jueves, 28 de enero de 2016

Ocho años de Cosas que (me) pasan

"¿Cuando seas vieja (con suerte) y estés en tu lecho de muerte y mires hacia atrás, ¿de qué estarás orgullosa?"

De Cosas que (me) pasan. 

No es perfecto, ni el mejor, ni es mundialmente famoso, ni es un prodigio de diseño, inteligencia, conocimiento o ingenio pero estoy completa y absurdamente orgullosa de él y de mí por escribirlo. 

Autotélico. 

Dícese de la actividad que no se realiza por la expectativa de un beneficio futuro porque la recompensa es el hecho mismo de realizarla. 

Cosas que (me) pasan es autotélico. Lo escribo con fascinación, con empeño, a duras penas, sufriendo, disfrutando. Riendo, llorando. Emocionándome. Muriéndome de pena y llorando de la risa. Pensando en cosas que ni siquiera sabía que existían y recordando otras que creía haber olvidado. Dejándome llevar por lo más frívolo y tonto o intentado decir algo con un mínimo de sentido y criterio. Descubriendo y descubriéndome. Con ingenio o sin él. Sintiendo con palabras. Analizando las cosas hasta descomponerlas en piezas. Montando ideas como si fueran un mueble de Ikea, se parece al folleto pero no es exactamente igual. Encajando las piezas o destrozando a golpes las ideas. Dejando un rastro escrito de mi vida por si acaso me pierdo.  Con ideas tontas, divertidas, estúpidas, inteligentes, nuevas, frívolas, profundas, absurdas. Haciendo con ellas lo que quiera: armarlas, desarmarlas, darles la vuelta, plancharlas, recoserlas, hacer una colcha, trocearlas, pegarlas, unirlas, separarlas, pintarlas de colores o en blanco y negro. 

Me sirve para conocer(me) y para querer(me). 

Escribir Cosas que (me) pasan es una recompensa en sí mismo pero, además, tengo la suerte inmensa de que una cantidad increíble de gente llegue hasta aquí y pierda minutos de su vida en leer lo que escribo. Gracias. A todos. 

Gracias por leer, por comentar, por haber llegado hasta aquí, por buscar si he actualizado, por compartir lo que escribo, por hacerme reír, por descubrirme cosas nuevas o hacer que me de cuenta de que no me he explicado bien o directamente lo he hecho fatal. Gracias por cabrearme y por hacer que me reafirme en mis días. Gracias por explicarme que me he equivocado. Gracias por apoyarme, preocuparos y reíros conmigo. 

No sé dónde estabais hace 8 años, sé dónde estaba yo y sé que he llegado hasta aquí gracias a Cosas que (me) pasan y todo lo que me ha dado, incluidos vosotros. 

Soy una chica con suerte. Celebrémoslo. 


martes, 26 de enero de 2016

Nada en común

Sé que no me leéis, sé que no me escucháis, sé que decís "qué graciosa, escribe" o "qué de tiempo libre tienes que puedes dedicarlo a escribir", y sé que no leeréis esto, pero no importa. 

Tengo una teoría sobre los amigos. Para mí los hay de dos clases, los que te haces porque te los encuentras y durante un tiempo compartes algo, y los que eliges tener y mantener a pesar de no compartir (casi) nada. Sé que estas categorías son confusas y pueden mezclarse pero, al final, la vida actúa como un cedazo y sólo quedan los amigos de verdad. Las otras amistades, los amigos circunstanciales aunque parezcan eternos, tardarán más o menos tiempo, pero al final se descompondrán en partículas tan pequeñas que se perderán por la rejilla de las circunstancias de la vida; en este caso de la mía. 

A los 42 años nos ha llegado ese momento o me ha llegado a mí. Ya no tenemos nada en común y lo que compartíamos se ha hecho tan minúsculo, se ha convertido en un polvo tan fino, que no me sirve para mantenernos juntas. Sólo compartimos un pasado remoto que ni siquiera elegimos nosotras, de clases, uniformes, monjas y profesores. Anécdotas que nos hemos contado y recontado mil veces, que nos han hecho reír hasta llorar pero que hemos desgastado hasta el tuétano. 

Seamos sinceras. Si no existiera whatsapp hace tiempo que nos hubiéramos perdido la pista completamente. Las niñas que fuimos compartían colegio, rutinas, preocupaciones, cambios hormonales, opiniones e ideas que ni siquiera eran propias, sino del grupo. Las mujeres que somos no compartimos nada; ni espacio físico, ni rutina, ni opiniones y, lo que es peor o para mí lo es y me ha llevado a dar este paso: no compartimos inquietudes ni intereses. De hecho, hemos tensado tanto la cuerda que sé que mis inquietudes os parecen ciencia ficción o directamente locuras, y yo ni siquiera creo que vosotras tengáis inquietudes. 

No, lo peor no es eso. Lo peor es que nos juzgamos mutuamente. Nada de lo que yo hago, digo o pienso os parece bien y, a mí, casi cualquier cosa que hacéis, decís o pensáis me saca de mis casillas. 

Esto no tiene sentido. Me siento como si hubiéramos tomado caminos opuestos desde un mismo cruce. Vosotras vais en una dirección y yo en otra. Nos gritamos cosas para no perdernos de vista pero cuanto más nos gritamos para no perder el contacto, más nos alejamos y más nos encabronamos. 

"No pasa nada". 

Sí, sí pasa. A mí si me pasa. No quiero seguir gritando ni encabronándome. Se lo debo a la niña que fui y a sus recuerdos; a las niñas que fuimos y a lo que compartimos. 

“Da igual. No te lo tomes así. Cada una aporta algo”.

No, no da igual. No sé tomarmelo de otra manera y no es verdad que nos aportemos. Solo nos restamos. 

¿Qué sentido tiene? Ninguno. Dejemos de fingir. 

Hoy es el día en que dejo de mirar en vuestra dirección, dejo de gritar, dejo de juzgar y de sentirme juzgada. El otro día me hubiera hecho falta un icono de portazo en el whatsapp; hoy ya solo digo "Os deseo lo mejor. Hasta la vista". 


viernes, 22 de enero de 2016

Buscando una idea

Camino por mi cabeza, poc, poc, poc. Mis pasos retumban en el suelo de madera (de tarima buena) que tiene mi cabeza. Paseo arriba y abajo. Es un espacio bastante grande y con poca luz. Podría poner más luces, focos y tal, pero no me gustan. Soy más de lámparas de "ambiente", como dice mi madre. De ambiente, seguro que es una expresión que tiene que ver con casas de alterne, con puticlubs de esos antiguos. Seguro que se llaman luces de ambiente... ilegal. Me imagino a la gente diciendo que en las casas decentes todo está bien iluminado porque no hay nada que esconder ni ocultar. Bueno, pues yo quiero luces de ambiente y en mi cabeza hay las justas para no tropezar con los trastos que lo llenan todo.  

Ya me he dispersado, como siempre que vagabundeo por mi cabeza. Tengo que centrarme: nada de distracciones. Paso de largo por la pizarra de "mails pendientes de contestar", no dejo que me ciegue el orgullo de ser alguien que contesta todos los mails, no es el momento. Bordeo el calendario de "planes para los viajes de un futuro próximo" y la tentación de ponerme a concretar alojamientos, eventos y restaurantes. Camino con los ojos cerrados por delante de las baldas de atractivas lecturas pendientes, cierro con fuerza los puños y con un esfuerzo sobrehumano consigo no coger uno de esos libros y tirarme en el acogedor sofá de pasar las horas. 

Salto por encima del bulto tapado con una manta que ocupa el centro del salón. No necesito ver lo que hay debajo, porque conozco cada caja, cajón, libro y trasto que hay ahí. Algún día, si me decido a escribir una novela, esos trastos servirán de armazón de la historia. Pero mientras tanto están bien ahí. A salvo de curiosos, a salvo de inoportunos encuentros; sobre todo, lejos de mi día a día. Sé que están ahí y eso es suficiente. Otra opción sería tirarlo todo, quemarlo en una hoguera de recuerdos y que no quedara nada, hacerlo desaparecer; pero hoy no es el día. Lo dejo ahí, que siga cogiendo polvo.

"Despensa de ideas" pone encima de la puerta. La abro de golpe, como en las pelis y con curiosidad, como si no supiera que dentro no hay nada. He venido a mirar por si acaso pero sé que está vacía. Las estanterías tienen polvo, un par de círculos dejados por ideas que ya utilicé y poco más. En una de las baldas superiores está la caja con la etiqueta "cosas de las que no puedo escribir", no por ahora, no en este momento. Puse esa caja ahí, muy arriba, lejos de mi alcance, para no caer en la tentación... que me conozco. Hoy tengo otra para guardar, saco la entrada de "Los odiosos ocho" del bolsillo de los vaqueros y escribo "tarde surrealista en el cine", me subo al taburete, abro la caja y la meto dentro. Eso es suficiente para acordarme de todo cuando llegue el momento. 

Paso la mano por las estanterías por si acaso alguna idea minúscula se ha quedado arrinconada. No, no hay nada. Toca pasear arriba y abajo de mi cabeza, escuchando mis pasos y tratando de cazar algún pensamiento que se convierta en inspiración. Me asomo al salón de los recuerdos: mi nueva habitación de adolescente, el viaje a México, mis 12 años...No me apetece. Me asomo a la ventana, ¿Qué hay fuera? ¿Despelleje? No tengo ganas. ¿Política? Me muero de la pereza. ¿Y si escribo sobre Instagram? Tenía un par de ideas sobre esto, apuntadas en algún sitio. "Dime qué fotografías y te diré cuánto tiempo libre tienes". Psss...

Me desplomo en el sofá de leer. ¿Sobre hombres? Golpeo el cojín de la historia de los tres hombres y una ciudad. Eso puede quedar muy chulo pero me falta el clic. ¿Sobre hombres fantásticos? Esto es una serie guay, es puro placer, dejarme llevar y ya está. ¿Qué fue lo que pensé de esto esta mañana? ¡Ah sí! Que los hombres bajitos son escurridizos y escapistas. Son miedosos y reculan. Bueno, supongo que no todos pero el 100% de los que yo he conocido lo son. A lo mejor es biológico, como son pequeños creen que se les ve menos y por eso  hacen esas cosas. Un tío grande no tiene escapatoria. En fin... lo pensaré. 

Nada, no se me ocurre nada.

lunes, 18 de enero de 2016

El periodista y su verdad



- Moli, tienes que leer El periodista y el asesino , de Janet Malcom. 
- Ahá, ¿de qué va?
- De periodistas y periodismo. 
- Lo apunto. 

En 1970, la mujer y las dos hijas de Jeff McDonald, un médico del ejército estadounidense, aparecieron brutalmente asesinadas. McDonald fue juzgado por un tribunal militar y declarado inocente. Durante 8 años vivió libremente hasta que un tribunal civil puso en marcha un nuevo juicio contra él. McDonald, llevado a mi modo de ver por una ingenuidad infinita (era a principios de los 80), contactó con varios periodistas para que alguno de ellos contara su historia. Joe McGinnis, un periodista ya famoso por haberse ocupado del caso de Nixon, aceptó el encargo. 

Durante todo el juicio, McGinnis fue aceptado como un miembro más del equipo de defensa de McDonald y entabló amistad con él. McDonald fue declarado culpable y encarcelado, y en los 4 años siguientes mantuvieron una correspondencia "amistosa", mientras McGinnis escribía el libro con toda la historia. 

Cuando el libro fue publicado, convirtiéndose en un best seller, McDonald, que no había podido leerlo antes de su publicación, demandó a McGinnis por haberle engañado.  Consideró que McGinnis se había hecho pasar por su amigo para ganarse su confianza, al tiempo que escribía un libro en el que lo retrataba como un asesino cruel, violento y adicto a las drogas. Durante la celebración del juicio contra éste por fraude, Janet Malcom entra en acción.  McGinnis le pide que escriba su historia. (Sí, lo mismo que le pidieron a él).

¿Qué hace Malcom? 

En primer lugar, intenta no repetir lo que hizo McGinnis y no engañar, y, por ese motivo, pierde enseguida la confianza del periodista y sus abogados, y tiene que recurrir a otras fuentes. 

Malcom reconstruye la relación entre ambos personajes: asesino y periodista. Lee documentación, habla con abogados, expertos, amigos, conoce a McDonald, se entrevista y se cartea con él. Dada la posición que tiene, intenta ser objetiva, ecuánime y equilibrada, pero en mi opinión no lo consigue. 

Según vas leyendo, piensas que ella se considera mejor periodista y mejor persona que todos los que aparecen en el libro. A pesar de que no dice que crea que McDonald es inocente, es evidente que McGinnis no le cae bien. Es decir, ni es objetiva ni imparcial. No pasaría nada si no fuera porque ella pretende vender la moto de que sí lo es. Y no lo es y se le nota. 

Hasta aquí la historia. 
Ahora, mis reflexiones de garrafón. 

El libro contiene unas cuantas reflexiones sobre el periodismo bastante interesantes, que confirman mi impresión de que por alguna razón los periodistas tienden a creerse seres superiores y que su trabajo es una especie de actividad heroica a salvo de errores, completamente imparcial, en la que si hacen algo incorrecto es siempre por la búsqueda de la verdad y el bien común. 

A lo mejor en un pasado mítico y remoto, y en algunos ejemplares de periodistas, esto sigue siendo verdad pero, en general, el periodismo no es ni heroico, ni imparcial ni está a salvo de errores. 

La cita con la que empieza el libro es muy famosa y yo estoy muy de acuerdo. (El periodista que prologa el libro, sin embargo, la considera "una generalización en exceso desde su propia experiencia", algo que todos sabemos que jamás hacen los periodistas... generalizar en exceso). 
"Todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible. El periodista es una especie de hombre de confianza, que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de éstas para luego traicionarlas sin remordimiento alguno. Lo mismo que la crédula viuda que un día se despierta para comprobar que el joven encantador se ha marchado con todos sus ahorros, el que accedió a ser entrevistado aprende su dura lección cuando aparece el artículo o el libro. Los periodistas justifican su traición de varias maneras según sus temperamentos: los más pomposos hablan de libertad de expresión y dicen que "el público tiene derecho a saber", los menos talentosos hablan sobre arte y los más decentes murmuran algo sobre “ganarse la vida". 
La traición del periodismo, para mí, no sólo es hacia el personaje entrevistado. La traición más grave, que además se hace a diario, es hacia los lectores, espectadores u oyentes. Se engaña y traiciona a esa audiencia día a día, torciendo la verdad, encajando los hechos a machetazos en la idea que el periodista o el medio quieren transmitir, aumentando errores de unos y empequeñeciendo o invisibilizando los errores u aciertos de otros, ocultando datos, intereses económicos, intereses empresariales y políticos, informaciones... todo un catálogo de ardides torticeros. 
Cualquiera que haya hablado con la prensa o que sepa mucho de un tema, se tira de los pelos cuando lee un artículo, un reportaje o una noticia. ¡Esto no es así! ¡Han contado solo la mitad! Las cartas al director son un buen ejemplo de lectores que se sienten engañados por la información que se publica.

No soy tan ingenua ni tan idiota como para creer que es sólo en el periodismo en donde se recurre a este tipo de ardides, pero mientras en otras profesiones se aceptan y admiten como parte del juego sucio, en el periodismo todo se disfraza de necesidad por el bien común, por la búsqueda del santo grial que es la Verdad. Curiosamente, ese grial es distinto según el periodista o el medio para el que trabaje. 
"En nuestra sociedad, el periodista es considerado, junto con el filántropo, como una persona que tiene algo extremadamente valioso que dar (su haber es la extrañamente embriagante sustancia llamada publicidad) y, por consiguiente se lo trata con una deferencia que no guarda proporción con sus méritos personales".
El libro se publicó en 1990 y en aquellos años creo que el periodista era como un dios, porque era el que tenía la capacidad de servir de altavoz a las noticias. 26 años después, creo que sólo una minoría de lectores y los propios periodistas siguen considerándose "extremadamente valiosos". Han perdido gran parte de su prestigio por sus propios errores y engreimiento (se habla mucho de los científicos y su torre de marfil, y muy poco de  los periodistas y su disfraz de superhéroes) y el valor que les daba su papel como altavoces ha disminuido muchísimo  gracias a internet. 

Jeffrey Elliot es un profesor de la Universidad Central de Carolina del Norte que Malcom entrevista (curiosamente, es la única persona en todo el libro a la que Malcom parece tener algún respeto en sus opiniones y no creerse superior) y dice algo con lo que estoy muy de acuerdo.
"No creo en la ética circunstancial y ciertamente no creo que los periodistas tengan que mentir y representar falsamente los hechos para lograr que alguien trabaje con ellos. También creo que semejante duplicidad engendra graves dudas sobre lo que se escribe. Para mí, si la libertad de publicar depende del derecho a mentir, entonces se trata de una libertad que no debería ser protegida". 
Como he dicho antes, han pasado 26 años desde que se publicó el libro. Creo que la mayoría estamos convencidos de que la mayor parte de la información que se nos proporciona desde los medios es en  gran parte falsa, porque está mediatizada completamente por una serie de intereses que se nos ocultan o tratan de ocultar. 

Creo también que la credibilidad del periodismo ahora mismo es mínima y va tendiendo a cero en la mayoría de los casos, y creo también que esa falta de credibilidad es culpa de los periodistas. 

Creo además que estas opiniones no les gustarán, pero yo no pretendo ser imparcial ni objetiva: es mi sensación al enfrentarme a la búsqueda de la información cada día. Ya no pienso "a ver de qué informan", pienso "¿qué me estarán ocultando?, ¿será de verdad así?". 

Otro autor, Joseph Wambaugh declaró en el juicio de McDonald contra McGinnis que, obviamente los autores deben decir falsedades para conseguir las informaciones que necesitan y, con todo el descaro y la desfachatez del mundo, explica:
“Una mentira es algo que uno dice con mala voluntad o de mala fe en tanto que una falsedad es parte de los ardides de los que uno puede echar mano para llegar a la verdad”.
¿Qué verdad? ¿La que interesa al autor, periodista o la empresa mediática? Pues sí, esa es en muchos casos la que se consigue y muestra a base de mentiras, y esas mentiras van desde cómo se redacta el titular, cómo se monta una entrevista o un reportaje, y cómo se escogen los testimonios.

Como ya dije en otro post, no todo está perdido.
“Otra trampa promovida por las escuelas norteamericanas de periodismo es la servil adhesión a la 'ecuanimidad'. Pero si un bando dice una cosa y el otro bando dice otra, ¿acaso la verdad radica necesariamente en 'algún lugar entre los dos'? El periodista que dice 'He conseguido cabrear a los dos bandos, así que debo ir por el buen camino', probablemente se engaña. La ecuanimidad no debería ser usada para encubrir la desidia. Si hay dos o más versiones de un suceso, un periodista tiene que investigar y considerar cada afirmación, pero en última instancia el periodista tiene que llegar al fondo de cada versión, independientemente de quién la sostiene. El periodismo tiene tanto que ver con 'lo que dijeron que vieron', como con 'lo que yo mismo vi'. El periodista debe empeñarse en descubrir qué pasa y contarlo, no castrar la verdad en nombre de la neutralidad”. Joe Sacco. 

Hay periodistas que dicen cosas muy interesantes, reconocen que es imposible ser imparcial y nos ofrecen su trabajo con honestidad. 

Gracias a Bárbara Ayuso por ponerme en la pista de este libro el pasado mes de septiembre con unas cañas en la plaza de Olavide.