jueves, 28 de noviembre de 2019

Sí son para tanto

Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, tuiteó ayer desde su cuenta personal como presidente de los Estados Unidos un montaje fotográfico en el que aparecía su cara sobre el cuerpo de un campeón de boxeo, no sé si Rocky u otro, da igual. Mi reacción ante ese tuit no fue estupor, ni sorpresa, ni incredulidad ni siquiera indignación. Mi reacción fue la que lleva siendo desde que fue elegido presidente: acordarme de todos esos gurús políticos, tertulianos, periodistas y opinadores que,  en el otoño de 2016, decían: «No será para tanto», «se moderará cuando llegue al poder», «las instituciones lo controlarán» y, mi favorita, «dice esas cosas para provocar, para enganchar a la gente pero en realidad no las piensa ni va a hacerlas». Me acordé de todos ellos y pensé lo que llevo tres años pensando: sois idiotas. 

Cuando un hombre adulto, como Trump o Boris Johnson o Abascal u Ortega Smith o Le Pen (porque también hay mujeres), dice cosas racistas, machistas, homófobas, idiotas o tan simplistas que dan vergüenza ajena no está jugando a hacerse el provocador, el idiota o el gracioso. Piensa y cree cada una de ellas con un fervor tan intenso que debe darnos miedo. Un hombre adulto asquerosamente machista, racista, homófobo y maleducado es un peligro y todo lo que haga siempre es preocupante, muy preocupante. Si a un hombre adulto machista, racista, homófobo le das un palo te pegará con él en la cabeza, si le das un micrófono gritará todas sus peligrosas opiniones y sus mentiras hasta quedarse afónico y si le das el poder, el que sea, lo usará mal y de manera peligrosa. Darle un palo, un micrófono o el poder a un hombre machista, racista, homófobo y maleducado no va a moldearle, ni a suavizarle ni a hacerle ver lo equivocado que está. Las instituciones no van a controlar a un hombre así porque para que las instituciones puedan controlarte tienes que conocerlas y respetarlas. Las instituciones: el Parlamento, el Congreso, el Ayuntamiento, la Casa Blanca, no son superhéroes con capa que pueden llegar y charlar con el villano para hacerle entender que va por mal camino y si no lo entiende darle una leche o acabar con él. Las instituciones, esa palabra que no quiere decir nada, son en realidad normas y controles que hemos puesto en marcha para convivir, para organizarnos, para equilibrar. El hombre racista, machista, homófobo y maleducado no conoce esas normas, le dan exactamente igual porque no van con él y si le damos acceso a ellas no va a apreciarlas ni valorarlas. LE DAN EXACTAMENTE IGUAL. Él ha venido aquí, le hemos dejado venir, a jugar a destruirlo todo porque él además de racista, machista, homófobo y maleducado tiene un ego del tamaño del Titanic. Las normas, las reglas y la educación son para los demás, él es auténtico y a él eso no le incumbe. 

A veces te tiras a la piscina y descubres que el agua no está tan fría como creías, que no era para tanto. Pero cuando le das el poder a un hombre racista, machista, homófobo y maleducado siempre va a ser para tanto, siempre va a ser para más, siempre será muchísimo peor de lo que hubieras podido imaginar.  Y no, no está jugando a provocar, para provocar se dice "A que no me coges" o "no hay huevos", pero no se incita al odio, se acaba con las relaciones diplomáticas, se insulta o se gritan consignas racistas, machistas y homófobas. Eso se dice para acojonar y porque se cree con firmeza. 

Así que sí, hay que temer lo peor porque sí son para tanto. Para mucho más de lo que podamos imaginar.  Ya está bien de templar gaitas.  


lunes, 25 de noviembre de 2019

Enredada en recuerdos


Cuando mi madre era pequeña tenía una cocinita de madera.  Era de juguete, pequeña, pero de verdad, en ella hacia fuego y preparaba comida siguiendo las indicaciones de la cocinera (sí, tenían cocinera). No sé como era, no sé de qué color eran sus puertas ni exactamente qué tamaño tenía porque no la guardaron y no he visto fotos pero la tengo en mi cabeza porque ella me lo ha contado un millón de veces. Es algo que no existió jamás para mí, algo con lo que nunca tuve contacto físico pero que para mí existe y por lo que en algún momento de mi vida sentí añoranza. Yo quise tener esa cocinita, o mejor dicho, quise tener la infancia que mi madre había tenido, quise que la infancia de mi madre no se hubiera acabado nunca porque me parecía un lugar feliz, un espacio y un tiempo que merecía no haber terminado nunca, aunque eso supusiera que yo no hubiera existido. 

Cuando mis padres decidieron ampliar nuestra casa de Los Molinos justo antes de empezar preparamos una gran fiesta. Era septiembre, el último día de fiestas, domingo, y al terminar el encierro mis padres invitaron a todos sus amigos a tomar el aperitivo en casa. Comimos, ellos bebieron y al terminar tiramos los platos y los vasos al suelo y con mazos rompimos las paredes de la casa que se iban a demoler. Al año siguiente tras sobrevivir a "la obra" también conocida como "de esta mis padres se divorcian", hicimos una nueva fiesta que pasó a llamarse "aperitivo fin de fiestas" para celebrar la terminación de las obras y la inauguración de la nueva casa. Esta vez no rompimos nada y los mazos permanecieron guardados pero a cambio preparamos, entre otras cosas,  salpicón de marisco y cebollas rellenas. Y al año siguiente también, y al siguiente y al siguiente. Y nosotros cuatro, los hijos, nos hicimos mayores y empezamos a invitar a amigos. Y seguimos con el salpicón y las cebollas rellenas, veinte, treinta, cuarenta, cien cebollas rellenas y otro año y un año más y otro más. Y murió mi padre y pensamos en dejar de hacerlo pero seguimos. Y otro año más y más y muchos más hasta que se acabó. Porque sí, porque un año no nos apeteció, porque estábamos cansados, porque total ¿qué más daba? 

El aperitivo fin de fiestas fue algo que no era, que luego fue y pareció ser eterno y que se acabó. No lo sabíamos entonces pero no estaba destinado a durar y estaba en nuestra mano. Lo creamos y lo terminamos y me gusta pensar que lo viví, que lo recuerdo, que construí ese momento y que tengo esa memoria. Para mis hijas sin embargo es como la cocinita de mi madre, algo que nunca vivieron, que existió antes de que ellas vivieran y a lo que no pueden volver ni siquiera en su recuerdo, solo en el mío. 

El viernes volvía a casa caminando, atravesando el barrio de casitas, y callejeando pasé por delante de la que fue guardería de mi hija Clara, Tower House. Ya no es blanca, ni tiene las ventanas amarillas ni las verjas de colores que delimitaban el pequeño patio en el que vi la primera función de Clara, disfrazada de chinita con un vestido verde. La casa la están dejando preciosa pero eso me hizo pensar en que las cosas, las calles, las casas, las situaciones, las modas, las palabras, los periódicos, los coches, la música, los libros, las revistas, dejan de ser y no puedes volver a ellas. Pensé que a veces me gustaría que algunas cosas se quedaran como están, como eran para siempre: El Barrio de casitas, la guardería, la curva de Puente Verde en el camino a Cercedilla, los edificios de Comillas a los que iba de campamento, las tiendas de barrio, pero lógicamente no puede ser porque además las cosas que son para mí, en algún momento fueron cosas que dejaron de ser para otros. Hubo alguien, antes de mi, que vivió en ese torreón de ladrillo antes de que fuera una guardería y para el que Tower House con sus paredes encaladas y sus ventanas amarillas y su patio rodeado de verjas fue algo que acabó con el espacio físico de su vivencia y que le dejó solo con su recuerdo. 

Pensé luego que era curioso que tuviera más apego por la guardería de Clara que por la casa en la que viví veintiocho años y me pregunté por qué. Llevo todo el fin de semana dándole vueltas y creo que es porque hace tiempo que aprendí que no puedes hacer nada por congelar los momento de felicidad, no puedes volver a ellos ni guardarlos inmaculados, llegan, los disfrutas muchas veces sin darte cuenta y se marchan. A veces no los ves marcharse, los ves cuando ya están lejos casi perdidos en la distancia pero por alguna razón creí que podría congelar los recuerdos de mi hijas, que sería capaz de mantener intactos sus lugares felices para ellas,  para que pudieran volver a ellos siempre. No puede ser y tendrán que contarle a sus hijos, si los tienen, que una vez fueron a una guardería con paredes blancas y ventanas amarillas. Y quizá sus hijos piensen: «ojalá existiera aún». 


viernes, 22 de noviembre de 2019

Podcasts encadenados (III)


Me quité de la radio por las mañanas porque tras escuchar las noticias políticas y las tertulias llegaba al trabajo con ganas de sacar un lanzallamas y quemar el mundo. Ahora con los podcasts he descubierto que se puede hablar de política, de política con mayúsculas, sin convertirlo en un patio de colegio y con mil enfoques mucho más interesantes. Las tres recomendaciones de hoy consiguen hacerte pensar en política sin dar ganas de matar y solo por eso merecen estar en esta sección. 

1.-Dollitics del podcast Dolly Parton´s America. Voy a dar por supuesto que el lector habitual de este blog sabe quien es Dolly Parton (mi adorable profesora de inglés no tenía ni idea quien era) y por tanto me voy a saltar la introducción. Este podcast de WYNC y presentado por Jad Abumrad habla, obviamente, de Dolly Parton. Habla de ella, con ella, sobre ella y reflexiona sobre su vida, su música y el mundo en el que se desenvuelve. Durante dos años ha seguido a Dolly por el mundo y la ha entrevistado durante horas. Este acceso directo a Dolly ha sido posible gracias a que hace años en Tennesse y después de un accidente de tráfico el médico que la trató fue el padre del presentador, un médico libanes que se convirtió en amigo íntimo de la estrella del country. Todo el podcast es estupendo porque no te lo esperas, no te esperas que te haga pensar, que te descubra las propias incoherencias de tu pensamiento o los distintos puntos de vista sobre un mismo acontecimiento, canción o sobre la política. En este episodio se cuenta cómo Dolly Parton (tan superestrella que viaja con doce guardaespaldas) se ha mantenido siempre o lo ha intentado al margen de la política a pesar de haber compuesto una de las canciones del movimiento feminista, Nine to five, para la película del mismo título con Jane Fonda que interviene en este episodio. 

Estupendísimo.

Podcast: Dolly Parton´s America
Episodio: Dollitics
Presenta: Jad Abumrad
Duración: 44 minutos




2.- Jose Feliciano´s Guitar del podcast Lost at the Smithsonian with Aasif Mandvi. Este podcast cuenta la historia de diez piezas del museo de historia más importante de Estados Unidos relacionadas con el mundo del espectáculo, el entretenimiento o el deporte. En este episodio partiendo de la guitarra que tocó José Feliciano cuanto interpretó el himno americano haciendo su propia versión en las Series Mundiales en 1968 se cuenta la historia de esa versión, lo que supuso para Feliciano y su componente político. El cantante puertoriqueño fue acusado de antipatriota, sufrió amenazas, ataques y las emisoras de radio dejaron de emitir sus canciones. La interpretación que se ha hecho de esa versión, de esa actuación de Feliciano siempre ha sido política, como si él hubiera hecho un acto de protesta pero cuando el presentador habla con él y le pregunta si la decisión de hacer esa versión fue política se encuentra la respuesta que no espera.  Voy a confesar que el presentador de este podcast no me gusta nada pero este episodio, la historia que cuenta y la sorpresa final compensan con creces mi desagrado con él.

Podcast: Lost at the Smithsonian with Aasif Mandvi.
Episodio: Jose Feliciano´s Guitar
Presenta: Aasif Mandvi.
Duración: 32 minutos




3.- A Third Grader´s Guide to the Impeachment Hearings del The Daily del New York Times. Este es uno de mis podcasts más favoritos del mundo mundial, lo escucho cada día al volver del trabajo y no solo porque el presentador, Michael Barbaro, tiene otra de esas voces con la que podría conseguir lo que quisiera de mí sino porque es de lejos uno de los mejores podcasts del mundo. La potencia informativa del New York Times es innegable igual que la cantidad de recursos a su disposición pero esos dos elementos, potencia informativa y recursos, no garantizan por sí solos que fueran a hacer un buen podcast pero lo hacen, uno buenísimo. Cada día y durante veinte minutos desmenuzan en profundidad alguna noticia del día o la semana. Barbaro pregunta ¿qué pasa? ¿qué ha pasado hasta llegar aquí? ¿por qué ha pasado? ¿cómo podemos interpretarlo? ¿qué puede pasar a partir de ahora? La mayoría de las noticias son del espectro estadounidense de la actualidad pero hay episodios sobre Chile, sobre Gran Bretaña, China, Hong Kong, México y por supuesto sobre el follón del impechament y Ucrania. Este episodio es una obra maestra porque el protagonista es Leo, un niño de once años, interesado en el impeachment al que llevan al estudio a hablar con Barbaro y con Michael Smicht corresponsal político en Washington. Las cosas con niños siempre corren el peligro de dar mucha grima, mucha vergüenza ajena y resultar muy innecesarias pero lo que hacen en The Daily es prodigioso. Es interesante, entretenido, divertido y aprendes sobre todo el proceso porque resulta que las dudas de un niño de ocho años se parecen mucho a las de los adultos. Tengo claro que el éxito del episodio es que en la manera de hablar con Leo que tienen los dos periodistas no hay ni una gota de condescendencia. No os lo perdáis, obra maestra.  

Podcast: The Daily
Episodio: A Third Grader´s Guide to the Impeachment Hearings del The Daily del New York Times.
Presenta: Michael Barbaro
Duración: 25 minutos

Sé que esta semana no hay ninguno en español pero es que, chavales, el mundo del podcast es mucho más verde al otro lado de la valla... donde se habla en inglés. 

Y me despido como Barbaro: That´s it for today. See you on Friday.


miércoles, 20 de noviembre de 2019

Cosas que (me) dan rabia

Robin F. Williams
Qué rabia me da encontrarme en el último momento con el último trozo de papel higiénico y acordarme de que la última vez que estuve ahí sentada pensé: «queda poco, ahora repongo». Qué rabia la gente que corre, el color arena, el qu te manda un correo y además te llama para decirte «te he mandado un mail». Qué rabia echar gasolina, ir al cajero, el «descarga nuestra aplicación». Qué rabia el «yo no tengo tiempo», el «ok» y la gente que hace las comillas con los dedos.  Qué rabia el café con posos, la mantequilla agonizando y el kiwi demasiado maduro. Qué rabia negra David Broncano. Qué rabia el mensaje de «ha consumido el 80% de sus datos» y el «todos nuestros operadores están ocupados». Qué rabia La Mutua, Seat y Securitas Direct y que en el Ahorramás no haya hojaldre sin gluten. Qué rabia no recordar la contraseña, intentar cambiarla y que te pida una combinación con repetición de caracteres del alfabeto inca con números romanos y tres asteriscos intercalados. Qué rabia los calcetines desparejados, las pinzas que se parten y las bolsitas de botones de repuesto que encuentro por los cajones años después de haberme deshecho de la ropa que acompañaban. Qué rabia los dos besos a desconocidos y el «un abrazo» para terminar un correo. La fruta fría, el agua congelada y el olor a cloro. Qué rabia la gente que no sabe bajar el volumen de su teléfono, su música o su tono de voz cuando viaja en metro, tren o bus. Las raciones minúsculas en platos enormes. Qué rabia el gracioso de turno, el «perdona bonita» y el que no recuerda jamás que ya nos conocemos.  Qué rabia el «no me lo dijiste» y el «no es mi culpa». Qué rabia el «no son tan fachas» y el «pues anda que los otros». Qué rabia que el donuts bombón sea más fácil de encontrar que el fondant. Qué rabia las judías blancas, el «mira que sano como que te lo enseño en fotos» y la gente que no desayuna. Qué rabia que la lectura de los (pocos) artículos en prensa que me interesan se haya convertido en una especie de paseo en la jungla, a machetazos hay que intentar despejar la vista de anuncios, vídeos que se autorreproducen y encuestas para conseguir llegar al fondo, al contenido. Qué rabia me dan y qué bofetón tienen los que luego dicen «paga por mi contenido». Qué rabia me da no encontrar nunca la almohada perfecta, las contracturas musculares y las uñas largas. Los bolsos ridículos, las tarjetas de visita, quedarme sin tinta. 

Qué rabia me da saber que según publique esta lista se me ocurrirán más y mejores cosas rabiosas.