martes, 16 de agosto de 2016

Apuntes, recortes

Buscando otra cosa he encontrado un viejo cuaderno. Repaso mis anotaciones, hechas con prisa y con furia. El cuaderno es de otra época, una época en la que leía periódicos y guardaba recortes. Es de hace tres años. Otra vida. 

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23 de marzo de 2013. Recorte de prensa, meticulosamente doblada entre las páginas de mi cuaderno.

"Leer da más felicidad que escribir. Escribir es una afición, una vocación, un trabajo incierto, que lo mismo da grandes alegrías que grandes disgustos y que en el mejor de los casos siempre le deja a uno vulnerable ante sí mismo y ante los demás: ante la incertidumbre que no cesa nunca de minarlo por dentro, aunque se la aplique con grados diversos de dedicación y eficacia el bálsamo de la vanidad; ante los juicios favorables o negativos, halagadores o insultantes, sinceros o fingidos.

Leer, cuando se disfruta a fondo de la lectura es un deleite que no viene con efectos secundarios, una medicina sin contraindicaciones, un vicio sin castigo."
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Notas con el siguiente título "Idea para relato que no escribiré nunca". Julio 2013. 

Dos hombres. Una ciudad con catedral. Cenan en la misma terraza, cada uno con su mujer. No se ven, no saben que se han visto, quizás crucen miradas pero no se recordarán jamás. Nunca sabrán que tienen algo en común: una mujer que no está con ninguno de ellos. Los dos cenan, hablan, beben y piensan en esa otra mujer que no está en esa ciudad. Los dos querrían saber qué está haciendo y sobre todo si está pensando en ellos. Los dos la conocen, los dos la quieren y ninguno se atreve a quererla, a estar con ella. La quieren pero no pueden, no tienen valor. Les atenaza una sensación que intentan ocultar bajo sus ropas, su piel y su conversación. Los dos saben que dejaran escapar a esa mujer, que la están dejando escapar, que ella no les esperará... ella ve lo que son. Saben que están renunciando por cobardía ante lo que ella les hace ser, a lo que ellos son con ella. No es ni siquiera lo que ella les da, es lo que ellos son con ella. Cenan, hablan, beben, crucen miradas y no saben que tienen algo en común: son unos cobardes.

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20 de mayo de 2011. Recorte de periódico, ya amarillo. 

"Subrayar un libro viene a ser, según cómo, un acto íntimo, que puede llegar a delatar bastantes cosas, algunas muy pintorescas, de quien lo ha cometido. Y que más frecuentemente, da lugar a toda suerte de extrañezas."
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Anotación sin fecha

Hay libros que enseñan, otros que hacen reír, otros llorar, otros sirven para evadirse, hacen pensar y luego están los libros que duelen. Los libros que duelen te dejan sin respiración, sientes que alguien te está apretando el corazón mientras lees. Estás incómodo, descolocado, desubicado. Lees, cierras, vuelves a leer. Es posible que los libros que duelen al leerse, duelan al escribirlos. Los libros que duelen no se olvidan y creo que hay libros que uno no es capaz "de doler" hasta una determinada edad. El dolor que provoca un libro no tiene nada que ver con la historia que se cuenta. Da igual que sea triste, conmovedora o trágica. No es la historia lo que duele, es otra cosa. Los libros que duelen, duelen al escribirlos y al pensarlos. No tienen porqué ser difíciles de leer, te llevan de la mano por el camino, como si treparas una senda de montaña escarpada. Cuando llegas a la cima descubres que no hay un bonito paisaje que contemplar pero el camino ha merecido la pena.
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Recorte de prensa sin fecha. Un artículo de Alberto Manguel. 

"La correspondencia electrónica provoca la desesperación de archivistas y bibliotecarios. El papel conserva los trazos de nuestra presencia; cartas con manchas de café, borrones y tachaduras, algunas palabras humedecidas por una lágrima o por una gota de sopa derramada cuentan más que lo que dicen las frases que contienen. (...) Como actual usuario del correo electrónico soy plenamente consciente de que mi nostalgia no tiene justificación valedera. Como en todas las cosas humanas, en la comunicación también hay jerarquías. Sé muy bien que las pausadas conversaciones cara a cara y las cartas escritas a mano tienen poco prestigio en una época en que los valores fundamentales son la brevedad y la rapidez. Lo sé, pero no me resigno".  
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Anotación para distintos posts. Sin fecha.

-Se habla poco de lo malísimo que ha sido para la humanidad el personaje de Amelie. Las plagas del Antiguo Testamento y los Cuatro jinetes del Apocalipsis son Pocoyó y Pepa Pig comparados con Amelie. Por culpa de Amelie la gente hace fotos de enanos o de cliks o de figuritas de Disney en cualquier sitio. Por culpa de la lánguida francesa hay gente que cree que puedes comer como si fueras Obelix y pesar 40 kilos. Si eres tía y misteriosa tienes gato. Esto me parece bien, odio a las misteriosas y a los gatos.

-5 cosas que hacen de los Puentes de Madison una gran peli y 5 cosas que no. 

Anotadas solo dos negativas. Todas las positivas. 

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"I suppose I think of the notebook as a house of words, as a secret place for thought and self-examination. I´m not interest in the results of writing, but in the process, the act of putting words on a page". 

jueves, 11 de agosto de 2016

Recalcitrante


-Eres recalcitrante. Nunca buscas términos medios. Eres todo o nada. 

Tiene razón. Toda la razón del mundo. Soy así. Llevo  tres días dándole vueltas, no me lo quito de la cabeza.

Recalcitrante. En mi absurdo cerebro, recalcitrante suena a asfalto, a algo caliente, que quema, que arde. Lo busco en el diccionario. 

"Que se mantiene firme en su comportamiento, actitud, ideas o intenciones, a pesar de estar equivocado."

No soy recalcitrante tal y como lo define la DRAE y sí lo soy con respecto a mi imagen mental.

Soy todo o nada. Blanco o negro. A favor o en contra. Me mantengo firme y peleo y ardo cuando lo hago. Y puedo llegar a quemar. 

Pero también me apago completamente, puedo pasar de llamaradas a cenizas frías. Hay bastantes cosas, cada vez más, sobre las que he cambiado de opinión a lo largo de los años, yendo del blanco al negro. Pensaba, creía, sentía algo y con el paso del tiempo, las circunstancias o los argumentos adecuados he cambiado de idea. 

Buscar el término medio, el Santo Grial. ¿Qué es el término medio? Para mí el término medio es estar en mitad de un camino, llegar a una encrucijada y quedarse ahí sentado pensando: si voy a la izquierda puede que me equivoque y tampoco tengo claro que sea por la derecha, lo mejor es que me quede aquí, en el término medio oteando el horizonte de los dos caminos.  

El término medio para mí es la apatía absoluta, es el "me da igual" como filosofía de vida. Es el amarrar la nada con tal de no tener la posibilidad de perder. ¿El qué? No lo sé. Supongo que si te quedas en el término medio nunca tienes que pensar "mierda me equivoqué" o "Cómo pude ser tan imbécil" o "es acojonante que estuviera convencida de esto" o "lo siento, tú tenías razón". Si te quedas en el término medio nunca llegas a un punto al final del camino elegido y te das cuenta de que te tienes que dar la vuelta y desandar todo la ruta para coger la otra desviación que resultó ser la correcta. El término medio te ahorra el tener que escuchar "¿ves como por ahí no era?"  

Me paso la vida desandando mis pasos, yendo de blanco a negro, de un extremo a otro.  Del todo a la nada. Ardiendo, quemando y apagándome, con la boca sabiéndome a cenizas, escupiendo rescoldos de mi opinión equivocada mientras camino en sentido contrario. Y vuelta a empezar.  

No sé ser gris. Soy recalcitrante y él tiene razón. 

lunes, 8 de agosto de 2016

Hombres fantásticos (VII)


Hemos quedado temprano y, por supuesto, a pesar de acostarme pronto la noche anterior para intentar dormir y tener un aspecto presentable y la cabeza despejada para el reto que es quedar con él, los nervios me han impedido pegar ojo. Me levanto como un gremlin y con tiempo de sobra pero, por supuesto, llego tarde. No horriblemente tarde pero lo suficiente para quedar regular. De todos modos, cuando quedo con un hombre, siempre prefiero llegar tarde. Entre quedar mal y ponerme nerviosa esperando prefiero quedar mal. 

Es finales de otoño, la mañana de un día perdido de noviembre. Hace el frío justo para despejarme sin que me gotee la nariz. He elegido el Retiro para esta fantasía porque necesito un lugar cómodo y conocido que no me distraiga para poder centrarme en la conversación, para no dispersarme. El Retiro es casi como pasear por el pasillo de mi casa. Además con él no me imagino conversando en un sitio cerrado porque él habla demasiado despacio, dejando silencios que en una habitación cerrada me empujarían a decir alguna estupidez para llenar ese  espacio. Paseando sus silencios se quedan colgando entre los pasos y suenan. 

Hay poca gente, casi somos los únicos. Es demasiado tarde para que los runners madrugadores estén correteando y demasiado pronto para que haya niños. La moda de los Pokemon ha pasado. Cuando llego ya me está esperando. Mira en mi dirección pero no sabe que soy yo así que me mira sin verme. Para él soy una chica con una trenca y las manos en los bolsillos. Según me acerco saco a relucir mi sonrisa de desconocida tratando de parecer encantadora. 

—Hola, siento llegar tarde. 
—¿Eres Molinos?
—Sí. 
—Te pareces a tu foto pero no te he visto llegar.
—Soy muy normal, paso desapercibida. ¿Entramos?
—Claro. 

Comenzamos a pasear sin rumbo, bordeamos la nueva biblioteca del Retiro y caminamos hacia el lago. Sé que una de las primeras cosas que le contaría es el primer libro que leí de él, "El invierno en Lisboa". No sé cómo llegué a él ni porqué pero recuerdo que me encantó. Le contaría que se lo regalé a uno de mis mejores amigos y que no me he atrevido a volver a leerlo porque me da miedo quebrar el buen recuerdo. Es uno de esos libros en los que siempre tengo 20 años, llevo hombreras, los hombros echados hacia delante, melenita de niña buena y no hablo con nadie porque tengo miedo. 

Él me escucha. A veces dice algo y tengo que esforzarme para oírle por encima del sonido de nuestros pasos y el rumor del viento en los árboles. Tiene la voz grave y habla muy bajo. Siempre he pensado que habla como si fuera una corriente constante de agua, siempre el mismo tono, siempre el mismo ritmo, nunca totalmente quieto y nunca acelerado. Sus pensamientos brotan con pausa y él los recibe, observa, paladea y da forma siempre al mismo ritmo, igual que habla. 

Yo soy un torrente. A veces estoy desbordante de ideas que intento apresar, apretar y estrujar; otras veces la inspiración son gotas que tengo que exprimir de mi cerebro y, a veces, soy una torrentera sin agua y creo que jamás volveré a pensar nada que merezca la pena expresar.  

Parapetada detrás de mi trenca y mirando al frente me atrevo a decirle que sus novelas me aburren. Después de El Invierno en Lisboa, leí Plenilunio y El jinete polaco y me gustaron. Después leí alguna más que soy incapaz de recordar y decidí no volver a intentarlo. No quiero que sus novelas me hagan cogerle manía porque me encantan sus artículos. Para compensar este comentario que, aunque disimula, supongo que no le gusta le digo que aprendí a ver el arte de Rothko por uno de sus artículos y que mi ejemplar de Ventanas de Manhattan tiene más esquinas dobladas que sin doblar. Ventanas es un libro con el que he crecido, me veo con 20 años comprándolo y creciendo con él en mi estantería mirándome, viéndome envejecer y esperándome cada vez que lo he releído.

Le cuento también unas cuantas de esas casualidades que hacen que nosotros, a pesar de ser completos desconocidos, estemos conectados por conocidos comunes y después le dejo hablar. Le pregunto por lo último que ha leído, la última película, la última serie, la última exposición, la última decepción. Le pregunto si lee comics.

Camino a su izquierda y en nuestro paseo llegamos a la salida de la Cuesta Moyano. Cotilleamos los puestos como si fuéramos desconocidos entre nosotros, él por su lado y yo por el mío, como hay que hacerlo. Me resulta imposible mantener una conversación mientras miro libros o paseo por una librería. Siempre acabo perdiéndome de la otra persona aunque el espacio sea pequeño, me pierdo mentalmente y hasta que no me dicen "Eh, que tenemos que irnos" estoy perdida. 

Él no me dice nada, no parece tener prisa. En esta ocasión soy yo la que llega al final de la cuesta con unas cuantas compras en una bolsa. Está sentado en un banco, escribiendo algo en una libreta. Me espera. Al acercarme, de su botín saca un libro y me lo da. 

Toma, un regalo. 

Me quedo sin palabras porque yo no he comprado nada, ni se me ha ocurrido, aunque la verdad es que tampoco hubiera sabido que comprarle. ¿Qué libro le regalas a alguien que lo ha leído todo? 

—Gracias. Yo no te he comprado nada pero una vez escribí sobre mis razones para leerte. Podríamos considerarlo un regalo. O algo así. 
—¿era algo sobre que monto en bici y no soy Murakami? 
—Si. Entre otras cosas.  Es imposible que lo leyeras.
Lo leí. De hecho tuve intención de escribirte para darte las gracias... pero me temo que no lo hice.  

Me acompaña a la parada del 14 que tengo que coger para volver a casa. El día está gris, un día de esos en los que Madrid y yo nos reconciliamos un poco.

Al llegar a casa abro el libro y me encuentro con una dedicatoria "Para que recuerdes un día de noviembre".  


miércoles, 3 de agosto de 2016

Enseñar a leer


Confieso que mis hijas han leído la colección completa de 75 consejos para sobrevivir "a lo que sea". Los han leído, les han gustado y no les ha pasado nada. No se han vuelto más tontas, ni machistas, ni acosadoras ni nada de nada. Los leyeron, los cerraron y a otra cosa. 

¿Son libros que a mí me gustan? No. 
¿Yo se los hubiera regalado para que los leyeran? No. 

La colección de los 75 consejos para sobrevivir a lo que sea la forman una serie de libros con consejos tontos o humorísticos sobre situaciones cotidianas que a pasan nuestros hijos. No tienen más. ¿Dicen tonterías? Pues es posible. Yo les he echado un vistazo, igual que hago con las pelis y los vídeos que ven o la música que escuchan.  Me resultan anodinos, ajenos y poco graciosos, pero yo no tengo 12 años ni tienen que gustarme.  

En los últimos días se ha montado una trifulca tremenda en redes a propósito de esos libros. Un montón de gente enfervorizada abogó por que esos libros fueran retirados del mercado y su autora más o menos quemada en la hoguera por perturbar, pervertir y dar mal ejemplo con sus libros a los niños.  Después, una serie de autores, entre ellos Elvira Lindo ha salido a defender esos libros (y cualquier otro) de esa absurda cruzada en favor de la corrección política.  

Estamos completamente imbéciles. Completamente. Y con respecto a la educación estamos llegando a unos niveles de sobreprotección y desconexión con la realidad que son alarmantes. 

Decía el otro día Rodrigo Cortés que, en su momento, los libros de Roald Dahl entusiasmaban a los niños y horrorizaban a los padres. La obra del autor inglés está llena de crueldad y "malos ejemplos" y no tiene ninguna intención moralizadora, ni ejemplarizante. Lejos de mi intención está comparar a la muy respetable autora de los 75 consejos con Dahl, pero a lo que voy es a que los niños no son imbéciles si no los criamos como imbéciles. 

Todos adoramos a nuestros hijos y los creemos maravillosos, estupendos y fabulosos. Sabemos (aunque hay gente que no lo sabe) que tienen defectos, pero tendemos a considerarlos pequeños defectillos siempre provocados por circunstancias externas, nunca intrínsecos y siempre excusables, y creemos que solucionables a largo plazo. 

El problema es que ahora mismo hay una tendencia a crear un mundo perfecto alrededor de nuestros hijos. Todo tiene que ser perfecto y maravilloso. Nada tiene que doler, frustrar o ser incomprensible. Todo tiene que ser bonito, justo y, además, enseñar. 

Pues no. 

Cuando yo era pequeña leía compulsivamente, leía de todo. Novelas del oeste con protagonistas muy machistas, Mujercitas con esas niñas soñando con casarse y ser respetables y perfectas amas de casa, leía a la petarda de Esther en sus comics llorando por los rincones por gustar al tal Juanito, leía Mortadelo y Filemon, a Asterix, a Tintín y todo lo que cayera en mis manos. Nunca nadie en mi casa me prohibió leer nada, mi madre opinaba que los tebeos de Esther eran una memez porque la protagonista era idiota pero jamás me dijo "no lo leas" o "habría que tirarlos todos a la basura". 

Laz princezaz han leído los 75 consejos y a Roal Dahl, y a Asterix, y La Historia interminable y Konrad el niño que salió de una lata de conservas. Se han reído a carcajadas con Manolito Gafotas. Les encanta Hilda y las aventuras de Jules. Y son adictas a una serie que se llama Futbolísimos sobre un equipo de fútbol. Ahora van a leer Papaíto Piernas Largas, una novela de 1921, en la que la protagonista lo que quiere es casarse y ser madre. Y M ha leído Persépolis, no creo que lo haya entendido todo pero lo ha leído. 

¿Me gusta todo lo que leen? No
¿Tiene que gustarme todo lo que leen? No
¿Creo que lo que leen tiene que educarlas? No. 

A los niños deben educarles los padres, enseñarles a tener criterio y pensamiento propio. Los libros de 75 consejos son para niños de 12 años, si con esa edad un niño no tiene capacidad para captar la ironía (aunque sea tonta) y distinguir la ficción de la realidad,  el problema no es del libro ni del niño, el problema es de los padres que no han sabido (o no han querido) enseñárselo a sus hijos. 

En vez de prohibir que se escriban libros o exigir que los libros tengan que cumplir unas absurdas normas de corrección política, quizás va siendo hora de enseñar a los niños a leer, a tener criterio, a saber pensar y a valorar la ficción. 

Pero para enseñar a nuestros hijos todo eso hay que haber leído mucho, haber leído de todo, incluso a 
Esther.
“Hoy nosotros, con respecto a los niños, hemos descubierto la atención, la responsabilidad, el riesgo, el temor a las consecuencias, y todo eso lo hemos pagado con la muerte de la fantasía. Hemos reflexionado sobre lo que no debemos hacer con los niños, pero aún no hemos descubierto lo que debemos darles a cambio, cómo debemos dirigirnos a ellos, qué palabras usar, y no tenemos para ofrecerles más que nuestros mundos desiertos”. Natalia Ginzburg (octubre 1969)

Para enseñar a nuestros hijos a tener criterio hay que leer con ellos cuando son muy pequeños para marcarles el camino. Hay que leerles cuentos bonitos y cuentos crueles, historias divertidas e historias tristes, historias con buenos muy buenos y malos horribles. Después, hay que soltarles la mano y comprobar que les hemos enseñado bien, que saben andar solos. Hay que dejarles volar solos, elegir lecturas que a nosotros no van a gustarnos y que pueden parecernos horribles pero que es lo que ellos quieren, sienten o necesitan leer.  

Hay que confiar en nuestros hijos y en lo que les hemos enseñado (si es que les hemos enseñado algo). Son mucho más listos de lo que nosotros creemos, y mucho menos idiotas de lo que la sociedad intenta hacerles creer.