miércoles, 10 de mayo de 2017

El anillo

Siempre se fija en las manos de las personas que conoce, que le presentan, que le llaman la atención. En un bar, en una reunión de trabajo, en cualquier sitio, mira sus manos, las uñas y los dedos buscando el anillo. Sabe que ya no tiene un significado real ni inequívoco, y que muchos de los que deberían llevarlo o podrían llevarlo no lo hacen, pero no puede evitar fijarse. Se ha dado cuenta de que ellas sí lo llevan, casi siempre. Intenta desentrañar algo de la personalidad del que lo lleva por el material, el grosor, la posición o por el hecho de que le esté grande, le apriete o no pueda dejar de tocarlo mientras charla o escucha, como un tic. ¿Es esa persona de los que eligió, de los que se dejó llevar o de los que no quiso discutir? ¿Lo lleva por qué quiere o porque la opción de no llevarlo le acarrearía problemas? ¿Llevará algo inscrito? ¿Su nombre? ¿Una fecha? ¿Una promesa? ¿Otro nombre? No sabe porque ha empezado a fijarse, pero es inevitable, lo hace hasta con los personajes de la televisión, las fotos de los periódicos, como si estuviera haciendo una clasificación. 

«¿Por qué lo llevas ahí?» le preguntó a su padre el día que se dio cuenta de que él lo llevaba al cuello, colgado de una cadena. «Porque no me acostumbraba a llevarlo en su sitio, se enganchaba, me lo quitaba, lo perdía y a tu madre se le ocurrió esta solución». Cuando murió, su madre lo sacó de la cadena y lo unió con el suyo en uno único, como Sauron, para llevarlos entrelazados, para seguir unidos. Aquello le pareció insoportablemente bonito. 

Nunca se acostumbró. Recuerda la extrañeza que le provocaba ver su propia mano sobre el volante con la alianza en uno de sus dedos, el sobresalto por el sonido metálico al coger o tocar algo. Era tan raro que, durante una temporada, se lo quitó y lo llevó en su cadena del cuello, como su padre, pero también era raro. Lo sentía, lo notaba y le parecía que estaba haciendo trampas. Volvió a colocarlo en su sitio y acabó acostumbrándose. No, acostumbrándose no es la palabra, era raro, era como si su mano fuera menos su mano y su dedo estuviera disfrazado. Siguió siendo raro siempre. Igual que ahora, casi cuatro años después de quitárselo, es extraño que se sorprenda, a veces, buscando con su pulgar tocar un anillo, que ya no lleva, para asegurarse que está en su sitio y sentir por unos segundos el vértigo de la pérdida.  

«No lo he perdido, es que ya no lo llevo» piensa mientras repite, ya de manera consciente, el gesto con sus dedos. 


lunes, 8 de mayo de 2017

Compras adolescentes

Agata Wierzbicka
¿Cuándo dejan de crecer los niños? Mis pre adolescentes, o proto adolescentes, o lo que sean que son esas mujeres que viven conmigo, han crecido tanto que nada de su ropa de verano del año pasado les sirve. O no les sirve como les gustaría. 

—Yo lo veo bien. 
—Mamáaaaaaa. 

Y me miran levantando las cejas, sacando la cadera y suspirando en plan «puff, madre mía lo que tengo que enseñar todavía a esta madre que me ha tocado en suerte». Por supuesto yo contrataco con la mejor versión de madre insoportable y finjo que el estado de su armario comparable en asilvestramiento a una selva amazonica es algo que me quita la vida. 

—Pero, ¿vosotros os creéis que os voy a comprar ropa teniendo como tenéis el armario?- contesto con las manos en jarras.  

Sinceramente, a mí me da igual el armario. Si no lo veo, no lo padezco pero encuentro un malsano placer en, de vez en cuando, recrear escenas de mi niñez en las que mi madre, ahora sé que fingiendo también, se ponía hecha una furia con mi desorden. Muy digna, vacío el armario sacando todo lo que no les vale o no les queda como les gusta. 

—Mamá, ¡no tenemos ropa! ¡está vacío! 
—Yo lo veo bien, como un armario de Ikea. 
—Los armarios de Ikea están ordenados porque están vacíos. ¡Necesitamos ir de compras!
—Ni de coña os llevo de compras. Tú te lo quieres comprar todo y tu hermana no se quiere comprar nada. Si vamos de compras tú me firmarás un papel que diga "Solo voy a comprar lo que necesito" y tu hermana uno que ponga "Prometo solemnemente que me pondré lo que me compre"
—No te vas a atrever a hacer eso.
—¿Qué no?
—Clara, no provoques a mamá, sabes que es capaz de eso y cosas peores. 

Y lo soy, pero lo que me sobrepasa es ir de compras con ellas. Odio ir de compras en general, es aburrido, cansado, frustrante, agotador y una manera muy estúpida de perder tiempo y dinero. Ir con ellas me deja al borde del llanto o anhelando beberme una botella de vino hasta caer redonda. 

Para empezar, es impresionante la regresión espacio temporal que sufren los adolescentes. Se cansan  enseguida, tan rápido como un niño pequeño pero ahora no llevas carro para que descansen. Sales con ellas de compras y en la segunda tienda descubres que las has perdido de vista, empiezas a dar vueltas mascullando todo tipo de blasfemias y reproches hacia tu yo de hace 15 años, y descubres que están sentadas en un  escalón entre faldas y monos. 

—¿Qué hacéis aquí?
—Estamos cansadas. 
—Pero si llevamos quince minutos. 
—Es que tú no has ido al colegio ocho horas, vuelto a casa, hecho deberes... 
—...
—Vale, vale, ya me callo, como te pones. No me mires así. 

Siguiendo con esa linea de regresión al infantilismo más incipiente, tras el cansancio llega el hambre. 

—Cómprame algo de comer.
—No. 
—Me estoy mareando.
—No me lo creo.
—Te lo juro, me estoy mareando, necesito comer. 
—Ahí hay una frutería, te compro plátanos o unas manzanas.
—Eso no me quita el mareo. 
—Ajá. Cuando te caigas redonda del desmayo, te doy un plátano y vemos si es ese tipo de mareo o no. 
—Cuando te pones sarcástica no te aguanto.
—¿Ves? Ya estás menos mareada. 

¿Por qué no compro merienda? Porque no me da la gana. A las compras hemos venido a sufrir, y vamos a sufrir para terminar cuanto antes con la tortura. 

Ya metidas en faena, he descubierto que lo mejor que puedo hacer es camuflarme, mimetizarme con el entorno e interferir lo mínimo en las compras de mis hijas. Si sugiero que algo puede quedarles bien, huyen despavoridas en dirección contraria o hacen gala de una ironía malvada que no sé de dónde han sacado. 

—¿Eso? Pero eso para ti, ¿no? Para una señora mayor como tú. 

Si me asomo ligeramente al probador en el que se han escondido como princesas de cuento huyendo del dragón descubro que mi presencia no es bien recibida y, por tanto, mi opinión es alegremente despreciada, ignorada. 

—¡Mamá! Déjanos, que nosotras sabemos. 

Si en mi retirada salgo del probador alegremente sin tener cuidado de no abrir la puerta más de 20 cm o dejando la cortina ligeramente entreabierta descubro que mis hijas tienen un sentido del pudor completamente ridículo.

—Mamá, ¡qué nos van a ver!
—¿Quién?
—La gente.
—¿Qué gente? Aquí no hay nadie, estáis en el último probador y todavía se están expandiendo mis pulmones del esfuerzo que he tenido que hacer para caber por la rendija de la puerta que me habéis dejado. 

Mis dos especímenes de adolescente, además, tienen diferentes rutinas para las compras. Una es del tipo explorador exhaustivo, hay que recorrer todos los pasillos, mirar todos los percheros, acariciar todos los tejidos y, si la dejo, husmear todos los perfumes. Es, además, incansable a la hora de probarse y se comporta en el probador como si yo fuera su doncella de corte.

—Otra talla. Más grande. Más pequeña. De otro color. ¿Te acuerdas el perchero que había según entras a la derecha, justo al lado de los vestidos para ti, de señora vieja? Pues ahí había unas camisetas que ponía Girls, esas no, las que estaban al lado...y blablablabla. 

La otra es más del tipo lechuza ojeadora. Pone un pié en el umbral de la tienda, otea y sentencia: no hay nada que me guste. Si tentándola con comprarle algo de comer echa un vistazo dentro de la tienda y consigo que mire algo, su actitud suele ser la de drama queen ofendida con unos toques de falso maltrato maternal. 

—¿Has visto algo que te guste?
—Sí, unas camisetas pero no me las vas a comprar. 
—¿Por qué? 
—Porque no, porque no te van a gustar.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque lo sé, no te van a gustar. 
—¿A ti te gustan? 
—Sí
—¿Te las vas a poner?
—Sí, pero a ti no te van a gustar.
—Pero ¿por qué dices eso?
—Porque nunca te gusta nada de lo que me gusta a mí.
—Por favor, deja el drama. ¿Cuánto cuestan?
—Seis euros.
—Te compro diez.
—Dime que no has traído el papel para firmar o me muero de vergüenza. 

Lo llevaba pero me dieron pena y no lo saqué.


jueves, 4 de mayo de 2017

Lecturas encadenadas. Abril

En abril han caído cuatro libros: tres novelas y un cómic. Tres hombres y una mujer. Sólo uno escrito originalmente en castellano. Al lío.

Entrevistas breves con hombres repulsivos de David Foster Wallace era el siguiente libro para mi taller literario del mes. Es una colección de relatos que me costó dos semanas terminar, primero por falta de tiempo y, segundo, porque a DFW hay que leerlo despacio o te lo pierdes. Los mejores relatos son, sin duda, las entrevistas a hombres repulsivos. Una genialidad de DFW en que la presenta a hombres despreciables, mentirosos, manipuladores, narcisistas y, alguna veces malvados. Lo más increíble ha sido que mientras leía a esos hombres me encontraba muchas veces empatizando con ellos o, incluso, admitiendo sus ideas y argumentaciones como acertadas.

David Foster Wallace lo piensa todo de todas las formas posibles, desde todos los ángulos y todos los puntos de vista. Lo argumenta de una manera y luego le da vuelta, retuerce los pensamientos para que no se le escape nada intentando captar toda la amplitud y todas las derivaciones de cada idea, de cada reflexión. Expone un argumento con toda una batería de poderosas razones y en el párrafo siguiente lo desmonta con igual contundencia. Deslumbra esa increíble capacidad de pensamiento y esa lucidez. 

Tiene muchísimos extractos muy brillantes pero me quedo con su reflexión, presente en varios de los relatos, sobre el papel de víctima, en cómo transformamos el dolor y el sufrimiento en una cualidad que nos eleva por encima de los demás. Ser una víctima, considerarnos así, sufrir, nos hace más, más sabios, más experimentados, lo sentimos así. Es un pensamiento horrible en frío pero consolador en el momento del sufrimiento, sufres por algo, para algo. 
«Estoy diciendo que tenemos una perspectiva tan visceral y condescendiente sobre los derechos y la justicia perfecta y proteger a la gente que no nos paramos a considerar que nadie es solamente una víctima y que nada es solamente negativo y solamente injusto: casi nada es así».
Fuera de las entrevistas breves, me ha gustado muchísimo el relato "En lo alto para siempre", es como estar en un cuadro de piscinas de Hockney. Un delirio de detalles que te trasladan a esa piscina que, para mí, simboliza el momento en el que te haces mayor, en el que eres consciente de que ya no eres un niño. El chico sube al trampolín como se trepa por los años creyendo que lo que se desea, que la finalidad de la vida, es ser adulto, uno quiere llegar a ese sitio inalcanzable que es "ser mayor" representado por el trampolín y el salto a la vida que es la piscina. Una vez arriba, todo se ve diferente, desaparece la magia y uno querría volver abajo, al momento anterior a empezar a trepar por la vida, por la escalera, uno quiere volver al sitio seguro que es la infancia, pero es consciente de que es imposible, no hay vuelta atrás.
«Has decidido que el miedo lo causa básicamente el hecho de pensar»

David Golder de Irene Némirovsky.  Este libro me lo trajeron los Reyes y llevaba años en mi lista porque, desde que cayó en mis manos Suite francesa, leo todo de esta autora. Unas cosas me gustan más y otras menos pero Némirovsky consigue trasladarme a ese ambiente de los años 20, justo antes de que todo se desmoronara, con mucho realismo y mucha crudeza. No hay idealización ni fantasía, probablemente porque era su tiempo, su época, su vida y lo que hace es retratarlo tal cual lo vivía, sentía y sufría.

Esta novela se parece muchísimo a El baile. Me gusta Némirovsky porque no finge que el ser humano es bueno, ni que tiene siempre un trasfondo de bondad y que son las circunstancias y el entorno el que lo hace malvado. Sus personajes malos lo son hasta el fondo de su alma, gente rastrera y despreciable, que el lector odia pero que, como ocurre muchas veces en la vida, se salen con la suya.

Retrata una época  casi impensable o quizá no tanto, quizás exista ahora mismo también, quizás nunca haya dejado de existir, en la que la sociedad vive solo para el dinero, el dinero lo es todo: tenerlo y ostentarlo. Da igual como se haya ganado, el trabajo que haya requerido, los esfuerzos realizados, lo que importa es tenerlo, poseerlo y gastarlo. En este caso el padre, David, un viejo judío acaudalado representa la ética y la épica del trabajo, con sus miserias y traiciones pero con cierto fondo honorable. Su mujer y su hija son despreciables, avaras, egoístas, miserables, irresponsables, malvadas, manipuladoras. No hay ni una concesión hacia ellas, ni un atisbo de algo que no provoque rechazo en el lector, un rechazo profundo y visceral.

Es una novela terrible y muy cruel que contrasta en su fondo con el espacio en el que transcurre gran parte de ella, el feliz Biarritz de los años 20 con todo su lujo, frivolidad y superficialidad.


Detrás del hielo de Marcos Ordóñez. A Marcos Ordónez le tengo un cariño especial, y como son los cariños verdaderos, es desinteresado, sincero y, a prueba de desilusiones. Tras leer esta novela sigo queriendo a Marcos Ordóñez a pesar de que esta novela me ha parecido un pestiño, algo obvia y sobre todo un inncesario batiburrillo de muchas cosas. En defensa de Ordóñez y por el cariño que le tengo, he de decir que es una novela de 2006, reeditado once años después y que durante esos años ha escrito cosas muchísimo mejores. ¿Era necesario reeditarla? Creo que no, pero yo que sé, no soy editora.

¿Qué cuenta Detrás del hielo? Cuenta la historia del despertar a la vida de Klara con K, junto con Oscar y Jan. ¿Algo nuevo? No, pero el problema no es ese. Lo bueno de la literatura, de las novelas es que pueden contarte lo mismo un millón de veces y que todas sean distintas. El problema es cuando la manera que eligen para contártelo se parece a todas las que has leído antes, no aporta nada y sobre todo, sobre todo, flota en la nada. Ordóñez coloca esta historia en un país imaginario, Moira, con un gobierno de izquierdas, comprometido y correcto que se ve arrasado por un populismo de derechas que conquista el poder. ¿En qué tiempo ocurre todo? No lo sé, no sé si es 1948 o 1970 y, ese es el mayor problema de la novela que flota en la nada, le falta anclaje, le falta realidad, le falta cimiento. Leyendo me sentía como si Ordóñez quisiera contarme un conflicto real, unas vidas reales en un país mágico. ¿Por qué ha tomado esta decisión narrativa? ¿Por qué no situarlo en un entorno y una época que él conociera? ¿Por pereza documental? ¿Por tener máxima libertad narrativa al poder inventártelo todo? Quizás, no lo sé. El problema es que esa falta de realidad en el "decorado" resta credibilidad al resto de la historia,  a los personajes, a los conflictos. No sé si me explico, pero en vez de ver cine, estás viendo una tv movie.

En defensa de Ordóñez diré que es una novela que se lee sin más, sin problemas, sin aburrirte (casi) pero sin dejarte huella, como una tv movie.
«Oskar sonreía como si me viera por primera vez. Esa es la sonrisa que prefiero en un hombre. La sonrisa de la curiosidad alegre, de la eterna primera vez». 
El cómic del mes ha sido Yo, Réne Tardi. Prisionero de guerra en Stalag IIB de Tardi. Trata, obviamente sobre la II Guerra Mundial, sobre los campos de prisioneros de guerra en Alemania. El padre de Tardi, a petición de éste, rellenó, al final de su vida, unos cuantos cuadernos con su historia  y sus recuerdos de la guerra y sus cinco años en un campo de prisioneros en Pomerania, al norte de Prusia. El propio Tardi se introduce como personaje en el cómic y aparece en las viñetas interpelando a su padre, haciéndole preguntas y lamentándose por no haberle preguntado en vida determinados detalles que han quedado sin aclarar. Más que contar la historia de su padre lo que hace es ilustrar la historia de esos cuadernos. Leyéndolo tenía, a veces, la sensación de estar viendo La gran evasión por la cotideaneidad que el padre de Tardi da a los detalles: el hambre que pasaban, el frío, la manera de dormir, de cagar (me fascina como este tema tan escatológico tiene una importancia crucial en condiciones de supervivencia extrema), lo que fumaban, cómo se entretenían, en qué pensaban. Es cómo si centrarse en los pequeños detalles les alejara de la consciencia de lo terrible de su situación o, quizás, es que esos pequeños detalles a los que no damos importancia en el día a día se revelan como lo verdaderamente importante de la vida cuando estamos privados de todo lo demás: qué comer, cuando y como cagar, cómo abrigarnos, conseguir dormir.  Es un comic interesante pero sólo si te gusta la II Guerra Mundial.  

Termino este post de lecturas encadenadas con algo que me da mucha vergüenza. Es un libro que no he leído aún pero que he escrito en parte: Vástagos de la editorial Next Door.  Para todo hay una primera vez y, en este libro, que recoge diez relatos sobre la maternidad está mi primer relato de ficción (que es sobre la paternidad), se titula «El jardinero desubicado» y empieza así: 
«¿Has empezado a sospechar que en tu casa se habla un idioma que no entiendes, un lenguaje cifrado al que no tienes acceso?
¿Encuentras prendas en el cesto de la ropa sucia que te hacen ruborizarte al poner la lavadora? ¿Te avergüenzas por ruborizarte?
¿Te has comprado un pijama en los últimos seis meses?
No estás solo. No eres el único. Somos muchos. Conéctate a nuestra web y participa en nuestras reuniones on-line semanales, un espacio para exponer tus dudas y preguntas y sentirte comprendido».
Por si os apetece echarle un vistazo a mi relato y a todos los demás escritos por otras nueve mujeres e ilustrados por Mónica Lalanda.

Y con esto,  un bizcocho y una tonelada de astenia primaveral hasta los encadenados de mayo.



martes, 2 de mayo de 2017

Despelleje Gala MET: la parada de los despropósitos

Si lleva plumas y peluca es la MALA. 
Se ha celebrado la gala anual del MET que es básicamente una fiesta de disfraces con un tema aleatorio decidido por alguien MUY MALVADO  y que a los invitados les vale para justificar cualquier mamarrachada.

La gala del MET en diecinueve sencillos despropósitos:

1. Cuando se te va la mano subiéndote los leotardos pero aún así se te siguen cayendo.

2. Si brilla como un pavo, posa como un pavo y tiene plumas. Es un pavo.

3. Si posa como un pollo, es de color pollo y tiene plumas. Es Piolín.

4. Cuando te agarra una crisis de imagen brutal y lo único que te apetece ponerte de tu armario es un plumas y unos zapatos sin sacarlos del envase de poliespán. 
6. Mi abuela tiene un sofá como tu vestido. Y mi tía unas cortinas. 

7. Me he puesto a recortar y he descubierto que la papiroflexia es mi pasión.

8. Todos somos revolucionarios pero solo yo soy necesaria que para eso soy francesa. El Ché.


10. Tus propias rastas como complemento. Me faltan piedras para empezar a lapidarle. ¿lleva un collar con los dientes del Ratón Pérez? 


12. ¡Pobres almas en desgracia! Siempre quise ser Úrsula, la bruja del mar. 

13. A mí me dijeron que iba a llover. A cántaros

14. Si parecen cadáveres y van vestidas de cadáveres, están muertas.

15. Cuando llegue a diez, harás lo que yo quiera. Mírame fijamente. 

16. The Ring o cuando soy la diseñadora y se me han quitado todas las ganas de diseñar algo y voy del cine de las sábanas blancas.  

17. Naomi Campbell con un señor que parece un extra de "El príncipe de Zamunda". 

18. Arsa. La flamenca de whasap. 

19. Deconstrucción de cortinas de piso a la venta en idealista.