miércoles, 3 de septiembre de 2014

Hecha de libros.

A principios de verano  encontré un maravilloso artículo de Zadie Smith  que empecé a leer a la defensiva porque trataba el absurdo tema de las "lecturas de verano". Dado que yo leo igual en verano que en invierno, en la playa que en la montaña, en un sofá que en una tumbona, la clasificación de lectura de verano siempre me ha chirriado. 

Me disperso. Empecé el artículo a la defensiva, pero según lo leía iba asintiendo y pensando "es justo eso", "es así", "es tal cual", y si hubiera sido un poco más friki y un poco menos vaga, al terminar me habría puesto en pie y habría gritado ¡Bien por Zadie!, puede que incluso hubiera bailado en círculos. 

"Quite often I am asked to recommend, as a practice, the habit of "reading." I like to do this, though I always feel a little phony. To recommend something implies that its presence in your life is a positive choice, like playing tennis or avoiding gluten. For me, being a reader, in summer or at any other time, isn't a "lifestyle choice".

"En muchas ocasiones me animan a recomendar, como una práctica, el hábito de leer. Me gusta animar a leer aunque siempre me siento un poco falsa. Recomendar algo implica que su presencia en tu vida es una elección acertada, una opción, como jugar al tenis o no comer gluten. Para mi, leer, en verano o en cualquier otro momento, no es un "estilo de vida".

Exacto. Para mi, leer no es un hábito recomendable, no leo porque me entretiene, porque hace que nunca me aburra, porque amenice cualquier espera,  porque me haga llorar, reír, sentir, aprender, emocionarme, indignarme, conocer nuevas palabras, nuevos países, otras épocas, otras experiencias, otras vidas. No leo porque me calme, me centre, me ayude o me inspire. Ni siquiera leo porque me guste. Leo igual que camino, como o respiro. 

"I think that if I were a very good swimmer, I would be proud to be so, but being proud of being a reader, in my case, is like being proud you have feet".

"Creo que si fuera buena nadadora estaría orgullosa de ello, pero estar orgullosa de leer, en mi caso, es como estar orgullosa de tener pies."

Exacto otra vez, pero un poco menos. 

Estoy con Zadie en que leer no es algo de lo que estoy orgullosa porque, sencillamente, no sé no leer. Habrá mucha gente que considere que esta afirmación es excesiva pero es un hecho. En las peores épocas de mi vida he estado sin comer, sin hablar y sin dormir... Jamás sin leer. 

No estoy orgullosa de leer, de ser una lectora. Estoy orgullosa de la lectora que he llegado a ser. No quiero decir con esto que cuando empecé a leer, que a lo largo de todos mis años de lectura caótica, sin rumbo, saltando de libro en libro simplemente porque me apetecía, tuviera en mente convertirme en una buena lectora... Pero me he convertido en eso. 

Soy una buena lectora. Igual que soy una buena nadadora capaz de nadar 14 km a la semana. Nunca pensé que diría ninguna de estas cosas. 

¿Por qué me considero una buena lectora? O mejor dicho, ¿por qué me considero mejor lectora que cuando empecé?

Porque escribo sobre lo que leo. Porque leer me empuja a escribir y al escribir mi visión sobre lo que leo y como lo leo se amplía. No es ni mejor ni peor que cuando no escribía... Es diferente, más grande, más amplia. 

Porque sé cuando un libro es una basura pero será comercial y le gustará a todo el mundo. 

Porque sé qué autor me gusta y porqué me gusta. 

Porque sé reconocer cuándo un autor que me encanta ha pinchado y no lo defiendo como si fuera una hooligan. 

Porque cuando reconozco que un autor que me gusta ha escrito algo malo, eso no me hace despreciar todos sus textos anteriores ni olvidar los buenos momentos que he pasado leyéndole. 

Porque si un autor me gusta, aunque pinche, le doy otra oportunidad. Porque no doy segundas oportunidades. Y no me importa. 

Porque sé cuándo algo no me gusta y no hay nada que hacer. 

Porque sé cuándo algo no me gusta porque no he sabido leerlo. 

Porque sé reconocer cuando estoy leyendo con prejuicios, siendo injusta, a la defensiva y sin embargo lo que leo me está gustando. 

Porque sé cuándo algo que leo me pilla demasiado joven. 

Porque siento que soy demasiado mayor para que una lectura me impacte,  pero entiendo que a mi yo de hace 20 o 30 años le dejara del revés. 

Porque he empezado a releer por el placer del reencuentro. 

Porque releo para descubrir. 

Porque si algo no me gusta aunque le guste a todo el mundo soy capaz de defender mi opinión sin que me importe lo que van a pensar los demás. 

Porque soy capaz de percibir una evolución en los libros de autores que me encantan. 

Porque soy capaz de enlazar lecturas, libros y autores. Encontrar similitudes y diferencias entre ideas, personajes y situaciones. 

Porque veo lo que falla en un libro. 

Porque he aprendido a maravillarme con la maestría que encierra un libro bueno. 

Porque recuerdo citas y pasajes... Tras haberlo copiados en mi cuaderno de lecturas. 

Porque tengo un cuaderno de lecturas, porque llevo años escribiéndolos y me gusta releerlos y pensar porque justamente copié ese párrafo. 

Porque soy capaz de leer libros malos igual que soy capaz de comerme una hamburguesa y encontrarle la gracia.

Porque dejo un libro a la mitad sin remordimiento. 

Porque puedo recomendar un libro para todo el mundo. 

Porque sé qué libro te gustará sólo a ti. 

Porque le tengo cariño a todos los libros que he leído y que me han hecho quien soy. También a los malos y a aquellos que odié profundamente. 

Porque como dice Zadie,

I find it hard to name the one book that was so damn delightful it changed my life. The truth is, they have all changed my life, every single one of them—even the ones I hated. Books are my version of "experiences." I'm made of them.

Exacto. 

Porque estoy hecha de libros. 

lunes, 1 de septiembre de 2014

Vacaciones a la francesa (y IV).




Inicio. Una maleta enorme y prestada, muchos "por si acaso" que han resultado ser fundamentales. 2 libros y 2 cuadernos. 

Hacia el Norte. Olor a verde, a lluvia, a nubes, a gris. Verde, verde, verde. A menos de un orden de magnitud. La frontera. Escuchamos a los Beatles pero no vale poner temas categoría "A", valen más los C y D pero admitimos alguno de categoría B. 

Toulouse. Un cuadro de Audrey Hepburn sobre la cama y vistas a la basílica. Carpaccio de buey con gratinado de patatas en The Winter Garden. Puertas correderas en los baños de las habitaciones. Nada más sentarte en un restaurante agua en la mesa. ¿En qué momento en España dejamos de beber agua en jarra y nos volvimos unos repijos bebiendo agua mineral? ¡Reivindico la jarra!

Un claustro con unas tumbonas para descansar del paso turista. "Groucho. Vintage". Me compro un vestido de princesa de los años 60. Lluvia en un paseo junto al río. Despertar con un rastrillo junto a la basílica que han colocado tan silenciosamente que me llevo un susto al verlo. 

Carcassone. Exin Castillos. Un chal blanco y verde. Un comic para M. A las princesas les hubiera flipado el castillo. Una boda, él de uniforme, es guapo y parece tan joven. Me recuerda a alguien. 

Carreteras comarcales, oscuras y llenas de bosques. Equilibrios sobre el verde. Albi. Una wifi desesperante. Crumble con frutos rojos. No me gusta la creme brulé aunque venga el chef que se parece a Popeye y con tatuajes en los brazos a darnos la receta. Albi de noche. Pasos que resuenan. El puente viejo, pierdo la cuenta de todas las veces que vamos a cruzarlo. Un desayuno con vistas. Me cuelgan los pies del vater del hotel ¿Estas cosas no son estandar? 

Santa Cecilia. Bóvedas azules. El infierno con todos los pecados; creo que los tengo todos. Aprendo lo que es un jubee, mejor dicho, un vago recuerdo almacenado en una lejana neurona de mi cerebro recuerda mis apuntes de Gótico de la carrera. Una contractura en el cuello, un concierto de órgano. Tagliattele a la trufa. Tatin de manzana que hace que casi caiga de rodillas y pida matrimonio al cocinero. Decido hacer una cata de tatin de manzana en este viaje (No volveré a encontrar un restaurante con tatin de manzana en su menú) 

Toulouse Lautrec. Ambialet. Caloreta y sudor de canalillo. 

Monestries. Cordes sur Ciel. Una pulsera de piedras azules que ya no me he quitado. Curvas, cuestas y flores. En mi próxima casa pondré contraventanas de colores. Spider Juan. Lluvia, lluvia y lluvia. Niebla. Por la carretera suenan los Everly Brothers, Ray Charles y los Jackson Five, jugamos a adivinar el cantante. 

Sarlat. Noche oscura, niebla y luz dorada. Omelette con patatas típicas. Juan pide islas flotantes y por supuesto yo conecto las islas flotantes, con Diane Keaton en Misterioso Asesinato en Manhattan y hablamos de Woody Allen. Siempre es buen momento para hablar de Woody Allen. 

Apartamento Cabaret. Cama con dosel y unos sillones morados tan enormes que me atrapan y en los que parezco de Lilliput. Por supuesto me cuelgan los pies. Por fin un wifi decente. 

Mercado de Sarlat. Ni la Gran Vía en Navidad está así de abarrotada. Callejeamos sorteando a la multitud. Leo en francés y a la vez traduzco. He descubierto que se muchísimo más francés del que pensaba pero cuando intento hablar me sale todo en inglés. 

Dome. Mi pueblo favorito del mundo mundial. Aquí quiero retirarme a escribir y leer. Incluso podría cultivar hortensias. Una puesta de sol en el mejor mirador en el que he estado jamás. Descubrimos la función "sonrisa" de la cámara de mi teléfono y que tengo una mueca que no es sonrisa pero que la cámara detecta como si lo fuera y me retrata. Es una mueca en la que levanto mucho las cejas. 
Foie con mermelada de higos. Los americanos. 

Descubrimos un sitio con "Formule Petit Dejeneur":cafe, zumo, queso blanco y dos bollos. Lo llevan tres mujeres con gafas imposibles y tan francesas que parecen una caricatura.

Estreno el vestido blanco. Comprobado, las cosas con vuelo me hacen sentir como una princesa...o una cursi, según se mire. Cuevas y abrigos prehistóricos. Lascaux impresionante. El castillo de Losse, el primero de muchos. Parmentier de oca en La Rapiere. Yo no como confit porque parece pájaro pero si la oca está desmigada me la como tan ricamente y se me caen las lágrimas de gusto. La camarera nos recuerda de hace un par de noches; Juan es inconfundible. Todo el mundo es encantador.

Me despierto por la noche del susto. Un ruido ensordecedor me ha hecho sentarme en la cama, resulta ser un trueno. ¡Bien! Me levanto y contemplo la tormenta con rayos y truenos desde la ventana. Me pregunto que tipo de sueño narcótico tiene Juan que ni se ha inmutado. 

Mañana gris. Manga larga y paseo en gabarra por el Dordoña. La voz en castellano de la audioguía es la misma que en la catedral de Albi y nunca ganará un Oscar por su interpretación de un gabarrero del siglo XVIII que cuenta la historia de la zona. Museo de la guerra en el castillo de Castenauld. Compro un tirachinas de madera para M. Descubro que mi visión de la Edad Media está muy contaminada por los caballeros de la mesa cuadrada de los MOnty Phyton, "Tenemos un grial" grito desde cada muralla. Aprendo de ballestas, mosquetes y catapultas. Paseo por los jardines del Marqueyssac; un mirador volado a 192 metros altura, no apto para gente con vértigo. Un delantal recursi para C y un libro de jardines para el Ingeniero. Lápices. Raviolis de setas. 

Compras de último día. Salchichones y foie. Un juego de la oca para las princesas. 2 sombreros de paja y protector solar. 

9 km remando al compás (¡Mary Poppins al compás!) Dordoña abajo casi sin hablar. Amistad en estado puro. Bocadillos de salchichón en la orilla y siesta al sol. Por la tarde descubro mi dulce de manzana más favorito del mundo mundial. 

Última puesta de sol en Dome. Volvemos a ver a los americanos. 

El coche huele a trufa. Escribo este post mientras volvemos. Música y paisaje y la cabeza funcionando sin parar. 

¿Qué pinta Wilco en una lista de música para madres? 

Te hubiera encantado este viaje. Fin.



Gracias a Elena Rius por todas sus recomendaciones para el viaje y a P por aguantarnos tantísimo.

viernes, 29 de agosto de 2014

Vacaciones a la francesa (III): Dos encuentros.



Sarlat nos recibe con una densa lluvia.La plaza de los canónigos en Sarlat es el típico sitio que al visitarlo piensas: como molaría tener un apartamento aquí. Llegar a Sarlat y darte cuenta de que es justo ahí dónde está el apartamento Cabaret que tuvimos la suerte de alquilar hace 10 días es sencillamente increíble. 

Sarlat es tan bonito que parece mentira. Los días de mercado está tan abarrotado que te dan ganas de tirar bombas fétidas o salir huyendo despavorido...pero una vez que el mercado se cierra, queda un pueblo tranquilo, lleno de casas maravillosas en las que sólo viven 600 personas de las 10.000 que componen su censo. (esto lo aprendí en el ascensor panorámico de la torre de la antigua iglesia desde el que fiché la casa que quiero para retirarme a escribir). 

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Suena música, música alegre, de la que me hace mover los pies. Nos acercamos y hay ocho músicos, todos distintos y peculiares. El cantante viste una especie de chaqué antiguo y un sombrero calado hasta las cejas, recita y canta con voz rasposa. Hace de maestro de ceremonias para que la multitud congregada a su alrededor siga la fácil coreografía: levantar los talones para ponerte de puntillas y dejarte caer sobre ellos al compás. Observo una perrofláutica rubia que es con mucho la persona más arrítmica que he visto en mi vida; baila en primera fila tan absolutamente fuera de ritmo que me da hasta pena. Eso sí, ella está encantada. 

Detrás del cantante está el batería, pequeñajo, rubio, con barba y bigote y grandes gafas de concha cuadrada; para animar se sube encima de la banqueta a dar palmas. A su derecha, otro tipo delgado, con una camiseta azul y pantalones de pana arremangados (hombres del mundo...¡la pana en verano es mal!) y descalzo toca el triángulo, un timbre de hotel con dedales puestos y una especie de plancha acanalada. Lleva sombrero y tiene los ojos azules. El acordeonista, que no puede ser más francés ni más tierno,  lleva boina, pantalones bombachos y tirantes. También es guapo y deambula delante del público con una bonita sonrisa. Un guitarrista bajito que toca sentado una guitarra española, un contrabajista con un turbante en la cabeza, un trompetista con gafas rayban y una horrorosa chaqueta amarilla forman el flanco izquierdo. 

El que maneja el cotarro es un tipo con pinta de estereotipo francés, con pinta de llamarse Pierre y llevar una baguette en el bolsillo. Con barba, gafas de concha, camiseta de rayas y gorra toca una especie de okulele y da instrucciones. 

A su lado está él. Chaleco negro, camisa blanca, sombrero negro, pelo largo y unos ojos azules impresionantes. Toca el saxofón y se llama Jimmy. Me he enamorado. 

En primera fila con mi sonrisa de estar feliz muevo los pies al compás y disfruto de la música. Son muy buenos, espectaculares. Cuando terminan compramos el cd, quiero recordar siempre este momento en Sarlat. 

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Él está sentado a mi izquierda, ella enfrente de él queda en diagonal conmigo. Los dos llevan pantalones cortos, él calza unos zapatos mephisto de trekking y ella unas zapatillas deportivas. Él lleva un jersey azul marino y ella sobre una sencilla camiseta blanca se echa una chaqueta por los hombros de esa manera que sólo se aprende a hacer cuando tienes más de 60 años. 

Cuando nos sentamos nosotros, ellos están por el segundo plato. Él come pájaro y está trajinando con los cubiertos como si estuviera operando a corazón abierto. Ella ha optado por un entrecot gigante. Encima de la mesa una botella de vino blanco casi terminada. 

Les escucho hablar y se que son americanos. Escucho retazos de su conversación: hablan de cine, de personajes que les han marcado, de la manera en que deben contarse las historias, de recuerdos de la universidad....Se rien. 

- Juan, ¿has visto a la pareja de al lado?
- No me avergüences, que se oye todo.
- No seas paranoico, no me oyen y además no me entienden. Deja de poner cara de susto que así es como llamas la atención...
- ¿Qué les pasa?
- Son pareja desde hace poco...
- ¿Cómo lo sabes?
- Por como están sentados, como se hablan, porque desprenden esa sensación de "estoy justo donde quiero estar y con quien quiero estar, aquí y ahora". 
- Te montas unas pelis en la cabeza que alucino contigo...eso es una memez, yo no percibo nada. 
- Tú no lo percibirías ni aunque te diera en la cabeza...  

Queso con fresas del Perigord de postre, me relamo de gusto y sonrío...y me encuentro con la sonrisa de la desconocida americana mirándome fijamente. Él se ha levantado, supongo que al baño. Sonrío más sin saber muy bien que decir, por un momento me entra pánico al pensar que a lo mejor si entiende el español.

- Hola, buenas noches. 

Lleva el pelo corto, rubio casi blanco y unas gafas con una finísima montura dorada. Es guapa, tuvo que ser guapísima cuando era más joven, aún lo es. Muy guapa y simpática.

- ¿Sois franceses?
- No.- estamos paralizados por la sorpresa.
- ¿De dónde sois?
- Españoles.
- ¡Ah, españoles! Yo nunca he estado en España pero él sí. 
- ¿De dónde sois vosotros?
- De California, de San Francisco.
- Bonita ciudad, me encanta.- dice Juan. 
- ¿Lo conoces?- ella lo pregunta como si viviera en un pueblo perdido del Amazonas y fuera extraordinario que alguien lo conociera. 
- Si, he estado tres veces.- contesta Juan. (esto si es un poco extraordinario)
- ¡Ah! y ¿Qué relación tenéis vosotros?
- Somos amigos.- contesto. 
- ¡Como nosotros!

Nos reímos. 

- ¿Qué tiene de gracioso que seamos amigos como vosotros?- pregunta él que ya ha vuelto.

Obviando alegremente esa pregunta cuya respuesta iba a sonar difícil de creer comenzamos una conversación sobre el Perigord, los tres viajes a San Francisco de Juan, los parques naturales de Estados Unidos y hablamos de nuestras intenciones de coger una gabarra y hacer canoas en el Dordogne.

- ¡Oh! Nosotros también vamos a hacer canoas. Nunca lo hemos probado.- dice ella mientras no para de reír. 
- Es muy divertido, seguro que os gusta.- contesto. 
-  Bueno, a nuestra edad hay que probarlo todo ahora, no tenemos toda la vida como vosotros. 
- Seguro que sí. - contesta Juan que está en modo diplomático "on".
- ¡Qué va! Él tiene 84 y yo 76.- susurra ella para luego estallar en carcajadas.

Cuando aún estamos con la boca abierta por la sorpresa de su edad, ella dice:

- Sí, somos muy mayores pero estamos felices. Los dos tuvimos una vida antes de conocernos y estar juntos. 

Sin reponernos del todo de la sorpresa, intercambiamos unas cuantas reflexiones sobre viajar, el Perigord y el Gran Cañón y nos despedimos entre sonrisas, encantados de habernos conocido. 

Enfilamos la preciosa calle principal de Dome...

- Moli...
- TE LO DIJE. 
- Tenías razón...tienes un puto radar para estas cosas.
- Te lo dije, estaba segura. 

Cuando cogemos el coche para volver a Sarlat, los veo caminando abrazados hacia el cottage que han alquilado y en el que pasarán diez días antes de volar a París. 

 Por el retrovisor, los veo una última vez. Sonrío y pienso que quiero volver a encontrármelos, pienso  que ojalá les queden muchos años de vida para disfrutarse y pienso que yo también quiero eso...



miércoles, 27 de agosto de 2014

Vacaciones a la francesa (II)

Albi. No hemos dejado piedra sin pisar, calle sin pasear, vista sin ver ni puente sin cruzar. No sabíamos muy bien qué nos íbamos a encontrar pero nada más llegar y ver la alucinante vista desde el hotel decidimos que habíamos sido lístisimos al reservar 3 noches allí. 

Albi es el paisaje que querrías ver cada día al levantarte al vivir en una ciudad, un paisaje que cambia cada día, a cada rato y del que es imposible cansarse. 

Tiene la que es desde ahora mi catedral más favorita del mundo mundial. Es la más grande de ladrillo de todo el mundo. Por fuera es tan inmensa, tan increíblemente grande que a su lado y al mirar hacia arriba te mareas y te sientes canijo. Esa inmensidad no te prepara sin embargo para lo que vas a encontrarte dentro y que es sencillamente alucinante. Pasamos más de hora y media deambulando mirando los techos (pintados hace 500 años y que jamás han sido restaurados, se conservan tal cual fueron pintados con unos azules brillantes increíbles) y repasando con detalle el Juicio Final que decora el altar mayor y que está pintando al temple. 

Como todo en este viaje está saliendo redondo tuvimos la increíble suerte de asistir a un concierto de órgano en la catedral. Si, ya lo se, ¿un concierto de órgano? Menudo rollo. Yo también habría dicho eso hace 3 días pero fue espectacular. Un órgano de 1736, con 5 teclados de manos y un par de ellos de pies, sonando en la nave de una catedral mientras descansas los pies del "paso museo" y el cuello de desnucarte mirando bóvedas. 

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- Juan, el organista tiene 31 años, ¿no alucinas con que sepa tocar ese órgano?
- Piénsalo así Moli. ¿Qué ha hecho ese tío con su vida para saber tocar así ese órgano con 31 años?
- ¿Qué quieres decir con eso? 
- Ese chico no sabe nada de la vida, no ha hecho otra cosa que tocar el órgano...no es como nosotros. 
- Jajajajaja, vale...visto así vale...pero tú seguro que te has tocado mucho el órgano.
- Touché. 

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Otra mañana entera en el museo de Toulouse Lautrec que también está en Albi porque resulta que nació allí. Me gusta Toulouse Lautrec desde que era enana porque vi una película sobre su vida, Moulin Rouge de John Houston , que me impactó muchísimo. Luego crecí, estudié arte y me siguió gustando pero siempre he mantenido ese vínculo con Lautrec gracias a esa pintura. 

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- Tengo una contractura brutal en el cuello. 
- ¿Quieres que te de un masaje?
- ¿Es una prueba de amor absoluto para ver si ganas la competición?
- No joder, lo hago desinteresadamente. 
- Vale, entonces si. 
- Joder, pero ¡cómo tienes el cuello! Es un puro nudo. 
- Pero vamos a ver, ¿no te he dicho que tenía una contractura?
- Ya pero normalmente las tías os quejáis y luego no tenéis nada. 
- Primero yo no soy "las tías" y segundo ¿a quién más le das masajes?
- A nadie y cállate o lo contamos como prueba de amor. 

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Carreteras comarcales. Pueblos en medio de un meandro inmenso. Iglesias perdidas. Carreteras entre árboles que acaban en medio de unos campos desde los que se ve a 40 km a la redonda y en los que echo de menos no llevar una falda de vuelo para salir a correr y cantar como Julie Trinos. Un castillo en ruinas que fue quemado por los nazis y en el que me adentro a pesar del peligro de derrumbe. 

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- Moli, ahí hay otro sitio perfecto para que hagas tu equilibrio y nos avergüences a todos.
- Yo no avergüenzo a nadie.
- Nos mira todo el mundo.
- Eso no es avergonzar, es llamar la atención y nos miran por tu culpa, eres demasiado alto y se te ve mucho.
- Ya claro, y la loca subida jugándose la vida no llama la atención ¿no?

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Cordes sur ciel es tal y como dicen las guías y más. Un pueblo medieval construido a partir de 1222 en siete años, con unas cuestas increíbles, unas casas preciosas y flores en cada rincón y esquina. 

- Moli, hazme aquí fotos saltando. 

Montamos tal espectáculo que la gente se para, aplaude y saca fotos a "SpiderJuan".

- Una cosita,  nos han aplaudido, nos han hecho corro y los niños querían copiarte la foto y ¿LUEGO SOY YO LA QUE TE AVERGÜENZO? 
- La culpa es tuya que me das ideas. 
- Touché. 


Bajo una lluvia torrencial ponemos rumbo al Perigord mientras escuchamos una lista de Spotify creada por Juan con el sugerente título de "música de madres". 

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