martes, 11 de octubre de 2016

Lecturas encadenadas de septiembre. La Broma Infinita

Leer La Broma Infinita me llevó 55 días y anotar todas las esquinas dobladas, todos los párrafos subrayados, me ha llevado dos semanas casi completas. Copiar los párrafos que señalo mientras voy leyendo no es un mero ejercicio de copia, me sirve para repensar un libro, para hacerlo más mío y para intentar saber lo que quiero decir de él. En un futuro, cuando relea esos cuadernos, sé que en esos párrafos escogidos veré mi vida. 

Escribir sobre La Broma Infinita es complicado así que voy a hacerlo mal pero, en fin, espero que sirva para transmitir la experiencia que la lectura de sus más de 1000 páginas ha sido para mí en el verano de 2016. Vamos a intentarlo. 

Leer La Broma Infinita no se parece a leer ninguna otra cosa. 

No se puede recomendar a nadie La Broma Infinita, igual que no se puede recomendar a nadie una sesión de ayahuasca, una fiesta de LSD, tirarse en parapente o tener hijos. Es una experiencia que cada uno tiene que decidir si se arriesga a acometer o no y que no se va a parecer a nada que haya hecho antes ni tiene porqué parecerse a lo que otros han sentido.

Leer la Broma Infinita es como saltar al vacío, como lanzarte por las cataratas del Niágara metido en un tonel, esperando no solo llegar vivo al final, sobrevivir, sino disfrutarlo y salir a flote pensando "no sé cómo he llegado hasta aquí pero me ha molado muchísimo". Terminar y pensar que has disfrutado del susto, del salto, de las corrientes, de los remansos para coger aire y de los sprints. Te ha gustado tener que aguantar la respiración para bucear en las profundidades y también nadar con dulces brazadas por algunos tramos. 
"Mario, tú y yo somos misteriosos el uno para el otro. Nos miramos desde lados opuestos de esta diferencia inabordable que nos aflige. Dejemos el asunto en paz y pensémoslo". 
En La Broma Infinita lo reconoces todo pero, al principio, todo es  tan extraño que te revuelves mientras lees, casi miras a tu espalda, levantas la vista esperando que haya alguien espiándote o escrutando si eres capaz de entender lo que estás leyendo. Después, poco a poco, te acomodas a ese mundo como a una nueva casa, una nueva ciudad o un nuevo amante y luego te enamoras tanto que todo lo que suceda fuera de sus páginas y de sus líneas te da igual. 

La página 231 marca, para mí, el comienzo de ese disfrute absoluto... pasé de sentirme curiosa y miedosa a estar apabullada y deslumbrada. Enamorada hasta los huesos.  
"Que por más inteligente que te creas, eres siempre menos inteligente que eso."
"Que dormir puede ser una forma de escape emocional y con un esfuerzo sostenido se puede abusar de esa actividad."
"Que casi todo el mundo se masturba.Y parece ser que bastante.
Que el cliché `No sé quien soy’ resulta ser, por desgracia, algo más que un cliché." 
La Broma Infinita es apabullante. Apabullante como encontrarte a los pies de una gran montaña, frente a un desierto o cualquier otra cosa inabarcable y que parezca inalcanzable. 

La Broma Infinita también deslumbra. Lees y, en algunos trozos, no puedes creerte la lucidez que David Foster Wallace destila en sus páginas, la claridad mental que le hace formular ideas certeras, agudas, profundas y sabias de una manera que jamás se te habría ocurrido y que sabes que nunca más volverás a leer. Ideas que, una vez descifradas se te meten dentro y ya no te abandonarán. 

Ideas que te describen:
"ELLO también es solitario de un modo que no se puede expresar. No hay manera de que Kate Gompert pueda ni siquiera intentar que alguien entienda lo que es una depresión clínica, ni siquiera otra persona que también está clínicamente deprimida, porque una persona en este estado es incapaz de empatizar con ningún otro ser viviente. Esta Incapacidad anhedónica para Identificarse forma parte integral de Ello. Si a una persona con dolor físico le resulta difícil prestar atención a algo que no sea el dolor, una persona clínicamente deprimida no puede ni siquiera percibir ninguna otra persona como independiente del dolor universal que lo digiere célula a célula. Todo es parte del problema y no hay solución. Es un infierno". 
Leyendo La Broma Infinita te enfadas, te enfadas mucho porque crees que David Foster Wallace te está vacilando o te está tomando el pelo. Piensas que lo está haciendo a propósito para sacarte de quicio, para resultar extremadamente "raro" porque te estabas acomodando y eso no es lo que quiere él. Te enfadas y tres páginas más allá te encuentras riéndote a carcajadas porque has pillado el chiste, la gracia, porque has sido capaz de seguir su hilo de pensamiento. 
"¿Tú espías y traicionas a Suiza para tratar de mantener con vida a alguien con un gancho, fluido espinal, falta de cráneo y en coma irreversible? Y yo que pensaba que estaba perturbada. Me estás obligando a reorientar toda mi idea de la perturbación, tío". 
Reírme a carcajadas con esta frase porque es la conclusión a un diálogo absurdo entre un terrorista sin piernas por un juego adolescente con trenes y una depresiva clínica, alcohólica y drogadicta que se conocen en un bar y tienen una conversación surrealista que al principio no entiendes y al final acabas disfrutando como si tuvieras 3 años y estuvieras en una piscina de bolas. La gente que te ve desde fuera no entiende la diversión pero tú no puedes disfrutar más de lo que lo estás haciendo.  

¿De qué trata La Broma Infinita? No lo sé. Los años están patrocinados por marcas publicitarias y roedores gigantes que recorren la costa este de Estados Unidos y Canadá, ese país idílico, es un enemigo mortal. Hay terroristas en sillas de ruedas y espías con disfraces de mujer. Hay una conversación frente a un barranco en el desierto que dura 300 páginas y una extraña cinta de vídeo que provoca la muerte de todo aquel que la ve. Hay drogadictos de toda clase, putas, homosexuales, exalcohólicos, maltratadores, camellos y adictos al sexo. Hay familias, muchas. Madres y padres, hijos, hermanos, primos. Hay una academia de tenis que mi absurdo cerebro relacionaba con Hogwarts, niños prodigiosos del tenis, entrenadores que parecen sacados de las SS, túneles y partidas de Escatón. 20 páginas están dedicadas a la búsqueda de un misterioso ruido en un colchón y otras 20 a una sesión de adultos intentando conectar con su niño interior. Hay una emisora de radio en la que no se escucha nada y un adicto a la serie Mash. Está Netflix anticipado y una escena de lucha callejera narrada como la sucesión de planos de un script de una serie de televisión.


En La Broma Infinita hay de todo, está todo... hay tanto que según avanzas te vas dando cuenta de que no podrás guardarlo todo, no podrás acumularlo todo, que tus brazos no podrán abarcar todo lo que te ofrece David Foster Wallace y que tendrás que elegir con qué te quedas. 

Al llegar casi al final desarrollas dos sensaciones. Por un lado, desolación. Se está terminando y sabes que cuando lo termines será complicado y te llevará meses encontrar otra lectura; no ya a la altura, pero que por lo menos te sacuda. Por otro lado, quieres terminar cuanto antes. ¿Por qué? 

En la página 1191 tienes la respuesta
"Quieres dejarlo porque empiezas a darte cuenta de que lo necesitas". 
Esta frase resume la sensación que tienes al caminar por La Broma Infinita. Empiezas con prevención, con curiosidad precavida, vas leyendo poco a poco y vas desarrollando cada vez más ansiedad, más ganas de más, de conocer y sumergirte en ella, porque leer la Broma Infinita es inmersión y no superficie, quieres ir cada vez más profundo hasta que te das cuenta de que tienes que terminar porque empiezas a necesitarlo. Eso le pasaba a un personaje en "Amor y letras" y no quieres convertirte en un loco que acarrea las 1000 páginas de un lado a otro. 

Lo terminas y días, semanas, después sigues pegado al libro, con las  historias estallando en tu piel como ampollas. Tienes mono y síndrome de abstinencia. Te descubres apartándote de la cara jirones de tela de araña en la que se enredan tus pensamientos ... y te das cuenta de que La Broma Infinita es una tela de araña en la que has caído y de la que nunca podrás escapar, te pasarás la vida atrapado en ella y por mucho que te alejes y corras... los hilos que te unen a ella jamás se romperán. 

Algo así es leer La Broma Infinita. 

P.S: También he leído "El viajero involuntario" pero... ¿a quién le importa?



sábado, 8 de octubre de 2016

Ella no sabe titular sus posts

Sábado por la mañana. El portátil en las rodillas, la ventana abierta de par en par, los pies fríos y un pijama de rayas. Brujulea por la red con calma, leyendo lo que no ha tenido tiempo de leer entre semana, disfrutando al saber que tiene horas para ir pinchando de enlace en enlace sin rumbo. Realmente no tiene horas, una voz interior le está susurrando cosas, "deberías vestirte, ponerte a escribir un rato, tienes cosas que hacer, encargos, tareas, compromisos", pero por ahora tolera sus murmullos sin sentirse culpable. 

Encuentra unos maravillosos dibujos de animales en un solo trazo y piensa que ojalá supiera dibujar, lee una artículo sobre John Le Carré y apunta otro libro más en su lista interminable, empieza a escribir un correo y lo borra "bah, no merece la pena".

Suena el teléfono en el piso de abajo. Es curioso como ese sonido ya ni sobresalta, ni provoca ningún movimiento. Da igual quién sea, si es importante llamará al móvil que tiene a su lado entre las sábanas. O lo cogerá su madre que anda zascandileando por abajo.

¿Sí? ¡Ah, hola M!

Su madre tiene tono de sorpresa al reconocer a la interlocutora.

Ella sigue tecleando y pensando que, a estas horas un sábado, solo puede ser una mala noticia. Es una amiga de Los Molinos, vive un par de calles más allá. En dos milisegundos ella piensa que habrá llamado porque ha muerto alguien, hay un incendio o una inundación... se frena y piensa que, a lo mejor, está siendo terriblemente dramática y que, a lo mejor, solo llama porque organiza una fiesta. M era muy de fiestas, organizaba unas fiestas geniales. 

Claro, te la paso ahora mismo. 

¿"Claro, te la paso"? Están solas en casa, ella  y su madre. ¿M quiere hablar con ella? ¿Por qué? Por un segundo piensa en encerrarse en el baño y esquivar la llamada. No le gusta hablar por teléfono, lo odia y...Su madre entra sigilosa apretando el teléfono contra el pecho y susurrando:

Moli, es M y quiere hablar contigo. 

–¿Hola?
–Hola. Solo llamaba para decirte que he leído "La calle que mide mi mundo" y me he emocionado hasta las lágrimas. Porque lo has contado muy bien, porque mis hijos tienen los mismos recuerdos que tú, porque escribes fenomenal y porque ha sido maravilloso leerte. Te había escrito un comentario enorme en word pero no consigo dejarte el comentario y al final he pensado "qué narices, la llamo y se lo digo de viva voz". Ha sido maravilloso. 
–Er...muchas gracias. Muchísimas gracias por llamarme y por leerme. No sé qué decir.
–No tienes que decir nada, ya lo has escrito todo. Sigue haciéndolo. 

Cuelga el teléfono. Mira por la ventana, sigue teniendo los pies fríos y va a llegar tarde a Correos, a nadar y al aperitivo. Siempre llega tarde pero hoy con razón, tiene que sentarse a escribir estas cosas que (le) pasan y que le dejan sin palabras. 


miércoles, 5 de octubre de 2016

Imperfecta

Brujuleo por la cocina, con los fogones como un circo de tres pistas. He llegado tarde de una absurda reunión del colegio y nuestro maravilloso horario de cena a la centroeuropea se me ha ido de las manos. Laz princezaz ya han venido tres veces a preguntarme  cuándo cenamos. Nada cambia, sigo siendo el ama de llaves. 

Por fin tengo la cena lista.

–Chicas, venid a cenar. Poned la mesa.

Deben tener hambre porque no tengo que gritar tres veces ni ir a buscarlas. De hecho aparecen tan rápido que me asusto.

 –Mamá, ¿tú te has sacado un moco alguna vez?
–¿Qué? 
–Que si alguna vez te has sacado un moco. Creo que está clara la pregunta.
–Muy graciosa. ¿A qué viene eso?
–Fulanita, una de mi clase dice que ella nunca. 
–Fulanita es una mentirosa. Se sacará mocos y se tirará pedos.
–Eso le he dicho yo y me ha dicho que te preguntara a ti. 
–Ajá.
–Contesta, no te hagas la loca. ¿Te has sacado alguna vez un moco?
–Claro.

Nos sentamos a cenar y mientras la cháchara va de un lado a otro de la mesa y se quitan la palabra de la boca pienso que pronto las preguntas serán ¿alguna vez te has emborrachado? ¿Alguna vez mentiste a tus padres? ¿Alguna vez te escapaste? ¿Alguna vez hiciste algo que tus padres te habían prohibido? ¿Alguna vez tomaste drogas? ¿Alguna vez has mentido cuando eras mayor? ¿Alguna vez has hecho algo malo? 

A casi todo tendré que decirles que sí. Obvio. Podría mentirles, pero ¿para qué? No es que esté en contra de mentir a los hijos, de hecho creo que la mentira es muchas veces muy necesaria y no causa ningún mal pero mentirles sobre quién soy o cómo soy no iba a hacerles ningún bien a ellas ni a mí. 

Soy completamente imperfecta como persona y como madre. Me encantaría ser un saquito de virtudes maternales y derrochar amor y espíritu de sacrificio por mis hijas a cada segundo de mi existencia (bueno, a lo mejor no me encantaría) pero no lo soy. Muchas veces les digo que no me apetece hacer algo con ellas o escuchar su música o ver determinada película porque de verdad no me apetece. Otras veces sí, otras veces me apetece y lo hago encantada y, algunas, pocas... a pesar de no apetecerme lo hago por ellas. Y se lo digo: no me apetece nada pero voy a hacerlo por vosotras. 

No sé si está bien, mal, regular o da exactamente igual pero no quiero que piensen que soy maravillosa y estupenda. Sé, de hecho, que no lo piensan:

–Mamá, la gente cree que eres maja pero nosotras sabemos que no. 
–Mamá, mis amigas prefieren venir a nuestra casa porque dicen que tú no eres nada pesada pero no sé de dónde se han sacado esa idea. 

Mientras recogíamos la cena y preparábamos el desayuno del día siguiente, ellas hablaban sobre las veinte mil actividades extraescolares a las que quieren apuntarse y yo pensaba en el momento en que tenga que decirles, no en el que quiera decirles, que sí, que me emborraché, que hice cosas prohibidas, que mentí a mis padres y otro montón de cosas que ni son buenas, ni ejemplares y que probablemente lean en este blog algún día. 

¿Por qué voy a decírselo? Porque después de mucho pensarlo prefiero que descubran pronto (si es que no lo han descubierto ya) que no soy un buen ejemplo para un montón de cosas, prefiero que se acostumbren a verme imperfecta, que me vean tal cual... y bueno, luego ya veremos. 


lunes, 3 de octubre de 2016

Dejando atrás septiembre

El último tren del mes, la sexta vez que recorro este trayecto. Voy camino del sol, del atardecer soleado dejando atrás la lluvia, las nubes y el cielo gris que tanta ilusión me ha hecho ver esta mañana al levantarme en mi tercer hotel del mes. 

Esta vez he tenido suerte y nadie se sienta a mi lado. Al otro lado del pasillo, un par de jovenzuelos americanos, demasiado grandes para sus cuerpos y desmesurados para los asientos de RENFE, duermen plácidamente. Uno de ellos, con pinta de bebé grande y una melena rubio platino enmarañada en un moño, me tiene hipnotizada con su postura para dormir. Ha bajado la mesita y él es tan grande que creo que se le debe clavar en el ombligo, ha colocado encima la mochila y tras meter los brazos por las mangas de la camiseta ha apoyado la cabeza y ronca como un bebé. Lleva calcetines blancos metidos en unas zapatillas de loneta de colegial. Sus pies son pequeños para lo descomunal que es. 

Este mes he sido una mujer a una maleta pegada, he arrastrado mi ropa de un sitio a otro continuamente. No he dormido más de tres noches en la misma cama, la misma casa o la misma ciudad. He cenado cereales casi todas las noches y engullido ibuprofenos preventivos cuando cenaba otra cosa, siempre acompañada de vino. He ido al cine tres veces, terminado dos libros y  firmado un contrato. He tomado notas mentales y escritas en los sitios más extraños.  

¿Dónde estaba el día 1? Miro por la ventanilla y a pesar de que solo han sido treinta días me parece casi otra vida. Estoy agotada, exhausta, satisfecha pero fantaseando con un mes, con quince días de no hacer absolutamente nada, lejos de todo. 

Definitivamente la lluvia se ha quedado atrás, pega el sol entre Burgos y Valladolid, y todo está amarillo. Los americanos se aburren y resoplan. Tengo la sensación de tener el mes de octubre ante mí, con todas sus casillas en blanco, con horas para rutinas de madre, con tardes para pasar en casa cocinando y cenando como una persona normal y no como un personaje de serie americana. Un montón de días en los que cuando me despierte sabré en qué cama, en qué casa y en qué ciudad estoy durmiendo. En mi cama. Octubre va a ser mi estancia en la montaña mágica. 

Los americanos se bajan en Segovia. Dejo septiembre atrás. Lo he exprimido hasta la última gota, no he dejado nada por hacer y me imagino el mes como un amante exhausto que me dice "no puedo más" y se alegra de mi próxima ausencia, que aprovechará para recuperarse. 

El solterismo mola mucho pero es agotador... noviembre prepárate. Volveré con fuerzas renovadas.