lunes, 15 de junio de 2020

Sobre Halt and catch fire y quedarse huérfana

Me he quedado huérfana y desamparada. Tras meses de confinamiento enganchando series que llevo siguiendo años (Better call Saul, The good fight) alternadas con otras nuevas (La conjura contra América, una sobre los orígenes del fútbol  de la que ni recuerdo el nombre, Tiger King, Wolf Hall) que me han dejado fría, hace un mes más o menos empecé a ver Halt and Catch Fire. Había escuchado una recomendación muy breve sobre ella en La cultureta y alguna referencia en twitter y decidí probarla. No sabía ni de qué iba ni lo que significaba Halt and Catch Fire. Nunca leo las contraportadas de los libros ni leo las sinopsis de las series o las películas. Hemos venido a jugar. 

El viernes terminé las cuatro temporadas y me he quedado desolada. Hacia muchísimo, muchísimo tiempo que no sentía esta sensación de orfandad que te dejan las cosas muy buenas. Te acostumbras a lo que no está mal, a lo que es correcto, a lo que es bueno y vas pasando la vida de un libro correcto a otro bastante bueno, de una serie entretenida a otra muy buena, de una peli que te encanta a otra que no te ha ofendido pero que olvidas a los dos días. Y, de repente, llega a tu vida algo buenísimo, algo tan bueno que no puedes creértelo, tan bueno que quieres llamar a todos tus amigos, poner mil quinientos tuits y trescientos mensajes para que nadie se lo pierda, para poder compartir esa maravilla con todo el mundo, incluso con los que no van a perder la ocasión de decirte «pues a mí no me ha gustado». 

¿De qué va Halt and Catch Fire? De un tema que en principio no me interesa nada: los orígenes de la informática tal y como la conoces ahora. Es decir, no trata sobre computadoras tan enormes que ocupaban toda una habitación sino de los ordenadores cuando empezaron a ser "personales". «Me sorprende que no siendo del sector te haya gustado tanto» me comentaron en twitter el otro día. Me chocó el comentario, la idea de que tiene que gustarte la informática para encontrar la serie interesante. En Halt and Catch Fire, sus protagonistas, podrían estar inventando lavadoras o zapatillas de deporte o lo que fuera porque la informática es solo el paisaje en el que se desarrollan los personajes. 

La grandeza inmensa de esta serie está en el crecimiento de los personajes. No había visto un desarrollo de personajes así desde los Soprano (Y no, Walter White no se desarrolla nada, odie Breaking Bad). La serie va desde principios de los 80 hasta mediados de los noventa y los cinco personajes principales crecen delante de tus ojos. Con crecer no quiero decir que se hagan mejores, que logren sus metas y acaben viviendo bajo un arcoíris, quiero decir que van evolucionando a lo largo de los años pasando de ser gilipollas a ser razonables y volviendo a ser gilipollas y luego razonables y así en un ir y venir en el que es imposible no sentirse retratado porque todos (menos los que se quedan para siempre anclados en ser gilipollas) somos así. La serie tiene dos de los mejores personajes femeninos que he visto nunca y no son secundarios. Peggy, en Mad Men, se fue ganando espacio en la pantalla a medida que se hacía más importante en su trabajo. Aquí, Donna y Cameron, son personajes principales desde el primer minuto. No son estereotipos, ni son perfectas y, en muchas ocasiones, te caen mal alternativamente pero te las crees cada segundo. Ese es otro mérito de la serie la credibilidad, la verdad que transmite cada cosa que dicen, piensan y sienten cada uno de los personajes. Te puedes encontrar gritando a la pantalla «¡serás gilipollas!» pero nunca dirás «ni de coña». Siempre estás dentro de la historia, nunca fuera.  


El viernes disfruté los últimos cuatro episodios que son una obra maestra y al terminar casi lloro. Pensé ¿y ahora qué? ¿qué sentido tiene intentar ver cualquier otra cosa? Los personajes se me han quedado dentro, quiero saber qué pasa con ellos, qué vidas siguen viviendo en el universo en el que viven los personajes de ficción que sientes más reales que mucha de la gente que conoces. Quiero verlos envejecer, consolarlos, alegrarme con ellos, seguir espiándolos. 

En fin, como siempre que quiero recomendar algo, temo haberlo contado mal pero he hecho lo que he podido. Ved Halt and Catch Fire, está en Filmin y uno de los protagonistas es Lee Pace, un guapo increíble al que no conocía. Lo comento por si verle a él os anima más que mi reseña. 



viernes, 12 de junio de 2020

Vamos a crear tensiones

Me encanta el teletrabajo. Me gusta no tener vistas a un polígono industrial, no tener que conducir doscientos kilómetros y, sobre todo, me encanta no ver a nadie en todo el día. Al teletrabajo, ahora mismo y en mi caso, no le veo más que ventajas. Me cunde muchísimo, sacamos todo el trabajo adelante sin interferencias y no me hostilizo ni la centésima parte de lo que me hostilizo cuando voy al curro. Teletrabajando soy mejor persona. 

El lunes tengo que volver a la oficina. ¿Por qué? No lo sé. No consigo entenderlo. «Hay que estar al pie del cañón» argumenta alguien que entiende «pie del cañón» como acodado en la barra de la cafetería. «Hay que volver para que el equipo funcione» te dice un jefecillo de medio pelo con ínfulas que ni siquiera tiene portátil en casa y que no sabe adjuntar archivos a un mail. «Volvemos y ya luego vamos viendo» te dicen como si fueras idiota y no supieras que eso significa «volvemos y a ver si se te olvida la tonteria de teletrabajar». «Es que hay gente que no puede teletrabajar» que quiere decir «la gente envidia que haya algunos que puedan teletrabajar y hemos decidido que vamos a primar la envidia y el resentimiento a la efectividad del teletrabajo». «No hay manera de controlar que la gente teletrabaje» te dice alguien que tiene en su equipo gente que no trabaja desde 2001 pero que es campeón del mundo de calentar la silla, ergonómica por supuesto, que pidió porque trabajar tanto le destrozaba la espalda. 

Estoy hasta el moño de jetas envidiosos, responsables inútiles y envidiosos con carnet. Me hostiliza hasta el infinito que haya que bailarle el agua a los que más dan por culo y que la razón que te den sea «vamos a ver como lo hacemos, pero sin crear tensiones». A la mierda, hombre. Vamos a crear tensiones, claro que sí, vamos a decirle a los inútiles, los jetas y los envidiosos que lo son. ¿Que se van a tensar? ¿Van a dejar de respirar? ¿Y qué? 

No entiendo porque todo está lleno de consejos para motivar al trabajador y no hay consejos para decirle a la gente «eres un jeta que no das un palo al agua». Me parece maravilloso buscar lo que hace bien alguien y no centrarse solo en lo que hace mal pero ¿qué pasa con el que no hace nada? ¿para cuando un manual de consejos para tratar con toda esa gentuza? 

Me encantaría que hubiera un manual que te diera pautas para tratar con esa gentuza: 

- No desaproveche ni la más mínima oportunidad de preguntarle al jeta inútil de su curro qué está haciendo. Comprobará que la mayor parte del tiempo no sabe qué contestar y dirá algo como «cosas». 

- Haga notar claramente que está mirando su pantalla de ordenador y comente en voz alta «¿te vas a comprar ese vestido? ¿vas a alquilar esa casa este verano?» «que mono tu niño en la función de la guardería». No olvide añadir, «supongo que no tienes internet en casa ni datos en el móvil y claro, por eso, aprovechas aquí. Si quieres te paso ofertas buenas de internet en casa». 

- ¿Pero no habías bajado a desayunar hace una hora? Me parecía que ya habías desayunado. 

- Debes de estar ocupadísimo porque te mandé un correo la semana pasada pidiéndote unos datos y no me lo has mandado. Si vas a pasar de mi, dímelo en confianza y se los pido a tu jefe. 

- Me ha parecido oirte quejarte de que trabajas mucho. Por curiosidad, ¿en donde te pasa eso? 

Tenga en cuenta que el jeta inutil tiene la cara de cemento armado y su fuerte no es captar la ironía así que en una segunda fase conviene que el ataque sea más directo:  

«Mira, te voy a decir una cosa. llevo observándote desde septiembre de 2005 y puedo contar con los dedos de esta mano los días que has trabajado y me sobran todos. No, venir aquí a sentarte en la silla y buscar mobiliario de Ikea para tu nueva casa, no es trabajar. Sí, sí, se que mandas un mail a la semana y que según tú esa es tu responsabilidad y la cumples pero ni siquiera eso lo haces bien, tienes en destinatarios gente que lleva muerta cuatro años. Lo sé, no sabes hacer un grupo nuevo de destinatarios porque ni siquiera sabes manejar outlook más allá de redactar, enviar y responder. Eres un inutil asqueroso». 

«Hola, quería preguntarte si te crees invisible. ¿Por qué? Pues porque todos los días pasas hora y media desayunando en la cafetería y luego te coges media hora para comer. ¿Crees que no te vemos no dar un palo al agua durante dos horas al día y que te vuelves visible de golpe cuando se te cae el boli cinco minutos antes de cumplir tu horario y te levantas diciendo "bueno, pues por hoy ya está"? ¿Eres idiota o solo un sinvergüenza?»

Conversaciones como los dos ejemplos anteriores es posible que creen "tensiones". El jeta inutil abrirá mucho los ojos, como Candy Candy, y hará como que se indigna. No se engañe, no se enfada porque usted le diga que no da un palo al agua, eso ya lo sabe, lleva años practicando, lo que le indigna es que usted se atreva a decir en alto que el emperador va desnudo. ¡Qué desfachatez!

No se haga ilusiones, el jeta inútil es una lapa, un parásito, y ni desaparecerá ni se pondrá a trabajar pero el desahogo que usted sentirá por haber creado tensiones le procurará oleadas de placer. 

Ojalá un manual así. Y ojalá empecemos a crear tensiones que incomoden a los jetas que viven plácidamente de chuparnos la sangre y la energía aprovechándose de un buenismo motivacional ridículo.


viernes, 5 de junio de 2020

Lecturas encadadenadas. Mayo

Ha sido uno de los mejores Mayos de mi vida. No poner un pie en Madrid, el teletrabajo, el calor soportable, los primeros paseos, los días largos. Creo que es el primer mes de mayo de mi vida que no he odiado la primavera con todas mis fuerzas. Normalmente, para mí, este es un mes de bajón, de meterme en mi cueva y no querer ver a nadie, de odiar el sol, las flores, los planes y todo en general. Mayo solía ser un mes de mucha lectura porque mi odio primaveral me hacia concentrarme en mis libros. Este año, por el contrario, el disfrute primaveral me ha robado mucho tiempo de leer. 
Al lío. 

Empecé mayo con un tebeo. Nieve en los bolsillos de Kim. Me lo regalaron por mi cumpleaños y cuando vinieron mis hijas de Madrid, les pedí que me lo trajeran. De Kim ya había leído sus colaboraciones con Altarriba: El ala rota y el arte de volar pero creo que este me ha gustado mucho más. En este tanto el dibujo como la historia son suyos porque cuenta una etapa de su vida, cuando de estudiante, antes de irse a la mili se marchó a Alemania a trabajar. El retrato de la gente que conoce, las historias de otros emigrantes mucho más trágicas que la suya, las amistades creadas hasta casi formar una familia, la amabilidad de muchos alemanes y la añoranza por lo dejado atrás están muy bien retratadas. A pesar de que el dibujo de Kim tiene un toque feísta creo que aquí, por la distancia a la historia y el cariño y la nostalgia con que la recuerda, tiene un toque mucho más cálido que en las colaboraciones con Altarriba. Me ha gustando también el toque que tiene a Vente a Alemania, Pepe. 

El grueso del mes lo he pasado viviendo entre las paredes del edificio situado en la calle Simon-Crubellier numero 11 de Paris. La vida, instrucciones de uso de George Perec llevaba un año esperando turno en mi mesilla y me pareció que ahora era buen momento. 

Esta novela de Perec está considerada una obra maestra y se echáis un vistazo a wikipedia podéis ver todos los intringulis de su escritura, cómo están organizados los capítulos siguiendo los movimientos del caballo en el ajedrez, las limitaciones que él mismo se impuso influido por el grupo literario Oulipo y demás pero para leerla no hace falta conocer nada de eso. La vida, instrucciones de uso es el sueño de un vecino cotilla. Se construye como un recorrido por todo el inmueble: cada piso, cada sótano, cada buhardilla, la escalera, el cuarto de ascensores, la portería, todo se cotillea hasta el más mínimo detalle. Es 13 Rue del Percebe en el tiempo y el espacio y, a la vez, es una viaje alrededor del mundo y recorriendo toda la historia. 

Da la sensación d que Perec quiso demostrarnos que la vida es inabarcable en una obra de arte y que cada detalle es importante (jamás en mi vida he leído más descripciones de bases de lámparitas de mesilla). Cada inquilino tiene su historia y los muebles que le acompañan, los cuadros de las paredes, la historia de los libros que lee, las comidas que prepara, las obsesiones que le acompañan, el trabajo que desempeña pero, además, en esa casa en la que vive están también las historias de los que vivieron antes que él y las del edificio como ente, como mundo, como universo. 

Cuando andaba entre todas esas vidas me sentía como escuchando el podcast Rabbit Hole (del que ya hablaré en su momento). Entras en uno de los pisos y caes en un agujero, en una espiral de detalles e historias que te hacen girar y girar perdiendo pie y referencias. En esta sensación de lectura me ha recordado también a la que tuve leyendo La Broma Infinita de David Foster Wallace, la sensación de tener que dejarte llevar por el autor, tratando de asirte a lo que puedas pero sabiendo que estás a su merced, que juega contigo. 

Coge un objeto de tu casa, descríbelo hasta el más mínimo detalle, cuenta la historia de ese objeto, de cómo llegó a tu casa, quién lo tuvo antes, quién era esa persona, o la historia de quién lo fabrico y la de quién lo inventó y los problemas de la persona que lo inventó y las raices de la inspiración para crear ese objeto y como fue el primero y así hasta el infinito. Eso es La vida, instrucciones de uso. No se me ocurre mejor manera de explicarlo. 

Acotamos las historias que contamos, que pintamos, que filmamos para hacerlas inteligibles, para creernos que podemos abarcar la vida, que podemos comprenderla.  

¿Hay que leer La vida, instrucciones de uso? Sí pero aviso de que es un ocho mil.  

Casi rozando el final de mes llegó Delibes y Mi querida bicicleta. A mediados de mes, hice un pedido a la librería Primera Página de Urueña (podéis escribir  a Tamara y os envía cualquier libro) y llené mi mesilla de Delibes. Éste me llamó la atención desde el primer momento porque es un breve librito con ilustraciones y después del revolcón con Perec necesitaba algo tranquilo. 

Delibes dedica esas breves páginas a contar su relación con la bicicleta desde que aprendió a montar ayudado por su padre que básicamente lo que hizo fue lanzarle a pedalear y dejarle dando vueltas al jardín hasta que aprendió bajarse él solo hasta las hazañas de sus nietos subidos a una bici. Su juventud en Valladolid esquivando a la policia local, sus escapadas al campo, sus visitas a su novia gracias a la bici. 

La bici como compañía en todas las etapas de su vida, asociada a sus recuerdos, a sus seres queridos, a sus lugares. Me ha gustado mcuhísimo y me ha recordado a las distintas bicicletas que he tenido a lo largo de mi vida, desde la primera BH roja con ruedines que me trajeron los reyes cuando tenía 6 años hasta la plegable que me regaló El Ingeniero y que está pendiente de arreglo en el garaje.  

Me identifico mucho con esto: "Hay cosas que parecen sencillas , pero no basta una vida para aprenderlas". Él habla de arreglar un pinchazo con los desmontables pero yo podría aplicarlo a un montón de cosas. 

Terminé mes a lo grande, leyendo El Camino también de Delibes. ¿Qué puedo decir de esta novela que no suene a libro de texto, a repetido, a obvio? ¿Qué se puede decir de una historia que empieza así?
«Las cosas podrían haber acaecido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así.» 

En El camino está todo:la amistad, la familia, el amor, la envidia, la compasión, la felicidad, el miedo, la tristeza, la muerte, el vértigo existencial. 
«-Bueno, pues es lo que te digo. Si una estrella se cae y no choca con la Tierra ni con otra estrella ¿no llega al fondo? ¿Es que ese aire que las rodea no se acaba nunca?
Daniel, El mochuelo, se quedó pensativo un instante. Empezaba a dominarle también a él un indefinible desasosiego cósmico».

En El Camino está hasta la perfecta definición de lo que nos ocurre ahora:
«Pero a Daniel, El Mochuelo, nada de esto le casuó sorpresa. Empezaba a darse cuenta de que la vida es pródiga en hechos que antes de acontecer parecen inverosímiles y luego, cuando sobrevienen, se percata uno de que no tienen nada de inextricables ni de sorprendentes. Son tan naturales como que el sol asome cada mañana, o como la lluvia, o como la noche o como el viento». 

Y la conciencia del paso del tiempo que no volverá nunca:
«Le dolió que los hechos pasasen con esta facilidad a ser recuerdos; notar la sensación de que nada, nada lo que pasado podía reproducir. Era aquella una sensación angustiosa de dependencia y sujeción. Le ponía nervioso la imposibilidad de dar marcha atrás el reloj del tiempo y resignarse a saber que nadie volvería a hablarle, con la precisión y el conocimiento con que el Tiñoso lo hacia, de los rendajes y las perdices y los martines pescadores y las pollas de agua».

Corred a leer El Camino.

Y con el regusto de Delibes aún en la memoria y encarando el que va a ser uno de los veraneos más largos de mi vida, hasta los encadenados de junio.


martes, 2 de junio de 2020

Esperar el futuro

Malika Favre
El año pasado, el dos de junio aterrizamos en Madrid. Llegamos a casa, nos acostamos para intentar recuperarnos del jet lag y al despertar, fuimos a la compra y me pasé la tarde cocinando, poniendo lavadoras y tiñéndome el pelo. Lo sé porque ayer leí la última entrada del diario del viaje que hemos ido releyendo cada día, justo un año después. Hace dos años estaba en la playa tras haber presentado Los días iguales en Valencia. Hace tres años estaba celebrando el 70 cumpleaños de mi madrina en La Cantina de la estación de Los Molinos en vísperas de irme a Dublin a un concierto de Eddie Vedder y Glen Hansard. Hace cuatro años cenábamos en casa, por última vez, antes de que Nieves emigrara a Australia.  Hace cinco años estaba en el colegio en un concierto de guitarra de Clara. 

En todos esos dos de junio nunca supe ni pude anticipar dónde estaría al año siguiente. El dos de junio de 2014, un año antes de ese concierto de guitarra yo estaba hundida en una depresión de la que creía que no saldría nunca, estaba convencida de que mi futuro era vivir permanentemente queriendo morirme. Sin embargo sonreía viendo a mi hija, todavía niña y no adolescente, tocar la guitarra con un lazo blanco en el pelo. La veía tocar y ni de lejos podía imaginar que un año después dos de mis mejores amigos se marcharían a Australia a vivir. "¿A Australia? ¿os marcháis a vivir allí?", me costó días creérmelo. En su fiesta de despedida tuve mi primer y hasta la fecha único "aquí te pillo, aquí te mato" (y una resaca premium). Esa noche loca no podía ni imaginar  un año después celebraría el setenta cumpleaños de mi madrina días después de haber entregado el manuscrito de un libro que todavía no tenia título. En esa noche de encontronazo ni siquiera había empezado a escribir, ni siquiera había pensado en escribir.  Un año después, cuando el libro ya tenia título, portada, y era un libro de verdad,  lo presenté, completamente afónica,  en Valencia, el día de la moción de censura a Rajoy. Me levanté de la siesta y Rajoy ya no era presidente, recuerdo la sorpresa. La misma que hubiera sentido si alguien me hubiera dicho que un año después estaría volviendo de Nueva York con mis hijas tras haber cumplido uno de sus sueños. 

Volvimos de Nueva York y jamás hubiéramos podido imaginar que hoy 2 de junio de 2020 íbamos a estar saliendo de una pandemia que ha arrasado el mundo y ha dejado nuestras vidas del revés. ¿Dónde estaremos el año que viene?

"Mamá, no te preocupes por las cosas antes de tiempo. No sirve para nada. Si tiene que pasar algo malo, cuando pase, ya nos agobiaremos pero no lo pienses ahora porque no sirve para nada". 

Mi hija Clara con catorce años tiene la actitud vital que yo llevo intentando tener toda mi vida y que, solo ahora, estoy empezando a rozar. No sé donde voy a estar dentro de un año, ni en agosto, ni siquiera dentro de quince días y he aprendido a que me de igual. 

He aprendido a no correr hacia el futuro. He aprendido a sentarme y esperar a que llegue. He aprendido a pararme y decir "Bah, ya lo pensaré mañana". 

Es más descansado y el resultado es el mismo. 


PS: "Ana, qué guapa estás" me ha dicho hoy mi sobrino. Creo que ha sido porque he empezado a pintarme los labios todos los días.