jueves, 28 de septiembre de 2017

Adiós casa


Hoy dormiré por última vez en la que fue mi casa durante mis primeros veintiocho años de vida y en la que llevo durmiendo de manera intermitente (los meses impares) desde hace casi cuatro años. Mañana, me levantaré, recogeré las cuatro cosas que quedan en el que durante tantos años fue mi cuarto, me iré a trabajar y nunca más volveré. 

Es una sensación rara, es extraño que no me de ninguna pena, que no sienta tristeza, ni nostalgia anticipada, ni me invada el vértigo de la pérdida, que no tenga ansiedad por dejar atrás algo que ya nunca jamás podrá ser. Otros vendrán a vivir a esa casa y lo que yo fui en esa casa, lo que mis padres y mis hermanos fueron en ella, desaparecerá. 

El cuarto compartido con mis hermanos, la habitación que usábamos de "leonera" y que era solo para jugar, la antigua cocina con la mesa azul que había que desplegar para que cupiéramos los seis. Las cenas a seis charlando de todo. La barra de madera con banquetas altas en la que mi madre nos ponía el Nesquick y el café para tomarlo corriendo antes de ir al colegio. Las cenas en esa misma barra, cuando solo éramos tres hermanos, en las que mi madre tenía que contarnos las patatas fritas cortadas en cuadrados para que no nos pegáramos por ellas. La estantería con las medicinas a la que trepó mi hermana desde una de esas altas banquetas para acabar en La Paz con un lavado de estómago. Los cuentos de Rupelstinsky y «Porrita, componte" escuchados en cinta una y mil veces. La obra interminable por la que la barra desapareció, las banquetas perdieron altura y ganamos una mesa nueva que no había que desplegar. El día que me quedé encerrada en el baño y mi madre me pasó el periódico por debajo de la puerta para que no me aburriera. Los baños a tres y la brecha en la barbilla de Elena porque se empeñó en patinar con una esponja de guante por el fondo de la bañera. La vomitona, una noche de reyes, desde la litera de arriba y llenarle el pelo a Elena de jamón de york. Los Reyes Magos que me trajeron mi primera bici y que sólo encontré tras un saco de carbón. El calor terrible de mayo y junio cuando lo único que queríamos era irnos a Los Molinos. Guardar la plata. Enrollar las alfombras. Tapar los muebles con sábanas. La vuelta en septiembre sintiéndote casi como si volvieras a un sitio desconocido. Las tardes de sábado, en los días fríos de invierno en los que no íbamos a Los Molinos, tumbados en el suelo viendo Sesión de Tarde. Los cumpleaños de mi padre, el día de Navidad, en los que aprendimos a hacer canapés. El cabreo que me cogí el día que por mi dieciocho cumpleaños mi madre me regaló una maleta; monté una escena en el recibidor. Escuchar a mi padre en su despacho hacer los ejercicios para recuperar el habla después de su infarto cerebral.  El domingo que volvimos a casa después de que muriera, entrar sin él en su casa y sentir que todavía quedaba algo vivo de él, del él que había salido de esa casa el viernes. Los novios. Las resacas. Las fiestas de cumpleaños con mediasnoches de Nocilla. Las broncas con mis hermanos persiguiéndonos por el pasillo para encerrarnos en el baño. El día que Gonzalo, con tres años, se hizo pis por el susto que le dimos en el pasillo. El día antes de casarme, en el sofá, con una mascarilla de pepino en la cara. El día que dije que estaba embarazada. Los primeros días de mis hijas en  esa casa. La mañana en la que no pude levantarme de la cama pero me levanté. La noche en que vi "El increíble hombre menguante" con mis hijas en el sofá. 

A todo esto sumaré, mañana, mi última noche en esa casa. Y no siento nada, o sí, siento que todo está bien, que es momento de decirle adiós. 

Adiós casa. 


lunes, 25 de septiembre de 2017

El ritual del apareamiento

–¿Cual es tu organismo marino favorito?
–El  hombre, estamos hechos de agua.
–Me gustaría ser tan inteligente como tú.
–Ya lo eres. 

(Inmersión, de Wim Wenders)

Observar el enamoramiento de dos personas es algo que da mucha vergüenza ajena. Uno quiere no verlo, no oírlo. Abstraerse. Enamorarse no es ridículo o sí, si lo es, pero el problema no es ese, lo que nos hace querer apartar la mirada  es que nos da pudor asistir a la exposición de algo tan intimo como la construcción, el intento de construcción mejor dicho, de una intimidad compartida. Lo que nos da vergüenza ajena no es el hecho en sí, sino el vernos súbitamente reflejados. Tras el primer pensamiento «madre mía, qué vergüenza», viene el reconocimiento interno de que quizás, o mejor dicho, seguro que también nosotros en algún momento de nuestra vida le hemos preguntado a alguien por su organismo marino favorito o algo peor.  


Creo que todos somos conscientes de lo íntimo que debe ser el momento de enamoramiento absoluto y completo, ese instante de intimidad total en el que crees que no podrías estar en ningún otro lugar del mundo ni con ninguna otra persona y ser más feliz de lo que eres, esos segundos de tu vida el que crees con certeza absoluta que al lado de esa persona podrás con todo en la vida y serás invencible. Esos momentos los guardamos celosamente para nosotros mismos y cuando, desgraciadamente, se pasan sus efectos, solo quedan dos opciones: atesorarlos para disfrutarlos como bonitos recuerdos o enterrarlos en lo más profundo del espacio mental para intentar olvidar. Sin embargo, pocos somos conscientes de lo ridículo del ritual de apareamiento previo.  El yo te miro, tú me miras, nosotros nos miramos, yo digo algo, tú contestas intentando que la respuesta sea la correcta, no excesivamente correcta pero lo suficiente como para necesitar una contra replica que a ti te permita lucirte y a mí devolvértela con ingenio. El ritual de quedar, hacer un plan, un plan que me guste a mí, que te guste a ti, que no sea demasiado aburrido, ni demasiado obvio, ni demasiado tópico pero tampoco una ginkana de pruebas a superar. El ritual de yo me arreglo pero que parezca que no, tú te arreglas pero que parezca que sí pero que te da igual. El ritual de estamos curtidos en esto y en nos es indiferente que pasa, que salga bien o salga mal, pero en el fondo no nos da igual para nada. El ritual de yo me luzco, tú te luces. El ritual de abrir las plumas y tratar de impresionar. El ritual de querer que el otro nos impresione.


Todo ese ritual de conquista, de atracción, visto desde fuera, es tan ridículo como el de los ñus, el  del lirón careto o el del colibrí de cola azulada, pero es inevitable. Inevitable es también que todos creamos que nosotros lo hacemos mejor, que somos menos ridículos y, que si la última vez fuimos tan ridículos como los demás, ésta vez será distinto. Apuesto una mano a que el lirón careto piensa lo mismo. 

Enamorarse es complicado, inusual, raro, peligroso, da vértigo, da miedo y, además, es incontrolable. De la noche a la mañana, sin planearlo te encuentras sumergido en un ritual de conquista. Mostrarnos vulnerables y, a la vez, sacar las plumas a pasear para intentar atraer la atención del otro intentando parecer fuerte, nos proporciona un marco incomparable para hacer el ridículo.  

Me temo que seguiré siendo ridícula pero me concentraré muy fuerte en no preguntarle jamás a un hombre que atiza el fuego en una chimenea cual es su organismo marino favorito. 

Todo tiene un límite y gracias a Wim Wenders sé dónde está el mío. 


lunes, 18 de septiembre de 2017

Despelleje de los Emmys: de un vistazo.

¿Hago despelleje? ¿No lo hago? ¿Sí? ¿No? Deshojo la margarita mientras voy conduciendo. Mejor no, ya está todo dicho. Mejor sí, es una tradición. No. Sí. Bueno, pero uno rápido. 

¿Qué es lo más importante de los Emmys? Lo más importante es que todas y todos deberíamos poder envejecer con la clase con la que lo está haciendo Robin.  Está espectacular y fabulosa y todo, absolutamente todo bien. El vestido no me vuelve loca pero me da igual. Robin es fabulosa. 

Soy muy fan de Milo desde su más tierna adolescencia. Cuando veía las chicas Gilmore con treinta años y dos hijas, tenía sudores fríos y de los otros viéndole en pantalla haciendo de adolescente. Ahora que tengo 44 y sigo teniendo dos hijas con las que estoy volviendo a ver Las chicas Gilmore ya no tengo sudores. Mientras ellas dicen «pero mamá, ¿cómo te puede gustar? es horroroso» yo elucubro escenas tórridas con él.  Estaba en los Emmys por una nueva serie This is us que no he visto pero que obviamente voy a empezar a ver. Estoy muy a favor de que Milo aparezca en todas partes porque, además, es un hombre que sabe llevar traje y lleva reloj. 

No os acostumbréis, vamos con los despropósitos. 

Me encantaría conocer quién está detrás de la espantosa moda del escote modelo autopista de seis carriles. Es un escote que jamás favorece, jamás es cómodo de llevar, jamás es sexy y da igual las tetas que tengas, jamás es buena idea. Ves a alguien con ese escote y nunca piensas «¡qué bonito escote!» o «qué canalillo más sexy. ¿será capaz de atrapar una aceituna?» o «¡como me gustaría verla sin el vestido!» ni siquiera piensas «¡qué buena piel!» Lo único que piensas es «¿cómo se sujeta eso? ¿con velcro? ¿dolerá al quitarlo? y ¿sí se le cae la sopa o el champagne le resbalará hasta el ombligo?»  Nunca es buena idea. El escote seis carriles arruina cualquier vestido, por muy elegante que sea. 

Priyanka se ha hecho un completo: dame plumas, dame apliques metálicos y dame acolchados que no se llevan desde los videoclips de los 80 y seguro que doy el golpe. La parte buena es que cuando caiga rodando no se hará daño. 


Dos reinonas. Susan está espléndida y a Jessica le ha crecido la frente. 


Elizabeth Moss sigue empeñada en afearse. No hay manera de que entienda que vestirse del mismo color que su piel es una malísima idea. Malísima. Y no es manía con ella, a esta chica también le sienta como un tiro o peor. 

My girl se ha hecho mayor y estoy en shock. 

Si no puedo envejecer como Robin, quiero hacerlo como Eddie Falco.  

Estos son los chicos de Stranger Things. No sé ni por dónde empezar a despellejar todas las cosas stranger que hay en esta foto. Eso sí, ella bate el record mundial de "mi metabolismo es así y me está devorando". Se lo ha arrebatado por muy poco a esta chica de Modern Family y su modelo "show me las costillas". 

¿Mangas farol? ¿En serio Sara Paulson? ¿EN SERIO? Replantéate tu vida. Ya. 

Tres cosas voy a decir sobre Hilaria Baldwin. Primero, qué putada llamarte Hilaria. Segundo, acabo de descubrir que nació en Mallorca y tercero, qué vestidazo lleva. Y qué bien lo lleva. 

Tessa Thompson va vestida de "Simon dice". Y el que no coja esta referencia, no ha tenido infancia. 


Milo está que cruje, hasta la perdono el pelito ese largo por detrás que es totalmente innecesario. 

Liev es también un hombre que sabe llevar traje y reloj. Y asustar niños. 

Me encanta Julia Louis-Dreyfuss. Estoy viendo Seinfeld entera de nuevo y su papel de Elaine es espectacular, se te olvidan las pintas que lleva, pero ayer en la gala estaba impresionante de guapa con un vestido precioso, elegante, correcto, sencillo, adecuado. Una rara avis. Julie Owen de negro también está estupenda. Y, oh sorpresa, conseguimos un tercer ejemplo de elegancia con Mandy Moore. 

Keri Russell, de pollo desplumado.  Debra Messing de bruja del mar y dos relojes. ¿De qué está hecho ese vestido? 

Nicole y Kid.  Ella y Él van de luna de miel. Él lleva alzas y Ella escote seis carriles, pero oye si se quieren y se ven divinos, ¿quién soy yo para decir que me parecen horribles y me dan mucha grima? 

Esto no lo había visto nunca fuera de una clase de segundo de infantil, un vestido de espumillón de colores. Muy mona Zoe Kravitz, un diez en pretecnología y manualidades. 

Otro problema del escote seis carriles es que hay que estar siempre con pose de cántaro yendo a la fuente. Los cántaros son tendencia por lo que veo. 

Uy, se les ha colado un maniquí del Museo de Cera. Pago por la foto en la que entran dos operarios y se la llevan. 

Vanessa Bayer que va vestida de "mira fijamente y verás la figura en tridimensional". Otro completo: manga abollonada, plateaditos, plumitas y cantarito. Otra camuflada. 

Iñigo Montoya será el próximo Santa Claus. 

Muy fan del actor secundario Bob. Esta chica va estupenda. 

A todos nos cae bien Jessica Beil, a todos os gusta esta chica pero pero pero nos ha querido colar un escote seis carriles y superposiciones de pañuelos y no. Ni siquiera Heidi aka Pibón de la muerte aguanta ese escote.

Como Jane no quiero envejecer, me conformo con llegar a esa edad. El vestido no me gusta aunque quiero creer que es un homenaje al vestido rosa que lleva en Descalzos por el Parque cuando comen knichi y beben ozu. 

Con mucho pecho di NO al escote seis carriles. Y requeteNO.

-Tengo trauma porque mi madre me vestía de marinerito.
-Podía ser peor. Podía haberte vestido como a los niños de Stranger Things.

Ni una fiesta sin la pobre chica sin amigas. O peor, con amigas cabronas que le han dicho «¿Amarillo, encaje y que te haga el pecho caído? Gran idea, estás estupenda. Y además, ven que te vamos a hacer un peinado original»

Y para cerrar, Milo again. Porque sí, porque es mi nuevo o, mejor dicho, mi recuperado placer culpable. 



jueves, 14 de septiembre de 2017

El adolescente desaprendido


Tienes hijos, crecen, y hacen cosas que tú les vas enseñando. Van a aprendiendo a desarrollar ciertas habilidades, ciertas destrezas, adquieren lo que tú ilusamente crees que son espacios de independencia y de control y tú te confías. Crees que la crianza, la educación es siempre hacia delante y que tus hijos siempre aprenderán a hacer más cosas perfeccionando, con el tiempo, las que ya saben. 

Ja. Qué cabrona es la vida y que memo eres tú. Al llegar a la adolescencia, el proceso de aprendizaje que tú creías imparable se ralentiza hasta pararse. ¿Podría ser peor? Lo es. Ante tu atónita mirada y tu mandíbula desencajada descubres que tus adolescentes desaprenden. 

Cada semana, cada hora, cada minuto una nueva incapacidad se suma a la lista de "Cosas para las que un adolescente está mágica y súbitamente incapacitado". 

Cambiar el rollo de papel higiénico. El primer día piensas que ha sido despiste, el segundo que se les ha olvidado, el tercero decides que lo mejor es dejarles el rollo de repuesto en un cajón del baño para que así no tengan si quiera que retener el dato los diez segundos que se tarda en llegar a la cocina. El cuarto lo dejas encima de la taza. Y el quinto te das cuenta, por fin, de que son incapaces de cambiar el rollo. «Pero vamos a ver ¿es que habéis perdido los pulgares oponibles y no sois capaces de cambiar el rollo?» Te miran como si les hubieras pedido que ensamblaran un módulo espacial. Sospecho que asociado a esta incapacidad está la de colgar las toallas en su sitio, siendo su sitio cualquier otro que no sea el suelo. 

Comprender que para que algo esté ordenado hay que ordenarlo previamente y mantenerlo después. Los adolescentes vuelven a su más tierna infancia y vuelven a creer en Mary Poppins. Concretamente parecen pensar que tú eres Mary Poppins y que cuando se encuentran sus camisetas guardadas en los cajones tú lo has logrado chasqueando los dedos mientras ellos dormían. Cuando les das un baño de realidad, obligándoles a ordenar, de repente poner orden se convierte, para ellos, en una tarea más o menos a la altura de construir la Gran Pirámide sin haber conocido la rueda. Protestan tanto que temes encontrarte un piquete sindical en el pasillo. 

Encontrar algo a la primera. En mi caso, tengo dos hijas, que han desarrollado y perfeccionado la técnica del desencontrar hasta dibujar con ella una filigrana exquisita. Me he pasado su infancia diciéndoles "buscáis como un hombre", pero ahora mismo eso se queda muy muy corto. Vivo temiendo el día que no encuentren la nevera en la cocina, presiento que está cerca. 

Sentarse como una persona normal. Para empezar no se sientan doblando el cuerpo para posar el culo en el asiento. Se desploman. A veces, sólo se dejan caer pero lo normal es que se derrumben, desparramándose como pulpos por el sofá. Si es en una silla, o bien se hacen bola en el asiento como si el suelo fuera lava y los pies no pudieran tocarlo o, se escurren por la silla rozando con los nudillos de sus manos el suelo mientras apoyan la barbilla en la mesa. Otra cosa curiosa que desaprenden, con la edad, es que una silla es un asiento para una sola persona y un sofá es para varias. 

Calibrar cuánto van a comer. «¿Qué hay de comer? Tengo muchísima hambre, muchísima, me muero de hambre. ¿Cuánto falta? Ponme más, ese trozo, el más grande». Las miras orgullosa sintiéndote la madre naturaleza alimentando a sus polluelos y tras tres bocados dicen «puff, ya no puedo más». Tu orgullo de proveedora se esfuma y vuelves a sentirte cómo cuando tenían cuatro años y te crecía el pelo esperando a que terminaran de cenar. 

Pues ya sabes, de aquí no se levanta nadie hasta que te termines lo que hay en el plato. 
¿Cómo que ya sé? ¿Desde cuando es así? 

Y así pasamos los días, desaprendiendo.