miércoles, 9 de noviembre de 2016

El tablero de mis ideas

"Pensar es pensar cosas distintas, para empezar. La gente que dice “Yo pienso lo mismo que a los dieciséis años” no ha pensado nunca nada. Es imposible que estés leyendo libros, viendo películas, conociendo gente, viajando, y todo para pensar exactamente igual que antes de salir de casa el primer día. Pensar es cambiar." (Fernando Savater)

Desde que, la semana pasada, leí la conversación entre Jonás Trueba y Fernando Savater en Letras libres  no me he quitado estas palabras de la cabeza. (Dejad de leer mis reflexiones y leed esa conversación)

¿Pienso lo mismo que cuando tenía dieciséis años? ¿y lo mismo que cuando tenía venticinco? ¿o treinta y cinco? Mi cambio de ideas, de pensamiento ¿ha sido a mejor? ¿Por qué supongo que pienso ahora mejor que hace, pongamos 8 años? Mejor ¿significa más claramente? ¿Con más criterio? O, sencillamente, ¿es todo esto un pensamiento de autojustificación porque, de manera inconsciente, siempre pensamos que al avanzar en la vida, en la edad, en lo que sea... mejoramos? 

Después me puse a pensar en si esto que a mí me parece tan obvio, el hecho de que no puedes tener las mismas ideas con dieciséis o veinte que con cuarenta es así para todo el mundo. Pensé en gente que conozco desde mi adolescencia y que mantiene exactamente las mismas ideas, las mismas creencias, e idénticas estructurales mentales que cuando íbamos al colegio. Gente que se enfrenta al mundo de la misma manera desde hace 30 años. 

Pensé, después, recurriendo a mi absurda necesidad de ponerle imágenes a todo, que de niños nuestra cabeza es un corcho vacío. Lo que vamos colgando ahí viene dado por lo que nos dicen nuestros padres, lo que nos enseñan en el colegio, lo que nos dicen nuestros amigos. Vamos clavando post-it con pensamientos que realmente no son nuestros, no los hemos generado nosotros. No vienen dados y tal cual nos los entregan los clavamos en nuestra cabeza. Poco a poco nuestro corcho se llena de ideas con las que encaramos la vida. 

Esa gente de la que hablo le coge cariño a esos post-it. Los coloca, los ordena y ahí los deja para siempre. Llega un momento en que tampoco clava nuevos post-it porque ya tiene el corcho lleno, le gusta lo que tiene y no se plantea que quizás podría cambiarlos. Ni siquiera los reordena. Rechaza cualquier otra idea, cualquier otro post-it de otro color. Ya tiene sus ideas y está cómoda con ellas ¿para qué más? 

Otros, creo, llega un momento en que arrancan todo lo que habían clavado. Hacen tabla rasa y cambian por completo de ideas. Detestan todas aquellas que tuvieron de niños, de adolescentes y empiezan de cero. Post it nuevos y relucientes con los que construyen un pensamiento, un sistema nuevo con el que enfrentarse al mundo. 

Creo, sin embargo, que la mayoría de la gente que yo conozco lo que ha hecho con su corcho mental es abarrotarlo de cosas. O eso hago yo si pienso en el mío. Yo no he arrancado las ideas que me vinieron impuestas cuando era niña por la familia que tengo, la época, mi colegio, mis amistades, mis inseguridades, lo que creía que tenía que pensar, lo que pensaba que era correcto. Lo veo todo ahí, muy muy pegado al corcho, tanto que se funde con el propio material. Muchas de esas ideas están ya desdibujadas, casi ilegibles y prácticamente olvidadas, sepultadas por capas y capas de ideas nuevas. Muchas veces me sorprendo recordando, por ejemplo, ¿de verdad yo creía en Dios? Apenas las recuerdo pero sé que están ahí, y sobre esos post-it mugrientos y viejos, que me han acompañado siempre, he ido clavando ideas nuevas, pensamientos, asociaciones. Ahí he pegado lo que sé, lo que he aprendido, lo que he leído, ideas de gente nueva que llegó a mi vida y que se quedó o se marchó, pensamientos adquiridos por mí misma, destilaciones variadas de razonamientos en arabesco lateral que me costaron sangre, sudor y lágrimas. Y, a veces, alcohol. 

Sé que en algún momento, si no muero joven, cogeré mi corcho y lo enmarcaré. Le pondré un cristal y me dedicaré a contemplarlo y como mucho quitarle el polvo que se le vaya acumulando. Creeré tener la razón absoluta sobre todo y cualquier idea nueva me parecerá una agresión que intentará romper ese cristal y mis ideas. 

Mientras tanto mi corcho pesa cada vez más y cada día es más caótico y complejo, pero igual que soy consciente de que voy cambiando de ideas soy consciente de que lo que soy y pienso ahora tiene sus raíces en lo que pensé y fui hace 30, 20 u 8 años. 

Y creo que es importante no olvidarlo, aunque a veces me avergüence.  

lunes, 7 de noviembre de 2016

Alegría para bailar

Es curioso como realizar todos los días desde hace 16 años menos 20 días el mismo camino me provoca el mismo estado de ánimo. La calma me invade cuando quito la tertulia política, engancho la música o el podcast y me dejo llevar por el coche. Miro las cigüeñas posadas en las farolas de la la M31 y todos los días pienso, debería pararme y hacer una foto. Y nunca me paro.  Tras la calma y según me voy acercando a Mordor el estado de ánimo que me invade es, por llamarlo de alguna manera, el laboral, el obligatorio. Me gusta mi trabajo (ahora) pero es trabajo. Llega la monotonía que se va haciendo más y más densa mientras sumo kilómetros. Todo esto no lo pienso, voy sumida en ese estado de ánimo como si me metiera en una nube gris. 

Conduzco dentro de esa nube gris ensimismada en mis cosas. Probablemente no hay nadie en el mundo que encaje mejor en la definición de "conducir con el piloto automático". Muchos días, la mayoría, cuando por fin aparco en el polígono, a la entrada de mi trabajo me sorprendo como si despertara de un sueño. ¿Ya he llegado? ¿Cómo he venido? ¿Ya estoy aquí? ¿Cuándo ha empezado a llover? A veces me asusto.  

El otro día me desperté de mi ensoñación justo en la última rotonda. Llegué bruscamente a la consciencia al tener que frenar por la lentitud del coche blanco que llevaba delante y que no sé de dónde había salido. El frenazo hizo que lo que fuera en lo que iba pensando se esfumara y la realidad entrara con fuerza en mi cabeza. Me puse a pensar en los mails que tenía que enviar, en los datos a revisar, en ir a nadar, en escribir, en llamadas. En la pereza que me daba todo.

El coche blanco siguió yendo lentísimo, tanto que pensé fugazmente que debía ser alguien nuevo en el polígono, quizás alguien contratado en su trabajo de manera temporal y que no sabía que puede ir un poquito más deprisa en este tramo final de la recta. 

No me lo podía creer, el coche blanco me quitó el sitio donde siempre aparco. No tiene mucha importancia, hay hueco de sobra en medio de los descampados pero me  molesta aparcar 4 metros más allá. Es una manía como otra cualquiera. Aún así, lo olvidé según maniobraba, apagaba la música y guardaba el móvil en el bolso junto con las gafas de sol. Mi cabeza ya estaba otra vez en modo trabajo, invadida por el estado de ánimo profesional, plomizo y monótono.

Al bajarme y cerrar la puerta del coche atisbé un flashazo azul eléctrico en el coche blanco que me acababa de robar el sitio. 

Pero ¿Quién se atreve a llevar unos pantalones de ese color? 

¡Pero sí eres tú!
Hola
Joder, ¡qué alegría verte! ¡estás estás fenomenal!
Sí, sí... estoy muy bien.
Pero joder, ¿cuándo te has incorporado?
No, no me he incorporado. He venido a traer los papeles de la baja...
 ...pero qué buen aspecto, en serio. 
Sí, está todo yendo muy bien.
Es que el día que te vi hace meses antes de saber qué estabas enfermo, que tenías cáncer, ¿te acuerdas que estuvimos hablando?
Sí, te dije que estabas flaquísima y, por cierto, sigues estándolo.
Eso da igual, el caso es que me contaste que estabas haciendote pruebas de celiaquía....
Sí...me acuerdo y me dijiste "tienes un aspecto horrible"
Ya, bueno, ya me conoces pero el caso es que joder, qué alegrón me ha dado verte. 
Gracias, yo también me alegro.

Le dejé atrás en control de accesos saludando a otros compañeros. Me sentí ligera. Fuera de la nube gris de monotonía. Deseé vivir en una peli musical de los años 40, llevar una falda de vuelo o pantalones de pinzas y zapatos de claqué y bailar alegremente todo el camino sorteando los charcos, entrar en el vestíbulo cantando y subir los peldaños de tres en tres de pura alegría por haberme encontrado con él y que estuviera tan bien.

Cuando llegué a la pradera me preguntaron ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan contenta? 

Pues porque parecía que iba a ser un día como todos  y no lo fue. Un encuentro casual lo convirtió en un día para bailar. 


jueves, 3 de noviembre de 2016

Lecturas encadenadas. Octubre

Tras la experiencia de La Broma Infinita estoy tratando de recuperar un ritmo normal de lecturas. No sé muy bien si es por exceso de trabajo, de energía, de entusiasmo, de intereses, o por caer muerta de sueño a horas tempranas pero me está costando. Aún así, este mes han caído cuatro libros. 

El viajero involuntario de Min Tran Huy. En descargo de esta novelita debo decir que ser el siguiente libro en mis lecturas después de La Broma Infinita es jugar con tanta desventaja que es casi injusto. Aún así, hice un esfuerzo por abstraerme de la experiencia anterior para  intentar disfrutar de la historia que cuenta este libro. El problema es que Tran Huy no sabe qué quiere contar o, sí lo sabe, pero se hace un lío. De hecho, quiere contar varias cosas, empieza con una, luego la deja para empezar con otra tejiendo un nexo tan enrevesado que te dan ganas de decirle "a ver, céntrate Tran Huy". La novela comienza con un narradora protagonista que nos cuenta la historia de Albert Dadas. Este obrero de finales del siglo XIX se levantaba por las mañanas y empezaba a caminar, caminaba hasta agotarse o hasta llegar a algún sitio en el que sentía que debía parar. Como un sonámbulo, de repente se daba cuenta de que ya no estaba en Burdeos, su ciudad natal, ni en su trabajo en la compañía de gas y se encontraba en París, Lyon, Nantes o incluso Argelia. Es uno de los casos más famosos del síndrome del viajero. La historia es apasionante y muy interesante pero Tran Huy y su narradora deciden esbozarla así un poco por encima y, de repente, realiza un triple mortal y se pone a contarnos la historia de  Samia Yusuf Omar,  una atleta de Somalia que se hizo famosa mundialmente por correr una única serie de 200 metros en los Juegos Olímpicos de Pekin y acabó muriendo en 2014  mientras intentaba llegar a Europa.  

¿Qué tienen que ver estas dos historias? ¿A dónde nos lleva Tran Huy? Pues con un par de puntadas dadas de mala  manera, en la página 100, llegamos, por fin, a lo que de verdad quiere contarnos que es la historia del padre de la protagonista, Line. El viajero involuntario es, en realidad,  la historia del padre de Line. Una historia de emigración, de empezar de cero fuera de todo, lejos de tu familia, de tu cultura, de tus costumbres, de tu comida, tu música, tus olores y convertirte en otra persona. No peor, ni mejor, sino distinta, distinta de la que hubieras sido al quedarte en tu sitio. 

El viajero involuntario es una novela que se lee sin más. Lo peor que puedo decir de ella es que lo que más recuerdas al terminar son las dos historias reales. Es agradable, no agrede, no molesta, no inquieta, no perturba, es un libro que se pasa sin más, un libro que se olvida.  

Limonov de Emmanuel Carrère ha sido un préstamo de Juan. "Tienes que leer este libro". Había leído cosas sobre él pero sin profundizar y no tenía mucha idea de que iba. La historia de Limonov es desmesurada, sorprendente y excesiva, tan excesiva que dejas de sorprenderte primero y de creértelo después. Esta biografía funciona casi como una peli de James Bond o de Indiana Jones, al principio estás con la boca abierta y al final ya estás en plan "sí, claro, chaval" y lo que menos importa es la hazaña, la anécdota y con lo que te quedas es con la ambientación. En este caso la ambientación en la Unión Soviética justo antes, durante y después de su desmoronamiento es, para mi, lo mejor del libro. 

Carrère, además, en un determinado momento decide que Limonov está tomando demasiado protagonismo y decide plantarse en el centro de la narración y, rompiendo lo que en tele se llama la cuarta pared, ponerse a dar explicaciones al lector de cómo está escribiendo el libro, dónde está él y lo que quiere o no quiere que el lector piense o sienta.  
"Actúa con valor y determinación, sin esperar que se den las condiciones ideales, porque las condiciones ideales no existen". 
Incendios de Richard Ford. Compré este libro el día que fui con las princezaz a la expo de Bruce Davidson y luego a dar un paseo por la Feria del Libro Antiguo. Había llovido, no había nadie y me hice con todo un botín. Encontrar este título de Ford, que no había leído, en la semana en que él llegaba a España a recoger el premio Princesa de Asturias era un buen motivo para volver a leerle. 

Incendios es una historia de Ford tal cual. Recuerda a Canadá y a Rock Springs, su primera recopilación de relatos. A Canadá recuerda por el narrador adolescente que analiza lo que ocurre a su alrededor intentando entender que les pasa a los adultos, porqué hacen lo que hacen, intentando buscar una explicación que le consuele porque lo que, en realidad, sabe no quiere saberlo. Los dos adolescentes, el de Canadá y Joe el protagonsita de Incendios, luchan por quedarse en el lugar seguro que es la infancia, dónde todo parece aburrido y predecible cuando estás allí pero que al asomarte a la vida adulta percibes como un paraíso perdido de seguridad al que quieres volver al enfrentarte a la incertidumbre de la vida adulta. 

Joe, asiste a la ruptura entre sus padres. La pérdida de trabajo del padre, dificultades económicas, cambio de rutinas, breve viaje del padre, infidelidad de la madre. La narración se desliza en las primeras páginas para presentar a los personajes y, luego, con la marcha del padre todo se ralentiza, es como si el tiempo se parara e, incluso, mi ritmo de lectura paró. Es un libro breve que tardé una semana en leer precisamente porque me costaba avanzar, me sentía como andando sobre barro, tenía que ir despacio. 

Joe va dando cada vez más y más detalles, contando pormernorizadamente cada movimiento, cada gesto y palabra que él dice o que sus padres pronuncian en los tres días en los que siente que su vida se desmorona. Lo hace como tratando de individualizar cada segundo de esos tres días y conseguir así dar con el momento exacto en que su vida dejó de ser su vida para descontrolarse y asustarle. Todos hemos hecho eso alguna vez.  

Me ha gustado muchísimo. 

Como siempre, en todos sus libros, Ford desmenuza la realidad entre padres e hijos de una manera tan lúcida que siempre acierta. 
"Después de aquella noche de principios de septiembre, las cosas - en nuestra vida-empezaron a ir más rápidas, y a cambiar. Cambió nuestra vida en casa. Cambio la vida que mi madre y mi padre llevaban. El mundo, pese a lo poco que yo había pensado en él o planeado acerca de él, cambió. Cuando uno tiene dieciséis años no sabe lo que sus padres saben, ignora mucho de lo que entienden, y más aún de lo que puede haber en su corazón. Ello puede salvarte de hacerte un adulto demasiado pronto, evita que tu vida llegue a ser tan solo una repetición de la suya, lo que siempre implica una pérdida. Pero escudarte en ti mismo -cosa que yo no hice-parece un error aún más grave, pues lo que pierdes es la verdad de la vida de tus padres, y lo que deberías pensar acerca de ellas, y -más allá incluso- la justa valoración del mundo en el que estás a punto de integrarte." 
"En tu vida vas a tener más mañanas como ésta en la que al despertar nadie será capaz de aclarar tus sentimientos". 
Leer mejor para escribir mejor de María Antonia de Miquel. Antes de nada voy a decir que María Antonia es amiga, compañera de lecturas y la persona responsable de que yo publicara un libro. Además de todo eso es una maravillosa recomendadora de lecturas y una editora fabulosa. Iba sobre seguro con este breve manual con interesantes ideas para enfrentarte a la lectura y a la escritura si te atreves. 

Yo sé que soy mejor lectora con cada libro que leo  y sé también que es un proceso que he seguido de manera inconsciente, sin proponérmelo. Empecé leyendo para entretenerme y, poco a poco, el entretenimiento dejó de ser lo más importante para que otras cosas ocuparan su lugar. Ahora, además de buscar otras cosas en la lectura, soy capaz de detectar un estilo, de saber como está escrito un libro o de intentar adivinar qué es lo que el autor pretende. No siempre lo consigo pero sé que hay algo  más que una historia que discurre. 

He doblado muchísimas esquinas con reflexiones sobre la lectura.
"Todo libro está destinado a alguien. Puede que el acto de escribir sea solitario, pero siempre es un intento de llegar a otra persona - a una sola persona - ya que también cada libro se lee en solitario. El autor no sabe para quien escribe. El rostro del lector es invisible. Sin embargo, cada frase impresa en una página contiene el deseo de establecer una relación y la esperanza de ser comprendido." (Siri Hustvedt)
"La obra de Dickens es como un vino que mejora con la edad; no de la botella sino del catador. Cuanto más rica es la experiencia del lector, más maduro parece Dickens." (Aldoux Huxley)

Diario para la prometida de Italo Svevo es uno de esos libros que no sé cómo han llegado a mis manos. Quiero decir que sí se cómo ha llegado físicamente, lo compré el mismo día lluvioso en el que adquirí el de Ford pero no sé qué impulso me llevó a comprarlo. No he leído nada de Svevo y, realmente, no sabía ni quien era. ¿Qué me llevó a comprarlo? ¿Por qué? No lo sé. Pero lo compré y lo he leído. 

A ver. Italo Svevo se llamaba en realidad Ettore Schmitz. El 20 de diciembre de 1895 se comprometió con su prima Livia Veneziani y ella, tres días después, le regaló un "Kalenderbuch" (un diario) que a ella le habían dado cuando cumplió 21 años. Le pidió a él que escribiera un Diario para la prometida, escribiendo cada día hasta que se casaran, lo que él hizo desde ese día hasta el 2 de septiembre de 1896.

Diario para la prometida no es, por tanto, ficción sino vida real y por eso resulta tan raro. En realidad, el nombre que le pega más a este breve cuadernillo es "Diario de un inseguro compulsivo" porque Italo se muestra lleno de celos, de dudas, de inquietudes sobre el amor de Livia por él, duda si la merece o no, si ella será capaz de aguantarle. En sus anotaciones que no hay que olvidar nunca debió pensar que se publicarían, se muestra inseguro, posesivo, egoísta, malcriado pero sobre todo terriblemente frágil. Es una confesión, "este soy yo, ¿seguro que me quieres?". Italo escribe de amor y sobre amor. Y sobre tabaco, porque no deja de intentar abandonar el tabaco por amor a Livia... y no lo consigue. 
"Y sin embargo tendremos que acostumbrarnos a una mayor contención delante de la gente. Hay que estar atento ¡qué diantre!, pues de lo contrario la gente hablará de nosotros. En un primer momento, cuando estamos acompañados, ni siquiera te miro. Después, un poco por casualidad, descubro tus ojos verdes y me quedo mirándolos estupefacto de que sean así y no de otra manera. Entonces, naturalmente, doy vueltas alrededor de los ojos, desciendo por la nariz y paso a la boca de la que recuerdo tantas y tantas cosas.(...) Oía, pero no podía comprender verdaderamente por qué toda esa gente se ocupaba de todas esas cosas mientras a mí me preocupaba sólo una. Con estas palabras deseo decirte que debo tener cuidado con tus ojos porque sino termina por mirar todo lo demás".  
Es un librito curioso que olerá eternamente a mí porque derramé un bote entero de mi colonia sobre él. 

 Y con esto y un bizcocho hasta los encadenados del mes que viene. 

Eso sí, recomiendo muchísimo este artículo de Juan Tallón que habla de los libros que nos quedan por leer. 
"Hay una alegría desconocida, a la espera, inabarcable, en los libros que ya leerás". 
Hacia ella voy porque estoy leyendo este libro dedicado por el mismísimo Richard Ford. Gracias infinitas Teresa.


martes, 1 de noviembre de 2016

Mi padre se me escapa


Se me escapa. 

Hoy hace 19 años que murió mi padre. Llevo escribiendo sobre él desde que tengo el blog, hace casi nueve años, unas veces para recordarle en el último día que le vi, como hoy, y otras veces porque tenía historias, anécdotas o sensaciones que contar sobre él, sobre mí con él o sobre su ausencia y lo que eso ha supuesto en mi vida. 

Llevo semanas pensando en este post, le he dado vueltas y más vueltas mientras conducía, mientras me duchaba, mientras preparaba la comida, mientras escribía otras cosas. Y he llorado, sobre todo conduciendo, porque he llegado a la conclusión de que ya no tengo nada más que decir y de que lo que he dicho cada vez es más pequeño, más insignificante. 

El luto hacia delante es un camino por el que avanzas aunque no quieras y por eso mi padre y mi relación con él está cada vez más lejos. La distancia que nos separa cada vez es más grande. Yo avanzo sin remedio, crezco, me hago mayor, me pasan cosas y me alejo sin remedio. Mis recuerdos sobre mi vida con él, los 24 años que pasé con él y de los que sólo recuerdo 20, con mucha suerte, jamás crecerán. Este año me he dado cuenta de que los recuerdos, las sensaciones, los sentimientos que tengo sobre él son los que son, están fosilizados, cristalizados y congelados. Durante un tiempo esa colección de recuerdos ha sido como un caminito de miguitas que me permitía mirar atrás y me conectaba con él y con quién yo era con él. Esa cristalización de mi pasado no crecerá nunca y, me he dado cuenta este año, pensando en escribir sobre mi padre, de que según avance por la vida esas migas, esos recuerdos, tendrán que estar cada vez más y más separados para poder conectarme con mi padre y con quien yo era con él... y llegará un día en que perderé esa conexión, lo perderé a él y me perderé a mí con él.  

Decía Joan Didion que en el luto, hay un momento, que uno no considera nunca hasta que le pasa, que es aquel en el que tras pasarte un año pensando "hace un año estábamos haciendo tal o cual" o "hace un año me dijo no sé qué", piensas "hace un año ya no estaba". 

Ese momento para mí pasó hace muchos años, pasé llorando el momento en que me di cuenta de que ya no me acordaba de su voz y el día en que fui consciente de que ya no era la persona que él había conocido. Lo que no me esperaba era este relámpago de conciencia al darme cuenta de que lo estoy perdiendo cada día que pasa  y no puedo hacer absolutamente nada para remediarlo. 

Siento que mi padre se me escapa y que lo único que puedo hacer es coger mis recuerdos cristalizados y apretarlos muy fuerte en el puño para no olvidarlos.

Ese puño es este blog...