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lunes, 8 de enero de 2024

Despelleje: Globos de Oro 2024

Acabo de comprobarlo: Hace casi 3 años que no hago un despelleje. Llegó la pandemia, dejaron de hacerse saraos y después yo di mi triple mortal laboral que me dejó sin tiempo para empaparme de frivolidad y tontería. Hoy, en una carambola inesperada provocada por un insomnio rayando con el trasnochar, me he permitido volver a este género tan ridículo a la par que divertido. Muchas cosas han cambiado desde 2021: ahora Instagram está lleno de gente comentando los modelos con criterio, referencias y mucha intelectualidad. Aquí no hay nada de eso. Hago esto por las risas. A ver qué tal sale. 


Ayer se celebraron los Globos de Oro y ganaron muchos que me gustan, así que muy bien. También ganaron otros que no sé ni quienes son y otros que sí conozco y me caen mal. Lo que viene siendo un día cualquiera en la vida. Vamos a ello. 


Voy a empezar por alguien que necesita, con urgencia, una intervención de sus amigos. Tiene que llegar a casa y encontrarse a la gente que más la quiere en su salón, sentados muy serios y con una pancarta que diga: «Margot, te queremos muchísimo pero STOP creerte Barbie». El color del vestido me da ganas de mascar chicle de fresa ácida: ¿se siguen fabricando? 


Emma Stone camuflada y transparente. Elizabeth Debicki sigue la misma tendencia aunque con los brazos más largos que he visto en mi vida, qué envidia, seguro que no le pasa como a mí, que con cualquier chaqueta que me compro parezco el Espantapájaros de Oz. 


Si hablamos de ellos, digamos que Jeremy Allen White tiene el mismo problema que la mayoría de los tíos que conozco: no sabe llevar traje, se le pone cara de estar incómodo. Él no debía saberlo porque para sumar elementos a su incomodidad se ha puesto una camisa transparente que, lo siento, pero es un NO como una casa. Mejor así, aunque tenga pinta de no bajar la tapa: una cosa no quita la otra. Y ganó y yo me alegro porque The Bear es maravillosa. 


Precioso homenaje al Calippo.


¿De qué vas? De «desequilibrio». Prueba a mirar la foto y no sentir la tentación de girar la cabeza. Selena va escorada como el Titanic.


Transparenta que algo queda. Me hace gracia porque si miras muy fijamente su vestido se te pone exactamente la misma cara que tiene Sarah Snook en la foto. (Ganó por su papel de cabrona en Succession, bien por ella) 


Kevin también tiene mirada de «en qué coño estaba pensando cuando me dejé teñir el pelo de beige». Por lo demás va hecho un príncipe y hasta lleva reloj (si se hubiera quitado la pajarita aún mejor; pero, chico, viene de la época de El guardaespaldas, de lo más duro de los 90, no le vamos a pedir milagros). 


Kieran Culkin me hace muchísima gracia. Siempre parece enfurruñado, como si no supiera salir de su papel en Succession. Matthew tampoco ha sabido salir de su papel: el traje le está grande de hombros, va sin peinar y sin afeitar, pero lleva cara de decir: «¿Y qué si me he quedado con la empresa? Fuck off!».


Ayo Edebiri todo bien. El vestido es maravilloso, los zapatos perfectos y, sobre todo, ella va con la pinta que tendría alguien normal en esa tesitura: «no sé muy bien cómo he terminado aquí, a ver si no la pifio». No ha caído en la tentación de añadir mil quinientas joyas ni un peinado extravagante ni un bolso ridículo e inservible. De faltarle algo, le faltan bolsillos porque no sabe qué hacer con las manos. 


Muy bien Jodie (y su santa). Fatalísimo lo de sus zapatos. Creo firmemente que la moda del calzado con plataforma está durando demasiado. El traje de Alexandra me lo pido. No, mejor el de Annette. O los dos. 


También me pido el traje de lentejuelas de Meryl, aunque con ese modelo yo parecería una bolsa de basura. Me pregunto si Meryl lleva unas converse debajo de esa falda. También me pregunto qué temperatura hace en ese evento para que Meryl lleve dos cosas de manga larga y el resto vaya en tirantes. Como Meryl es siempre la mejor, voy a apostar por que hace un frío polar y ella es la más lista. Helen también lleva abrigo, así que definitivamente hace frío. Ojalá, en algún momento de mi vida, llevar un abrigo así de extravagante y absurdo... 


Con tirantes y tacones pero sin vestido, ni color, ni alegría de vivir. Elizabeth tampoco tiene alegría de vivir ni el coñ… para ruidos. No me extraña nada con ese despropósito de molde de escayola de clase de dibujo del colegio: «Hoy vamos a dibujar un capitel corintio». 


La diva más diva de la noche: Me fascina la de horas que es capaz de echar Jennifer para prepararse. Me pongo a llorar solo de la pereza que me da pensarlo, pero va divina. Frigo podía haber patrocinado la noche, me ha entrado nostalgia del Frigopié


Karen Gillan de mandala desenfocado pendiente de colorear. Me mareo. 


Tengo una foto en mi comunión llorando en la que tengo exactamente la misma cara que Natalie Portman en la alfombra roja. Cara de «no quiero estar aquí, me quiero ir a mi casa». El vestido es bastante chulo pero da la sensación de que va a deshacerse en cualquier momento, como pasaba con los padres de Michael J. Fox en la foto en Regreso al futuro


Cosas a las que hay que aprender a decir que no: los corsés en medio de un traje de muñequita. Más cosas a las que hay que decir que no: mucho encaje, mucha transparencia, zapatos de plataforma y un tocado con forma de manzana. He leído por aquí que es todo de muchísimo nivel y muy Dior y que, además, ella llevaba el tocado porque la semana pasada se cayó esquiando y se hizo muchas heridas (me lo creo regulinchi, aunque lo dejo pasar) pero no me gusta nada. Está a medio camino entre una diva de El crepúsculo de los dioses y una madame de burdel de una mala película del oeste.


Jennifer requetebién. Me chifla la falda. 

Dua Lipa requetemal. Parece un adorno navideño de la casa de José Luis Moreno. Algo que grita lujo y dinero pero que no quieres mirar. 


Este color nunca favorece a nadie. Jamás os compréis nada de este color. No os compréis nunca nada de un color del que tengáis dudas para nombrar. 


Lo que yo nunca seré: lánguida y traslúcida. 


Orlando ha esponjado. 


Carey como siempre con carita de pena. Es la tercera a la que veo con esa melenita que yo llevaba hasta el día antes de cumplir 24 años. Todo vuelve, incluídos los vestidos con los que no puedes caminar. 



Deshilacharse, deshacerse, desaparecer… seguramente arder en 3 segundos si le acercas una cerilla o le cae electricidad estática de alguno de los 300 vestidos de terciopelo. 


Super fan del vestido «atasco en la trituradora de dirección general» de Keri Rusell.


A la nieta de Elvis su decisión de ir vestida de velo de novia virginal no le convence para nada. (La serie Todos quieren a Daisy Jones está muy bien).


John, John, John... Ni Dwight se hubiera puesto eso. Emily lleva un collar maravilloso y esto es lo único bueno que puedo decir de ella. De Christina Ricci lo único bueno que puedo decir es: SU MARIDO.


Nicolas Cage. Otro con tinte equivocado homenajeando a Lauren Postigo. 


Lenny cree que está tan bueno que se puede permitir esto. Yo creo que no. 


Requetenó a Rachel. La Sra. Maisel estaría disgustadísima y a su madre le hubiera dado un ictus.


Fantasia Barrino no está convencida. Yo tampoco: la entiendo tanto... Te pruebas algo en la tienda, crees que sí, tienes dudas pero dices «tengo que arriesgarme, salir de mi zona de confort». Lo compras, llega tu día, te lo pones y piensas: ¿por qué cojones no le hice caso a mi instinto? Todas hemos sido Fantasia alguna vez. 


Todos en pie: Gillian Anderson maravillosa. He leído por ahí que el bordado del vestido son vulvas. Lo que queráis, como si llevara grabadas porterías de fútbol, me da igual. Ella está fantabulosa. Por ponerle una pega: Gillian, ¿para qué el bolsito ridículo? 


Brie Larson. Qué mona de embudo de esos que le pones a tu perro para que no se rasque cuando le han operado. Me encantaría que con ese vestido solo pudiera estar de pie, que no pudieras sentarte, como si fuera un vestido de Barbie. Perdón: de Margot. 


Heidi compite en otra liga. Qué cabrona. 


Ni una gala sin su representante de la tendencia «no quiero ser como la masa, quiero ser original, diferente, divertido, rompedor» y cagarla.


The mamarrachest. 


Ya estaba tardando en salir la malvada de Disney. ¿A quién se le ocurre llevar algo así? Te agachas y le sacas el ojo a alguien. O la gente se pasa la noche tirándote cosas a ver si aciertan a encestar. 


Issa Rae deslumbrante de El gran Gatsby.


Justin se suma a la tendencia de llevar reloj (algo que aplaudo muy fuertemente) pero no consigue compensar los 3000 puntos negativos por el traje color dulce de leche o virus estomacal de estos días en España. 


No sé quien es Rachel Smith pero me encanta su vestido de flores barrocas. Y a ella también. Y Matt Bomer también me encanta. 


Y chimpún. Ha sido divertido. Tengo que recuperar los despellejes. Por las risas y las tonterías.



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domingo, 9 de julio de 2023

And Just like that, el bochorno inenarrable

 

Esta mañana he tenido que preguntar a mi madre cómo limpiaba la brocha con la que llevaba dos horas impermeabilizando la terraza. Es esa clase de conocimiento que no tengo o, mejor dicho, no me atrevo a tener porque es algo que mi madre siempre sabe mejor que yo (o eso cree ella).  Si, por un casual, hubiera mostrado algo de iniciativa por mi parte y me hubiera puesto a limpiar la brocha sin consultarle, enseguida hubiera aparecido sobre mi hombro y me hubiera dicho: «¿vas a limpiar la brocha con agua?», frase que en realidad quiere decir «hija mía, eres un desastre, menos mal que estoy yo aquí para enseñarte a hacer las cosas». (Recordemos que tengo 50 años y mi madre, cada vez que me ve salir de casa, me dice: «¿vas a ir así, sin peinar?»). La cuestión es que andaba limpiando la brocha cuando he tenido el pensamiento de que unas que tampoco hubieran sabido qué hacer con la brocha llena de pintura impermeabilizante son las protagonistas de And Just Like That…, una serie empeñada en demostrar que las mujeres de más de 50 años son estúpidas, ñoñas, cargantes, infantiles, antipáticas, bobas, superficiales, egoístas, catetas en su peor acepción, pusilánimes, falsas, flojas, cargantes y, sobre todo, RIDÍCULAS. Ridículas hasta resultar ofensivas, ridículas hasta causar una vergüenza ajena que me dan ganas de taparme la cara con un cojín o, en un gesto que se inventó mi hermano cuando vio por primera vez Chucky, el muñeco diabólico, taparme los ojos con los pulgares mientras con los índices me tapo los oídos para no verlas, para no escucharlas, para intentar olvidar que existen, que alguien ha creado esta basura de serie. 


Yo vi Sexo en Nueva York tarde. Tenía más de treinta años y dos hijas y la vi en la colección de dvds d que me prestó una de mis tías. Era mi momento de asueto, de desconexión. A pesar de no tener absolutamente nada en común con las protagonistas (ni vivía en Nueva York, ni tenía éxito con los hombres, ni soy elegante, ni me gusta la ropa, ni me gusta salir por la noche arreglada, por aquel entonces ni escribía… ) la serie me entretenía y a lo mejor aprendí algo, no lo sé. Lo que sí sé es que no me daba vergüenza ajena ni me hacía sentir insultada como mujer de 30 años. Aquello, y esto también lo he pensado mientras limpiaba la brocha, era un poco como el Instagram de los primeros dos mil: lujo, glamour, cotilleo, brilli-brilli y vidas de mentira completamente irreales e inalcanzables. Era frivolidad con criterio. No eran mujeres como yo pero, aparte de pasearse divinas, tenían vidas, preocupaciones, intereses, sentimientos, algo. 


En And Just Like That… no hay nada de eso. ES LA NADA. De las amigas originales que continúan en la serie (Miranda, Carrie y Charlotte) no se salva ninguna. Y cuesta creerlo, pero la que peor parada sale de este intento cochambroso de ser modernas, inclusivas, naturales e independientes es Miranda. La más sensata y con más criterio de la serie original, aquella con la que te podías identificar en algo. Ahora, ll idilio forzado con Che (único personaje que se salva y que tiene algo de peso y credibilidad y sentido en todo el despropósito) es tan burdo, tan poco natural y grita tan fuerte «ey, mira, cómo molamos, somos superinclusivos y nos parecen bien todo tipo de relaciones» que es exactamente la misma actitud del que te dice «yo no soy racista porque tengo un amigo negro». Lamentable. Cada vez que Miranda aparece en pantalla me preparo para lo peor, para un bochorno mayor aún que cuando estando en Irlanda me dijeron que íbamos a ir a ver a “Queen Elizabeth” y yo dije: «qué bien, nosotros también tenemos reinas en España» y empecé a hablar de la monarquía. Luego resultó que lo que íbamos a ver era “Queen Elizabeth”, el trasatlántico que cruzaba por el puerto del pueblito donde yo estaba. Nadie se rió de mí en mi cara (supongo que todavía se están riendo), pero treinta y cinco años después aún siento el bochorno al recordarlo. Un ridículo de treinta y cinco años, sin embargo, se queda en nada comparado con lo que siento cuando veo a Miranda hablar, actuar y comportarse como si no tuviera riego cerebral, como si fuera solo uno de los sims programado para escoger la opción que la hace parecer más oligolérdica.


Charlotte fue siempre la amiga tontita que todos tenemos. Hace veinte años era graciosa en su ingenuidad y la apreciabas porque era buena, la típica amiga que nunca ve el mal, que piensa que todo el mundo es bueno y que con un poquito de esfuerzo todos podríamos vivir en un mundo de luz y de color. En And Just Like That… Charlotte es una madre del opus haciéndose pasar por moderna. En el último episodio, cuando mandan a sus hijas al campamento y corren a casa a follar como si la convivencia con adolescentes impidiera tener una vida sexual de pareja interesante, era lamentable. Pero los guionistas nos tenían planeado algo aún peor, algo que si hubieran hecho una encuesta entre los espectadores hace un mes nadie hubiera imaginado: una escena de supuesto sexo tan ridícula que hasta grité: «PERO QUÉ MIERDA ES ÉSTA». Aclaremos que en esta serie ellas siempre follan con sujetador, lo que resta por completo cualquier atisbo de credibilidad a la escena porque todo el mundo sabe que la primera prenda que vuelta fuera es el sujetador; pero en fin, suspendida nuestra credibilidad en este punto, lo que ya no se sostiene de ninguna de las maneras es que Charlotte, esa cumbre monjil, le pida a su marido que se corra en sus tetas, a lo que él responde: «pero si no es mi cumpleaños… », y la escena termine con Charlotte reclamando que donde está su semen que ella no lo ve y que eso no puede ser, que ella para darse por satisfecha quiere quedarse pegajosa en el canalillo. Esto va aún más lejos y acaban en el médico, luego el matrimonio haciendo ejercicios de Kegel y él diciéndole a ella que su vagina parece un cepo para lobos y termina en una escena en la que se supone que ella le pajea a él y acaba con la mano como si se le hubiera derretido un helado de nata. Al lado de esto, lo mío con el “Queen Elizabeth” parece hasta respetable. 


Carrie hace de Carrie pero peor, como con desgana. Cualquier ingenio o gracia que tuviera hace veinte años ha desaparecido debajo de capas y capas de incongruencia argumental y supuesta crisis existencial en la que se mezcla el duelo, el miedo a envejecer y el aburrimiento. En la serie original las tramas de los episodios tenían un sentido, algo básico: empezaban, se desarrollaban y terminaban. Ahora todo se reduce a una serie de escenas pegadas unas a otras a cual más improbable, indescriptible y bochornosa. Algunas son directamente insultantes. Por Dios Bendito, ¿cómo es posible que Gloria Steinem se haya prestado para aparecer aquí?  ¿Cómo es la escena del robo de joyas? Ni en Torrente se hubieran atrevido a algo tan chusco. 


Que Sexo en Nueva York era una serie solo de blancas ricas y que la vida real no era ni es así es algo que todos sabíamos. Igual que pasaba con Friends, Cheers, Frasier o Los problemas crecen. Hemos avanzado y ahora en las series y pelis se intenta que se parezcan más a la vida real donde, especialmente en USA, la mezcla intercultural es lo cotidiano. Correctísimo, pero de ahí al festival de inclusividad forzada de esta serie hay un salto. Es que me imagino la conversación: «Chavales, tenemos que ser inclusivos». «Vale, jefe, pásanos la lista de lo que hay que incluir», «Latinos ✓, negros ✓, lesbianas ✓, discapacitados ✓, hombres comprensivos ✓, señoras ancianas ✓, bisexuales ✓, mujeres que no quieren tener hijos ✓, negros ricos ✓». Han escrito los guiones siguiendo el mismo método que te daban a ti en el colegio para escribir las redacciones de inglés: metiendo todas las palabras que te decían aunque lo que escribieras no tuviera el más mínimo sentido. 


¿Y el sexo? ¿Cómo es posible que guionistas con experiencia, supervisados seguro por coordinadores de guión, editores, productores ejecutivos, directores y las mismas actrices hayan sido capaces de sacar a la luz una escena en la que hablando de semen una actriz diga «yo siempre fui mucho de mayonesa»? ¿Cómo es posible? O, por favor, que se hable de un tío con un gran pene como «Fulano el de las tres piernas» y que Carrie se ruborice? ¿Dónde estamos? ¿En unos ejercicios espirituales? O, por favor, ¿Miranda poniéndose un arnés y actuando como si fuera Harpo Marx? Como dice el dicho popular: «Manolete, si no sabes torear para qué te metes». ¿Qué necesidad hay de hacer escenas supuestamente de sexo si vas a tratarlas como una clase de sexualidad para teletubbies? Es todo tan increíble que parece que entre toda esa gente culpable de este horror solo tuvieran un cerebro y lo usaran por turnos. 


Sobre los estilismos y demás no puedo decir nada sesudo porque a mí, tanto ahora como en la serie original, me parece siempre que van hechas unas auténticas mamarrachas y que cualquier persona que, en la vida real, dedicara esa cantidad de tiempo, dinero y esfuerzo en pensar qué ponerse no es de la misma especie que yo. Considero, además, que todo lo que llevan a mí me parece siempre muy incómodo y muy poco práctico. En la serie original sufría por ellas, por sus pies, por sus tetas, por el frío o el calor que debían estar pasando. Ahora ya solo digo en voz alta, como la señora mayor que soy: «mamarrachas». En el episodio dos el mamarrachismo alcanzó su cumbre cuando Carrie iba con Charlotte a una tienda vestida con un mono de mecánico de Top Gun y un bolso que era una especie de pájaro disecado y que llevaba en el brazo como si lo hubiera recogido de la calle para cuidarle la patita. Cuando va a pagar unas botas que ha encontrado y que obviamente no necesita, abre una tapita en el lateral del pájaro y saca la cartera. Lo escribo y pienso: si yo leyera esto sin haberlo visto no me lo creería. 





Hay mujeres que se niegan a envejecer y hacen todo lo posible por intentar frenar lo inevitable y hay otras que, sin que necesariamente les haga feliz el proceso, que lo aceptan y viven tranquilamente sin darle más importancia de la que tiene y, sobre todo, sin perder energía luchando contra algo que no se puede parar. And Just Like That… es como una de esas mujeres que no sabe envejecer, que se autoengaña y se pone en ridículo. 


Si And Just Like That… hubiera sido una serie que quisiera retratar a mujeres que no saben envejecer, lo hubiera clavado. Si esa hubiera sido su intención la serie es perfecta.  Como me temo que su intención era justo la contraria (retratar cómo las mujeres mayores de cincuenta tienen vidas interesantes, llenas de cosas que valen la pena y de conocimiento que han adquirido en sus vidas) la serie es un fracaso absoluto. 


Es malísima, terrible, espantosa, un horror. 


La pregunta es entonces: ¿Por qué lo veo? ¿Por qué no lo dejo? Pues porque es como mirar un accidente o un programa de reformas de los gemelos. No puedo dejar de verlo, necesito comprobar a qué cumbre de vergüenza ajena son capaces de llegar y, semana tras semana, reconocer que ni en mis ensoñaciones más alocadas, drogada con ayahuasca y alcoholizada yo hubiera sido incapaz de perpetrar tal despropósito. 


Y ahí sigo. Episodio tras episodio esperando un bochorno vergonzante que contemplo con lástima e ira. Lástima porque han desperdiciado una fantástica ocasión para hacer una serie con mujeres interesantes; e ira porque, una vez más, las mujeres somos retratadas como ridículas, absurdas y memas. Como criaturas caprichosas e infantiles incapaces de hacer nada provechoso con sus vidas. Me consuelo pensando que yo, aunque no sepa distinguir un Fendi de un Birkin, sé impermeabilizar una terraza y puedo tener una conversación sobre sexo sin parecer una ursulina.

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lunes, 26 de abril de 2021

Despelleje Oscar 2021


La pandemia nos ha dejado sin alfombras rojas y, lo que parece aún peor, sin despellejes  y risas. Despellejar a la gente de la farándula en sus casas no tiene el mismo interés ni la misma gracia porque para empezar, gente que se arregla y pasa cuatro horas de su tarde de festivo acicalándose para luego sentarse en su sofá con migas y manchas de yogur secas tiene mi máximo respeto. La mayoría de los días yo ni pongo calcetines así que gente que se pone tacones para ir de su baño al sofá me parece admirable. 

En los Oscar de este año han hecho un poco de alfombra roja pero no esperéis gran cosa. La gente va sin ganas, se les ve con cara de "tantas ganas que tenía yo de salir de casa y, de verdad, qué pereza, ojalá estar en mi sofá". Una sensación que comparto a muerte con ellos. Además, se le nota mucho a todo el mundo que llevamos un año vestidos con pantalones flojos, camisetas de paso del ecuador de 1993 en Punta Cana y sudaderas heredadas de nuestros hijos, y lo de llevar tiros largos se les da regular. Siempre han parecido incómodos pero este año casi parece que tiene orugas dentro de la ropa y que en cualquier momento van a gritar: quítame esto, por favor, ¡que alguien me traiga una sudadera!

Además de estos inconvenientes, de todas las películas nominadas la única que he visto ha sido Otra ronda que me pareció un aburrimiento supremo. No me la creí en ningún momento y si bien ver a Mads Mikklesen bailar es siempre un sí, con esos tres minutos tienes más que suficiente de dramita de hombres bebiendo. 

Venga al lío. 

Que en este blog somos muy fans de Halle Berry lo sabe todo el mundo.  Que Halle Berry no sabe que hacer con su pelo, también lo sabe todo el mundo. A mí me recuerda a esas amigas que tenemos todas, que se cambian el estilo cada seis meses y cada seis meses te dicen "es que me aburro de mi pelo". Y tú piensas, pues no me lo explico, si no te da tiempo a acostumbrarte. Este nuevo cambio, además, y lo siento por Halle, es espantoso. Y las uñas puntiaguadas me dan miedo. El vestido es de un color precioso que no se usa nunca porque parece mejor idea de lo que es en realidad pero a ella le está estupendo. Parece incómodo pero Halle ha dicho "ya que voy a esto, voy a darlo todo" 

 Zendaya con el vestido al revés. Si, ya sé que no lo lleva al revés, que es así...pero he visto sus fotos varias veces esta mañana y siempre me he sobresalto "¿lleva la espalda por delante?"

Sacha Baron Cohen y su pareja. Ella con cara de "¿Por qué coño este anormal se ha vestido como si fuéramos a tomar el almuerzo en la carpa de Downtown Abbey? 

I´m a Butterfly and I like it.  Yo soy muy antimariposas, siempre he dicho que me parecen cucharas disfrazadas de carnaval de Río de Janeiro pero a este vestido hay que darle el beneficio de no ser ni rojo, ni negro, ni blanco, ni dorado, los colores de la gala. 

Cuando has accedido a arreglarte pero poco, sin gastarte un duro aprovechando algo de tu abuela y yendo cómoda. 

Hoy, en decisiones incomprensibles, el caso de la mujer que decidió ponerse un vestido incomodísimo y cero favorecedor.  ¿Por qué?  Me duele verla. 

¿Por qué me habéis hecho salir de casa? ¿Por qué, piltrafillas humanas? 

Soy muy fan de Amanda aunque vaya vestida de coágulo. Sí, podría haber dicho amapola o algo así, pero lo que me ha venido a la cabeza ha sido coágulo. No me agradezcáis el hecho de que ya no la vais a ver igual. 

Gente que lleva capa regulinchi aunque con la actitud de espía adecuada.  Y gente que lleva capa bien. 

El bolso bistec de los Picapiedra no me lo esperaba. 

¡Dadme lazos más grandes! pero Ángela está espectacular. 

Rita Moreno mimetizada de Jane Fonda y divinísima. 89 años os contemplan. ¿Dónde hay que firmar? 

Embutido. 

El premio Úrsula, bruja del mar.  "Pobres almas en desgracia, que me habéis hecho salir de casa" 

Daniel Kaluyaa, todo mal. El traje parece antiguo, le sienta mal, no le favorece. Otro que ha perdido el hábito. 

Chloe Zhao ha dicho "vale, yo me visto, pero tacones ni de coña y maquillaje tampoco". Yo le reprocho más el vestido color visillo sucio de casa de alquiler en idealista. Un poco de colorinchi para salir de casa. 

Estupenda de  rojo con escote autopista va esta chica. Espantosa, de blanco también con escote autopista, va esta otra. Escote y tutú, siempre es mala idea. ¿Nadie se acuerda de Bjork? De blanco con un vestido "mesa de fojardo de casa de veraneo en la sierra madrileña" va Viola Davis. 

He leído por ahí que Carey iba de un color muy difícil, el bronce. Para mí que va de dorado Freinext pero qué sé yo de moda. Y el modelo se da un aire al de Zendaya por eso de que podría llevar lo de delante detrás y otro aire al de la chica del vestido incomodísimo. Pobre Carey. 

El dorado, definitivamente NO. Y combinado con negro y un colega, tampoco. 

Las de blanco, en general, estaban bastante cabreadas. Definitivamente, no os vistáis de blanco, agria el carácter.  Pero ni se os ocurra. 

Me rechifla este vestido porque es bonito, sencillo,cómodo, elegante, tiene bolsillos y su portadora es feliz. Es un vestido de ser feliz. 

Reese fenomenal. 

Ni una gala sin su Edna Moda. 

No sé quién es Daniel Pemberton pero lo que sí se es que ha viajado en el tiempo desde 1977 para plantarse en la alfombra roja. Está flipando con las mascarillas y demás. 

Voy a tener que dar dos premios Úrsula, Laura Pausini también se lo merece.  Hay que premiar su camino hacia convertirse en matrona italiana.  

Colman Domingo de arma de destrucción masiva, concretamente de arma de cegación masiva. Le ves y es imposible no guiñar los ojos.  

La abuelita Ashley. Seguro que lleva dulces en el bolsito. 

"Si solo le miro hasta la boca creo que puedo reprimir la arcada que me da lo que sea que lleva en la cabeza y que parece el rabo de un Alien muerto. Mira que es una lástima porque está tremendo pero yo así no puedo. ¿y si cuando se duerma se lo corto? ¿Y si pierde la potencia? Esa cosa tiene que llevarla por algo..." Lo que pensaría yo si estuviera con Shaka

Ya es mala suerte que llegues a la gala y haya otras dos con un vestido casi igualito al tuyo, de feo,   en distinto color. Eso sí, mis felicitaciones al diseñador que ha vendido esta cosa en naranja , azul algo y rosa lencería.

Ahhhh... no puedo mirarlo. 

A este, sin embargo, no puedo dejar de mirarle. Me parece que va elegantísimo y muy original. De hecho, va tan original que no se me ocurre ningún otro hombre que aguantara esa ropa. Es sorprendente pero nada mamarracho. Y no me vengáis ahora con "si me pongo yo eso, no dirías eso". Claro que no, campeón. SI tú te pones eso me estoy riendo de aquí a que me vacunen. 

Y, bueno, tampoco intentéis lo de Brad que empieza a ser un poquito ilegal. Cada día que pasa está más guapo, más atractivo y más tremendo. 

En fin, he hecho lo que he podido. 

martes, 12 de enero de 2021

Cien noches con un peso atado a los pies

 


Advertencia: este post contiene lenguaje y expresiones vulgares y descripciones crudas de lo que se supone son actos sexuales entre adultos.

Segunda advertencia: no me hago responsable de la vergüenza ajena que los lectores puedan sentir al leerlo. 

Tercera y última advertencia: el post es un puro spoiler pero no importa nada porque de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia, ni siquiera de fuerza mayor (como que os secuestraran a un hijo y os exigieran leerlo) debéis acercaros a este libro ni con un palo, ni con una pértiga. Ni lo miréis. 

Allá vamos. Para empezar entono el mea culpa, casi un año después de poner a Dios por testigo, de prometer que no leería más libros aclamados por la crítica y premiados he vuelto a caer. Y Dios me ha castigado fortísimo. Lo único que puedo hacer para redimirme es salvar a otros de mi error. 

«Quizás yo lo recuerdo mal, no importa. Quizá yo tampoco tenía sentimiento de culpa. Pero un día, con mi semen todavía en la boca, me preguntaste si era razonable lo que estábamos haciendo. Tú amabas a Claudio y yo era feliz con Harriet como nunca lo había sido con nadie»

Con esta imagen tan innecesaria y tan asquerosa en mente, os voy a contar quienes son los protagonistas de esta escena tan bochornosa. 

La del semen en la boca (ojalá dijera Pamplona que me parece una frase muchísimo mejor para decir en esas circunstancias que preguntar por la moralidad de los cuernos que estás poniendo) es Irene y  es guapísima. Pero guapa de doler, guapa de tener un problema. ¿Qué problema tienen los guapos? Nadie lo sabe, pero es un problemón. «¿Qué habría sido de mi si no hubiera sufrido la maldición de la belleza?» Pues mira, Irene, lo mismo nos habíamos ahorrado este espanto. El caso es que Irene es guapísima aunque por supuesto de niña era feúcha pero  cuando se vuelve guapísima, pero una cosa mala de guapa (si os está resultando cansina esta reiteración, imaginad lo que es la novela cuando ella misma no se cansa de repetirlo), los hombres la acosan muchísimo, todos quieren ligar con ella. Como consecuencia de esto, su amigo Hugo la viola. Mal por Hugo pero tal y como está contando y a pesar de que estás en la página diez, ya te da igual. 

Bueno pues la Irene guapísima y de familia millonaria con un tío en la cárcel por corrupción en el franquismo y una tía que vive en Estados Unidos porque quiso ser piloto y su padre no le dejó y no me acuerdo pero pasó algo y se fue y volvió y luego se volvió a ir, se va estudiar psicología o psiquiatría a Chicago. ¿Por qué Chicago? Porque su amiga del alma Adela quería ir ahí. Es su amiga del alma pero Irene la describe así cuando recuerda como su amistad se rompió cuando, de adolescentes, a Hugo empezó a gustarle ella y no Adela que estaba enamorada de él: «Ella sintió celos de Hugo. El amor dejó de ser un juego social y se convirtió en un torneo de guerra en el que no se respetaban las lealtades ni las jerarquías. Adela se había transformado en una jovencita gorda y con la piel llena de escamas. Los carrillos le caían blandos sobre la mandíbula, y los molledos de los brazos y las piernas blancuzcos se le escurrían sin consistencia. Incongruentemente,  era corpulenta en todo menos en el pecho: tenia unos senos pequeños, casi masculinos».

Podría detenerme en que si tienes una amiga que te describe así lo mejor es que jamás le des la espalda o en la absoluta ignorancia que refleja el hecho de que al autor le parezca incongruente ser gorda y tener pechos pequeños pero no tenemos tiempo...sigamos. 

Irene se va a Chicago a estudiar algo. Además está obsesionada con asesinos en serie y psicópatas así que a lo largo del libro reparte historietas de asesinos que puedes buscar en la wikipedia y te dan exactamente los mismos datos pero con menos adjetivos.  En Chicago decide que se va a follar a todo lo que pille y apuntarlo en un cuadernito para algo, para sus teorías, ¿Qué teorías? da igual, a nadie le importa. Ella folla y lo apunta y le deja claro al lector que a ella lo de saltar de cama en cama le parece muy muy liberador y lo ha descubierto ella y todos los demás, lector incluido, son unos mojigatos  y unos estrechos. Alardea de acostarse con todo tipo de hombres incluidos los feos, gordos, desagradables y maleducados. Irene es además de guapa, imbécil pero misteriosamente ella no se da cuenta en todo el libro y ningún personaje se lo dice. Irene vive en un universo de luz y de color y de sexo. Vive en una peli porno con ínfulas pero ella se cree Grisom de CSI y Gillian Anderson en Sex Education. 

Bueno pues en Chicago mientras hace el idiota, un buen día, en un bar, se le acerca un tipo porque ella es tan guapa que los atrae como un imán y la escena transcurre así: 

«Estoy buscando una mujer que sepa apreciar el dinero.
Yo hice lo que había aprendido a hacer en aquellos últimos meses: controlé mi miedo y me comporté como una taxónoma que mira fríamente la realidad. 
El dinero es lo único que sé apreciar, Mister Cary Grant- le respondí- El dinero y los penes grandes.» 

(Yo ahí hubiera dicho pollas, pero en fin.. que sé yo de diálogos encorsetados y ridículos. Si supiera estaría ganando premios literarios y no despellejándolos) 

Acaban en el catre después de que él ponga mil quinientos dólares encima de la barra porque ella le dice que cobra quinientos. Y el dice «quinientos por cada vez» y cuando crees que no vas a poder más de bochorno ella dice «¿solo aguantas tres?». (El lector en ese momento sueña con pagar por darle tres bofetones con la mano abierta). 

Este supuesto Cary Grant es Adam el otro protagonista de la escena del semen en la boca (que no quiero que olvidéis). Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, es guapo, multimillonario, elegante, encantador, educado, culto e inteligente. Podría haber sido feo, asqueroso, deforme, gañán, inculto, de extrema derecha y con boqueras de saliva en las comisuras de los labios porque recordemos que a Irene le da igual ocho que ochenta pero no, resulta que tiene suerte en esto. Bueno pues eso, se acuestan y el autor escribe muchas veces verga y muchas veces vulva porque por lo visto se le ha olvidado la palabra coño que no escribe ni una sola vez en todo el texto. Y se hacen amantes ocasionales porque lo suyo es especial, ellos son especiales y unos ridículos.

Mientras andan en este ir y venir de polvos, Irene va a un concierto, se fija en el guitarrista, cuando termina el concierto va al camerino, le mira y él la besa, se la lleva a casa, la empuja del pelo para que se arrodille y blablabla: verga, gritos y lo de siempre.  Si fuera una peli porno se llamaría "El argentino guitarrista que con su mástil era todo un artista" 

Irene en su querido diario de polvos escribe: «tiene un pene grande, de diecinueve o veinte centímetros, sin circuncidar. Cuando está erecto, hace un ángulo de cuarenta y cinco grados con el vientre, apuntando hacia el frente. Los testículos, casi sin vello, están pegado al cuerpo». 

No puedo añadir nada.  

Con este inicio de relación tan prometedor, Irene la guapísima se enamora del guitarrista que se llama Claudio, es argentino y está atormentado por algo que sinceramente al lector le importa un pepino. Irene tiene mucho muchísimo amor pero decide que para comprobar si el amor y el sexo son lo mismo va a seguir follándose a todo lo que se encuentre y luego pasar muchísimo rato decidiendo si tiene remordimientos o no. Claudio, además de estar atormentado, es idiota porque no se entera de nada y es una pena porque el lector está ya fantaseando con que lo descubra y en un ataque de celos mate a Irene haciéndola sufrir muchísimo. Pero no ocurre. Irene sigue vivita y "culeando" (Perdón, perdón) y por supuesto sigue con Adam haciendo cosas que ellos creen que son de glamour y son de peli porno cutre. 

«Llegué puntual al hotel. Adam me esperaba desnudo y con la cena recién servida. Me quitó el mismo toda la ropa y luego me llevó hasta la mesa. No comimos con prisa. A pesar de su erección casi continua, el paladeó con gusto cada uno de los platos».

Qué imagen eh. Ahí con el capullo en el borde de la sopa. Puro erotismo.  

A todo esto, Claudio le ha contado a Irene que su madre ha escrito un libro sobre el Petiso Orejudo un niño asesino muy famoso en Argentina y como a Irene los asesinatos le gustan le pide a su tía (si, la que he nombrado antes y que es piloto) que cuando vaya a Buenos Aires le compre el libro. (Si estáis pensando que porqué no lo pide por Amazon, la novela está ambientada en los años 80 más o menos). La tía llega y le dice que el libro no existe e Irene en vez de decirle a Claudio: chaval, que trola me has contado? se queda en plan "mmmm... soy tan lista que algo me huelo, voy a follar con otros catorce y luego apuntar en mi querido diario mis teorías" 

Llega el verano, se van a Detroit a unos conciertos de Claudio y se alojan en un hostal inmundo y asqueroso y ella dice: «aquella habitación mal ventilada era, en mi arrogancia juvenil, un espacio de aventuras». Irene, eres imbécil no arrogante. Bueno pues follan allí entre chinches y mierda y la última noche cuando ella se despierta, él no está. ¡Uy! ¿Dónde estará? ¿Qué misterio habrá? ¿Habrá sido su gran noche? Y sí, porque Claudio además de guitarrista es ludópata y ha perdido todo el dinero que tenían. Irene se enfada muchísimo, sale de la habitación y piensa:

«¿qué hago? ¿Entrar en la habitación, desnudarle, vaciarle los testículos hasta que gritara?» 

Claro que sí, Irene y con la boca llena le dices: PAMPLONA. 

Vuelven a Detroit y Claudio confiesa que debe seis mil o nueve mil o da igual la cantidad a unos prestamistas malísimos de Chicago. Irene compra el periódico, busca un puticlub, llama, concierta una cita y conoce a Mimí (me apuesto una mano a que si buscas madama en wikipedia también sale Mimí como primer resultado, como novela investigada es un prodigio) que le dice: pues nada chica, aquí lo que quieras, sé limpia y haz lo que los clientes quieren, aquí tienes un corpiño y unas bragas, empieza cuando quieras. Y ahí está Irene la guapa trabajando para salvar a su novio haciendo lo que lleva haciendo toda la novela. Pasa alguna cosa más de mucha pereza y poco interés pero llega el momento en que ella tiene que volver a Madrid porque su madre que, por supuesto, es malvada y estrecha (imagino al autor con una lista de estereotipos al lado del ordenador y haciendo check cada vez que calza uno hasta cantar bingo), le exige que vuelva. Justo antes de marcharse de Chicago llega la madre de Claudio que la mira en plan ¿tú quien eres piltrafilla? y que básicamente se descojona en su cara cuando le pregunta por el libro. Luego Claudio llora y le dice que en realidad se llama Mateo. Aquí viene una historia que al lector, o sea a mí, le provocó carcajadas de pura histeria por el despropósito que es todo. Resumiendo: Claudio y su familia viven bajo identidades falsas en USA porque su padre hizo algo que no se explica bien pero que tiene que ver con corrupción, dictaduras, Alfonsín y no se qué y les persiguen "los argentinos malos" (sic). Algo raro ha pasado y se tienen que marchar a esconderse de nuevo pero le jura a Irene que le escribirá siempre. (Cualquiera con un mínimo de cultura de peli mala de sobremesa sabe que si estás escondido no puedes escribir cartas pero después de preguntar con el semen en la boca si somos buenas personas es obvio que la verosimilitud no es algo que preocupe al autor). Se separan, se escriben cartas e Irene, en Madrid, se reencuentra con Adela y dice estas cosas:

 «Tal vez si le hubiera contado que la belleza me había vuelto tan insegura como a ella la fealdad, habríamos seguido siendo amigas siamesas. Pero yo me escondí en mi concha de perla y ella en su concha de molusco hinchado» 

Por supuesto yo voy a tope con Adela, es mi personaje favorito de la novela y me hubiera encantado que se convirtiera en asesina  y matara a Irene pero se convierte en heroinómana y muere una semana antes de la boda de Irene. ("Mi concha de perla y su concha de molusco", Irene además de cursi es una hija de puta como una casa). 

Sigamos. ¡Oh, sorpresa! Claudio la escribe al final del verano y le dice que eso que les preocupaba tantísimo, ese peligro tan gravísimo que corrían no era real, que no pasaba de verdad y que va a volver a Chicago. (lo de la verosimulitud ya lo he dicho, ¿no?) Así que nada, vuelven a Chicago, van a un apartamento nuevo, Irene siente muchísimo amor por el reencuentro pero antes de recoger a Claudio en el aeropuerto pasa a follarse a Adam y después de estrenar la cama con Claudio, vuelve al hotel a follarse a Adam. Pero se desborda de amor por Claudio, never forget. 

(Llevamos dos mil palabras y os juro que no me he inventado nada y os estoy ahorrando mucho bochorno) 

Cuando vuelve a casa de Claudio, éste no le abre la puerta. ¿Qué pasara? ¿Qué misterio habrá? ¿Puede ser su gran noche? Pues pasa que a Claudio lo han asesinado. ¡Vaya por Dios! Ahora que los argentinos malos no le perseguían y ella haciendo de puta había pagado la deuda, van y lo matan, que disgusto. ¿Quién será el asesino? ¿Los argentinos malos? ¿Los argentinos buenos? ¿Los prestamistas de Chicago? ¡Oh, oh, oh, qué misterio más misterioso! Irene hace lo que hace siempre, llama a Adam que vuela a verla y hablando con él decide que quiere ser policía y que va a investigar que ha pasado. Investiga fenomenal fenomenal y os resumo: a Claudio lo manda matar su madre porque le daba mucha pena que en tres semanas se fuera a morir de cáncer de páncreas. ¿Cómo te quedas?  Pues muerto como Claudio pero de bochorno y descojone. Irene sin embargo cuando lo descubre se queda muy hecha polvo y que hace:

«Le pedí (A Adam) que me penetrara hasta hacerme perder la razón. Diez veces, cien veces. Durante el resto de la vida». 

PAMPLONA. 

¿Y qué pasa con el bueno de Adam? Pues resulta que todo esta historia de la juventud de Irene se entremezcla con una escena en la época actual en el que ambos se encuentran en el Hotel Santo Mauro de Madrid, los dos ya con cincuenta y muchos. El sigue casado con Harriet y ella se ha casado tres veces, tiene varios hijos y habla así de ella misma: 

«En estos últimos años de vejez erótica, me he acordado a menudo de Adela por esa causa. No soy capaz de imaginar cómo es la castidad. No soy capaz de entender qué razón queda para vivir cuando el cuerpo ya no sirve o no les sirve a otros, cuando el deseo se convierte unicamente en una idealización intelectual. Mis fundamentos existenciales no han sido Sigmund Freud o William Shakesperare sino los pezones, la espiral de las orejas, los tobillos, el clítoris, las encías o la boca del ano. Mi espíritu se ha manifestado a través del flujo vaginal y no de la oración o de la poesía». 

Pues cenan y Adam le cuenta que como es multimillonario y muchimillonario y tenía un traumita desde siempre por si los cuernos que le ponía a su mujer, Harriet, eran algo normal que hace todo el mundo o una cosa super especial que solo hacía él, ha encargado un super estudio con psicólogos, psiquiatras y científicos para saber los hábitos sexuales de la gente. No contento con eso, como la mitad han dicho que son fieles, ha pagado otra millonada a detectives e investigadores privados para que comprobaran si eso era verdad y ¡sorpresón! la gente miente cuando dice que no engaña. Que esto se lo podía haber dicho el lector o cualquier hijo de vecino ni se plantea, él se ha gastado trescientos millones de dólares en eso. ¿Y por qué ha hecho esto? Pues porque Adam siente que Harriet se ha alejado de él y ha pensando "Oh, oh, Charlie Babbit ¿y si yo tengo también una cornamenta digna de trofeo de caza". 

«He venido a Madrid para contárteloresponde AdamPorque sé que eres la mejor detective del mundo y solo tú puedes encontrar la respuesta que necesito. 
Yo busco a personas desaparecidas y a asesinos.
Busco a una persona que quizá desapareció-dice Adam- A Harriet. 
Es medianoche. Se oyen las campanadas de un carillón de pared que hay en una sala vecina. Irene vuelva la cabeza hacía allí para disimular su confusión. Después mira otra vez a Adam, que espera. 
¿Te ha abandonado?
No lo sé-responde Adam. Sigue en nuestra casa, duerme conmigo, me acaricia a veces. Pero tal vez me ha abandonado hace mucho tiempo.- Se queda callado durante unos instantes y sostiene la mirada de Irene. No hay nadie a quien pueda encargarle esta tarea-suplica-Ella no le dirá a nadie la verdad. A ti sí».

Lo normal vamos: oye, amante, ¿por qué no hablas con mi mujer a ver si me ha puesto los cuernos?  

En un epílogo en el que grandes lágrimas de descojone y de alivio, por vislumbrar el final de este horror, caían por mi cara,  Harriet (que también es guapísima) e Irene se reúnen y la mujer de Adam le cuenta que ella quiere mucho, muchísimo pero mogollón y mazo a Adam pero que cuando se dio cuenta de que él se acostaba con otras, ella tuvo una crisis existencial, sufrió muchísimo, mogollón y mazo pero al final decidió que ella también podía follar alegremente por ahí pero queriendo mucho, muchísimo, mogollón y mazo a Adam. 

Y chimpún. 

Este relato tan inolvidable está interrumpido por informes de los detectives sobre personas investigadas. Esos informes han sido escritos por otros autores que no consiguen ni de lejos alcanzar el nivelón de la trama principal. Son como oasis en medio de la travesía del desierto.   

Cien noches de Luisgé Martín ha sido galardonado con el Premio Herralde de novela de la editorial Anagrama. Cada uno le da el premio a quien quiere, tú montas un premio en tu editorial y haces lo que quieres pero como lectora y admiradora de la editorial de los libros amarillos me siento estafada, engañada y bastante dolida.