jueves, 21 de agosto de 2014

Tu primer ahorro ¡chispas!




Si el Sr. Miyagi fuera un gurú de verdad y no un tío que se aprovechaba de la inocencia de un pobrecito para que le hiciera las tareas del hogar, su  famosa frase de “dar cera, pulir cera” hubiera sido “ganar pasta, gastar pasta”. 

El ahorro es misterioso, frustrante, adictivo y un círculo vicioso. 

Nos embarcamos en la tarea del ahorro desde muy pequeños. Tus padres, tus tíos, tus abuelos, tu prima Mari Puri te dan dinero y te dicen “para tu hucha”. Cuando eres pequeño, el simple hecho de echar algo por la ranurita de la hucha proporciona una gran satisfacción. Si eres muy muy pequeño, lo que más mola es que te den muchísima monedas que hagan mucho ruido al caer y que hagan que tu hucha pese muchísimo y suene al agitarla.  

Pronto comprendes  que esa alegría con la que los mayores se desprenden de las monedas no puede ser buena. Comprendes que los billetes son mejores y  te conviertes en un experto en papiroflexia monetaria consiguiendo doblar cualquier billete para que entre por la ranurita.  Por primera vez los mayores te dicen “esto para que lo ahorres”.  No sabes para qué, ni porqué. Lo único que sabes es que no puedes cogerlo. De vez en cuando piensas que quieres comprarte cualquier cosa: un estuche, un boli chulo que se ha puesto de moda, 25 sobres de cromos...y entonces te dicen “No, hombre no...lo de la hucha es para algo importante”. 

Para ti no hay nada más importante ni más vital que el nuevo bolígrafo de 4 colores que tiene toda tu clase, de hecho lo necesitas para poder seguir viviendo pero no hay manera. Te repiten como un mantra:  “lo de la hucha es para algo importante de verdad.” Te pones a pensar entonces en algo grandioso: un viaje a un parque temático, un coche nuevo, una moto, un trampolín para la piscina. Pero tampoco: “no hombre, no...para eso tendrías que ahorrar toda tu vida”.

“Ahorrar toda tu vida”. No sabes porqué pero esa frase no te suena nada bien. La dejas a un lado e intentas pensar algo que sea importante de verdad pero para lo que no tengas que esperar 3 eternidades y media. 

Le das vueltas y más vueltas y al final decides que quieres ahorrar para una bicicleta superchula. 

Con ese objetivo en mente, te pones a ahorrar y aquí descubres la frustración. No puedes gastarte tus ahorrillos en un album de cromos pero para conseguir la bicicleta superchula tus ahorrillos se quedan muy muy cortos; meses y meses de espera aparecen ante tus ojos.  Ansías tener 4 cumpleaños al año, quieres ir siempre ir a visitar a tu prima Maripuri, intentas revalorizar tu trabajo: “Mamá, si me hago la cama ¿cuanto me pagas?” para descubrir que el trabajo como fuente de ingresos para ahorrar no compensa “30 céntimos y da gracias porque lo tendrías que hacer gratis que es tu obligación”. Definitivamente compensa más volver a casa de la tia Maripuri aunque huela a naftalina y las galletas que te de estén rancias. Intuyes que esto es un poquito rastrero pero lo haces por una buena causa, tu bicicleta superchula. 

Cuando esos meses de ahorro y frustración terminan y por fin una tarde al sacar todo de la hucha y recontarlo la cantidad necesaria para tu bici está delante de tus ojos, te enfrentas a un nueva sensación: ¿de verdad esa bicicleta que has estado anhelando durante meses merece tanto la pena como para desprenderte de tus preciosos ahorros y vaciar tu hucha? ¿Será capaz la bicicleta de compensar las horas que has pasado contando y recontando tus ahorros? ¿Compensará la bicicleta las horas y horas que has pasado imaginando aventuras en ella y la cara de envidia de tus amigos? ¿Seguro que quieres la bici? ¿Quieres ser cigarra o hormiga? (Aquí descubres la maldad espantosa que se encuentra agazapada en los cuentos...pero ese es otro tema)

La incertidumbre el ahorrador ha llegado a tu vida. ¿Te gastas lo ahorrado o ahorras un poco más para una bici mejor? 

Le das vueltas, lo piensas, lo repiensas. ¡Bah, total esa bici ya no es tan chula....si comes unas cuantas docenas más de galletas de coco mohosas, se te caen 4 ó 5 dientes para que venga el Ratón Pérez y esperas los 4 meses que quedan para tu nuevo cumpleaños podrás ahorrar lo suficiente para la bicicleta definitiva!

Sentado en tu cama, recoges todos los billetes, los vuelves a doblar por las marcas que meses y meses de papiroflexia han hecho en ellos, los metes en la hucha, la cierras y piensas: voy a seguir ahorrando. 

Ni el Sr. Miyagi ni nadie te lo ha dicho, pero con ese pequeño gesto de no salir a comprarte la bicicleta de tus sueños has puesto la primera piedra para tu hipoteca a 30 años. 

Tu yo de 40 años te dice: ¡sal y cómprate la bici! ¡Ahora! ¡Aprende a comprar! ¡Ya! ¡No seas hormiga!


martes, 19 de agosto de 2014

9 años


Venía pensando que escribir hoy que cumples 9 años.

No se me ocurre nada nuevo que no haya dicho ya o que no suene demasiado cursi.

Y entonces he recordado este vídeo y no hay nada más que decir.

Eres tú, tal cual.

Pícara, divertida, bicho, payasa,  bruja y un completo descojone.


Haciendo el mimo en la caja de cristal. Mirador de Sos. from Molinos on Vimeo.


¡Feliz cumpleaños, princesa!

lunes, 18 de agosto de 2014

En las tapias.

Tapias bajitas que no pretenden ocultar nada. Blancas, anchas y con flores. Detrás grandes edificios con buganvillas, geranios y madreselvas que vamos a “robar”. Tengo 8 años y llevo esperando esta noche desde que llegamos hace 15 días, es la noche del “Paseo por las Tapias”. Hoy no cenamos en pijama, hoy cenamos vestidos de bonito y nos portamos fenomenal sin rechistar por la comida porque esta noche es la más especial de todas las que pasamos en Benidorm cada año.

Después de cenar salimos con Molimadre al paseo marítimo, en la esquina nos subimos a la primera tapia y comenzamos a caminar por ellas bajandonos solo al llegar a las esquinas. Hay tapias más fáciles por las que podríamos casi correr y otras en las que hay que andar muy despacito para no pincharse, para no caerse. En algunas hacemos turnos para que Molimadre nos vaya cogiendo de la mano. Se oye el mar y se ve la playa, pero eso no es lo interesante esta noche. Miramos los jardines de los edificios y decidimos que el jardín de nuestra casa y su piscina es, con mucho, el mejor de toda la zona. Nos sentimos absurdamente orgullosos de nuestra piscina, como si no llevara allí 40 años y fuera mérito nuestro su existencia.

El Gran Hotel Delfín es la parada estrella del paseo de por las tapias. Caminamos despacito acercándonos a la parte central del hotel, la terraza del restaurante donde mayores que a nosotros nos parecen artistas de película cenan a la luz de las velas o bailan las canciones que toca una orquesta. Nos quedamos embobados mirando la escena. En nuestras cabezas no existe nada en el mundo con más glamour y más elegancia que la terraza del Gran Hotel Delfín por la noche.

Volvemos caminando por las tapias, parando de vez en cuando a “robar” esquejes de plantas con flores de colores que Molimadre se empeña en plantar en Los Molinos.  

Me duermo soñando con un futuro lejanísimo en el que seré yo la que bailaré por la noche en la pista del Delfín. Ni siquiera soy capaz de imaginar que  36 años después iré dando la mano a mis hijas para que no se caigan de la tapias y me pregunten: Mami, ¿cuando seamos mayores podremos venir a bailar aquí?

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¿Qué hace que una tapia sea interesante y misteriosa e invite a trepar por ella  o a pegar el ojo? La promesa de algo detrás.  Algo conocido y misterioso, algo que no se conoce pero apetece ver. Algo que prometa imaginar. Detrás de esas tapias hay casas y vidas con las que me gustan fantasear, todas distintas, todas inalcanzables o no.

En el otro extremo están las tapias que proliferan por Madrid, altos muros de ladrillo que esconden y protegen, no se sabe muy bien de qué, a pequeños mundos en miniatura de los que sus habitantes no tienen que salir para nada. Urbanizaciones clónicas. No quiero asomarme a esas tapias, paso rápido a su lado, camino sin fijarme.. porque no quiero saber que hay al otro lado, porque ya se que hay al otro lado y no quiero ni imaginar cómo sería estar atrapada dentro.  

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Una tapia de piedra con musgo antiguo, verde oscuro que siempre está a la sombra. Delante un buzón de correos recién pintado. Amarillo. Brilla. ¿Alguién echa cartas ahí? ¿Lo abrirá el cartero cada día  y todos los días pensará que es trabajo inútil porque ese buzón ya no lo usa nadie? ¿Le hará ilusión encontrar alguna vez una carta en él? ¿Cuando fue la última vez que eso ocurrió?

Puede que fuera cuando yo pasaba las horas muertas sentada en esa tapia. Cuando quedábamos “en el buzón”. No quedábamos para ir a ninguna parte, quedábamos allí para sentarnos en esa tapia y ver pasar las horas y los días. Nos sentábamos y esperábamos a ver quién llegaba, a ver cuántos éramos. Veíamos pasar coches con gente conocida, unas veces saludábamos y otras nos escondíamos. Esperábamos ver pasar al chico que nos gustaba o al que ya no nos gustaba pero queríamos seguir controlando. Comíamos pipas, chupachups “kojac” o chicles de sabor a fresa, con sabor a fresa de verdad y no como ahora que los sabores deberían llamarse “fresa efímera”, “menta en un suspiro”. Nunca me han gustado los chicles.

La tapia del buzón, era una tapia para ver pasar el tiempo; para dejar pasar las horas hasta hacernos mayores. Llegabas a sentarte en esa tapia en el periodo de tiempo en el que eras demasiado mayor para seguir jugando a las chapas, las canicas o polis y cacos y demasiado pequeño para que te dejaran bajar al pueblo. En el buzón estabas cuando estar en casa parecía siempre estar perdiendo el tiempo; lo importante pasaba en la tapia del buzón. Había que estar allí, para ver y que te vieran.  Lo importante era estar en la tapia.

Ahora paso por allí y nunca hay nadie sentado en esa tapia. Me paro a pensarlo y supongo que ahora ya nadie se sienta a ver pasar las horas ni queda “en el buzón”. Los móviles han terminado con la incertidumbre de ir al buzón a ver si hay alguien, no hay espacio para la duda ni para la improvisación.

Ya nadie mira pasar las horas ni come chupachups “kojac”.

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En Los Molinos hay tapias que fueron durante mucho tiempo los límites de los caminos que recorría en bicicleta para ir a casa de mis amigos y a las que no prestaba mucho atención hasta que derepente, un buen día, una de esas tapias se abría para mi porque en uno de esos extraños cruces de amistades que suceden en Los Molinos (¿he contado la teoría de Juan de que todos por aquí hemos intercambiado fluidos corporales con todos en una separación de 3 grados como máximo?) los desconocidos que vivían tras esas tapias se habían convertido en amigos y sus jardines, sus piscinas, sus chimeneas y todos los secretos al otro lado de las tapias se volvían cotidianos, conocidos y habituales.

Hay tapias en Los Molinos que siguen siendo misteriosas, guardianas de maravillosas casas que casi siempre están  cerradas. Tapias comidas por la maleza, oxidadas por el paso de muchos inviernos y muchos veranos sin que nadie las haya repintado, vencidas por el peso de madreselvas, hiedras o setos que nadie ha podado en años...y tras las que se ven casas enormes que en algún momento estuvieron llenas de gente. ¿Por qué dejaron de venir?

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¿Qué piensa quien ve mi tapia? 


jueves, 7 de agosto de 2014

Los Gallipatos: nunca has visto nada igual.


Un fanático de Leonard Cohen, Julio Iglesias, capaz de recitar poemas de Baudelaire y Keats mientras toma whiskys con hielo, poseedor de unas alpargatas blancas que  consigue mantener impolutas cada verano y con unos hábitos culinarios peculiares que incluyen dosis peligrosas de ganchitos, chorizo y pizza congelada. 

Un señor casi de la generación de Molimadre, al borde de la jubilación, capaz de embutirse en unos pantalones verde loro y unas zapatillas de leopardo y pensar que va discreto.  

Un consultor economista, virtuoso de la guitarra eléctrica, padre de tres churumbeles, capaz de sacarme de quicio con dos minutos de conversación y compañero de grandes farras alcohólicas en nuestra más tierna juventud. 

Un jovenzuelo heavy al que yo cuidaba cuando era un niñito de 3 años para ganarme unos dinerillos. 

Un diletante virtuoso del bajo con todo el tiempo libre del mundo,  una dieta a base de bolsas de ensalada de 150 gramos y en cuya casa tengo en propiedad una batamanta nórdica en la que quepo yo y otros dos por lo menos. 

¿Qué tienen en común estos cinco personajes? 

Pues que poseídos por algún tipo de espíritu raruno o convenientemente drogados por sustancias alucinógenas que no han tenido a bien compartir conmigo, hace un par de años formaron uno de los grupos musicales más absurdos de todos los tiempos: Los Gallipatos. 

Los Gallipatos, con dos cojones. Cuando creíamos que no podía haber un nombre pero que "Cinta de lomo" para un grupo musical, estos cinco indocumentados se descolgaron con "Los Gallipatos"....y contra todo pronóstico están triunfando a lo grande. 

Asisto estupefacta a su encumbramiento como grupo de culto. Grandiosos y enormes. Un completo descojone de buen rollo, baile y risas mil.

¿Qué tocan Los Gallipatos?

La frase que mejor define su repertorio es: "No me puedo creer que estén tocando esto" justo antes de lanzarte a cantar y darte cuenta de que tu mente tiene guardado en algún extraño recoveco las letras de un montón de canciones que quizás no querrías recordar. 

Sus conciertos son espectaculares e inesperados. El fanático de Leonard Cohen y el próximo jubilado son las voces cantantes y actúan en un delirio interpretativo que te deja sin palabras. Cantan imitando voces, poses y entre estrofa y estrofa tocan lo que ellos llaman "el pífano" y que no es más que una trompetilla de plástico horrible de las que se compran en los puestos de las ferias. 

Empiezan sus conciertos con un clásico de los 80, una de esas que te lanzan a bailar y a moverte sin control, como si le hubieran dado al ON de tus pies. . Después descubres que todos ponemos la voz de Javier Gurruchaga hablando como un Lobo. Luego un poco de desamor animado  de Los Secretos y luego tras invitar a subir al escenario a todas "las chavalas"  (no hay que olvidar nunca que uno de los objetivos de tener un grupo es ligar) que quieran atacan ese gran himno de letra pegadiza que es "Las chicas son guerreras".  Una concesión a nuestras historias de amor de adolescencia "Un día cualquiera no sabes que hora es...", con esta canción siempre me encuentro pensando si lo de "eres la chica de ayer jugando con las flores de mi jardín" no es una metáfora muy currada sobre sexo de una noche de ese que no te acuerdas muy bien cómo ha pasado. 

Antes de que el público se ablande demasiado y el nivel alcohólico baje...Los Gallipatos se lanzan con un temazo que vuelve el local del revés "Y creo que he bebido más de cuarenta cervezas hoy...." Es increíble como esta canción que tiene muchísima letra se grabó a fuego en los circuitos neuronales de todos los cuarentones y tras años de permanecer agazapada ahí salta al primer plano con todos sus mínimos detalles. "Moja el patio de tu colegio, moja el ayuntamiento"....

El garito a estas alturas está ya entregado totalmente y pensando que Los Gallipatos son un gran grupo de homenaje a la movida de los 80 y es aquí cuando los dos gallipatos cantantes se retiran a sus aposentos mientras la banda (los otros tres) tocan una melodía que te suena, quiere sonarte....pero como estás entretenido aprovechando el receso para pedir otra copa no acabas de identificar...

..."Yo seré el viento que va"...los cantantes vuelven al escenario y te encuentras gritando a todo pulmón "No dirás que no, no dirás que no...seré tu amante bandido, bandido, corazón corazón malherido..." mientras bailas e intentas borrar de tu mente el recuerdo absurdo de Miguel Bosé con falda contoneándose. 

Este es un buen momento para observar las caras de estupefacción de la gente que no sabía qué había venido a ver y que literalmente no da crédito a esta mezcla de estilos, estas interpretaciones y esa comunión espiritual en el horterismo con el resto del garito. 

Por "Velvet Mornings" nadie sabe  qué canción es pero es mencionar "Triki triki, triki triki mon amour...." y un mar de manos imitando una especie de baile griego perpetrado por el "enorme" Demis Roussos llena el garito. (Ahora que lo pienso "triki triki" y "mañanas de terciopelo"....es sexo del bueno, del que deja agujetas). Los Gallipatos alcazan aquí una de sus cumbres, un momentazo en toda regla cuando mezclan "triki triki" con este otro temazo de otro tío con bigotazo ".....yo fui paloma por querer ser gavilán"....Muy muy grandes. 

Los Gallipatos, como todas las grandes bandas, se presentan entre aplausos enfervorecidos del público que grita "Bravo, bravo" y pretenden despedirse pero el público no les deja. "Otra, otra..."Es entonces cuando nos acercamos a la apoteosis de su repertorio....tocan ahora...

- ¿Qué haces?
- Escribo sobre vuestros conciertos, estoy a punto de contar cuando tocáis....
- Joder Moli... no lo cuentes todo, que jodes la sorpresa. ¡Te lo prohibo!
- Pero si a mi no me lee nadie.
- ¡Mentirosa!
- Vale, me leen algunos pero son descerebrados lejanos que no os van a ver jamás...¿qué más os da?


Pues eso, que no dejéis de ir a verlos. No os arrepentiréis y os lo pasaréis en grande....pero no digáis que vais de mi parte. 


En Facebook he colgado un par de vídeos.