miércoles, 29 de marzo de 2017

Nuestros hijos y nosotros

Leo Las pequeñas virtudes un ensayo de Natalia Ginzburg sobre la relación que deberíamos tener con nuestros hijos. Lo termino y vuelvo a empezar. Lo termino y copio todas las esquinas dobladas en mi cuaderno. Pienso en mi relación con mis hijas y en mi relación con mi padres. Lo pienso en imágenes como hago siempre con las cosas que me importan. 
«La relación que existe entre nosotros y nuestros hijos debe ser un intercambio vivo de pensamientos y sentimientos, y, sin embargo, debe comprender también profundas zonas de silencio; debe ser una relación íntima y, sin embargo, no mezclarse violentamente con su intimidad; debe ser un justo equilibrio entre silencio y palabras».
Creo que los padres deberíamos acompañar a los hijos (siempre me da ansiedad poner el posesivo porque no son mías, no son de mi propiedad, ni me pertenecen) hasta una edad. Durante sus primeros años, tus hijos caminan pegados a ti, literal y metafóricamente. Son como pequeños koalas agarrados a tu pierna, a tus brazos, a tu espalda. Trepan por tu cuerpo, por tu vida, ocupan tu cabeza, tus fuerzas, tu tiempo. Cada segundo de tu día, incluso cuando duermes,  los ves o sabes donde están, qué hacen, qué ven, qué oyen, qué dicen, qué comen, qué beben, qué escuchan, qué piensan, qué aprenden, qué leen, con quién van, todo. Y ellos no saben estar sin ti, tú eres indispensable en sus vidas porque quieren decirte dónde están, qué hacen, qué ven, qué oyen, qué dicen, qué comen, qué beben, qué escuchan, qué piensan, qué aprenden, qué les duele, qué leen, quienes son sus amigos. Todo lo que son es contigo. 
«Nosotros debemos ser importantes para nuestros hijos, pero no demasiado. Debemos gustarles un poco, pero no demasiado, para que no se les ocurra querer llegar a ser idénticos a nosotros, copiar el trabajo que hacemos, buscar nuestra imagen en los compañeros que eligen para toda la vida. Debemos tener con ellos una relación de amistad, pero no debemos ser demasiado amigos de ellos, para que no les resulte difícil tener verdaderos amigos, a quien puedan contar cosas de las que con nosotros no hablar. Es preciso que su búsqueda de la amistad, su vida amorosa, su vida religiosa, su búsqueda de una vocación estén rodeadas de silencio y de sombra, que se desarrollen al margen de nosotros. Pero en nuestras relaciones con ellos, todo eso debe estar contenido a grandes rasgos, tanto la vida religiosa, como la vida de la inteligencia, la vida afectiva, el juicio sobre los seres humanos. Debemos ser para ellos un simple punto de partida, ofrecerles el trampolín desde el cuál darán el salto». 
Pienso en ese tiempo de "koalismo" mutuo como en la época en la que trenzamos una goma elástica entre nosotros y nuestros hijos. Van pasando los años y los hijos van avanzando y tirando de esa goma elástica, al principio solo la estiran un poco, luego un poco más, avanzan unos metros cada año, hasta que, llega un momento en el que, la goma ya es tan grande que se ha convertido en una cama elástica y  nuestros hijos saltan sobre esa ella subiendo cada vez más alto y cada vez más lejos. Ya no ves qué hacen, qué comen, qué dicen, de qué se ríen, qué les hace sufrir o llorar o reír. No sabes con quién están a cada minuto, ni qué piensan, ni qué comen, ni qué leen. Por no saber, no sabes ni qué piensan sobre ti, sobre tu vida, sobre lo que les dices. 

Nosotros queremos saberlo. Queremos porque tenemos miedo, tenemos miedo de lo que pueda pasarles, de lo que puedan sufrir, de lo que hagan, de lo que no hagan, de lo que digan, no digan, tenemos miedo de cómo pueden ser. Creemos que los conocemos pero en el fondo sabemos que no los conocemos tanto como nos gustaría. Y yo creo que eso está bien, nuestros hijos tienen que tener, como dice Ginzburg, un espacio sin nosotros, con cosas que no nos cuenten, que no nos digan, incluso con cosas que no nos gusten. ¿Por qué? Porque no son nuestros, porque no somos nosotros, porque si nos paramos a pensarlo nosotros también somos y fuimos en parte desconocidos para nuestros padres. 

A veces caen de esos saltos que están dando. Y entonces los padres somos la red segura, y cuando caen vemos con quien han estado y con quien han sufrido o reído o lo que sea.... Pero volverán a saltar, porque quedarte en la cama elástica te impide avanzar, no se puede andar en una cama elástica, te tropiezas y te sientes torpe. En una cama elástica si caminas estás a salvo pero no vas a ninguna parte, no avanzas. De una cama elástica sólo se sale saltando y ellos quieren saltar y ver mundo. Y vuelven a saltar. Y los saltos cada vez son más lejos y más altos y cada vez vemos menos. Pero eso no es malo, no es malo si la goma que tejiste al principio resulta sólida y la red que tu tiendes para ellos está ahí para ayudarles cuando lo necesitan. Si les enseñaste a saltar y a saber caer. Hay que dejarles, incluso, que se tiren. 
«Y debemos estar allí para ayudarlos, si es que necesitan ayuda; nuestros hijos deben saber que no nos pertenecen, pero que nosotros sí les pertenecemos, siempre disponibles, presentes en el cuarto de al lado, dispuesto a responder como sepamos a toda posible pregunta, a toda petición». 
Mucho después, llegará un momento, muy muy adelante en la vida, en que si tenemos suerte de estar vivos nosotros y nuestros hijos, dejarán de saltar porque ya lo han visto todo, y porque, quizás, les llegue el momento de tejer su propia goma elástica. Es entonces cuando volveremos a saber casi todo de ellos porque nos lo contarán. Y no solo eso, será entonces cuando ellos querrán conocernos a nosotros. 

Así lo veo yo. 

lunes, 27 de marzo de 2017

De nombre en nombre y pienso porque estoy loca


«Los botones extra. ¿Qué tipo de psicópata guarda la bolsita de plástico con los dos botones extra cuando compra algo? ¿Dónde los tiene? ¿En una una enorme cajonera con cajoncitos mínúsculos en los que guarda cada bolsita de cada prenda?»

Apago la luz sonriendo. Sabiduría popular condensada en cada uno de los capítulos de Seinfeld. Yo encuentro bolsitas con esos botones por todas partes; en mis cajones, en los bolsos, en el neceser, en la mesilla. Por supuesto, jamás los encuentro cuando pierdo un botón. Doy una vuelta. Doy otra. De cara a la pared. Mirando al otro lado. No me duermo. Mierda de cambio de hora, de primavera, de domingo noche. No sé si coger el libro y tratar de distraerme. Quizás no es buena idea. La persona deprimida se llama el ensayo de David Foster Wallace que estoy leyendo, probablemente me desvele aún más. Más vueltas y más vueltas. Grace Paley. Cierro los ojos y veo a una señora que creo que es Grace Paley. No sé quién es Grace Paley ¿por qué la tengo en medio de mis desvelos? ¿Por qué esta mi cerebro pensando en ella en vez de en dormir? Puede ser Grace Paley o una señora de Dorset. ¿Es escritora? ¿Relatos? ¿Es la del cuento de la lotería? No, esa se llamaba... mierda. ¿Cómo se llamaba? Shirley Jackson. ¡Sí! ¡Bien por mí! ¿Bien por mí? Son las cuatro de la mañana y nos alegramos por recordar nombres de autoras que no hemos leído? Cerebro, ¿porqué me haces esto?  Bien, ya está claro que mañana no nado a primera hora.  Imagino las horas de descanso, que deberían evaporarse al dormir, convertidas en bolas de plomo encajadas entre mis costillas que harían de lastre y me dejarían pegada al suelo de la piscina. 

Atasco monumental. Francisco Toscano habla en la radio. Alcalde de Dos Hermanas. El atasco me ha chupado tanto la energía que no soy capaz ni de apagar la radio. Un poco de chapoteo en autocompasión, vamos allá cerebro enfermo: tengo sueño, es lunes, no he dormido, hay un atasco monumental y estoy escuchando hablar sobre la situación del Psoe. Regodeo autocompasivo. Toscano. ¿Serían sus antecedentes italianos? Quizás llegaron a Sevilla para embarcarse  en el siglo XVI cuando el comercio hacia América atraía a gente de toda Europa. Ojalá hablara de eso, es mucho más interesante que lo que cuenta. Nadie hace nunca las preguntas interesantes. 

Kim Philby, el espía. Cada vez que en el podcast le nombran, mi cabeza lo llama Phil Kirby. Le digo a mi cerebro que no haga eso. Kim Philby. Phil Kirby. No hagas eso. Ana Ribera. Ara Nibera. Suena exótico. Mejor Arra Nibera. Suena etíope. ¿Y eso por qué? Por qué mi absurda mente lo has decidido. No sé nada de Etiopía más allá de lo que le leí a Kapuscinsky. Ajá. Bohn Janville. Así no funciona. John Banville. ¿Cómo se llamaba su libro sobre los Cinco de Cambrigde? El intocable. Me gustó aquella novela.

«Para tomar posesión de una ciudad de la que no eres natural, ante todo, debes enamorarte allí». 

Ojalá volver a empezar este día. Poder decir corten, a sus puestos y volver a empezar. ¿Dónde está el cambio de hora cuando lo necesitas? Árbitro, un cambio de hora. Sí, sí, renuncio a mis próximas diez horas. Las regalo. Adelantemos los relojes hasta las nueve de la noche. Necesito dormir. Lloro de sueño. 

La quinta de Beethoven. Budwig Van Leethoven no funciona, suena a personaje de los Monty Phyton. ¿Los Pony Mhyton? Las ciudades pequeñas se despiertan y se terminan. Las ciudades grandes se desperezan y se estiran. Moledo. Tadrid. 

jueves, 23 de marzo de 2017

Destinatario desconocido

Nada más levantarme descubro que tengo otro nombre, que soy otra persona. 

María Antonia nos volvemos locos. ¡Vuelos a 8 euros!

Me llamo María Antonia. Tengo muchos años. ¿Cuántos? Aparento sesenta y cinco pero quizás tengo cincuenta siete o setenta y uno. Uso gafas de cerca a las que, últimamente, he añadido una cadenita para llevarlas colgando. Cuando me levanto de la cama uso bata y me la abrocho. Primero la lazada que va dentro y luego el cinturón. Escucho a Carlos Herrera porque la rueda del dial de la vieja radio de la cocina se rompió hace años. Viajo poco pero sueño con volar a lejanos destinos a los que sé que jamás me atrevería a escapar. 

Avelino, estás ofertas imbatibles no tiene rival

Al salir de la ducha tengo pelos en el culo y me llamo como un personaje de Cuéntame, como un habitante de una película en blanco y negro, de esas en las que Madrid tenía descampados y se veía siempre el cielo.  Me pongo un mono azul de mecánico con el logo de la marca de coches del concesionario en el que trabajo. Me encantan las ofertas de las tiendas de electrónica y electrodomésticos aunque nunca compre nada. Me gustan porque las letras son muy grandes y las veo sin tener que separar el folleto de mi cuerpo o pegar la nariz a la pantalla del ordenador que manejo tecleando solo con dos dedos. No sé si son imbatibles estas ofertas, para eso necesitaría comprobarlo y nunca tengo tiempo. La verdad es que tampoco necesito nunca nada de lo que es imbatible.  

Your ego is not your amigo / Yur igo is not yur amigou

Tengo 35 años, llevo vaqueros gastados, una camiseta de manga corta de un color indeterminado y sosaina y llevo 3 semanas intentado que mi barba deje de ser pelusilla. Miro el mensaje mientras me tomo un café en la oficina a la que he llegado hace un rato. Trabajo en un proyecto bastante chulo que me ha sacado de una época de precariedad laboral. Bueno, más que precariedad, desierto laboral. Aquí ando de freelance. Freelance esa palabra sí que no es mi amiga pienso mientras buceo en el mensaje. Me acuerdo de mi abuela "hijo, una colocación es lo importante en la vida". Y yo me reía. Cierro el mensaje porque no sé si el ego será mi amigo pero tengo que darlo todo aquí a ver si consigo quedarme en este proyecto el tiempo suficiente para que alguien se aprenda mi nombre.  Si me echan me apuntaré a otro de estos cursos aunque ya sé que no sirven para nada. 

La nueva felicidad, alfombras de verano y lo último en ventilación y aspiración ciclónica. 

Estoy sola en casa. Un gran piso con vistas a la playa de Acapulco. Un día más me aburro hasta la extenuación. Mi marido se fue a trabajar hace horas y los niños no volverán del colegio hasta la noche. Nunca debí acceder a mudarnos. Tenía un trabajo, un trabajo tonto, sin retos y sin mucho futuro más allá de jubilarme habiendo conseguido una de las mesas con ventana cerca, pero un trabajo. El cambio parecía buena idea, más dinero, más oportunidades, una vida descansada y relajada. Me aburro. Todos los días miro por la enorme cristalera de este salón y me devano los sesos pensando en qué ocupar mi tiempo. Por eso recibo esta retahila de correos sobre decoración. Hoy no sé qué es la aspiración ciclónica pero no tengo ganas de averiguarlo. ¿Cuántos años más me quedan? 

May we talk?

¿Otro mail de Emily? ¿O debería decir Pablo? Ya no sé ni lo que digo ni lo que pienso. No puedo creerlo. No puedo creer que siga con esta farsa. No quiero pensar en cómo hice el pardillo. Qué gilipollas fui. Me enamoré de ella como hacia tiempo que no me enamoraba o, quizás, como nunca. Cierto es que venía de una mala época y lo mismo se me fue la pinza en la codependencia pero joder, me gustaba estar con ella. Con él. Paso, paso, paso. No quiero acordarme de ese día. Debería bloquearla. Bloquearle. ¿O no? A lo mejor deberíamos hablar. Sabía que no tenía que mirar el correo.  


*Todos estos correos los he recibido hoy. Quizá no son basura, quizá no son spam, quizá lo que ocurre es que yo no soy su verdadera destinataria. Quizá todos estos personajes hayan recibido los correos que me corresponden a mí. Imagino una gran plaza pública a la que todos acudiéramos con nuestros correos basura para hacérselos llegar a sus verdaderos destinatarios y poder así, recibir los nuestros.   

domingo, 19 de marzo de 2017

Nuestros padres y nosotros

No nos paramos a pensarlo pero la condición de “hijo” no es absoluta. Tampoco es absoluta ni inmutable ni eterna la relación que establecemos con nuestros padres.  No siempre somos hijos de la misma manera, no lo sentimos igual y nuestra visión y percepción sobre nuestros padres cambia poco a poco, a veces imperceptiblemente y otras con una brusquedad que nos corta el aliento.
Durante una serie de años nuestros padres son “papá y mamá”, ni siquiera tienen nombres, no existen fuera de su relación con nosotros, hasta que un día todo cambia.
«Yo tendría  siete o nueve años. Pero cuando dije mi nombre – Richard Ford – exclamó: “Ah sí, tu madre es esa señora de pelo negro, bajita, mona, que vive más arriba de esta calle.” Aquello me afectó y me afecta todavía. Creo que fue la primera imagen que tuve de mi madre como de otra persona, como alguien a quien los otros veían y describían: una mujer mona, no. (…) Sin embargo, recuerdo aquello como un momento significativo de mi vida. Breve pero importante (…) Desde entonces creo que nunca pensé en ella de otro modo, como Edna Ford, una persona que era mi madre y que también era alguien más».  Mi madre. Richard Ford
Una vez que asimilas que tus padres además de ser tus padres tienen una vida, unas inquietudes más allá de ti, que tienen un pasado en el que tú no existías, una vida en la que no contaban contigo, comprendes que a pesar de ser las personas que mejor te conocen y las que más te querrán en tu vida, jamás las conocerás del todo. Son igual de inabarcables que el resto de la gente, igual que tú.
«Fue uno de esos momentos en que los padres te sorprenden, no porque hayas aprendido algo nuevo sobre ellos, sino porque has descubierto otra zona de ignorancia». Nada que temer. Julian Barnes
Más adelante en la vida y dependiendo de las circunstancias de cada uno llega el momento en que el anclaje de tu vida cambia. Hasta ese día, ese preciso momento, tus padres son el punto de retorno, el sitio seguro al que volver, el centro del que te alejas pero al que sabes que siempre puedes volver, el punto inamovible y fuertemente anclado. A partir de ese día, navegas solo sabiendo que ahora eres tú el anclaje de tus padres. Es un cambio de perspectiva vital muy drástico, que provoca mucho vértigo y que es difícil de encajar.
«Recibí una carta de mi madre. Ella también estaba asustada y no sabía cómo ayudarme. Por primera vez en mi vida pensé que para mí no había protección posible, que debía arreglármelas sola. Comprendí que en el afecto que sentía hacia mi madre siempre había tenido la sensación de que ella me protegería y me defendería en las desgracias. Pero ahora solo me quedaba el afecto; toda petición y espera de protección habían desaparecido; y pensaba que en el futuro debería ser yo quien la defendiera y la protegiera, porque mi madre ya era muy mayor, le faltaba el ánimo y estaba indefensa». Léxico familiar. Natalia Ginzburg
Cuando descubres que tus padres son vulnerables y que tú debes ser su soporte, descubres algo mucho más terrorífico, que tienes capacidad para hacerles daño, que tus actos pueden dolerles y que esos actos pueden ser involuntarios o voluntarios, que puedes ser cruel a propósito y que no por ser tus padres están a salvo de sentirse heridos.
«El momento en que reconoces por primera vez que tu padre es vulnerable al prójimo es bastante duro, pero cuando comprendes que es vulnerable a ti, que aún te necesita más de lo que tú ya no crees necesitarle a él, cuando comprendes que podrías asustarle, incluso dominarle si lo desearas… en fin, es una idea tan contrapuesta a las inclinaciones filiales corrientes que parece no tener sentido». Me casé con un comunista. Philip Roth 
Cuando tienes hijos, una nueva luz ilumina a tus padres. De golpe un millón de cosas que jamás te habías parado a contemplar porque ni siquiera las habías visto, se hacen visibles a la luz de tu paternidad. Sientes entonces una mezcla de gratitud y admiración por tus padres que a duras penas puedes expresar. Sólo esperas que en algún momento los momentos de incomprensión con tus propios hijos lleguen a iluminarse igual para ellos.
«No hacen falta muchos años de paternidad para creer que por fin has comprendido a tus propios padres, y yo he llegado a ese punto con los míos hace mucho. Como la mayoría, me he vuelto más agradecido por cuanto me dieron y siento más respeto por el admirable valor que debieron de necesitar para verme marchar, en mi caso, a una vida totalmente distinta a la nuestra». América, América. Ethan Canin
Todos sabemos o pensamos o esperamos que nuestros padres mueran antes que nosotros; absurdamente creemos que al ser ley de vida estaremos preparados y lo que ocurre es que su muerte nos quita de un plumazo toda la madurez acumulada en esa relación y durante un tiempo, durante el tiempo “en un submarino” que dura el luto, volvemos a ser los niños que fuimos y nos sentimos desamparados.
«La muerte de nuestros padres, a pesar de lo preparados que estemos, a pesar de la edad que tengamos, remueve cosas muy profundas, provoca reacciones que nos sorprenden y puede liberar recuerdos y sentimientos que habíamos creído enterrados hace mucho tiempo. En ese periodo indefinido que llamamos duelo, podríamos estar en un submarino, silencioso en el fondo del océano, conscientes de las cargas de profundidad, tan pronto cerca como lejos, golpeándonos con recuerdos». El año del pensamiento mágico. Joan Didion
Y aunque no sabemos cuándo será, cuál será ese último momento con ellos, lo recordaremos siempre. La última vez, la última palabra, el último gesto.
«Good bye Daddy” I said, and I went down the stairs and got my train, and that was the last time I saw my father». Reunión de John Cheever
La relación con nuestros padres parece ir a alguna parte, creemos que alguna vez llegaremos a donde están ellos, seremos como ellos, sabremos lo que ellos saben, seremos como ellos… pero no.
«Quizá sea algo característico de la relación con nuestros padres: la sensación de que se debería alcanzar alguna meta, luego la constatación de lo que inevitablemente es esa meta, para volver a centrar la atención en el aquí y ahora. A lo que está sólo aquí». Mi madre. Richard Ford