viernes, 13 de diciembre de 2019

La casa y los trapos

Varios trapos de cocina de un color indefinido  que alguna vez fue blanco y que nunca están dónde los buscas cuando te das la vuelta con las manos mojadas o llenas de restos de harina. Trapos que han ayudado a recoger cafés derramados, manchas de tomate frito y vomitonas inesperadas. Trapos con dibujos de tenedores, con frutas y verduras borradas, con «recuerdo de Portugal» estampado en letras todavía legibles a pesar del millón de lavados. Un taper sin tapa. Una tapa sin taper. Tarros de cristal con las tapas desparejadas. Un molde de bizcocho que cada vez que abres el armario grita «por favor, sácame de aquí, haz de mí un cacharro útil». Un marco con la foto torcida, has perdido la cuenta de todas las veces que has pensado «mañana la coloco». Una fotografía que ni siquiera te gusta. Una llave que no es de ninguna puerta pero que no se tira por si acaso es la entrada a Narnia o la manera de escapar. Dos ruedas de cochecito de juguete. Una cabeza de clic. Bolsas de botones de repuesto de ropa que ya no tienes. Una percha en la que la ropa se cae. Un jarrón que no se sostiene. Velas casi consumidas imposibles de encender que se aferran a sus portavelas. «Mañana miro en internet como fundirlas para sacarlas de ahí». Una bombilla de luz azul «Caroline sigue la Luz», comprada por error, en una lámpara que nunca se enciende precisamente porque tiene esa bombilla. Pilas usadas esperando ese viaje al contenedor que nunca llega. Tres paraguas, un bastón, un par de muletas para prestar y necesitarlas tres días después. Un cajón con fotos. Demasiados papeles por ordenar. Panfletos de Carrefour. recibos que dejaste ahí pensando «para que no se me pierdan» y ahora ni siquiera recuerdas de qué son. Una lata de melocotón en almíbar. Borrador mágico de paredes, recuerdo de cuando tus hijos eran creativos en tus paredes. Un cinturón demasiado grande. Otro demasiado ancho. Uno que no sabes cómo ha llegado a tu armario. Un enchufe con ladrón en el que solo hay un aparato enchufado. Marcapáginas sin libro. Un calendario. Bolis que no pintan. Listas de la compra que han esperado todo el verano para volver a encontrarse contigo en el fondo de ese abrigo. Calcetines desparejados. Pinzas de plástico que se rompen y que te juras no volver a comprar. Trapos de cocina limpios, sin estrenar, al fondo de cajones que casi nunca se abren. Trapos de cocina comprados para sustituir a los de color indefinido que no consigues limpiar pero que tampoco se tiran porque... no sé porqué pero nos pasa a todos. 

No me fió de una casa en la que no hay algo de todo esto. Sospecho que es un piso piloto o un escenario de IKEA. 


lunes, 9 de diciembre de 2019

Sobre Greta

Vaya por delante que creo sinceramente que Greta debería volver a su país, a su casa, a su barrio, a su colegio para volver a ser una niña de dieciséis años preocupada y comprometida pero alejada del maremagnum de los medios de comunicación y el escrutinio público. Vaya por delante que creo que sus padres son unos irresponsables y que por muy orgullosos que estén de ella, creo que se les ha ido todo un poco de las manos y que debería protegerla de un entorno que se ha vuelto completamente hostil hacia ella. Vaya por delante que creo que los medios de comunicación han sobre explotado a Greta y con esto han demostrado una vez más, que más que en favor de la información buscan el espectáculo. ¿Un experto en cambio climático dando la información? Menudo rollo, ni hablar de sacarlo en portada. ¿Una niña de dieciséis años con síndrome de Asperger? Portada contando segundo a segundo todo lo que hace y dice, escrutándola. Vaya por delante que hay muchísima gente, muchas personas en todo el mundo intentando que toda la sociedad, todos nosotros, se preocupe por el medio ambiente, por contaminar menos, por consumir con cabeza y no a lo loco, por darnos cuenta de que solo tenemos este planeta. Hay miles de activistas en todo el mundo que merecerían la atención mediática que tiene Greta y no la tienen y es injusto. Correcto. 

Dicho todo esto, ¿Qué problema tienen ciertos adultos, hechos y derechos, para dedicarse a insultar, a reírse de una niña? ¿Qué les pasa en la cabeza? ¿Qué tara tienen? Estoy tentada de decirles «pensad que os parecería si vuestro hijo o hija estuviera comprometido con cualquier causa y otros adultos se rieran de él o ella, la atacarán, la ridiculizaran» pero no quiero decirlo porque no se trata de no hacer eso porque no te gustaría que se lo hicieran a tu hijo. No se insulta, humilla, ridiculiza ni se hace burla de una niña. Nunca, jamás. 

¿Qué le pasa a toda esa gente que acusa a Greta y a los adolescentes de incongruentes? «Sí, si, mucho preocuparse por el planeta pero tuitea» ¿Se puede ser más bobo? Los adolescentes y los jóvenes son incongruentes, claro que sí. Quieren cambiar el mundo y a la vez se preocupan de cosas materiales de las que los adultos creemos que podrían prescindir y probablemente sea así pero ¿Qué es esa superioridad moral de exigir a la gente que sea un bloque de coherencia irreprochable a todas horas? Como tienen movil no pueden manifestarse por el cambio climático, como en su casa hay calefacción no es verdad que les preocupe el calentamiento global y así con todo. Sí, son incongruentes como lo somos todos. Exigir pureza espiritual a los demás es la mejor excusa para que nada cambie, sobre todo nosotros. «Como el otro no es puro, su causa está adulterada y por tanto no tengo porque seguirla» es el calmante de las conciencias de los que no quieren que nadie les recuerde, y menos una niña, que hay cosas que deberíamos cambiar. ¿Quién se ha creído que es la niñata esta para decirme a mí cómo vivir? 

Greta ha conseguido que hablemos del cambio climático, que nos plateemos cuánto contamina el avión que cogemos, como son de innecesarias las pajitas de plástico, cuánto consume nuestro coche, que nos preocupe a dónde va lo que tiramos alegremente al cubo de la basura. Ha conseguido que todo eso sea portada, que lo hablemos, que se lea, que se escuche y que muchos jóvenes, esos del móvil y la incongruencia, se preocupen por ello. 

Algunos parecen querer niños prodigio a los que bailar la gracia, que vayan a Masterchef, que jueguen al fútbol, que sean actores. Niños prodigios que sean monos de feria para divertirles y hacer mejor a sus equipos pero no quieren una niña inteligente que les hagan plantearse, con lo que dice y lo que hace, su estilo de vida. 

Greta tiene que volver a casa pero no porque a los gañanes maleducados les moleste verla o escucharla, sino porque es una niña y merece volver a tener vida propia.



jueves, 5 de diciembre de 2019

El adolescentismo y su curiosa valoración de la realidad

Si Pixar hiciera una película sobre virtudes y defectos, otra, voto porque el egoísmo tenga aspecto de adolescente. El adolescentismo es esa etapa de la vida en la que te descubres a ti mismo y te encuentras por igual fascinante y espantoso en una montaña rusa de sensaciones que no descansa. Ser adolescente es durísimo porque pasarte el día pensando solo en ti en lo que tú quieres, lo que querrías y no tienes, lo que tienes y no quieres (los plastas de tus padres, por ejemplo), lo que puedes hacer y lo que te gustaría hacer es una espiral de egocentrismo que conduce al más absoluto de los egoísmos. En tu vida solo estás tú y tu circunstancia. 

Con los cambios hormonales del adolescentismo se produce también una subida brutal de los niveles de egoísmo, las hormonas provocan granos o pelo graso o cambios en la voz y el descontrol del egoísmo conduce a procesos mentales de evaluación de la realidad claramente contradictorios. Elegir no recogerse el pelo nunca, no comer pimiento (o intentarlo), rechazar las mandarinas por sistema, no llevar nunca falda o vestido o salir de la ducha con la toalla en la cabeza como si fuera un monje son gustos personales muestras de su personalidad. «Mamá, es que no somos como tú, tenemos nuestros gustos». Por supuesto, tú aceptas todos esos gustos sin decir ni mú o mordiéndote la lengua. (Nota importante: en el adolescentismo todo lo que digas SERÁ usado en tu contra. Nunca es más valioso el silencio como respuesta que en el adolescentismo). 

Por el contrario si el progenitor insiste en cosas tan básicas como cerrar la puerta del baño o no acumular rollos de papel  higiénico vacíos encima del taburete del baño, esas peticiones se valoran como afrentas a la idiosincrasia adolescente. «Mamá, por favor, eso es una manía y  las manías hay que superarlas».  Si se te ocurre insistir en esas "manías", te encuentras con que el adolescentismo está ofendidísimo porque «no nos dejas vivir tranquilas con esas manías absurdas» 

El adolescentismo tiene también una capacidad extraordinaria para valorar cualquiera de sus logros, por mínimo que sea, con un reconocimiento al lado del cual un Premio Nobel parece el rasca y gana de la tapa de un yogur. «Mamá, ya te vale, hoy he vaciado el lavaplatos y no me has dado las gracias ni me has dicho nada». Por supuesto este enorme reconocimiento a sus logros sale de considerar que todo lo que los progenitores hacen son minucias que, además, a los padres no cuestan ningún tipo de esfuerzo. Así que en su escala de valores, vaciar un lavaplatos a media carga merece ser premiado con el sueldo nescafé para toda la vida, una placa conmemorativa y una estatua ecuestre y que tú te levantes un sábado a las siete menos cuarto de la mañana para llevar a tu adolescente a un partido de fútbol en el último pueblo de tu provincia merece un «que sí, que vale, que si te vas a poner así prefiero que no me traigas» cuando sugieres que a esas horas el rap no es lo que más te apetece escuchar. En esta escala tan confusa de valores nos encontraríamos con el caso particular de las notas el colegio: un 3 es siempre culpa de otro y por supuesto tú no puedes enfadarte por ese mal resultado académico ni mucho menos tomar medidas, pero un 7,5 es un logro que merece, cuando menos, un viaje a Italia o un apartamento en la playa.  

Otro ejemplo interesante de disfunción en la apreciación de la realidad es que la empatía solo funciona en una dirección. «Mamá, somos adolescentes, ponte en nuestro lugar, acuérdate en como eras tú y entiéndenos» es un mantra que repiten constantemente con la aviesa intención, sospecho, de hacerte sentir mal y recordarte que tú no quieres ser como fue tu madre cuando eras adolescente. El problema es que esa empatía, ese ponerte en el lugar del otro, no funciona en sentido contrario. «Chicas, me encantaría que me acompañarais a esta exposición, o a ver esta película. Me hace mucha ilusión ir con vosotras» les dices apelando a su empatia hacia ti y tus sentimientos. «Puff, mamá, ni hablar, no nos apetece nada» «Ya, bueno, poneos en mi lugar, acordaos de cuando me pedís algo y yo trato de entenderos», «No es lo mismo, ¿quieres que seamos desgraciadas y hagamos algo que no queremos?» Como he dicho antes, lo mejor es callarse porque lo que quieres contestar es «Ahora mismo lo que querría es fastforward a dentro de diez años y veros marchar de casa para ser independientes y vivir con vuestras manías alegremente» pero no dices nada porque cualquier cosa que digas será usada en tu contra.  

En un solo sentido funciona también la memoria. Tú tienes que recordar absolutamente todo lo que te piden o te dicen «Mamá, acuérdate de traerme, llevarme, recoger, imprimirme....» pero ellos pueden olvidar constantemente cosas que les repites una media de doce veces al día: «Chicas, ¿os importaría cerrar la puerta del baño?». «Ay mamá, por favor, supera ya lo de cerrar las puertas, ¿Qué más te da?»

En esa futura película de Pixar, la paciencia debería estar representada por un padre de adolescentes porque nunca jamás en tu vida vas a tener que ser más paciente y morderte más la lengua que cuando convives con el adolescentismo.  


lunes, 2 de diciembre de 2019

Lecturas encadenadas. Noviembre

Noviembre ha sido un mes intenso con muchos eventos, compromisos, contracturas brutales y hasta una boda. Mi ritmo lector acusó toda esta actividad y, sobre todo, acusó el engancharme a principio de mes con una novela que no tenía que haber empezado. Al lío. 

Ya conté aquí, en la tierna infancia de este blog, mi flechazo con la novela Todo cuanto amé de Siri Hustevedt. Es una de mis novelas favoritas y siempre se la recomiendo a la gente que me cae muy bien. La leí por primera vez en 2004 y la releí con miedo en el 2014 pero me volvió a atrapar. Tras ese flechazo leí todo lo que había publicado Siri: sus primeras colecciones de relatos, sus ensayos de arte, sus nuevas novelas. Nuestro distanciamiento cada vez era mayor así que después de El verano sin hombres decidí que por el bien de nuestra relación lo mejor era no volver a tocar sus novelas ni con un palo. Ese era mi propósito pero El Ingeniero me dijo «he sacado Recuerdos del futuro de Siri Hustvedt de la biblioteca y me ha gustado mucho. La dejo aquí por si te apetece» y pensé que si le había gustado sería por algo. Tras terminarla (con sufrimiento) no sé porque le ha gustado ni cómo ha podido gustarle. 

He perdido veintitrés días de mi vida atravesando esta pseudonovela en la que una madura Siri Hustvedt o su trasunto recuerda su llegada a Nueva York en 1979 para labrarse un futuro como escritora. Allí conoce a una vecina misteriosa a la que espía compulsivamente durante meses hasta que descubre que es una bruja con un pasado muy trágico. ¿Cómo lo descubre? Porque la vecina/bruja y sus amigas irrumpen en su piso cuando ella está a punto de ser violada por un energúmeno. A partir de ese momento la novela pasa de ser aburridísima a ser aburridisima y absurda así que llegué al final leyendo en diagonal y rogando que alguien le diga a Siri que deje las novelas, que no se le dan bien y que no tiene necesidad.  

«Quería arder de inteligencia. Esto me da risa ahora. Los hombres pueden arder de inteligencia. A las mujeres no se les permiten esas sutilezas, pero yo era ingenua, e imaginé que, además de mirarme, me escucharían, oirían en mis frases la cadencia de mi mente poderosa en funcionamiento. tardé años en comprender que ésa era una premisa falsa, al menos en la mayoría de los casos, que las expectativas son lo mejor de la percepción, y que la cara de una joven es un obstáculo para que se la tome en serio, sobre todo cuando va acompañada de una actitud agresiva». 
 En esta cita Siri tiene razón. Si eres joven que seas inteligente y se te note suele traer problemas. Si eres mayor también da problemas pero aprendes a que te den igual esos problemas.

Tras este suplicio me decanté por un tebeo bonito. Era una recomendación de mi suministrador oficial de tebeos. Se llama La prórroga y es de Gibrat. La historia transcurre entre 1943 y 1944 en un pueblo francés de la República de Vichy. El joven Julian ha saltado del tren que le llevaba al frente alemán y ha vuelto al pueblo a esconderse mientras le buscan. Resulta que no le busca nadie porque el tren fue bombardeado y los gendarmes, al encontrar su documentación entre los restos del tren, creen que ha muerto.  Julian se esconde y durante un año completo asiste desde el ventanuco de su escondrijo a la vida del pueblo. Los dibujos de Gibrat son preciosos, los personajes, los colores, los detalles son tan vívidos que dan ganas de vivir en ellos, de meterse en la viñeta y sentarse en esa plaza francesa a tomar un vino con los parroquianos o caminar por la nieve en los caminos que unen las granjas. Lo único que no me gusta de Gibrat es que siempre dibuja a la misma mujer y que mientras en el resto de los personajes es capaz de captar un millón de expresiones y gestos, con la mujer que siempre dibuja como protagonista siempre tiene la misma cara: boquita roja con los labios entreabiertos y carita de que mona soy. 

Lo mejor del mes y lo más triste ha sido volver a mis adorados Cazalet. El último volumen de sus crónicas, Todo cambia, se acaba de publicar y lo cogí deseando que no acabara nunca.  Elizabeth Jane Howard nos lleva a encontrarnos con toda la familia en 1953 y en breves, muy breves capítulos, nos va contando lo que le ocurre a cada uno de ellos enfrentados a un hecho que cerrará la saga por completo (Si no lo has leído, no sigas leyendo) Es el volumen más triste porque el pasado se deshilacha, se va deshaciendo y aunque los personajes y parece que la propia autora, intentan aferrarse a él, como dice el título todo cambia y no se puede mantener el presente inalterado. La pérdida de Home Place, el lugar común, la casa de encuentro, el lugar en el que son, es un broche tristítisimo a un volumen que empieza con otro punto triste, la muerte de la Duquesita que era la unión entre el pasado y el futuro y al desparecer ella todo empieza a deshilacharse. La capacidad de E.J Howard para recrear a todos esos personajes dotados de personalidad, voz, actitud es impresionante. Todos,  desde los hermanos Edward, Hugh and Rupert hasta el último niño y la última cocinera son de carne y hueso y puedes verlos, oírlos y sentirlos. 

Terminé el mes leyendo un librito muy breve, Fe de erratas de Bibiana Candia. Conocía a Bibiana de twitter y el viernes fui a su presentación en Los editores. En ella contó como este librito surgió de una idea que, en principio, parecía buenísima, que luego resultó atroz y que terminó siendo un lego que tuvo que construir y decontruir hasta conseguir que no se desmoronara y tuviera sentido. Fe de erratas se lee en un ratito y es como jugar al Cluedo o resolver un crucigrama pero con más sentido del humor. He copiados varios párrafos en mi cuaderno pero me quedo con este que nos retrata mucho como sociedad.  

«No es la primera vez que me pasa algo así, recuerdo un error semejante, fue el día después de haber asistido a la inauguración de una exposición de fotografías sobre las torturas den alguna dictadura lejana en el tiempo y en el espacio. Una dictadura completamente lejana en el tiempo y en el espacio pero con la que fingíamos estar muy involucrados. Todo el mundo sabe que que involucrarse en todo lo que horrible que queda lejos es uno de los mecanismo clásicos para desentenderse elegantemente de los pequeñas violencias que nos rodean.
La velada transcurría con la normalidad sosegante de lo innecesario. El fotógrafo nos contó detalles terribles mientras nosotros, estupefactos, apurábamos el bufé de canapés ridículos y las copas. la nuestra suele ser siempre ese tipo de consternación comedida que no quita el apetito, civilizada y estética, perteneciente a un género que podría denominarse «gente conmovida con la boca llena». 
«Gente conmovida con la boca llena» eso somos. 

Y con esto y con la firme determinación de no volver a leer ninguna novela de Siri Hustevdt y la pena inmensa de haber salido de Home Place y decir adiós a los Cazalet para siempre, hasta los encadenados de diciembre.