jueves, 17 de septiembre de 2020

Lo que nos cuentan las fotos

La foto que da comienzo a la tradición familiar es en blanco y negro y ya amarillea en algunas zonas. La luz que, durante años, la ha iluminado entrando por la galería del patio se ha comido los blancos y los negros. En ella hay diecisiete personas. En el centro, mis bisabuelos maternos, Eleuterio y Teresa, sentados en dos sillas con sus cuatro hijas (su hijo murió en la guerra, en el hundimiento de su barco), sus yernos, sus nietos y un perro, Morris. Mis bisabuelos parecen viejísimos, ancianos, pero por la edad que parece tener mi madre en esa foto, quizás tuvieran setenta escasos. Miran adustos a la cámara, muy serios y, a pesar de que es verano, porque todos los demás van en pantalón corto, camiseta o incluso, como mi madre, en traje de baño,  ellos van vestidos formales: él chaqueta, corbata y pantalón largo y ella vestido y moño. Mi abuelo José Luis, justo detrás de su suegro, lleva gafas de sol y sonríe divertido mirando algo fuera de cámara que no veo. Por detrás de él se ven las casas al otro lado de la carretera, los árboles del jardín de La Rosaleda no eran por entonces tan altos, eran jóvenes, como todos ellos, y no tapaban la vista. 

La siguiente foto es en color. Se intuyen jersey verdes, azules y granates y mis primos llevan pantalones cortos y y mis hermanos y yo llevamos vaqueros. La foto entera está adquiriendo un color pardo, dorado, como si estuviéramos, como Marty McFly desapareciendo. Los árboles y los lilos del jardín ya han crecido y posamos con un fondo verde que tapa las casas que se veían en la foto anterior. Entre una foto y otra creo que han pasado unos quince años. Esta vez, los que están sentados en las sillas son mis abuelos. También parecen mayores pero se que tenían apenas sesenta. No hay nadie con chaqueta y corbata y está tomada a principios de otoño en el mismo sitio: la rampa del garaje. (Hace poco fui a esa casa y como me pasa siempre que vuelvo me pregunto en que momento empezó alguien a llamar rampa a una superficie con tan poca inclinación que una canica se quedaría parada después de recorrer 20 cm) Aquí tengo cinco o seis años. Llevo el pelo cortado como ahora, corto y tapándome el ojo derecho. (Poco se habla de que la raya del pelo es para siempre). Estoy sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, junto con mis hermanos y mis primos. Llevo algo en las manos, ¿un palo? y miro a cámara muy seria. Hace cuarenta años las fotos eran algo serio, se hacían para la posteridad, como recuerdo y tenían que salir bien.  Fotografiarse era algo trascendente, se "revelaban" (Hasta este verbo ha dejado de existir, ahora se imprimen) y pasaban a formar parte del paisaje de las casas, de las rutinas diarias durante los años y años que permanecían en un marco encima de una mesa, en una pared colgadas. No te dabas cuenta pero las veías cada día y se convertían en atrezzo de tus recuerdos. Las que hay en mi casa, las tengo tan  interiorizadas, que como estoy haciendo ahora, puedo describirlas sin verlas. Mi yo de seis años parece decir "Ey, estuviste aquí, eres esta familia aunque pasen muchos años". 

Las últimas fotos de la serie familiar nos las hemos hecho este fin de semana, como hacemos cada verano. Ya no hay una única foto porque podemos permitirnos hacer doscientas: solo los hermanos, solo los nietos, por parejas, por familias, los primogénitos, los segundogénitos, con los perros, sin los perros, poniéndonos muy serios, haciendo el tonto, saltando, tumbados en el suelo, con los pies dentro de la piscina, bailando una coreografía. Todas son en color, brillan como supongo que brillaban las anteriores cuando se tomaron. Camisetas rojas, pantalones azules, bañadores verdes, chanclas fluorescentes, minifaldas de rayas, camisetas rosas. Salimos despeinados, con la ropa sin planchar, los pantalones rotos, manchas de regaliz y de chocolate. Salimos con los ojos cerrados, con papada, con la boca abierta, bizcos, mirando a otro lado, hacia abajo, hacia arriba, gritando «Espera». Ya nadie se sienta en ningún silla, ni estamos en la famosa rampa. No miramos a la cámara serios porque podemos repetir la foto todas las veces que queramos o hasta que los perros se cansen de posar y mis sobrinos pequeños digan "ya basta". 

No sé quien hizo las dos primeras fotos. Si cierro los ojos o me quedo mirando el jardín desde la ventana puedo oír las voces de los que ya no están, viviendo en esas fotos diciendo: «venga, colocaos, a ver que miro a ver si estamos todos. Le doy y voy corriendo, me pongo en la esquina" y, después, las sonrisas congeladas, mirando a cámara. Los «¿ya?», los «¿habrá salido?». «Haz otra por si acaso». Cuando las fotos no pueden ampliarse con un movimiento de dedos en una pantalla, su fortaleza viene de las historias que nos cuentan. «Estos son los tios de Vitoria, Manuel y Teresa, y esta es una niña de la India que adoptaron cuando era bebé», «Este es Morris, el perro que tu tia Mayte tenía cuando era joven». Cuando no puedes ampliar para ver si se la sonrisa era perfecta, es más fácil prestar atención, fijarse en las historias de las fotos. 

En la primera foto aparecen diecisiete personas, diez ya han desaparecido. En la segunda también somos diecisiete y seis ya no están.  De todos ellos les he hablado a mis hijas. En la de este años somos catorce y dos perros. Aspiro a que cuando yo ya no esté, cuando algunos de los de la última foto desaparezcamos, alguien sea capaz de recordarme así: de colores, en familia, aquí. «Esta es tu tía/abuela Ana, es el verano que se dejó el pelo blanco». Por eso siempre imprimo una de estas fotos familiares y la cuelgo en mi pared. 

Imprimid las fotos y ponedlas en vuestras casas hasta que de tanto mirarlas hayáis dejado de verlas. Es justo en ese momento cuando pasan a formar parte de tu vida. 


6 comentarios:

Galiana dijo...

Desde siempre he tenido fotos colgadas en la pared, de mi yo niña, de mis hijos pequeños, ya adultos, con sus parejas; en estos años voy añadiendo las de mis nietos.
Cambio de casa y lo primero que cuelgo en la pared son las fotos familiares, el resto de cuadros viene después (si hay hueco).

Esther dijo...

Buena idea, lo haré.

Anónimo dijo...

Pensaba que hablabas de esa foto! Mi padre es muy fotógrafo de siempre, y tiene la casa llena de fotos familiares con todos colocados para la ocasión,pero ya somos muchísimos!! (padres, hijos y nietos). Me gusta la idea y en alguna ocasión ponía una de esas fotos en mi perfil de wasap

Pablo dijo...

Adoro las fotos desde que se revelaban, y de casta le viene al galgo porque tuve una tía abuela que hacía miles de fotos y las revelaba ella. Gracias a ella tengo miles de testimonios de mi familia. En la parte materna no pasaba eso pero tenían mucho dinero y también tenían muchas fotos. Fotos de mis bisabuelos descojonados de risa en 1930...
Para mí era lo normal, y con el tiempo me di cuenta de que no era nada común. Incluso tuve una novia de pueblo que sólo tenía diez fotos de su familia, las diez encima de la tele.
Las fotos son una maravilla y hay que conservarlas, en papel, en un disco duro o en la nube, como sea.

Anónimo dijo...

Enorme Moli, tu mejor registro sin duda.....solo le falta el marco!!!!

Ses dijo...

Soy terrible con las fotografías, la única que conservo es una de mi abuela, y me sorprende que todavía la tenga. Ni siquiera del día de mi boda.