miércoles, 15 de febrero de 2017

Lenguaje a exterminar


Holi. 

Vamos a ver. ¿Qué lleva a alguien de más de dos años a decir "Holi"? En primer lugar es feo, es una palabra horrorosa. En segundo lugar transmite la sensación de que el que la pronuncia no tiene el valor suficiente como para decir una palabra contundente como Hola. Tercero, podríamos pensar que es por ahorrar, pero Holi y Hola tienen las mismas letras. Entiendo que si la palabra para saludarse en castellano fuera "Supercaligragilisticuespialidoso" alguien con ganas de ahorrar dijera "holi" pero no es el caso. Holi es chillón, innecesario y transmite una falsa sensación de alegría que me provoca inquietud. Siempre pienso "Dices holi pero en el fondo lo que de verdad quieres es asesinarme con una navaja suiza". Eso o no tienes riego cerebral. 

Dime Hola. Buenos días. ¿Qué tal? o gruñe, cualquier cosa antes que "Holi". 

Guapi

Guapi. Cada vez que alguien me saluda así o me manda un mail o un mensaje con esa palabra sufro un calambre. ¿Guapi? ¿Se supone que eso es cariñoso? ¿Es un premio de consolación? ¿No soy lo suficientemente guapa en tu raruna escala de valores como para llamarme guapa con todas las letras correctas? ¿No sabes pronunciar la a? ¿No tienes claro si soy hombre o mujer y has decidido que la i es neutra? 

Me da miedo que lo siguiente sea empezar a llamarme "Ani" 

Dime guapa o fea o bicho. Lo que sea antes que "guapi". 

Unboxing. 

Lo del unboxing en vez de dejarme perpleja me convierte en Hillary Swank en Million Dollar Baby (los títulos de las películas no se traducen). Oigo unboxing y veo a gente abriendo cajas de cartón en un estado de éxtasis cercano al paroxismo sexual y me dan ganas de calzarme unos guantes enormes de boxeo y empezar a golpearles la cabeza mientras les grito: ¡queréis no ser cursis! ¡se dice desempaquetar! y, por favor, ¿cómo de triste es tu vida para que te estés derritiendo de placer sacando cosas de una caja? Cómprate unas matriuskas y muere de un orgasmo. 

Desempaqueta, desembala, saca, abre, descubre, pero no "unboxes" nada que pareces idiota. 

Sujetador triple push up. 

Soporté el wonderbra. Era un nombre molón, como de wonder woman, aunque sujetador maravilloso hubiera sido bastante molón también. Ignoré el sujetador push up con displicencia básicamente porque no necesitaba que me empujaran las tetas a ningún sitio. Desconocía la existencia del doble push up pero por el triple push up no paso. ¿Triple push up? ¿Qué es eso? Es un eufemismo para no decir "Te voy a colocar las tetas de amígdalas o es un sujetador que empuja las tetas hacia el centro, hacia arriba y ¿hacia dónde más? ¿hacia fuera? ¿Es una lanzadera? ¿Es un sujetador que convierte tu pecho en una plataforma de lanzamiento de misiles tierra aire? ¿Con qué propósito? ¿Qué pasa cuando te lo desabrochas? ¿La caída de los dioses? Investigo y descubro que triple push up es un sujetador que aumenta tres tallas. Más dudas. ¿Por qué no llamarlo sujetador aumentador? 

No lo uses, las tetas que tengas están perfectas. 

Holi guapi, voy a hacer un unboxing y enseñarte mi sujetador triple push up que usaré para hacer jumping porque ya no me gusta el running. 

Se acerca el día en el que alguien me diga algo así y yo le de una somanta de palos. 


domingo, 12 de febrero de 2017

12 de febrero. 44 años


Llueve a mares. Jarrea  y me despierto escuchando la lluvia en el tejado de casa. Hace un día gris y ventoso. El suelo estará empapado, habrá charcos y la niebla está tan baja que no se ven las montañas que sé que están ahí.

Hoy cumplo cuarenta y cuatro años. Cuatro y cuatro son ocho y un ocho tumbado es infinito. Todo es par y me gustan los pares.

Es un día perfecto, es mi cumpleaños y llueve.




Cumpleaños 2017 (1) from Molinos on Vimeo.


101 fotografías para repasar mis cuarenta y tres años oyéndome vivir.



viernes, 10 de febrero de 2017

La gente normal no es noticia


Brujuleando por mi selección de webs descubro que el Metropolitan Museum de Nueva York ha hecho accesibles más de cuatrocientas mil piezas de sus fondos para consulta pública. Entro a curiosear y paso los siguientes diez minutos mirando increíbles vestidos de alta costura. Le mando el enlace a una amiga, que conocí gracias a twitter y a una serie de carambolas de la red. Acaba de dar un giro a su vida abandonando la arquitectura y embarcándose en dos años de estudios para aprender absolutamente todo sobre el mundo de la moda: historia, técnica, tejidos, patrones y mil misterios más de la ropa. Está feliz. Siempre nos reímos cuando le cuento que la imagino por las noches bordando calcetines mientras su chico toca el piano. 

Escribo un rato con pluma y tinta verde en un cuaderno. Suena Tristán e Isolda. No sé nada de Wagner pero estoy aprendiendo de música clásica con un podcast que me descargo y escucho en el coche. Tengo la ópera de fondo y pronto, me concentro tanto en lo que estoy escribiendo, que dejo de escucharla, está ahí, me acompaña pero no interrumpe el torrente de mis ideas. 

Suena el timbre. Las niñas llegan del colegio. Ponemos la mesa, hago el arroz y caliento el estofado mientras ellas ponen la mesa y me cuentan batallas de la mañana en el colegio. Comemos y les explico qué es la constitución. 

–Vas a llegar tarde, como siempre– me dicen las muy brujas. 

Miro en el móvil la dirección del fisio que me ha recomendado otro amigo que conocí cuando di la charla del empotrador. Una charla que me ofrecieron porque, hace 7 años, sentada en una sala de espera de un hospital, elucubré un post. Al amigo me lo encontré el martes en la presentación de un libro de otros dos amigos que curiosamente también conocí gracias a escribir, tuitear y charlar online. 

Llego a tiempo. Charlo con el fisioterapeuta mientras intenta hacer algo con el manojo de músculos en tensión que es mi cuello. Hablamos de mi trabajo, de mi cuello, de nadar, de conducir y descubro que disfruta de parte de mi trabajo porque es de un pueblo de Toledo. 

Vuelvo a casa. Paso la tarde escribiendo a ratos, charlando con las niñas y llamando por teléfono para organizar mi fiesta de cumpleaños. Respondo a la correspondencia por mail que desde hace cinco años mantengo con un amigo que vive en Malasaña y otros dos amigos que viven en Londres, les cuento mi día y ellos a mí el suyo. Les recomiendo Tarde para la Ira y me animan a leer 2666 de Bolaño.

Preparo la cena mientras escucho la radio, cenamos y, al terminar, mi madre llama por teléfono. Charlamos sobre mi contractura, los planes para mi cumpleaños y las goteras en su casa. Las niñas se acuestan, leen en la cama. C está aprendiéndose de memoria una poesía de Angel González.

–Mamá ¿Qué significa transido?–Me grita desde la cama.
–No te oigo.–Sé que le revienta que haga eso.
–Si me oyes porque me estás contestando.
–Ven aquí y buscas lo que necesitas.
–Vale, ya está. Transido en la distancia es que le da mucha pena estar lejos o algo así. 

Es de noche, todo está en calma y decido sentarme a escribir lo que lleva rondándome por la cabeza todo el día desde que, por la mañana, leí el enésimo artículo demonizando la llamada vida online. Una sucesión de  testimonios de gente que ha decidido «dedicarse a la vida real», «porque sentían que estaban perdiéndose la vida de verdad, ésa que tiene lugar fuera de la pantalla», porque «internet me estaba esclavizando, era una relación parasitaria que afectaba a mi dinámica familiar».

Vivimos una época alucinante y contamos con una herramienta que ni en los mejores y más locos sueños de nuestra infancia podríamos haber imaginado. Tengo a mi alcance la colección de un museo a miles de kilómetros, puedo charlar con uno de mis mejores amigos mientras se recupera de una operación de espalda y hacerle su convalecencia más entretenida a pesar de que vivimos a 400 km, puedo enseñarle a mi hija M el pueblo de Alemania al que irá de intercambio, puedo conocer gente maravillosa, enriquecedora, divertida y con la que  mantengo conversaciones fascinantes y puedo terminar el día recibiendo el mensaje de buenos días que una de mis mejores amigas me manda, cada noche/mañana, desde Australia desde que emigró allí hace seis meses. 

Me siento a escribir el post que creo que muchos escribiríamos, el post que retrata a la mayoría de la gente que conozco. Personas que consideran que no es solo posible, sino completamente normal llevar una vida donde lo online y lo offline se solapen, se turnen, se entremezclen y se enriquezcan mutuamente. Una vida en la que no haya que estar "desconectado" para disfrutar de conversaciones con la gente que conoces. Una vida en la que entablas relaciones personales alucinantes e increíbles con gente que has conocido gracias a la red.  

Escribo un post sobre gente normal que sabe vivir una vida real y que, por tanto, nunca será noticia. 


martes, 7 de febrero de 2017

Cómo (nos) recordamos

Me manda mi hermano las fotos de una nevada en Los Molinos en el año 2009. Allí está la casa, el jardín, el pino, todo más o menos como ahora, pero cubierto por medio metro de nieve. Y están mis hijas, laz princezaz, con 3 y 5 años, corriendo por la nieve, haciendo el ángel, sacando la lengua para probar los copos. Van vestidas iguales, con pantalones de pana beige, unas botitas granates con velcro que les compré en Carrefour y unos abrigos del mismo color, abrochados hasta el cuello. Las bufandas, los gorros y los guantes que llevan son improvisados. Seguramente no esperábamos esa nevada ni contábamos con que salieran a jugar a la nieve. 

Entre las fotos hay un par de vídeos. Bailan alrededor del muñeco de nieve que han hecho con mi madre, su Abu. Cogidas de las manos, dan vueltas mientras cantan el corro de la patata. En otro vídeo, C se deja caer y mueve los brazos dibujando un ángel en la nieve, luego gritan porque quieren construir otro muñeco de nieve. "¿Por qué no hacemos su novia?" chillan emocionadas. 

La verdad es que no sé de cual de las dos es la voz que se escucha en el vídeo. No consigo identificarla y cuando se lo muestro a ellas, tampoco lo saben:

—Soy yo.
—No, soy yo. 

Me invade una oleada de ternura al verlas en la pantalla, tan pequeñas, tan nuevas, tan a estrenar, disfrutando de la nieve, alegres, felices, despreocupadas, manejables. 

—Ponlo otra vez. 

Volvemos a verlo y pienso que las reconozco en esas niñas pequeñas corriendo emocionadas por la nieve. Las recuerdo así y siento cierta nostalgia de aquellos días pero, al mismo tiempo, veo a esas niñas en el par de adolescentes que cena conmigo mientras charlamos de Trump, de los menús de la semana y tenemos la enésima bronca sobre porqué no soporto que las toallas del baño estén en el suelo.

Ellas, sin embargo, se ven y no se reconocen. Saben que son ellas pero se ven como si fueran otras, como si fuera imposible que esas niñas fueran ellas. Se descubren al verse. 

Quizás algún día, dentro de muchos años, cuando lean lo que he escrito sobre ellas aquí, vuelvan a descubrirse. Quizás.