jueves, 30 de noviembre de 2017

Pulse o diga uno


Marco. 

Pulse o diga los dígitos de su DNI omitiendo la letra. 

Pulso. 

Si llama usted por algo, pulse o diga uno. Si llama para que le hagamos perder el tiempo, pulse o diga dos.

Si aquello por lo que llama tiene que ver con esta lista infinita de cosas que vamos a enumerarle de manera confusa y con términos muy parecidos, pulse o diga uno. Si por el contrario aquello por lo que llama tiene que ver con esta otra lista infinita de opciones parecidísima a la anterior, diga o pulse dos. 

Si en este tercer "si" ya hemos conseguido que esté pensando en colgar porque es usted un blando, diga o pulse uno. Si, por el contrario, aquello por lo que llama le tiene tan indignado que ha decidido que va usted a aguantar como un campeón porque solo puede quedar uno como en los Inmortales y ha decidido ser usted, diga pulse o diga dos. 

Si se ha dado cuenta de que cambiamos aleatoriamente la combinación diga o pulse o pulse o diga, pulse o diga uno. Si ni siquiera nos escucha y está usted pulsando o diciendo sin pensar, diga o pulse dos. 

Si ya se ha aprendido de memoria la cuña de publicidad con la que le estamos taladrando el cerebro para que se descargue nuestra app, pulse o diga dos. Si está pensando en que si alguna vez tiene que hacer carrera como torturador está usted aprendiendo mucho de esta llamada, pulse o diga dos. 

Si se nota crecer el pelo, diga o pulse dos.
Si se ve crecer las uñas, diga o pulse uno. 

Si se ha dado cuenta del cambio de numeración anterior, diga o pulse uno.
Si está pensando que pasará si pulsa o dice cinco (por el culo te la...), diga o pulse dos. 

Si ya hemos conseguido que la cancioncita que tan cruelmente hemos versionado le vaya a provocar reflejos hostiles el resto de su vida como vulgar perro de Paulov, pulse o diga uno. Si involutariamente está moviendo el pie al compás en este mismo momento, diga o pulse dos.

Si tiene una contractura en el cuello/las manos o el hombro por sujetar el teléfono, diga o pulse uno. Si se está arrepintiendo de haber hecho esta llamada desde el fijo con cable y sueña con una cuña, diga o pulse dos. 

Si ya sospecha que no tenemos ninguna intención de atenderle, pulse o diga uno. Si está visualizando una sala enorme de teléfonos sonando, nadie atendiéndolos y una legión de personas como usted al otro lado, pulse o diga 2. 

Si su indignación ha llegado a provocarle, arcadas diga o pulse uno. Si quiere llorar de frustración, diga o pulse dos. 

Si, por fin, ha entendido el eufemismo "unos segundos", pulse o diga uno. Si ya no recuerda como era su vida antes de empezar esta llamada, pulse o diga dos. 

Soy Fulano Zutanez, ¿en qué puedo atenderle?

Si usted quiere, presa de un intenso síndrome de Estocolmo,  irse a vivir con el teleoperador que le está atendiendo porque por fin siente de nuevo el contacto humano, pulse o diga uno. Si no se fía y sospecha que es un androide, pulse o diga cuatro.  

Si usted pulsó o dijo dos en la opción anterior, ha perdido. No existía esa opción. Game over.  

miércoles, 29 de noviembre de 2017

No os salgáis de la ruta 66

Hoy hay tanta niebla que está justificado encender el antiniebla trasero. Apenas veo los pocos vehículos, casi todos furgonetas, que voy adelantando. Es la ruta 66 de La Mancha. Nadie para, nadie coge las salidas, nadie viene, no venimos aquí, solo atravesamos este paisaje que hoy está escondido. La niebla lo cubre todo pero yo sé que está ahí, al otro lado. Una inmensa llanura en la que no hay nada más que tierra seca, vides tronchadas y desolación. Es un paisaje por el que podría viajar el padre de La Carretera de Cormac McCarthy. No hay nada. He contado diez o doce casas, cortijos, caseríos abandonados. De algunos solo quedan un par de muros de adobe rojo profundo que parecen estar derritiéndose poco a poco. Otros, hechos de ladrillos, aguantan un poco más. En uno, ha crecido un árbol entre sus paredes. Algunos son enormes, y es probable que perdidos dónde no alcanza mi vista haya muchos más. Escucho City of Stars, de la banda sonora de Lalaland (Sí, a mí me gustó la peli), una canción dedicada a una ciudad llena de supuestas oportunidades. La Mancha no engaña, te deja claro que aquí no hay ninguna oportunidad ni la hubo nunca o esos cortijos, algunos enormes, estarían todavía habitados. 

De repente, la niebla se despega un poco del asfalto y una luz extraña permite ver unos cuantos metros de la carretera. Esta mañana parece un cuadro de Rothko: marrón oscuro, amarillo desesperante y blanco sucio de las nubes que corren paralelas al suelo. Aquí las nubes nunca se quedan, siempre pasan, "paralelas, vienen siguiéndome". Se me ocurre que esta autopista, con sus kilómetros y kilómetros de recta infinita le da un sentido a este inmenso espacio, una dirección, una salida de emergencia. Si permaneces en ella, si no te sales del camino conseguirás salir de aquí, llegar a algún sitio. Pienso en Griffin Dune en Un hombre lobo americano en Londres. No sé que hay a unos cientos de metros del asfalto pero soy capaz de imaginar amenazas tan aterradoras como un hombre lobo. ¿Cuánto tendría que caminar para dejar de ver la carretera y perder toda referencia de la salida de emergencia de este paisaje? 

De noche es también una ruta aterradora. Menos coches, oscuridad absoluta. La carretera iluminada es una cremallera, tengo que ir cerrándola a mi espalda para conseguir llegar a mi destino, ponerme a salvo, llegar a las luces, mientras a mi paso la oscuridad lo engulle todo. 

La niebla, la noche, la oscuridad hacen soportable esta desolación. Cruzar la ruta 66 manchega en verano es solo para valientes. Quieres llorar de tristeza, frunces el ceño detrás de las gafas de sol porque la luz es tan intensa que no quieres verla. No hay escapatoria, cae a plomo y no hay donde esconderse. Hoy, con la niebla, casi parecía querer acogerme, pero sé que es una trampa. 

No crucéis la ruta 66 y, si tenéis que hacerlo, no os salgáis nunca de ella.


lunes, 27 de noviembre de 2017

Algunos días somos felices

Paso por delante cargada con las bolsas del fin de semana y una punzada de nostalgia profunda y certera me atraviesa. No es la primera vez que lo veo, he pasado mil veces por delante pero hoy, hoy es domingo,  es la hora a la que solíamos venir aquí para terminar el fin de semana. Me paro y miro los colores dar vueltas iluminando la noche en este trocito de calle. La taza que gira, el coche de policía, el jeep, la moto, el león y, por supuesto, los caballitos. Casi espero vernos, a nosotros, esperando a que las niñas acaben los tres viajes que les dejábamos cada tarde de domingo. 

¡Qué jóvenes éramos y qué mayores nos sentíamos! Éramos jóvenes comparados con los padres de ahora, teníamos treinta y pocos y dos niñas y una casa con una hipoteca que pagaremos hasta que nos jubilemos.  Recuerdo el día que en el pasillo de nuestra nueva casa, a punto de terminar la reforma, me dijiste «Ana, ven, mira». Mirabas el pasillo embelesado y yo pensé que estabas loco, «¿Qué miras?» «Mira lo focos, ¿ha quedado bien, eh? Y es nuestra casa» Éramos jóvenes y nos sentíamos muy adultos, muy mayores, con la vida hecha. Cada domingo por la tarde, en invierno, cuando no habíamos ido a pasar el fin de semana fuera, salíamos al tiovivo. Ese paseo, atravesando las calles de chalets al lado de casa, era la manera de dar por finalizada la tarde, de hacerles ver a las niñas que cuando volviéramos tocaba baño, cena, cuento y a dormir. 

Al principio, cuando eran muy pequeñas subíamos con ellas, uno con cada una. Nos mareábamos y nos reíamos. Después, podían subir solas y tú y yo nos sentábamos y las saludábamos a cada vuelta, las seguíamos con la vista. Una vuelta y otra vuelta y otra vuelta y una más, y en todas les sonreíamos y ellas a nosotros. Hasta que no nos curtimos en mil y un tiovivos y ferias no aprendimos a valorar la ausencia de música en el nuestro. Ni chunda chunda, ni grandes éxitos, solo el sonido de los engranajes girando y girando. Y sus sonrisas. 

¿Éramos felices? Unos días sí y otros días no. En algún momento, no recuerdo cuando, no nos dimos cuenta, dejamos de ir al tiovivo, las niñas empezaron a ducharse solas y nos hicimos mayores de verdad. Descubrimos que la vida no era como la habíamos pensado mirando en aquel pasillo. 

Hoy me hubiera gustado viajar en el tiempo y decirnos a nosotros mismos, sentados saludando a nuestras hijas vuelta tras vuelta, que vamos a estar bien  aunque no será como creemos. Me hubiera gustado susurrarnos que dentro de diez años seguiremos teniendo dos hijas y compartiendo un pasillo. Y que unos días somos felices y otros no. 


viernes, 24 de noviembre de 2017

No se me ocurre nada o, quizás, sí

Duy Huynh
No se me ocurre nada mientras miro este simulacro de otoño en el que las hojas solo amarillean y no acaban nunca de caer para alfombrar el suelo. El olmo en la mediana de la carretera, casi llegando a Toledo, ni siquiera ha empezado a amarillear. Quizás está esperando a que no mire, a sorprenderme. Llevamos diecisiete años mirándonos. 

No se me ocurre nada mientras pienso en qué quizás este año no vea nieve ni pueda llevar guantes ni vea vaho salir de mi boca por las mañanas. Quizás vaya siendo hora de vender el rasca hielos que llevo en el maletero. 

No se me ocurre nada mientras pienso que, a lo mejor, no es que no vaya a haber otoño. Quizás las estaciones se han cansado de sus meses y están corriendo turno. Quizás el otoño haya decidido que le gustan más las navidades y, a partir de ahora, se asiente entre diciembre y abril, luego vendría el invierno que ha decidido que quiere más horas de sol y a partir de agosto el verano. Sin primavera. Las otras estaciones la han asesinado por cursi y pesada. 

No se me ocurre nada mientras voy a la tintorería de mi barrio. Todos los años cuando me toca llevar alguna prenda me da miedo que la hayan cerrado. Quizás pase de moda aunque creo que ha sobrevivido con mucha dignidad a la avalancha de franquicias de hace unos años. Quizás la gente deje de comprar ropa que hay que llevar a la tintorería igual que dejaron de comprar sombreros y libros y pajaritas y almácigas. Es una tintorería que huele a eso, a tintorería. Un olor característico que te garantiza que tu ropa volverá limpia. Esta tintorería es como un balneario para la ropa. Llevo allí mi trenca para que se haga un tratamiento, se relaje y luego me espere tranquilamente colgada de la percha. 

No se me ocurre nada mientras charlo con la dueña de la tintorería. Su ¿marido? está al fondo, entre la gran máquina que da vueltas y la plancha gigante que maneja como si no pesara. Quizás no pesa. No está el calvo atractivo que plancha por las mañanas. Quizás, pienso mientras estoy pagando, sea una tapadera. ¿Qué habrá al fondo del local? ¿Más prendas relajándose y empezando a sentir el pánico del abandono? 

No se me ocurre nada mientras dormito en el asiento del copiloto de un taxi entre Gijón y el aeropuerto. Intento calcular si haciendo dos viajes diarios entre esos dos puntos podría ganarme la vida. Quizás, a 55 € el trayecto, se gana dinero suficiente. 

No se me ocurre nada mientras hablo delante de un auditorio sobre ayudas al cine y siento que todos me odian un poco. Yo tengo frío y lo que me gustaría decirles es que hago lo que puedo, pero no se lo digo o se lo digo mal.  No se me ocurre nada mientras me aterro pensando que quizás no me odien y se acerquen ahora a hablarme. Ahora, cuando es posible que mi aliento apeste porque estoy comiendo cabrales en la espicha que nos han dado. 

No se me ocurre nada mientras descubro que mis hijas son unas brujas y han descubierto una nueva manera de utilizar el amor maternal como arma arrojadiza. No reclaman para ellas mismas la posesión absoluta del amor por mí, son más retorcidas. No dicen  "Mamá, yo te quiero más", dicen "mamá, ella te quiere menos". No se me ocurre nada mientras intento valorar el nivel de maldad e ingenio que hay en esa acusación. 

No se me ocurre nada mientras pienso que no se me ocurre nada. Quizás es porque estoy demasiado. Los estados absolutos no son buenos para la creatividad. Cuando estoy demasiado cansada, demasiado contenta, demasiado triste, demasiado ocupada, demasiado entusiasmada, demasiado sobrexcitada, demasiado agotada, demasiado no se me viene nada a la cabeza. 

No se me ocurre nada mientras pienso que, a quizás, el mejor momento para la creatividad es la nada. Cuando no estás nada, o estás un poco de todo. O quizás no.