lunes, 29 de octubre de 2018

Me gustaría...

Me gustaría saber qué hay en la cabeza de la gente que deja su patinete o bici de alquiler en medio de la acera, obstaculizando el paso. Me gustaría asomarme a su cerebro y gritar: ¿Hay alguien ahí? ¿De verdad no se te ha ocurrido apoyar el patinete en la pared? ¿De verdad eres tan gañán como para no saber que la calle no es tuya? Me gustaría no creer que, en realidad, su cerebro sí le dice: «eh, chaval, apoya el patinete en aquella esquina que ahí no molesta» y que son ellos con toda su estupidez los que dicen: «bah, da igual, por mis huevos toreros lo dejo aquí».  Supongo que esta gente es la misma que aparca en segunda fila «cinco minutitos» y cuando estás a punto de llamar a la grúa salen diciendo «perdona, perdona». Me gustaría poder pedirme como superpoder que cada vez que decido hacer bricolaje en casa todo lo necesario apareciera mágicamente en el cajón de las herramientas. O puede que me gustara más que con un chasqueo de mis dedos un manitas ducho en el uso del taladro, los cuelga fácil y con una increíble capacidad para calcular a ojo las distancias apareciera en mi salón. Me gustaría no tener últimamente la sensación de que no tengo tiempo para nada, me gustaría haber seguido en mi limbo de no saber qué significaba la expresión «no tener tiempo». Me siento como si me pasara el día golpeando uno de esos juegos en los que sale la cabeza de la marmota y tienes que ir evitando que salga. Golpeo y golpeo y golpeo esperando que en algún momento dejen de saltar marrones, cabezas de marmota y pueda dejar el martillo y tirarme la bartola y no hay manera. Me gustaría que no me doliera el hombro y que una operación no hubiera empezado a parecerme un horizonte deseable. Me gustaría no despertarme, todas las noches, a las tres de la mañana  y que mis hijas no dijeran «no me renta».  Me gustaría no tener sueños tan vívidos con hombres a los que conozco solo de manera fugaz pero con los que tras esos sueños me da vergüenza hablar porque creo que notarán que he soñado con ellos. Me gustaría que María se dejara cepillar el pelo y que convencerlas para ver una película clásica no costara tanto. Me gustaría que pudieran verse dormir, cuando otra vez parecen pequeñas, indefensas, cuando se quitan el disfraz de adolescentes que lo saben todo y vuelven a ser solo ellas. Me gustaría que supieran que me da muchísima pena despertarlas por las mañanas, que cada día tengo la tentación de meterme en sus camas, abrazarlas y hacer pellas del trabajo y del colegio. Me gustaría que supieran que no solo las mantenemos compartiendo cuarto porque no saben ser ordenadas. Nos gusta que sigan durmiendo en su litera porque así, por lo menos mientras duermen, siguen siendo nuestras pequeñas princesas. 


martes, 23 de octubre de 2018

Basura en los medios

Pejac Focus 
«¿Es culpa nuestra la depresión o la ansiedad?
Sí, la depresión, por ejemplo, te la provocas tú con tu diálogo interno, aunque no te des cuenta. Cuesta mucho deprimirse: solo si te esfuerzas mucho lo conseguirás.» (Rafael Santandreu)

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Este tío es un miserable, un impresentable, una ofensa para los enfermos de depresión y un jeta. No se me ocurre nada más asqueroso, nada más ruin, nada más repugnante que acusar a los enfermos de su propia depresión para así vender libros en los que supuestamente les enseñas a dejar de hacer las cosas mal y curarse. Pero no voy a dedicarle ni tres minutos más de mi tiempo a desmontar las memeces que dice porque lo que de verdad me preocupa es el altavoz que encuentra. 

Se  nos llena la boca a criticar la televisión basura, los programas en los que se da voz y eco a gente impresentable y peligrosa. Se monta un escándalo si en un programa de televisión sale alguien diciendo que para curar el cáncer hay que tomar limón, o cambiar tu dieta. Criticamos a la cadena, al programa, al presentador... a todos. «Qué vergüenza que la televisión programa estas mierdas, qué vergüenza que les dejen hablar» Todos decimos esas cosas. 

¿Por qué no decimos lo mismo de los periódicos que entrevistan a esta gentuza? «Es que vende miles de libros y es un nuevo lanzamiento.» Ajá. ¿Por qué no cargamos contra las editoriales que pagan a este señor para que escriba esas mierdas o a otros señores que hablan sobre lo malas que son las vacunas o sobre curarte el cáncer comiendo más brocoli? ¿Por qué no nos indignamos con los editores que montan increíbles campañas de marketing, llenando marquesinas, revistas y periódicos con anuncios de colorinchis con el enésimo libro que va a enseñarte a vivir? 

«Es que publicar esos libros que venden tanto les permiten publicar otros que no venden tanto» Claro, claro y yo me chupo el dedo. No, claro que no. Ni la prensa da altavoz a esa gentuza porque haya un clamor por escucharlos, ni las editoriales los publican para así conseguir pasta para editar otros libros, mejores, que venden menos. Periódicos, revistas y editoriales acogen, miman, cuidan y publicitan a esa gentuza porque les da dinero, mucho dinero. Tienen exactamente la misma motivación que las televisiones cuando programan contenido basura. No son mejores. Tampoco peores. 

Así funciona. Contenido basura hay en todas partes: televisión, radio, prensa y editoriales. No se salva ni uno. Ahora bien, igual que exigimos que las teles no den pábulo a estas mierdas... ¿cuándo vamos a empezar a pedir cuentas a las editoriales? ¿Cuándo los periódicos van a negarse a entrevistar a esta gente tan peligrosa?  

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«¿Usted podría vivir con agua y comida y nada más para ser feliz?
¡Pues claro! Y tú también. Es lo más normal del mundo.» 

Ja. No se puede ser más cínico ni más miserable. 


jueves, 18 de octubre de 2018

El timo de las experiencias interesantes

Mi maravillosa profesora de inglés me cuenta que se va a la India a hacer yoga. Es una loca del yoga y se lo toma muy en serio. Por ejemplo, me ha contado que necesita por lo menos tres horas para poder hacerlo bien. Además para practicarlo y concentrarse no puede tener ni la tripa llena ni mucha hambre porque por lo visto estar saciado o hambriento son estados incompatibles con el yoga. (Otra razón más por la que tengo mis dudas sobre el posible encaje que el yoga y yo podríamos tener como pareja). La cuestión es que se va a la India a hacer yoga y viajar por el país. Me comenta que está pensando en irse a dormir al desierto aunque hará frío y puede que  no sea la mejor época pero que, a lo mejor, es una «experiencia interesante».

¿Y esa cara?–me pregunta al ver mi expresión al otro lado del Skype. 

Ahora todo son experiencias. Experiencias gastronómicas, sensoriales, intelectuales, artísticas. Antes comíamos, sentíamos, leíamos, viajábamos, escuchábamos conciertos o veíamos una peli, sufríamos. Ahora experimentamos, hasta a las enfermedades las llamamos experiencias. «¿Fue tu depresión una experiencia que mereció la pena?» La experiencia como eufemismo supremo, como velo embellecedor de cualquier realidad de la vida.  

Voy a crear una plataforma en contra de las "experiencias". Me opongo con firmeza y determinación al uso, abuso y mal uso de la palabra “experiencia”. Yo no experimento nada, a mí las cosas me pasan, me suceden, me arrasan, me tocan de refilón, me sobrepasan, me destrozan, me cabrean, me sumen en una alegría inmensa o me causan pena infinita pero no las “experimento”. De lo que hago, como, pienso, leo, en suma de lo que escojo vivir o de lo que me cae porque sí (llámalo destino, azar o Dios con su varita mágica) aprendo o no aprendo, me arrepiento o lo disfruto, lo aborrezco o lo deseo o me deja indiferente pero no lo experimento. 

La experiencia, en singular, es un grado se decía antes. Decíamos de alguien que tenía mucha experiencia cuando había vivido mucho, cuando a base de repetir siempre lo mismo, de trabajar toda una vida en una misma tarea o estudiando un tema había adquirido una sabiduría, una maestría, un saber hacer. Ahora no. Ahora ese tipo de experiencia se desprecia porque lo que se lleva es el cambio, ser "rompedor", saltarse los esquemas, mirar/hacer/ver las cosas de manera diferente, lo que mola es la exaltación de las experiencia como fenómeno singular y único. Tener una experiencia y saltar a la siguiente. De experiencia en experiencia y tiro porque me toca.  

¿Tienes experiencia de más de veinte años dando clase? Mal. 

¿Son sus clases experiencias intelectuales interesantes? Fenomenal. 

Un paso más allá de las experiencias están las  “experiencias interesantes” que me parecen una cumbre de falsedad y engaño. Tengo la teoría, bastante comprobada,   de que cuando alguien dice de algo que ha sido una experiencia muy interesante ya sea un libro, ir a dormir en el desierto, dar una charla en un evento, hacer un viaje o asistir a una reunión, en realidad, quiere decir «antes que repetir esto me arranco las uñas a bocados pero como no quiero decir que me equivoqué te digo que es interesante» ¿Por qué creo esto? Porque la palabra interesante es tan neutra que resbala, es tan inútil que cuando de verdad algo suscita interés, curiosidad o ganas de más siempre le ponemos un calificativo “muy interesante”, “Super interesante”, “interesantísimo”.  

«Ha sido/ será una experiencia interesante” es siempre sinónimo de ojalá no tuviera que hacerlo, ojalá no lo hubiera hecho. ¿Por qué lo creo? porque se puede aplicar a cualquier tipo de tortura «en el colegio me pegaban pero fue una experiencia interesante», «el restaurante fue carísimo y un timo pero fue una experiencia interesante», «como película es un tostón pero fue una experiencia interesante sentarme durante 3 horas a ver un plano dijo de los pies del director». 

«Una experiencia interesante» es siempre una mierda pinchada en un palo, algo que si es posible es mejor evitar. Cuando alguien hace algo que le gusta mucho, cuando alguien disfruta de lo que hace, come, lee, escucha, ve o lo que sea, jamás dice que fue interesante. Decimos «no sé como explicártelo, me dejó alucinado, fue increíble» o «te lo recomiendo muchísimo, te va a encantar» o la cumbre del entusiasmo «ojalá hubieras estado allí».

Ya os contaré si mi adorable profesora durmió en el desierto o no. Stay tuned. 

lunes, 15 de octubre de 2018

El hijo que se escaquea


Siempre, siempre, siempre, en todas las familias hay un hijo que se escaquea. Si pensamos en nuestros hermanos, en nuestros primos, en familias que conocemos podemos fácilmente señalar cual de toda la ristra de hermanos, de hijos, es "el que se escaquea". Pensadlo, seguro que ya lo tenéis.

El hijo escaqueador lo es de nacimiento. Nacen con ese talento, con ese don y lo perfeccionan a lo largo de los años. Cuando son pequeños no saben que tienen ese superpodere y lo utilizan sin darse cuenta, sin pretenderlo. A la voz de «Niños a recoger», los hijos se ponen a ello, el progenitor entretenido como anda en recoger con ellos y en pretender enseñarles lo estupendo y maravilloso que es el orden, no se da cuenta de que hay uno que sí ha recogido pero poco, lo justo. Ha cogido dos playmobil y los ha guardado en la caja pero ha empleado en esa tarea sus buenos cinco o seis minutos mientras el resto de la familia deshacía un castillo de Lego, guardaba los billetes del Monopoly por colores, ordenaba los lápices de colores y preparaba la ropa para el día siguiente.

Esta época de inocente uso de su superpoder pasa rápido y pronto, muy pronto, el hijo que se escaquea toma conciencia y se profesionaliza. «Hay que poner la mesa» suele ir seguido de una necesidad imperiosa, poderosa e inevitable de visitar el baño. Una necesidad que termina justo en el momento en que se anuncia que la comida está en la mesa. La orden «por favor, quitad la ropa tendida» va seguida de una súbita conciencia de la necesidad de hacer ciertos deberes que habían sido olvidados hasta ese momento. Deberes que se terminan cuando la ropa está destendida y el momento del ocio comienza.

El primero que percibe al hijo que se escaquea es el hermano o hermanos. «Fulanito no hace nada» dicen a muy temprana edad. «Sí que hace, pero otras cosas» dice el progenitor ingenuo que se niega a creer que él también tenga un hijo se escaquea. Los progenitores se entregan entonces a ese falso discurso de «está muy feo comparar» que en realidad quiere decir: a) no me he dado cuenta o b) no quiero aceptar que mis dos hijos(tres, cinco o los que sean) no sean todos perfectos o c) ¿será posible que esté tan ciego como mis padres?

No hay que confundir al hijo que se escaquea con alguien muy vago o con alguien poco implicado en la vida familiar. Para nada. El hijo que se escaquea puede ser una cumbre de diligencia, organización y rapidez organizativa cuando algo le interesa y/o implica a su persona. Por ejemplo, el hijo que se escaquea puede montar la mejor fiesta sorpresa del mundo para uno de sus hermanos o es capaz de elaborar una manualidad increíble que le lleve muchas horas para regalar a su abuela. El hijo que se escaquea no es un inútil, simplemente usa sus talentos para lo que le interesa y, normalmente, el rutinario funcionamiento de la vivienda familiar, la limpieza, el orden, las tareas del hogar o encargarse de visitar a un familiar enfermo no están en su escala de intereses ni siquiera entre los puestos cien mil y cien mil uno.

¿Y qué hacen los padres con el hijo que se escaquea? Pues manejarlo mal. Muy mal. Con el hijo que se escaquea tenemos el síndrome del hijo pródigo, de hecho estoy convencida de que el verdadero interés de la parábola del hijo pródigo no se nos contó nunca. Lo más jugoso de la historia estaría después de que el padre acogiera al hijo que se escaquea y el hermano responsable se mosqueara. Ojalá saber la bronca que se montó después de lo del camello y la aguja y toda esa cháchara. Me imagino al hermano responsable «Pues cojonudo, a partir de ahora que el camello escaqueador éste te ponga de comer y recoja tu ropa que yo me voy a tocar el ukelele y no hacer ni el huevo que resulta ser la mejor manera de ser santo».

Los padres acogemos cualquier mínimo gesto de cooperación por parte del hijo pródigo con alborozo y alegría. ¡Fuegos artificiales! ¡Albricias! ¡Almácigas! «Hay que ver lo que ha limpiado hoy Menganito» Los otros hijos se indignan con razón y dicen: «Joder, normalmente no hace nada nunca nada, pero hace un día cualquier mierda y parece que ha ganado el Premio Nobel» y tienen razón, tenemos razón, toda la razón del mundo pero es que el hijo que se escaquea es un rey del marketing, sabe vender su producto.

El hijo que se escaquea no es idiota y sabe que no puede exprimir su superpoder sin que se le vuelva en contra así que planea dejar de usarlo en el momento justo, en el momento de mayor lucimiento y, además, lo anuncia con grandes neones: «Mamá, he ordenado el armario, lo he limpiado por dentro y he colocado la ropa por colores» ¿Cómo no vas a hacerle la ola? El padre, la madre, los progenitores se vienen arriba y presa de una especie de síndrome del "yo sabía que mi hijo era bueno", creen que este momento, este hito, marca el comienzo de una nueva era, que su hijo el que se escaquea ha dejado esa etapa atrás, igual que se dejan los pañales, el chupete, los cromos de invizimans y la adolescencia y que se ha convertido en alguien colaborador.

Ja. El futuro se ríe en su cara y el hijo que se escaquea también. Sabe que ha ganado tiempo de calma, tiempo para perfeccionar su técnica y tiempo para mejorar su cara de «Me estás ofendiendo muchísimo y me está doliendo» la próxima vez que le pilles escaqueándose de la limpieza conjunta tras el paso de los pintores por casa y le acuses de «te has entretenido en el portal hablando con tus amigas para no subir a ayudar a limpiar».

Pensadlo. ¿Quién es vuestro hijo/hermano que se escaquea? Sino se os ocurre nadie a lo mejor sois vosotros.