principio, deja un divorcio o una separación.  
«Mi marido y yo nos separamos recientemente y, en cuestión de unas semanas, la vida que habíamos construido juntos se desarmó, como un puzle convertido en un montón de piezas con los bordes recortados.»
Divorciarse es un corte limpio, una amputación de la vida que tenías antes. Al principio no te das cuenta,  como al enfermo que se despierta sin pierna, te cuesta darte cuenta de que aquello a lo que has estado unido durante tanto tiempo, ya no está. Experimentas un dolor fantasma, y te descubres pensando "si siguiera casada ¿qué estaría haciendo ahora?" o "esto antes, lo hacíamos así". Incluso haciendo las cosas como antes, cuando todo era distinto... pero tú aún no te has dado cuenta. Rachel explica bien como te vas haciendo poco a poco a esa nueva vida, a esa nueva situación. Esta ruptura con tu vida anterior no es algo exclusivo de los divorcios o separaciones, ocurre lo mismo si enviudas o, por adición en vez de por sustracción, cuando tienes un hijo y te das cuenta de que tu vida de antes ya no volverá. En todos los casos la adaptación a la nueva normalidad es algo dolorosa, conlleva tiempo y el descubrimiento de nuevos aspectos de ti mismo que pueden gustarte o no. Rachel descubre por ejemplo que se niega a tener custodia compartida y repartir todo lo que tenían al 50%. Cuando sus hijas nacieron, la pareja decidió que ella trabajaría y sería el soporte económico de la familia y él cuidaría de la casa y de las niñas. Fue un acuerdo compartido porque Rachel, y en esto sí coincido con ella, se sentía atrapada y a la vez una intrusa en su papel como madre. Era algo que sabía hacer, «Fue como si hubiera aprendido a hablar ruso de golpe: lo que podía hacer -este trabajo de las mujeres- tenía una forma propia y, al mismo tiempo, no sabía de dónde me venía ese conocimiento» pero que no quería hacer o, por lo menos, no quería hacer al 100% quedándose en casa. Cuando se divorcia descubre que a pesar de eso ella quiere representar el papel de madre/mujer y que a su marido le corresponda el de hombre.  
«Son mis hijas, insistí. Son mías.» Su marido le espeta «Y tú te llamas feminista» Y Rachel tiene entonces que reflexionar sobre sí misma y descubrir que es un fraude, que todo aquello que decía defender, no se aplica cuando le toca a ella. «Por tanto, no soy feminista. Soy una travestida que se odia a sí misma.» 
Yo no comparto con Rachel este tema porque en mi caso siempre tuvimos claro que todo iría al 50% pero ya he contado muchísimas veces como me encontré con que mucha gente me decía: pero ¿por qué no te quedas tú con las niñas, la casa y una pensión? Ni siquiera entré a discutir con esa gente, les ignoré directamente y les puse en la lista de gente de la que no fiarme. 

Coincido muchísimo, sin embargo, en su visión sobre la mujer trabajadora y la que se queda en casa. Yo, como ella, nunca he dependido económicamente de un hombre desde que me casé pero, como ella, no lo considero un mérito espectacular igual que un hombre nunca presume de lo mismo. A mí me parece lo normal, lo correcto, lo que yo necesito y a lo que no estoy dispuesta a renunciar bajo ningún concepto. Rachel habla, y coincido con ella al 100%, en como las mujeres que se quedan en casa por decisión propia, suelen decir siempre que se sienten afortunadas, que es lo mejor para ellas y para todos. Consideran que es una suerte que con el dinero de sus parejas puedan vivir sin trabajar, mejor dicho sin tener un trabajo remunerado, ocupándose de las mil quinientas cosas que conlleva quedarse en casa ( y también no quedarse, pero ese es otro tema). Lo chocante de este planteamiento es que esas mujeres, cuando son madres, nunca quieren eso para sus hijas. Las madres quieren paras sus hijas que estudien, que consigan un trabajo en el que sean brillantes o en el que disfruten, un trabajo que las haga salir de casa. En nuestros tiempos no conozco a ninguna madre que diga «yo para mi hija quiero que se case, tenga hijos y se quede en casa». A nadie.  

Rachel reflexiona también, de manera dolorosísima, sobre la nueva relación con sus hijas, sobre los cambios que el divorcio establece en su manera de relacionarse con ellas pero también de verlas, quererlas y pensarlas. En esto tampoco coincido con ella en todo pero sí en algunas cosas. Ella se siente terriblemente culpable por su divorcio (en ningún caso se explican los motivos del divorcio y a mí me parece perfecto porque así las ideas tratan sobre qué pasó después y no en el qué lo provocó que es algo en lo que la gente tiene muchísima curiosidad porque nadie quiere afrontar que, a veces, las relaciones se terminan sin que un meteorito las impacte, se terminan por erosión, por desgaste, porque tenían que acabarse) y creo que proyecta esa culpabilidad en su relación con sus hijas. 
«Les hice daño, y con eso aprendí a quererlas de verdad. O, mejor dicho, lo reconocí, reconocí este amor, reconocí lo grande que era. Lo exterioricé: interiorizado, habría sido un instrumento de tortura. Pero ahora estaba en el mundo y era visible y práctico. ¿Qué es una madre amorosa? Es una persona que renuncia a su interés personal por el bienestar de sus hijos. El sufrimiento de sus hijos les causa más dolor que el suyo: es María a los pies de la Cruz».
Cuando te divorcias la relación con tus hijos también sufre el embate de un nuevo oleaje y es inevitable sentirse culpable porque la sociedad, los demás, nos trasmiten la idea de que terminar una relación, de que no ser capaz de "aguantar" te convierte en una mala madre, en un mal padre, porque has preferido terminar una relación a mantenerla por ellos. Tú, eres inteligente y tienes criterio y sabes que eso es una majadería pero cuesta mucho arrancarse el velo de culpabilidad que como una teleraña te cubre de vez en cuando. Te encuentras a cada rato, manoteando delante de tu cara, diciendo "fuera, fuera" y volviendo a repensar con objetividad que eso no es verdad. Miras a tus hijos y los ves bien, tranquilos, contentos, felices y sabes que todo está bien hasta la próxima vez que la telaraña se te enrede en el pelo. Además de esto, hay que construir una relación diferente en la que tienes un papel en solitario con ellos y otro (que hay que mantener siempre por su bien) con tu expareja que sigue siendo su padre (o su madre) aunque ya no viváis todos juntos. Construir todo esto lleva tiempo, se hace a base de prueba y error y como todo lo nuevo, acojona pero se puede hacer y se puede hacer bien. Rachel escribe al principio de todo el proceso y le parece que es una tarea titánica y que no saldrá bien parada de ello. Apuesto a que sí lo consiguió y a que sus hijas están perfectamente. 

Cuando te quedas embarazada o te compras un coche automáticamente empiezas a ver embarazadas por la calle y tu mismo coche en cada cruce. Cuando te divorcias lo que te ocurre es que vas escudriñando cada pareja que te cruzas por la calle tratando de saber porqué ellos siguen juntos y parecen felices y tú no. 
«Desterrada del matrimonio, veo a los matrimonios con otros ojos. Felicito en silencio a las parejas con las que me cruzo por la calle, a la vez que me pregunto por qué ellos están juntos y yo estoy sola. Sé que han triunfado en lo que yo he fracasado, pero no consigo recordar por qué».
Se te olvida que de puertas afuera nadie sabe qué ocurre dentro de una pareja y caes en la autocompasión más absoluta y dudas. 
«Y yo tampoco soy capaz de recordar qué me llevó a destruir la vida que tenía. Solo sé que la he perdido, que ya no existe».
Ya digo que Rachel está muy al principio del proceso y se está hurgando en la herida continuamente para ver si así consigue que deje de doler. Normalmente, uno llega al divorcio sabiendo perfectamente que aquello es inviable.

Despojos es un libro sobre lo que viene después del divorcio. Sobre como se siente un divorcio y la vida que se construye después. Rachel Cusk escribe muy bien y tiene, además de las que he contado, algunas reflexiones interesantísimas sobre relaciones y mitología, sobre grandes clásicos griegos e incluso un capítulo entero dedicado a la extracción de una muela como metáfora del fin de una relación que son espectaculares. El trabajo de auto examen que realiza es doloroso y valiente y por eso Despojos no es un libro bonito y ella no te cae bien pero lo recomiendo para todo el mundo. El que se ha divorciado se verá reflejado de la misma manera que cuando pierdes a alguien te ves reflejado en el auto examen que del luto hace Joan Didion en El año del pensamiento mágico y si no te has divorciado para saber cómo es aunque creas que a ti no te va a pasar porque como dice Cusk nunca sabes qué te va a pasar. 
«Siento cierta simpatía por la historia de Edipo. Su historia expresa lo que a mi modo de ver es la principal tragedia humana: que desconocemos las cosas que nos empujan a nuestro destino. Nos somos plenamente conscientes de lo que hacemos ni de por qué lo hacemos».
Y, para terminar, este agradecimiento de Rachel a sus hijas con la que también me identifico muchísimo. 
«Gracias a mis estupendas hias, Albrtine y Jessye, por soportar tiempos difíciles con tanta fortaleza y dignidad. Es imposible estar con ellas y no animarse por su manera de derrotar a la tristeza. No soy capaz de expresar lo orgullosa que estoy de ellas. Espero que algún día lean este libro y, al menos, no sientan vergüenza».  

jueves, 23 de julio de 2020

Olvídate de aquello

«No, señora Smith, no puede someterse al procedimiento tres veces en un solo mes», le dice Kirsten Dust a una paciente que llama por teléfono a la consulta del doctor en cuya sala de espera Jim Carrey aguarda para someterse al "procedimiento". La peli es Olvídate de mí. 

El tratamiento consiste en borrar de tu mente una relación amorosa que ha terminado o que debe terminar o que ha resultado ser muy dolorosa por la razón que sea. En el caso de la Sra. Smith sospecho que su razón para borrarse la memoria tres veces en el mismo mes es la vergüenza. Imagino que ha sufrido múltiples encontronazos amorosos inapropiados, de esos de los que te despiertas al día siguiente sintiéndote tan avergonzado que evitas tu reflejo hasta en la puerta del horno. 

Si pudiera borrarme la mente ¿qué borraría? La primera respuesta que me viene a la cabeza es obvia, lo lógico sería borrar todo lo que te hace daño al recordarlo, aquello que te asalta cuando menos te lo esperas, te acorrala entre la vergüenza, el arrepentimiento y la tristeza y se queda pegado a tu memoria durante un buen rato, inmune a tus denodados esfuerzos por volver a enterrarlo bajo capas y capas de recuerdos. Eso sería lo lógico pero he estado pensando que quizás sería mejor idea un "procedimiento" que borrara de la memoria de los demás aquellas cosas de las que tú te arrepientes porque lo peor de ellas es que no te arrepientes por lo que esas cosas significaron, por las palabras que dijiste, por las acciones que tomaste, por los besos que quizás no deberías haber dado o las decisiones que quizás fueron un error, lo peor, lo que más te duele, es pensar en cómo las interpretaron los demás, qué imagen de ti se hicieron a partir de ellas o el dolor que causaron. Si ellos las olvidan, estás a salvo de la vergüenza pero protegido de volver a repetirlas porque tú si las recuerdas y te has jurado a ti mismo hacer todo lo que esté en tu mano para no volver a repetirlas. Olvidarlas, borrarlas de tu mente sería el camino más fácil para volver una y otra vez al mismo error. 

¿Quién no ha tenido alguna vez una resaca atroz de las de fundido a negro? Una de esas resacas de las que te levantas creyendo que todo fue bien, que solo tienes dolor de cabeza y que, de repente, empieza a iluminarse con relámpagos de consciencia revelando un fugaz terrible recuerdo? Los relámpagos solo te dejan vislumbrar algo, asomarte a aquello de lo que sabes que tienes que arrepentirte y avergonzarte pero no puedes asirlo para poder valorarlo en toda su plenitud. Ni siquiera sabes si quieres verlo. Ojalá no hubiera relámpagos. Pero lo peor es pensar que los demás sí saben que hiciste, qué dijiste, qué gritaste. Lo saben, lo ves en su mirada. «que no digan nada, que tengan compasión, qué hagan como que no lo recuerdan». ¿No sería maravilloso poder pedir que lo olvidaran? Tú puedes manejar los relámpagos pero no su silencio. Lo mismo pasa con las relaciones amorosas, manejar la pena, la tristeza por su fin, por las cosas que no debiste decir es más o menos fácil. Manejar el pensamiento de que el otro piensa que eres imbécil, que no mereció la pena estar contigo  o que le desilusionaste es una carga mucho más pesada. "Procedimiento" y fuera.  

¿Y aplicar el  procedimiento a relaciones que no sean sentimentales? ¿Y si pudiéramos borrar del recuerdo de nuestros hijos los momentos en los que fallamos, en los que perdimos la paciencia, en los que gritamos, no les escuchamos lo suficiente o no fuimos capaces de entenderlos? ¿Eso nos convertiría en mejores padres a ojos de nuestros hijos? ¿Nos haría mejores o peores personas? No lo sé pero nos quitaría mucho sentimiento de culpa. 

En cualquier caso, he estado pensando que si, como dice Kirsten Dust en la peli, el procedimiento solo se pudiera aplicar tres veces, tengo claro cuales serían las tres cosas que querría borrar de la mente de otros. 

Pensadlo.