La primera vez que murió el padre de un amigo me encontré sin saber que hacer. Yo tenía 16 años y recuerdo que mi padre me dijo: haz el favor de llamar a tu amiga.
Yo no quería. No quería pensar en que un padre podía morirse. No quería hablar con mi amigo. No sabía que decirle. Tenía miedo. Le dije a mi padre que había llamado pero que comunicaba…era mentira, había colgado antes de que les diera a tiempo a descolgar.
Compartir la alegría o los buenos momentos con otra persona mola mucho. Ya expliqué hace mucho tiempo que aunque seas una cumbre de la empatía es imposible sentir lo mismo que otro alguien…pero la alegría, el entusiasmo y la felicidad se expanden hacia fuera y aunque tú no estés igual de alegre, entusiasmado y feliz…algo de esas sensaciones caen sobre ti y te hacen sentir bien. Molan esos momentos.
Compartir los momentos chungos no mola nada. La naturaleza es sabia y aunque creas que si, es imposible compartir el dolor, la pena, la angustia o la tristeza suprema de otro alguien. Puedes llegar a atisbar ese dolor..pero no lo sufres. Y eso no es malo, sencillamente sería imposible vivir si la pena de los demás fuera realmente compartida. Nos pasaríamos la vida agonizando.
Aún así, aún sabiendo que esa pena o ese dolor es incompartible ( creo que esta palabra no existe) nos resistimos a acercarnos a ese momento de dolor o de pena. Nos sentimos inútiles, impotentes, creemos que no podemos hacer nada para aliviar al otro en ese momento de debilidad. Tenemos miedo. Miedo de no saber que hacer, de no saber que decir, de que todo lo que digamos o hagamos no sirva de nada y mucho miedo de atisbar aunque sea ligeramente la tristeza infinita, la pena suprema y el dolor inconsolable.
Todos, como yo con 16 años, buscamos excusas. No he podido hablar con él, no he tenido tiempo para ir, tengo trabajo y no puedo escaparme, si fuera yo me gustaría que me dejaran en paz…etc, etc. Sabes que estás siendo cobarde, que tienes miedo y que todas esas excusas no son para el otro, si no para ti mismo..para no enfrentarte al miedo que tienes. Al final acabas yendo pero un poco por que es lo que hay que hacer, porque es una costumbre, un tema social. Vas sin saber muy bien para qué.
Y un buen día te encuentras en el otro lado. Eres tú el de la pena suprema, la tristeza infinita, y el vacío en el estómago. Tú eres de corcho. Al contrario de lo que siempre pensaste, no tienes miedo. Duele pero no te da miedo.
Empieza a llegar gente. Amigos, familiares, compañeros de trabajo. Descubres al contrario de lo que habías pensando antes, agradeces infinitamente su presencia. Sabes que la gente te quiere, a ti y a tu familia, pero verlos llegar a abrazarte, sin saber que decirte, a acompañarte hace que te sientas mejor, que te sientas querida. Sabes que no lo sienten como tú..pero eso no importa. Verlos allí, acompañándote te reconforta. Te gustaría decírselo a todos..gracias por venir…gracias a ti, a cada uno de vosotros por venir, por acercaros..por pasar por encima de vuestro miedo, de vuestras excusas internas, de vuestras complicaciones logísticas y acercaros a decirme que estáis conmigo. Pero no puedes hacerlo…porque no es el momento, porque no tienes tiempo, pero aprendes una cosa muy importante que jamás se te olvidará.
Cada vez que una de esas personas pase por lo que tú estás pasando, sabrás lo que duele. Sabrás la pena inmensa que les anega. Sabrás que verte llegar allí a las 8 de la tarde, darles un abrazo fuerte que les transmita tu cariño y decirles “ lo siento en el alma” sintiéndolo en el alma de verdad, les reconfortará, les hará sentirse mejor y les ayudará un poco en ese momento tan duro. Sabrás como se agradece hablar de otra cosa, de cualquier chorrada. Sabrás como el humor negro es un recurso buenísimo para liberar tensión y sabrás como reírse en esos momentos sienta fenomenal. Sabrás como se agradece el contacto, la mano que les coge mientras hablan, la mano en el hombro mientras se ríen del chiste sobre ataudes y sabrás como se siente el abrazo final cuando te marchas...
Sabrás que en esos momentos, acompañar ayuda muchísimo.
El tiempo de rumiar en silencio la pena suprema, el tiempo de preferir la soledad, viene después y también hay que estar pero de otra manera.
Para mi amiga O. a la que acompañé ayer.