jueves, 6 de febrero de 2020

Mentira podrida

«Cualquiera puede sacar una hora para dedicarle al deporte».«Dedica veinte minutos a meditar».«Cambia las fundas de los cojines de tu sofá, (perdón, esto no se dice así, se dice, cambia los textiles) porque con eso le darás un nuevo aire a tu salón». «¿Por qué no mandas tus fotos a imprimir con este código de descuento a esta web tan maravillosa que te hará llegar un libro  con las fotos del pasado verano con tus hijos?». «Dedica tiempo a tus hijos, charla con ellos, sin prisa, sin hacer nada más». «Es facilísimo planear la alimentación para que sea sana, fácil y os haga ir a todos con cara de haber tenido un orgasmo». «Querer es poder».

Vivimos rodeados de mensajes en redes, en prensa, en radio, en programas infectos de televisión, en publicidad, que giran alrededor de la mayor mentira de la sociedad actual: organízate y tendrás tiempo para todo.

Mentira. Como diría mi yo de seis años: mentira podrida. 

No, no hay tiempo para todo porque la vida diaria no es solo lo que planeas, es lo que te asalta. No vas a trabajar y vuelves a casa y tienes una sucesión de tardes exactamente iguales, una sucesión de horas libres que solo tienes que "organizar". Para nada. Hay que ir al dermatólogo, y a recoger unos análisis, y a recoger a una hija a fútbol y a llevar a la otra a comprar unas mallas de baile, y tienes que ir al dentista y poner la lavadora y planchar, y pensar la comida que dejas hecha para mañana y tienes que llamar sin falta a tu madre.Y bajar a la farmacia y al contenedor de vidrio. Y hay una reunión del colegio y tienes que hacer la compra, y recoger un libro que encargaste en la librería, y tirar cosas en casa porque estás haciendo limpieza y hacer una copia de seguridad del portátil porque de hoy no puede pasar porque hace seis meses desde la última vez y tienes que llamar a tu amigo Paco porque está en el hospital con su hija, y te tienes que cortar las uñas de los pies porque pareces un aguilucho lagunero. Nada de todo eso es importante pero hay que hacerlo todo y todo consume tiempo, ese supuesto tiempo que deberías tener organizado. Y no puedes planearlo porque no se planea la vida, vivir consiste en sobrevivir a su atropello. 

La vida no es organizarse, el día a día consiste en llegar a la cama y darte cuenta de que has conseguido leer diez minutos a la hora del desayuno, has dejado la cocina recogida y el cesto de la plancha vacío. Consiste en darte cuenta de que has tenido una sobremesa de cuarenta minutos tras la cena, porque tus hijas no paraban de contarte cosas atropellándose la una a la otra. Consiste en darte cuenta de que ni tienes que hacer ejercicio todos los días, ni va a pasar nada porque mañana tus hijas coman macarrones con chorizo en vez de ensalada de legumbres, ni es el fin del mundo que tus textiles sigan siendo exactamente los mismos que hace quince años. 

La vida consiste en hacer lo que no puedes evitar y conseguir sacar algo de tiempo para lo que, de verdad,  te gusta. La buena vida consiste en tener tiempo para no hacer nada. 


lunes, 3 de febrero de 2020

Lecturas encadenadas. Enero

Empezamos un nuevo año de lecturas encadenadas, un año entero para descubrir cosas nuevas, para retomar lecturas olvidadas, para caer en pozos espantosos de literatura cursi y para seguir teniendo, cada mes, la sensación de que leo poco. Sensación que, cada mes, compruebo que no es real porque seis libros en un mes es una media buenísima.

Al lío.

Este año es el centenario del nacimiento de Delibes y por esa efeméride y un evento del que ya hablaré más adelante, voy a ir releyendo en algunos casos y descubriendo por primera vez en otros sus libros. Inauguré el año con El disputado voto del señor Cayo que me ha gustado muchísimo. Leer a Delibes es siempre un ejercicio de admiración, su dominio del  lenguaje  es increíble, conoce las palabras y sabe como usarlas para construir frases y párrafos elegantes, precisos, llenos de significado y sin un ápice de cursilería ni vacuidad.  Trasluce siempre cariño por el campo y los que lo habitan. La trama es conocida y además el título no deja lugar a dudas, uno ya sabe lo que va a leer pero aún así, Delibes deslumbra.  

Tres jóvenes recorren los pueblos del campo burgalés para intentar captar el voto de los lugareños para su partido (que suponemos es el PSOE) y llegan al pueblo del Sr. Cayo que los deja completamente desarmados con su conocimiento del campo, del tiempo, con su visión de la vida y su manera de enfrentarse a la realidad. A Cayo lo que ellos vienen a contarle no le importa nada, está mucho más allá de ellos, de las elecciones, del partido. Delibes no idealiza el campo ni idealiza a Cayo. No oculta su machismo, los odios enconados que habitan en los pueblos y que perduran durante años representados con terribles actor de crueldad y desprecio, la pasividad y el rechazo al cambio. La vida en un pueblo no es idílica, no es un edén perdido al que el habitante de la ciudad debe volver para reencontrarse con todo lo bueno que ha perdido en la vida urbana. Delibes retrata las miserias rurales al mismo tiempo  que demuestra el valor de vivir en contacto con la naturaleza, de conocer el entorno que nos rodea, de la vida sencilla, más sencilla que en las ciudades que no quiere decir que sea ni más fácil ni menos interesante. 

Dos cosas me han llamado muchísimo la atención. La primera de ellas es que los personajes  de los jóvenes – Víctor y Rafa–  han quedado completamente pasados de moda. La manera en la que hablan, la ropa con la que te los imaginas, el coche que conducen, las cosas que dicen, la proclamas que enuncian para conseguir el voto, huelen a naftalina, a pasado de moda. Son la modernidad pero es una modernidad de 1970 que, ahora mismo, nos chirría. Cayo, sin embargo, sigue siendo actual, no ha pasado de moda ni lo que dice ni cómo lo dice. Aún quedan Cayos, pocos, pero lo que significa sigue teniendo mucho sentido. El segundo aspecto que me ha sorprendido es el feminismo de Delibes, no me lo esperaba. El personaje de Laly es, con mucho, el más interesante de la novela. Su actitud frente a Cayo está en el justo medio: le respeta por lo que sabe y por lo que es pero no se deja engatusar por él. La postura de Cayo hacia su mujer «la única manera de tratar a una mujer es ponerle una almohada en la cara» lo coloca como representante de todo lo que ella rechaza pero no se enfrenta a él, no sé si por miedo o porque sabe que Cayo es un producto de otra época y que no podrá cambiarlo. Sin embargo, frente a las actitudes profundamente machistas de sus compañeros no se calla y les echa en cara actitudes que ahora, cuarenta años después, seguimos viendo día a día.  La mujer de Cayo es muda, algo muy simbólico pero Laly no se calla frente a sus compañeros. 
«El Partido me dirá que sí, que muy bien, que todo eso de la reivindicación de la mujer es positivo, el rollo de costumbre. Pero, a la hora de la verdad, ¿qué? Encogimiento de hombros y sonrisas condescendientes, eso es lo que nos da el partido. No te engañes, Víctor, nuestra lucha se acepta como un coñazo social; no nos lo tomamos en serio más que cuatro docenas de mujeres.»
Ahora no somos  cuatro docenas de mujeres pero la condescendencia y el considerar el feminismo un coñazo social lo vivimos cada día. Delibes profético. 

Escriña, teso, hornilla, dijo, carrasco, humenón, tetón, gárgol, hornera, malrotar, coral, recial, escales, campera, baribañuela. Qué placer descubrir palabras y su significado, que angustia pensar que pronto desaparecerán porque ya no habrá nadie que las use ni nadie que las escriba.  

No voy a recomendar leer El disputado voto del Sr. Cayo porque quiero creer que los descerebrados que leéis estos posts tenéis suficiente criterio como para saberlo pero volved a leerlo o descubrid los que no habéis leído. Y, también, si tenéis un rato echad un ojo a este documental que es estupendo para descubrir a Delibes en su casa. «¿Cómo pasa los días Miguel Delibes?» le pregunta el entrevistador. «Quejándose» contesta él. 

Siempre Delibes. 

Estuario de la escritora portuguesa Lidia Jorge (con traducción de María Jesús Fernández) fue la segunda lectura del mes y ahora que estoy haciendo estas reflexiones sobre lo leído me doy cuenta de que ambas lecturas están encadenadas. Estuario  cuenta el desmoronamiento de una importante familia de armadores portugueses, un padre y cinco hijos,  que por distintos avatares lo pierden todo menos dos barcos y la casa familiar en la que se reúnen. A través de las historias de cada uno de ellos vamos reconstruyendo su historia pero llevan la voz cantante Edmundo, el hijo pequeño, que acaba de llegar de los campos de refugiados de Siria con tres dedos de una mano mutilados, Charlotte a cuya historia de amor con un hombre mayor que ahora está en el gobierno culpan los hermanos de su desgracia y Sebastián, un abogado brillante y adinerado que lo ha perdido todo y que vive obsesionado por su caballo. Los otros dos hermanos, Joao y Alejandro tienen menos presencia en la historia. 

La novela tiene un comienzo muy duro, melancólico, preciosista y sinuoso que desemboca en una parte central bastante más dinámica en la que sin abandonar nunca ese tono melancólico que siempre identificamos como algo tremendamente portugués todas las piezas van encajando. La pena es que al final acercándose al climax, la novela se deshilacha y muere. 
«Mándela a un banco, Custodio Galdeano. Usted y yo ya no tendremos tiempo de verlo, pero dentro de unas décadas las ciudades, las naciones, los países, no contarán nada. El mapamundi estará dividido de acuerda con las siglas de los bancos y la paz, si la hay, también.»
Estuario es también una novela sobre desapariciones, sobre modos de vida que se pierden, sobre el paso del tiempo borrando lo que damos por seguro, lo que creemos inmutable. 

Y sin hacerlo a propósito ni tenerlo pasado llegué a otra historia sobre el campo y lo que desaparece, esta vez en formato tebeo y ambientada en el campo francés. Rural. Crónica de un conflicto de Étienne Davodeau  (con traducción de Raúl Martínez Torres) fue mi siguiente lectura. En este volumen del dibujante francés se cuentan dos historias paralelas, por un lado la vida en una explotación ganadera de vacas lecheras con denominación bio y, por otro, la construcción de una autopista cerca de las tierras en las que la explotación se ubica pero que a los que de verdad afecta es a una joven familia que había comprado una propiedad hacia unos años. La maquinaria del estado les pasa por encima y se quedan sin ella. Su indefensión frente a la administración es terrible. Con respecto a la explotación ganadera, Davodeau sigue aquí el mismo esquema que repetirá posteriormente con el mundo del vino en Los Ignorantes. Durante un año entero se convierte en la sombra de los tres ganaderos para conocer de primera mano las tareas, los trabajos y las dificultades que este tipo de actividad conllevan. Para mi gusto y probablemente porque aquí es donde lo intenta por primera vez, en Los Ignorantes está mucho mejor conseguido el equilibrio entre informar, entretener y emocionar. Aquí, a ratos, casi parece un documental o un reportaje de televisión dibujado.  
«Me molesta cuando la gente dice que come bio solo por cuestiones de salud. Pero nosotros no lo hacemos solo por eso. El objetivo de nuestros trabajo es, en primer lugar, encontrar una manera de producir comida para todos sin perjudicar el medio ambiente. Buscamos una técnica que las generaciones siguientes de agricultores pueda seguir utilizando sin problemas ¡y eso es imposible con las técnicas convencionales! [...] Comprar y comer bio no debería ser un planteamiento de precaución individual sino el apoyo a una idea de inspiración colectiva a largo plazo... y si todos coméis bio, todos produciremos bio y entonces viviréis en un entorno realmente mejor para nuestra salud».

Sobre El verano que mi madre tuvo los ojos verdes de Tatiana Tibuleac  del que solo tengo una cosa que decir: «Yo remaba como un pene en un barreño». Huid. 

Tras el horror rumano llegué a otra historia de tiempos perdidos y recuerdos en blanco y negro, un remanso de buen gusto y buena literatura, las memorias de la pintora Amalia Avia De puertas adentro. Hace un par de años y por motivos laborales que no vienen al caso conocí a uno de sus hijos, Nicolás. Él me buscó en redes, comprobó que me gustaba leer y me mandó este libro diciéndome que su madre había sido una mujer muy interesante y que había escrito un libro precioso. Yo, en mi ignorancia, no sabía quien era Amalia Avia y bueno, leer libros de madres siempre es un riesgo que prefiero no correr así que lo dejé en mi mesa. Hace un par de semanas, en una de esas casualidades cósmicas que me ocurren de vez en cuando,  pasó por mi twitter una mención a este libro, me acordé de él y pensé que era el momento. Bueno, además de esta mención había investigado un poco y había descubierto la pintura de Amalia y me pareció que, a lo mejor, me estaba perdiendo algo. 
«Ahora ya, no sin cierta vergüenza, dejo ver lo que ha sido mi vida de puertas adentro. Una vida, desde luego, llena de puertas: las puertas de las casas que veía y cuyo interior siempre quería conocer, las puertas de las tiendas y de los garajes que no me he cansado de pintar, las puertas de tantas casas donde he vivido, las puertas de las habitaciones que tristemente fueron clausurándose en la casa de mi madre o, en fin, todas las puertas que, espero que por mucho tiempo, aún me queda por rebasar».

Amalia Avia nació en Santa Cruz de la Zarza (Toledo) en 1930 y en estas memorias nos lleva a conocer su vida, desde antes incluso de que ella naciera, presentándonos a sus abuelos, sus padres, sus tíos, hasta la muerte de Franco. La primera parte, mucho más extensa, me ha encantado. Amalia recuerda Madrid antes de la guerra y durante, cuando pasó casi tres años sin salir del piso entre la calle Alcalá y la calle Goya por miedo a las represalias (su padre fue asesinado días después de comenzar la guerra en Santa Cruz). Al terminar la contienda y por la enfermedad de sus hermanos y la situación de inestabilidad, la madre decide volver a Santa Cruz donde encuentran la casa familiar saqueada y destrozada pero donde pueden empezar una nueva vida. Para Amalia salir de Madrid fue un drama pero sus recuerdos de aquellos años están llenos de detalles y de la seguridad que da en la infancia la sucesión interminable de rutinas que se repiten año tras año y que parece que no se perderán nunca. Las memorias de juventud cuando se establece en Madrid son también muy interesantes, ese Madrid de los años cincuenta, en blanco y negro, el Madrid de los guateques, y sus años de inicio en la pintura con todas sus inseguridades. 

Llega después el retrato de su vida adulta,  como pareja de otro pintor, Lucio Muñoz, y como  pintora con cuatro hijos, conviviendo con los intelectuales de la época. Esta última parte se vuelve menos melancólica, más esquemática y enumerativa pero igualmente interesante porque Amalia, con estas memorias, te permite observar, entender y comprender su vida. Reconoces en la Amalia pintora a la Amalia niña que jugaba en los pasillos de su casa en un Madrid sitiado. Es un libro muy intimo, como  asomarte al álbum de fotos de un desconocido. 
«Me tocó ser hija cuando la razón de los padres jamás era puesta en tela de juicio. [...] Me ha tocado ser madre, en cambio, cuando los hijos, como el cliente siempre tienen la razón. Hagan lo que hagan, siempre habrá un condicionamiento que lo justifique, e incluso no es extraño que se culpe a los padres de la actuación de los hijos. Acepto mi culpabilidad en el fracaso, pero de ahora en adelante voy a exigir que m den también un papel en el éxito». 
He terminado el mes pasándolo en grande con Un paseo por el bosque de Bill Bryson (con traducción de Pablo Álvarez Ellacuria) paseando por el sendero de los Apalaches en el este de Estados Unidos. De Bill Bryson poco puedo añadir más allá de que es siempre un placer leer sus libros. En todos se aprende, en todos entretiene y en todos tiene un sentido del humor muy personal que probablemente haya a alguien a quien ofenda (pues no respiro) pero que a mí me encanta. En este libro decide recorrer un sendero de montaña que en su longitud total tiene más de 3.000 kilómetros entre Georgia y New Hampshire. En realidad no lo recorre en su totalidad porque se da cuenta de que es tarea imposible pero lo va haciendo a tramos. La primera parte en la que va acompañado de un amigo  dio lugar a una película con Robert Redford y Nick Nolte. Además de las penurias y el sufrimiento que pasan, Byrson va intercalando historias sobre las montañas, sobre geología, sobre fauna y flora, sobre el desastroso trabajo que el Servicio Forestal Americano está realizando y que está acabando con el bosque y con anécdotas sobre las ciudades y pueblos en los que paran a descansar. ¿Qué puedo decir de En el bosque? Pues que se lee muy a gusto en el sofá, sin sufrir, y pudiendo consultar en internet para ver los paisajes y los lugares que recorre el sendero. 

Y con esto y un bizcocho, hasta los encadenados de febrero ¡mes de mi cumpleaños!



martes, 28 de enero de 2020

Doce años de Cosas que (me) pasan.





En estos doce años he aprendido que a escribir se aprende escribiendo y que cuanto más escribo más consciente soy de no hacerlo bien. Ahora me siento a escribir con más respeto y muchísimo más miedo que aquella tarde del 28 de enero de 2008. Ahora soy más consciente de lo que no sé contar, de que me faltan las palabras, de que carezco del vocabulario necesario para hacerlo mejor, de que no se distinguir las subordinadas, de que necesito un diccionario de sinónimos. He aprendido que mis ideas cambian. Siempre supe que no soy un ejemplo de coherencia, (recordemos que no me gusta el pollo si parece pájaro pero me encanta el pollo empanado), pero ahora sé con certeza que he cambiado de opinión con respecto a cosas que pensaba hace doce años y que cambiar de opinión está bien, que no es una rendición. En lo que no he dado un paso atrás es en enunciar mis opiniones con rotundidad, con una rotundidad que, a veces, molesta. La parte buena es que luego me trago esa rotundidad y digo: estaba equivocada. He aprendido a maquillarme. un logro impensable hace doce años. Distingo un iluminador de un corrector y no me da miedo pintarme los labios. Las sombras de ojos continúan siendo un misterio insondable pero tampoco me preocupan los párpados caídos. He aprendido que camino inexorablemente a ser un clon de mi madre. He tenido que abortar mi plan de dejarme el pelo blanco porque hice unas pruebas y mis amigos me dijeron: «¿estás preparada para ser tu madre?». No lo estoy. Lo que sigue igual es mi  lucha constante para no ser como mi madre. Hay cosas en las que me gustaría ser como ella pero son inalcanzables para mí porque ella es McGyver y yo no sé ni envolver un libro sin acabar con el celo pegado en la ropa. En estos doce años he reafirmado una idea que aprendí nada más empezar este blog: algunas verdades dejan de serlo con el tiempo pero eso no las convierte en mentiras. He descubierto que llega un momento en tu vida en que eres consciente de estar haciéndote mayor y que es algo que ocurre de la noche a la mañana. Pasas de vivir como si tuvieras todo el tiempo del mundo a vivir con un cronómetro en la mano y haciendo listas mentales de las cosas que ya no podrás hacer o que no volverás a hacer. En algún momento te gustaría que el calendario de la pared no se pasara de fecha, que fuera eterno. En esta docena de años he comprobado que los electrodomésticos ya no son como antes y conspiran contra los humanos. Da igual el dinero que te gastes pensando «es para toda la vida», no lo será. Será para un tiempo que te parecerá increíblemente corto para la inversión que has hecho. Además, cuando uno decida morir convencerá a los demás de que se marchen con él, de que ya han hecho todo lo que tenían que hacer en esa casa, de que deben partir hacia un lugar mejor. Por el contrario, el horroroso adorno que algún familiar te trajo de un viaje a las chimbambas es indestructible y no consigues echarlo de casa por mucho que lo intentes. He aprendido que el  mundo cambia más rápido de lo que creía y que nunca se debe dar algo por sentado, que la sensación de seguridad en la que nos instalamos es una ilusión. Hace doce años pensaba que hoy, ahora, en 2020, la vida sería más o menos igual, que yo sería la misma. En 2008 no había whasap, ni Netflix, ni Instagram,  usábamos el plástico alegremente,los padres, en España, tenían cuatro días de permiso por nacimiento de hijo y nadie escuchaba podcasts. Todavía creíamos en la prensa y pensábamos que los periódicos sobrevivirían. En 2008 yo tenía treinta y cuatro años, dos niñas pequeñas, un marido y una hipoteca. Solo conservo la hipoteca, tengo casi cuarenta y siete, mis hijas son mujeres y mi marido es el mejor ex marido del planeta. Sin embargo, algunas cosas permanecen siguen sin gustarme las alcachofas y mantengo el único filtro que me puse para escribir cuando empecé.  También mantengo el mismo trabajo, acabo de recordarlo. Una certeza absoluta que me han dado estos años es saber que tu trabajo no te define y que nadie nunca es imprescindible. 

En doce años he escrito mil novecientos setenta y cinco posts y dos libros. He hablado de más de seiscientos libros. He hecho radio, he ido a la televisión, casi gané un premio y he conocido a muchísima gente estupenda. He tenido anónimos tocacojones que todavía colean por ahí y he hecho grandísimos amigos. A pesar de todo eso el principal valor que Cosas que (me) pasan es la satisfacción que me da a mí escribirlo. Como dije el año pasado «me gusta escribir sin urgencia, sin motivo, sin presión, simplemente porque puedo hacerlo como me de la gana, porque esto es mi casa y estoy a salvo». Quiero creer también que en algún momento este blog, lo que escribo,  a mis hijas les servirá para saber quién era yo además de su madre. Podrán leer aquí como era mi relación con ellas, como se vivía con ellas desde el otro lado. (A lo mejor dentro de doce años sé algo más sobre esto)  

Hoy Cosas que (me) pasan cumple doce años y lo voy a celebrar cambiando la cabecera de este blog con un diseño que me ha hecho Ximena Maier, cuya amistad es una de las mejores y más divertidas sorpresas que me ha traído el mundo de las redes sociales. Mil gracias, Ximena. 

Muchas gracias a todos y ¡felicidades! 

domingo, 26 de enero de 2020

Goya 2020: despelleje

Vamos a descubrir la pólvora, muchos me dicen: me encantan tus recomendaciones de libros, me río mucho con tus cosas, tus reflexiones son como si las pensara yo, gracias por los podcasts pero lo que de verdad gusta, lo que requetechifla, lo que todos esperáis con ansia viva son los despellejes. Viva la frivolidad, la tontuna y las risas.

Vamos a ello aunque no está fácil porque si hay algo que defina la alfombra roja y la gala de este año es ABURRIMIENTO. Haré lo que pueda.

Este año la gala fue el catálogo de vestidos de primera comunión para la temporada primavera verano 2020: todas de blanco pero no de blanco y radiante, de blanco sopor la mayoría y de blanco horror unas cuantas.

Paz Vega de aburrimiento inmaculado. He leído por ahí que el vestido es muy elegante, el colmo del estilo y blablabla. A mí me parece aburrido. Lo ves y antes de darte cuenta se te ha olvidado. A Marta Nieto le pasa lo mismo, va vestida de aburrimiento. Van perfectas, bien vestidas, peinadas y maquilladas pero te dejan fría. No sé porqué pero me está viniendo el recuerdo de cuando yo iba a fiestas de puesta de largo (Flipad con mi viejunismo y el pijismo de mi colegio) y siempre había gente perfecta a la que admirabas 10 segundos y luego olvidabas para siempre. Además los pies de Marta Nieto me dan ternura, parece que dice «¿estoy así bien?»

Clara Lago lleva un vestido elegante, un vestido curioso que a mí me recuerda a las paredes de las salas de fiestas de los años 20. Pero la traigo al despelleje como ejemplo de alguien que no huele un carbohidrato desde 1998. Eso sí, pendientacos. Sospecho que esa sonrisa tan natural es necesaria para mantener la tensión facial indispensable para que no se te descuelguen las orejas pero ¡qué sabré yo!

Ni una gala sin su escobilla. Ni una alfombra roja sin su pavo real.  Es evidente que la gente maneja los volantes y las plumas alegremente, sin profesionalidad y claro, sale mal.

Belen Rueda va de azul . Azul innecesario, azul princesa Disney, azul cristalería sin estrenar que mi madre tiene a la venta en Wallapop y nadie quiere comprar. Va de azul Frozen que es lo que mejor la define porque está así, congelada, cada año parece que ha salido de la cámara en la que vive para aparecer en la alfombra roja disfrazada de pseudo diva de los años 40 y le sale mal. Lo intenta pero no. ¿Y los guantes queriendo ser mangas? ¿O son mangas que quisieron ser guantes? Yo creo que si se estiran bien consiguen ser cuello vuelto.

Greta Fernández de blanco "sois basura". Estoy en contra de las sonrisas forzadas pero la cara de «estoy aquí pensando en como asesinaros a todos y prender fuego a este garito» me parece un poco innecesaria aunque no tanto como pegarte perlas por la cara.  Algún día deberíamos abrir el melón de todos esos estilistas que hay por detrás convenciendo a todas los famosos de tomar decisiones espantosas. Si esos estilistas alguna vez se dedican a algo más interesante que decidir si se llevan las perlas pegadas o el pelo lamido podrán dominar el mundo.

Eduardo Casanova de blanco "parto la pana con lo original que soy". Yo le miro y mi máxima inquietud es saber la utilidad de los guantes de plumeti y si cuando llegue un poquito "cansado" a la habitación morirá ahorcado intentando quitarse tanto trapo colgón.

Dulceida y Silvia Abril iban disfrazadas de cama. Lástima que no salgan en ninguna foto juntas porque podría haberla titulado "Habitación doble".  Ana Castillo de blanco "tú tira que la cremallera cierra". Cuanto más miro la foto menos entiendo el vestido. Toni Acosta de blanco sopor.

Todos en pie. Nieves Álvarez de superdiosa una vez más. El vestido verde esmeralda a juego con los pendientes, el bolso y sus ojos es una pasada.  En ese vestido te quieres quedar a vivir, taparte con él en el sofá mientras lo acaricias, dormirte abrazada a él, ponerle el desayuno, dejarlo acostado en el sofá sabiendo que cuando vuelvas de trabajar estará ahí esperándote. Ese vestido puede ser tu mejor amigo.

Bárbara Lennie desbloqueando el logro "voy a ponerme algo sin mucho sentido que me siente de angustia". Muy bien, Bárbara, pasas al siguiente nivel.

Tamara Falco de homenaje a Las Meninas llevando el concepto "color carne" a una nueva dimensión.

Raquel Silva de madrina de boda de pueblo moderna.

Detengámonos ahora en el genio del mal que ha conseguido que un bellezón como Sara Sálamo vaya hecha un esperpento. Lleva un modelo "todo mal" en negro brillante al que no le falta nada para sentarle de angustia. Por delante parece una faja "todo comprensión, todo lo coloco" de "Lencería Puri, complementos para la mujer". Por detrás no lo entiendo.  Sara, desde el cariño, nadie está tan bueno como para aguantar ir disfrazada de cucaracha.

Penélope  rollo "Save the turtles" vestida de gran barrera de coral. He leído grandes cosas sobre este vestido, a mí no me gusta.

Maribel Verdú entusiasmada.

Silvia Abascal es Bill Murray en el Dia de la Marmota. Yo creo que solo vive en este día. cada mañana se levanta y es la gala de los Goya, cada mañana se levanta y tiene un vestidazo ideal que ponerse, va a la fiesta, pasea por la alfombra, todo el mundo le dice que es la más elegante, ella dice «ah, jajaja, por favor, eso es fácil con estos vestidos que me prestan» y se va a casa. Al día siguiente se levanta y ¡alehop! otra vez es la gala de los Goya, otra vez el vestidazo, otra vez "ay, jajaja, por favor, eso es fácil con estos vestidos que me prestan» y a dormir.

A la acompañante de Jaenada me temo que Oscar no le hace ni puñetera gracia.  «Para una vez que me invitan a los Goya y tú haciendo el mamarracho y llamando la atención».

Angela Molina, señora, de «yo y mi llama, pues llama se llama» .

Marta Etura de tristeza. La miro y pienso en un amanecer después de una noche de fiestas con una mesa llena de copas de champán ya sin burbujas.

Njawa va de blanco "todo me la sopla, despliego las velas y salimos hacia alta mar"  El vestido o lo que sea que lleva puesto es horroroso de feo, inexplicable y no le favorece absolutamente nada pero ella lo lleva tan feliz así que bien, estoy muy a favor de me pongo lo que me sale de las narices y me lo disfruto.

Goya Toledo sin peinar y con bolsillos. Ya solo le falta llevar un vestido con un escote compatible con la vida normal para estar completamente como en casa.

Hoy en Bricomanía, Lucia Jiménez viene a enseñarnos como coger una tela preciosa y usarla para hacer un vestido espantoso.

Julieta Serrano, todos en pie.  Y Benedicta de blanco "ya quisierais todos llegar a mi edad siendo así de elengante".

«Hola, somos Los Javis, y creemos que el afán por llamar la atención se nos ha ido de las manos».

Cristina Brondo amortajada.  Por lo menos no pasaría frío.

Bárbara Santa-Cruz de hombre invisible.

Ana Turpin de blanco con apliques de pared. Marisa Paredes de blanco "no os asustéis, niños. Soy un fantasma bueno"

El vestido de Malena Alterio me gusta (aunque yo nunca podría ponérmelo). Si ya se me hubiera peinado hubiera ido divina pero supongo que no quiso dejar solo a su hermano en el desarreglo capilar. Ernesto ¡córtate el mocho!

¿Sabéis esa sensación cuando entras en un Women Secret o en Oysho y empiezas a mirar ropa y piensas «¿esto es para estar en casa o para salir»? Pues Nadia De Santiago también le ha pasado.

Mi hombre preferido de la gala es Luis Tosar (id todos a ver Intemperie), está guapo, está señor y va elegante. María Luisa Mayol va de cubierta de neumático. Entre los hombres me gustó Álvaro Morte aunque ¿por qué terciopelo? Incluso Jon estaría mejor sin terciopelo.

Eva Marciel de "Pero Murcia qué hermosa eres".

«Nuestras cámaras captan el momento en el que Irene se da cuenta de que va hecha un esperpento»

¿Qué pasa si mezclas unas gotitas de Curro Jimenez, con unas gotitas de Morante de la Puebla y un chorretón de domador de circo? Que te sale un Antonio Velázquez. 

Niños, no seáis nunca Alex de Lucas. Ni Fran Perea. 

Paco, Paco, Paco... ¿Por qué innovas? ¿Qué necesidad tienes? Con lo guapísimo que estabas el año pasado. Sé que hubiera sido abusar pero te lo hubiéramos agradecido taaanto.

Tenemos un año entero para superar el aburrimiento y el sopor que han sido los Goya este año. La gala fue tan horrible que lo ha dejado facilísimo para que el año que viene sea buena pero no contéis con ello. Avisados estáis.

Y con esto y todo los carbohidratos que no se comieron en los Goya, hasta los Oscars.