martes, 30 de junio de 2015

Lecturas encadenadas. Junio

Se termina junio y he retomado el ritmo lector. No dormir y el calor aplastante contribuyen a que lea más. El balance general del mes es: seis libros. Tres escritos por mujeres. Dos ensayos. Un comic. Los resultados han sido desconcertantes.

Empecé el mes con The Gluten Lie: And Other Myths About What You Eat  de Alan Levinovitz. Llegué a este libro a través de un artículo en internet del propio Alan que me llamó la atención y tuitee. Mi sorpresa fue que el propio Alan me escribió después para darme las gracias y ofrecerse a enviarme el libro a mi casa ¡desde Nueva York! Por supuesto, acepté su propuesta y nada más llegar a casa me puse con él. Obviamente, por ser un tema que me toca muy de cerca, la moda de no comer gluten porque es "más sano" y las dietas basadas en supuestas exclusiones de alimentos me tocan mucho la moral y me apetecía leer algo sobre el tema. El libro de Alan es muy muy interesante, ameno, entretenido y se aprenden un montón de cosas que te dejan con los pelos de punta. Es impresionante como si te pones a pensarlo todas las supuestas dietas milagro se basan en lo mismo: un estudio médico del que se "leen" los datos que interesan, un reclamo de un pasado paradisiaco en el que nuestros antepasados vivían felices sin enfermedades que hoy en día nos matan, un alimento maravilloso que lo cura todo y unos cuantos sinvergüenzas que se aprovechan de la gente. Alan Levinovitz recorre la historia de las dietas "sin", sin grasas, sin azúcar, sin gluten explicando todos los estudios, las tretas, la publicidad engañosa y tratando de hacer frente a la actitud de "enfrentamiento" hacia la comida que la sociedad del primer mundo está desarrollando. Es un libro que recomiendo muchísimo y si no leéis en inglés, estáis de suerte porque próximamente se editara en castellano. ¡Ah! Alan habla un español (escribe) perfecto porque trabajó mucho tiempo en Sevilla.


En el Cuaderno de Cultura Científica de la UPV/EHU escribí un post con una de las historias increíbles que cuenta Alan sobre celiaquia y plátanos unida a otra super historia sobre golpes de estado. ¡No os la perdáis!

Salvar A Mozart de Raphael Jerusalamy fue el segundo libro del mes. Había leído todo tipo de alabanzas por twitter y en algún blog y me decidí a pedirlo a la editorial Navona que siempre son encantadores conmigo. Además, está editado en la colección Ineludibles con esas tapas de tela tan preciosas y con tacto rasposo que me encantan.

Todo tenía buena pinta: el tema, la editorial, la colección, el título, el bonito color gris de la portada... pero no pudo ser. En ningún momento conseguí interesarme por la historia del viejo músico Steiner, recluido en un asilo-hospital en Salzburgo mientras la ocupación alemana se consolida y todo su mundo, incluido el famoso festival de música se tambalea y es barrido por la barbarie nazi. Le he estado dando vueltas y puede que el tema no me haya enganchado porque cuando has leído tanto sobre historia de la II Guerra Mundial, con historias reales que son espeluznantes tanto por el horror como por el heroísmo, la ficción se queda corta y resulta superficial. La historia del viejo músico que trama una venganza contra los nazis es como un telefilm de Antena 3 frente al Padrino. Se deja ver pero resbala.

Y llegamos a las mujeres. Empecé con una irlandesa, Edna O´Brien y su Las chicas de campo  regalo de mi amiga Catalina. ¡Mil gracias! Todos los libros que tienen como protagonistas a chicas irlandesas se parecen. Todos tienen el mismo tono, los mismos prados húmedos, las mismas chicas especiales dentro de una familia "normal", muy a menudo un padre borracho y violento, un pueblo cotilla, un futuro ideal que raramente alcanzan y que, en el caso de alcanzarlo, resulta ser un fiasco total... siempre es más o menos lo mismo. La historia de esta novela me ha recordado muchísimo a Brooklyn y a "El color de la leche". Es una novela agradable sin más, se lee rápido y poco más. La protagonista no consigue emocionar al lector y en muchos momentos da pena porque es tan obvio lo que va a ocurrir que da vergüenza ajena verla ir directa hacia ello. 
"Aquel fue el último día de mi niñez".
Sobre la siguiente lectura del mes, La dichosa importancia de la belleza de Amanda Filipacchi, ya lo dije todo hace un par de semanas. Es una novela espantosa, no hay otra manera de definirla. ¿No debería despellejar un libro cuando es tan horrible? ¿Debería callarme siguiendo esa frase tan bonita de "si lo que vas a decir...blablablabla...no digas nada"? Sinceramente creo que no. A la editorial no les ha gustado mi crítica y me lo han hecho saber. Están en su derecho. Y yo en el mío de decir que la novela de Filipacchi es horrorosa, lo peor que he leído en el año.

En mi visita a la feria del libro compré La Utilidad De Lo Inútil de Nunccio Ordine. Un breve ensayo que tenía en mi lista de pendientes desde que el año pasado lo mencionó Fernando Cossio en una charla en San Sebastián. Tenía curiosidad a pesar de que no sabía si iba a resultarme demasiado denso o un aburrimiento. Ha sido una completa sorpresa y una delicia de lectura. Ordine reflexona sobre la importancia de hacer las cosas sencillamente por hacerlas sin que tengan que tener una finalidad posterior, sin que tengan que servir para nada. La inutilidad en la literatura, en las universidades y la ciencia, en el amor. He doblado muchísimas esquinas y copiados multitud de párrafos que seguro que me inspiraran en algún momento. Es un gran ensayo muy recomendable para leer y releer y aprender o, mejor dicho, recordar que podemos hacer cosas en nuestro día a día que no sirvan para nada.

Me encanta esta reflexión en una época en la que todos guardamos nuestra "parcelita" absurda de saber y muchos se consideran expertos y guardan lo que saben como si fuera oro.
"El conocimiento es una riqueza que se puede transmitir sin empobrecerse. Solo el saber -poniendo en cuestión paradigmas dominantes del beneficio - puede ser compartido sin empobrecer. Al contrario, enriqueciendo a quien lo transmite y a quien lo recibe". 
"Como le sucede a los peces más jóvenes, no nos damos cuenta de qué es en verdad el agua en la que vivimos cada minuto de nuestra existencia. No tenemos, pues, conciencia de que la literatura y los saberes humanísticos, la cultura y la enseñanza constituyen el líquido amniótico ideal en el que las ideas de democracia, libertad, justicia, laicidad, igualdad, derecho a la crítica, tolerancia, solidaridad, bien común, pueden experimentar un peligroso desarrollo".  

El mes lo he terminado con otra mujer con la que tengo una relación de "Amor verdadero y absoluto por haber escrito una de mis novelas favoritas" mezclada con ratos de "No te soporto porque eres una intensa, una pedante y un aburrimiento". Estoy hablando de la siempre etérea y envidiada Siri Hustdvedt.

El mundo deslumbrante es su última novela y ha sido regalo de un descerebrado. ¡Gracias! Esta historia se encuentra justo en el extremo de "Siri no te soporto". Es un coñazo supremo, un aburrimiento insportable, una tortura de lectura y además Siri alcanza unas cumbres de pedantismo culturetas que me dan ganas de apedrearla en plan "Jehová, Jehová" de los Monty Phyton.

La historia es idiota (aunque no tan idiota como la de la Filipacchi) pero lo peor no es eso. Lo peor es que Siri copia personajes de otras de sus novelas, situaciones, ambientes, hasta las obras de arte que hace la protagonista se parecen a las que hacia Bill en "Todo cuanto amé". "El mundo deslumbrante" es como la versión en serie B de la gran novela de Siri y hace aguas por todas partes. Las reflexiones filosóficas son enrevesadas y están encajadas a martillazos en la historia, los personajes con un vago (por decir algo) aire Austeriano resultan planos, son como sombras y, en resumen, no hay absolutamente nada aprovechable en toda la novela.

Para cualquier lector de las novelas de Siri es más que evidente que este trabajo no aporta absolutamente nada, es una suma de pequeños trocitos de sus anteriores novelas encajados a martillazos. Una pérdida de tiempo para el lector y para Siri que podía haber dedicado su tiempo a intentar buscar otra inspiración y ahorrarse este trabajo innecesario, tedioso y aburridísimo.
"El nacimiento, al igual que la enfermedad y la muerte, no dependen de nuestra voluntad. Simplemente suceden. El "yo" no tiene nada que ver con ello".
En algún momento del mes leí el segundo tomo de Akira. Por ahora sigo aunque para nada me está entusiasmando.

Y con esto y un bizcocho y recomendando mucho los dos ensayos de este mes... hasta los encadenados de julio.


viernes, 26 de junio de 2015

La calle que mide mi mundo

La calle se llama Majalastablas. Todo junto, un nombre extraño, resonante y con muchas aes. ¿Las tablas son majas? ¿Qué tablas? ¿Pueden ser las tablas majas? Estas y otras preguntas parecidas, que nos daban muchísima risa, nos hacíamos cuando éramos pequeños y todo nuestro mundo en Los Molinos se reducía a ir de un extremo a otro de esta calle. 

Treinta años después, Majalastablas sigue casi exactamente igual. Sin asfaltar, el mismo recorrido, las mismas torrenteras cuando llueve, (casi) las mismas casas, el polvo de arena los días de verano cuando hace un calor infernal, la oscuridad de las noches cuando en las casas que la flanquean no hay gente, el cambio de rasante... y el mismo comienzo en la cuesta de la estación y el mismo final en la "calle de tu casa, Moli".

Empezando por el final que podría ser el principio, pero que es el final porque siempre ha sido así; a mano derecha hay una casa que no estaba cuando yo era pequeña. Había un prado donde el vaquero metía las vacas cuando las sacaba del pasto que había detrás de nuestra casa. A veces, la cerca se quedaba abierta y las vacas salían a la calle y los coches se las encontraban paseando tranquilamente. A mano izquierda está Piedras Grises, con un seto enorme de arizónica que no deja ver la casa. A veces hay gente, pero otras muchas veces está vacía. Hacen fiestas; o hacían. Odio las arizónicas. 

Un poco más adelante está La casa amarilla, una de mis favoritas de Los Molinos. Es una casa enorme y, obviamente, es amarilla. He estado un millón de veces dentro y es maravillosa, como de película. Siempre pienso que ya no se construyen casas así; es espectacular y con un encanto increíble. De pequeña me fascinaba el gran salón con ventanas circulares, una chimenea gigante ¡y una mesa de ping pong! ¿A quién quiero engañar? Me sigue fascinando. La casa, el porche, la gran escalinata para subir al piso de arriba, la cocina amplia y blanca restaurada con los muebles de los años 50. Mi primer amor infantil vivía en esa casa ¡Hola A, si me lees! Me parecía el colmo de la guapura y el atractivo, y su madre montaba unas fiestas increíbles en verano. ¡Tenían una piscina gigante con trampolín de tres alturas! Hace poco trepé la tapia y la piscina está rellena de tierra. Lloré del disgusto, aunque sé que era inevitable que algo así pasara con esa casa. El jardín era tan enorme, ¡pista de tenis, parterres y parterres de rosas, decenas de caminos secretos para esconderse!, que se dividió cuando llegó el momento de las herencias. 

Pasada la gran verja de la casa amarilla, donde pone "Torreglory", un nombre horrible y que nadie conoce, hay una versión reducida de la gran casa. Es la antigua vivienda de los guardeses y es una preciosidad, como si los enanitos de Blancanieves se hubieran hecho una versión a escala. Por supuesto, ya no viven guardeses y hace tiempo que es una vivienda independiente de la grande pero tiene tanto encanto como la casa madre. Jamás he estado dentro y siempre que paso intento ver quién vive. Me imagino viviendo en ella y asomándome a las ventanas del piso de arriba con dos trenzas y corpiño. 

Nada más pasar esta casa está el cambio de rasante. De pequeños nos parecía una cuesta enorme que primero nos daba miedo bajar en bici y más tarde, perdido el miedo, fue el escenario de cientos de caídas en bici, rozaduras en las rodillas y manos despellejadas al perder el control o quedarnos frenados en la arena que el ayuntamiento echaba de vez en cuando para intentar rellenar los baches. 

Cuando era pequeña empezaba ahí la "zona de miedo". A la derecha, un prado lleno de zarzas, fresnos y sin luz. A la izquierda otra gran casa, una mansión que ocupaba toda la manzana y en la que no vivía nadie. Piscina, pista de tenis, rosaleda, gran jardín y una gran casa, enorme, de piedra. Los dueños se arruinaron o algo así y la propiedad se fue deteriorando hasta que otra familia de Los Molinos de toda la vida compró todo el terreno y construyó varias casas. No están mal y gracias a ellas ahora hay luz en ese tramo, pero no es lo mismo. En el prado sigue habiendo fresnos pero ya no hay zarzas, no se pueden coger moras... se puede jugar al pádel. 

En la esquina del prado de los fresnos está Los Molinillos. También conozco a los que viven allí, son amigos de mis padres. Bueno, los dueños originales eran amigos de mis abuelos, y sus hijos amigos de mis padres...puff, tengo mil historias sobre ellos. Incluso estuvimos en México en casa de uno de ellos cuando le destinaron allí... Él estaba, está, es un poco peculiar. Me daba miedo de pequeña, ahora no le soporto... cosas buenas que tiene la edad. 

Justo enfrente de Los Molinillos, está San Huberto. Ni sé las veces que he estado en esa casa; miles. Desde los diez años que entré por primera vez hasta el verano pasado, que fue la última que volví a entrar. En ella vivía y vive mi amiga S. Ella y todos sus hermanos; y ahora todas las parejas y montones de niños. He dormido, comido, merendado, celebrado bodas, cumpleaños y bailado coreografías imposibles enfrente de toda una patulea de familiares a los que no sé como conseguíamos reunir para jalear a siete niñatas haciendo el tonto. 

El adosado en el que han vivido varios de mis amigos, San Agustín, otra gran casa con gente sólo en verano que se sentaba en tumbonas con cojines de rayas azules y blancas, Samay Huasi, víctima de algunos de mis actos de vandalismo infantiles, El Naranco, su caravana con pegatinas de escudos de todas las ciudades de Europa en las que sus dueños habían ido de camping y su tapia, en la que nos pasábamos horas comiendo pipas y viendo pasar a la gente. Y al principio de la calle, La Perla y el Buzón. 

Todo sigue ahí, todo sigue exactamente igual. O no. Hay menos gente, las casas están más tiempo vacías y ya no es una calle oscura. Majalastablas era la medida de mis paseos y de mi mundo... sigue siéndolo. 

Recorría Majalastablas lo más rápido que podía porque lo importante era llegar. 

Ahora la recorro llena de nostalgia, disfrutando de lo que queda, añorando lo que ya no está y recordándome y sintiéndome con doce años. 

Majalastablas, la medida de mi mundo. 

miércoles, 24 de junio de 2015

Un abrazo

"No me beses, abrázame fuerte". 
"Abrázame y déjame llorar hasta que me duerma".
"Dame un abrazo y deja que me haga pequeña".

"Dame un beso de verdad, con abrazo", le digo a las princezaz. 

Nada consuela como un abrazo y hay pocas cosas más íntimas y más personales que abrazar a alguien. En un abrazo te tocas mucho, aunque sea un abrazo de esos de tíos,  de palmearse la espalda como si quisieran palparle la médula ósea al otro. Entonces, si es algo tan íntimo y que hacemos con tan poca gente, ¿por qué narices firmáis los mails con "Un abrazo"? 

Recibo un mail de alguien a quién no conozco o conozco muy muy ligeramente. Correcto, simpático, amable, interesante y, al final, "Un abrazo". Me quedo clavada en esas palabras, "un abrazo", con las orejas de punta, como un perro perdiguero. Intento imaginarme abrazando al remitente y a duras penas lo consigo. Empiezo a pensar en qué pondré yo de despedida cuando conteste. Ni de broma pondré un abrazo, no me visualizo siendo acogida en los brazos de ese desconocido/a. ¿Un beso? Si el semidesconocido ha puesto un abrazo a lo mejor un beso le parece demasiado íntimo... aunque no lo sea. ¿Un saludo? Si pongo eso me siento José Luis López Vázquez en una película de los años 60. "A los pies de su señora"

Cuando yo era pequeña, se saludaba a la gente que conocías con un solo beso y a los desconocidos se les estrechaba la mano en un apretón más o menos caluroso, dependiendo del grado de conocimiento. Sólo a algunas señoras muy cursis se les daba dos besos. En algún momento, entre mi niñez y mis veintipocos, todo cambió y muchas veces me encontré en la violenta situación de darle un solo beso a alguien que se quedaba con la cara cruzada esperando el segundo. El beso único desapareció, el apretón de manos desapareció y el gesto absurdo de los dos besos se instauró para saludar a conocidos y desconocidos. 

Bien, me plegué a la nueva fórmula de cortesía de los dos besos (falsos) con choque o roce de mejillas y dejé el beso único para los de amor verdadero o para los niños. El apretón de manos quedó relegado a ocasiones muy muy oficiales y muy muy serias. Entendí el nuevo protocolo y todo iba bien. 

Pero llegó el mail y sus despedidas y me encuentro en un mar de dudas. Si el mail es de mucha confianza, lo normal es que no lleve ni despedida o ponga algo inconveniente, como "que os den" o "no te soporto". Si es de amor verdadero, pues "Un beso", "Un beso enorme", o "Besos (todos)", o cualquier otra cosa de ese estilo. Si es un mail de amistad, pues "muchos besos". Pero, ¿qué pongo si el destinatario no es un Ministro pero tampoco es mi amigo? 

Me resisto a poner "Un abrazo". Me imagino encontrándome en persona con ese semidesconocido y abrazándolo, y noto cómo mi cuerpo hace la cobra y se resbala de esos brazos. No puedo poner "Un abrazo" sin sentirme violenta o mentirosa. 

La mayoría de la gente que se despide con "un abrazo" lo hace con buena intención (y seguro que no le ha dedicado horas a meditarlo como yo) pero también sé que cuando los encuentre nos daremos los dos besos absurdos y pasaran años (si es que eso sucede) antes de que compartamos un abrazo. 

Un abrazo implica tocarse mucho, rodearse, acogerse, sentirse, sostenerse. ¿Por qué lo ponemos en los mails? ¿No lo pensamos? ¿Deseos reprimidos? 

Deberíamos instaurar el "Dos besos" como fórmula de cortesía. Tendría todo mucho más sentido y yo me sentiría muchísimo menos violenta imaginando gente a la que tengo que abrazar. Soy capaz de imaginarme dando dos besos a prácticamente todo el mundo, pero abrazo a muy poca gente. Soy de poco tocar y me da mucho pudor. 

Eso sí, si firmo un mail con "Un abrazo" eso es exactamente lo que significa, que quiero abrazarte. 

lunes, 22 de junio de 2015

Ensayo sobre los vaqueros

Yo confieso que tengo siete pares de vaqueros. Me los pongo todos, cada uno tiene una función distinta y su momento. Los tengo de "qué piernecillas tienes" y de "Moli vas como un saco". Nuevos y heredados. Oscuros y claros. 

¿Tengo demasiados? ¿Qué verdades absolutas se pueden aprender de mi experiencia? 

Primera verdad: un vaquero que te gusta no se tira hasta que literalmente se deshace y no hay manera de arreglarlo ni con parches ni con zurcidos de la Abuela Cleta. Esto se aplica a ellos y ellas. Ellas suelen ir enseñando cacha del culo y ellos los pelos de los huevos... Se aguanta hasta que se desintegra el pantalón o tu pareja/madre los tira. 

Segunda verdad: jamás hay que comprarse un vaquero si no estás absolutamente convencido de que te gusta. Un vaquero no aguanta "no me gusta mucho pero con esta camiseta disimula". O te encanta o criará polvo en tu armario por los siglos de los siglos con breves intentonas, cada vez más espaciadas en el tiempo, de ponértelo acompañado de esta frase "¿y estos vaqueros? ¿por qué no me los pongo? No pueden estar tan mal.....Vale. Al armario otra vez". 

Tercera verdad: en los vaqueros hay modas; estrechos, anchos, de tiro bajo, de tiro alto, pesqueros, arrastrados, con vuelta, sin vuelta, negros, azules oscuros, nevados (sí, sí... no os hagáis los tontos), rotos, sin romper...y mil más. En la escala que va de "cambiar mis vaqueros todos los años por los que están de moda" a "hago que me traigan mi modelo desde China por mensajería porque lo llevo usando 20 años"...cada uno ocupamos un lugar. En los de China todos son tíos y en los de cambiar creo que casi todas son ellas y tienen menos de 25 años. 

Cuarta verdad: todos tenemos manías con los vaqueros. TODOS, y el que diga lo contrario miente. Las manías de ellos se concentran en una: estos son los vaqueros que me gustan y para cambiar de modelo y/o color tiene que darme un ictus, me tienes que prometer sexo salvaje 15 días seguidos y/o me da por el running pierdo 15 kilos y descubro que los vaqueros que he estado usando toda mi vida me quedaban fatal. 

Las manías de ellas van desde tener un vaquero para cada ocasión: un vaquero mono, uno para llevar con sandalias, uno para ir al monte, otro para tacones a manías del tipo "yo no uso pantalones pitillo porque tengo los muslos/rodillas/culo/cintura gorda/flaca o lo que sea". 

Quinta verdad: todos los que tenemos 40 años en algún momento de nuestra adolescencia lloramos por unos Levis aunque nos quedaran de angustia. 

Sexta verdad: los vaqueros aguantan casi todo sin dar vergüenza ajena pero no todo. No, repito, no se puede consentir en un hombre esos vaqueritos de tela fina con el cinturón apretado y que hacen globo en el culo. NO. 

En ellas, por favor, NO se puede consentir el vaquero de cintura a la altura del tercer espacio intercostal. 

Sexta verdad: cuando no sabemos qué ponernos todos queremos ponernos vaqueros. 

Séptima verdad: los vaqueros en verano dan calor. 

Octava verdad: la limpieza de los vaqueros es algo muy subjetivo y su valoración cambia con la edad. Cuando eres pequeño no entiendes jamás que tus pantalones favoritos vayan a lavar "¡pero si están perfectos!". Después se entra en una etapa en la que lo que más molan son los vaqueros recién lavados. Es una etapa absurda en la que sólo te puedes poner los vaqueros una o dos veces antes de decidir que hay que lavarlos. Hay mucha gente que se queda en esta etapa. Conozco a alguien que tenía 7 pares de vaqueros iguales porque sólo se los ponía una sola vez antes de echarlos a lavar. 

Después llegas a una etapa en la que los vaqueros aguantan un tiempo sin lavarse. Y más allá, está la etapa en la que sólo los lavas si te tiras algo muy asqueroso encima. Pasado un determinado momento...puedes estar años sin lavarlos. 

(Si vas a un sitio donde se fume entonces hay que lavarlos, no hay nada más asqueroso que ponerse unos vaqueros que apesten a tabaco)

Novena verdad: si te quedan bien unos vaqueros, seas él o ella, no habrá nada que te quede mejor. 

Décima verdad: si encuentras tus vaqueros favoritos del mundo mundial que te quedan de lujo y decides volver a comprarte otros exactos...nunca te quedaran igual. 

Cuídalos, no los laves y aprende a zurcir.