martes, 18 de junio de 2019

Hacerse viejo

Les saludo cuando llego a mi butaca. «Buenas noches» y sonrío, ellos me devuelven la sonrisa y el saludo. Mientras me acomodo pienso que ser poco sociable y estar en contra de hacer pandilla no está reñido con ser educado y que yo siempre saludo a mi vecino de butaca en el cine, en el teatro, en un tren o en un avión. 

«Aging is not a normal condition for the aging person... Actually, it is quite definitely a sickness, indeed a form of sufferinf from which there is no hope of recovery. Aging is a incurable sickness, and because it is a form of suffering it is subjetc to the same phenomenal laws as any other acute hardship that afflicts us at some particular stage of live» (Jean Amèry) 

Me quito la chaqueta, me la vuelvo a poner porque en el teatro hace frío polar y al hacer estos gestos mi mirada se cruza con la de ella y me sonríe otra vez. No decimos nada porque, por educación, no se habla con extraños si no hay nada interesante que decir. Me pregunto porqué están sentados en la segunda fila. Me pregunto si ellos también estarán pensando qué hago yo en esa butaca. ¿Son los padres de alguien? Seguramente lo son y también son abuelos de alguien y puede que bisabuelos porque son muy mayores, muchísimo. Es curioso como mi escala para medir la edad de alguien va variando según mi madre va cumpliendo años. Definitivamente ellos son mayores que mi madre, mucho más, lo que les convierte en ancianos. Elegantes, interesantes y educados ancianos. 

Avanza el acto y los miro de reojo. ¿Qué o quién los ha llevado a salir de casa un sábado por la noche? Yo estoy aquí por obligación, si pudiera estaría en casa leyendo o cenando por ahí. ¿Por qué están aquí? Algo muy importante o alguien a quien quieren mucho tiene que ser la razón. Ellos se quieren mucho, tienen las manos entrelazadas. La mano derecha de él, blanca casi transparente, con la piel tirante sobre las falanges como si hubiera empezado a quedarse corta para cubrir todo el esqueleto, descansa entre las de ella que la sujetan con ternura, dándole calor.  No es un contacto casual ni obligado por la rutina, ni dado por sentado. Tampoco es, en tiempos de primeras citas, una primera cita. Es un gesto engendrado en años de relación. En muchos años. 

Decía Jean Améry que envejecer se experimenta de distintas maneras. Para empezar, cuando somos jóvenes vivimos en el espacio y en el tiempo pero, a medida que envejecemos, el espacio va desapareciendo y el tiempo ocupa su lugar. Dedicamos más y más tiempo a pensar en el tiempo, en su paso, en el que ha pasado y en el que nos queda (o creemos que nos queda) por consumir). Además, nos volvemos extraños a nosotros mismos. Nos miramos en el espejo y nos sorprende lo que vemos, vernos. Es un shock que experimentamos cada día, quizás el gesto de cogerse las manos les sirva para reconocerse. O no. No lo sé. Améry también habla de que al envejecer la naturaleza se convierte en algo ajeno: una montaña que ya no podemos subir, un río que no podemos cruzar a nado, una caminata que ya no podemos hacer. Quizás salir una noche de sábado sea  una batalla contra eso, contra el "ya no podemos". Quizá yo me planteo que me gustaría estar en casa porque creo que tengo toda una vida, si quisiera, para poder salir por la noche.  

Lo peor para Améry es el envejecimiento cultural. Poco a poco vamos sintiendo que el mundo que nos rodea no tiene nada que ver con nosotros. Las novedades en arte, en moda, en política, en la vida en general nos sorprenden, nos cabrean, nos asustan o nos hacen sentir incómodos. El mundo ya no es para nosotros. Me pregunto si estos señores, si esta pareja echa la vista atrás y piensa que esta ciudad de provincias en la que llevan toda la vida ya no es la suya o sí es la suya pero lo es en menor medida que aquella en la que se criaron o a la que llegaron para formar una familia. 

El acto no se termina nunca. Cae una hora, cae otra hora, a cada rato pienso que no puede quedar mucho, que en diez minutos estaremos fuera pero pasan esos diez minutos y otros diez y otros diez y no acaba. Me desespero. Les miro de reojo y ahí siguen, con las manos entrelazadas. Me doy cuenta de que yo siempre tengo prisa, siempre quiero terminar aquello en lo que estoy para pasar a otra cosa. Esa es otra de las características de envejecer, se acaba la prisa, las ganas de pasar a otra cosa, que crees que quizás será mejor, y te centras en lo que tienes ahora porque a lo mejor después ya no hay nada. 

Al día siguiente con los pies doloridos y muchísimo sueño pienso en ellos otra vez. Creo que no me despedí, que me pudo la prisa pero atisbé a ver como alguien se acercaba a abrazarles con cariño.  

«Hay tres categorías: señor mayor, anciano y viejo. Un señor mayor es una persona de edad, como soy yo. Un anciano es una persona mayor que ya tiene achaques y una vieja es una anciana que se aprovecha de serlo. Esa es mi clasificación» (Javier Cansado. Todopoderosos Disney)

Últimamente pienso en mí como una señora mayor, mis hijas me dicen que soy vieja pero no "viejorris", pero cada vez más pienso en que quiero llegar a ser anciana y tener aspecto de serlo. Llegar a viejo, que no es lo mismo que ser viejo, es un logro y quiero que, si lo consigo, se me note en el pelo blanco, en las arrugas, en la piel transparente, en la forma de hablar y en dejar de tener prisa. 


PS: He descubierto a Améry leyendo The situation and the story de Vivian Gornick un libro que analiza las distintas maneras de escribir no ficción, de escribir memorias. 


8 comentarios:

ELISA dijo...

Muy tierno, me ha gustado mucho. Envejecer y que la salud acompañe😉

Aroa dijo...

¡Qué bonito! Me chiflan tus posts

Yanko Iruin dijo...

Eres genial, amiga. Y con mis 67 me reconozco en lo del envejecimiento cultural de Améry. Un beso.

María dijo...

Muy bueno tu post, suscribo casi todo, yo que podía ser tu madre. Es cierto que nos volvemos un poco extraños de nosotros mismos, sobretodo cuando nos miramos al espejo, porque por dentro no tenemos arrugas. En cuanto a lo de la montaña y el río, yo lo vivo de una manera más grata, tengo la sensación de haber subido la montaña hasta arriba y de haber cruzado el río a nado: ya estoy en la otra orilla, donde a cambio de sueños y preocupaciones existe una paz enorme. Es como el reposo del guerrero...

Luxindex dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Dorotea Hyde dijo...

Qué bonita descripción. Me han recordado a mis padres, un poco más mayores, pero con las mismas ganas de salir los fines de semana, ganas que yo nunca tengo.
Un abrazo.

sasadogar dijo...

Muy bonito como siempre Moli. Ayer leí una frase que me hace reflexionar sobre este tema:
"Nadie le había dicho nunca que se pasa una parte tan grande de la vida siendo viejo" de Carol Shields.

Vivo la situación de mi madre, desde marzo viuda por la muerte de mi padre que se fue como había vivido,tranquilo y rodeado de su familia, con una edad considerable, 81 años y llena de achaques. Pienso en todo lo que no puede hacer y me desespero; mejor pensar en los pequeños logros de cada semana: que se levante de la cama, que coma medianamente bien, que salga a la calle. Yo le planteo que tienen que superar esos pequeños retos y no pensar en lo que le queda de vida sin mi padre.

No somos conscientes del paso del tiempo, y que es muy importante cuidarse para llegar a la edad avanzada en buenas condiciones, si no te toca la lotería de una enfermedad gorda.

La vejez de mis padres me está sirviendo para aprender muchas cosas, entre ellas a vivir más las pequeñas cosas que nos hacen felices; estar con la familia, una cena juntos, un día de paseo, una visita de un amigo verdadero. A prepararme lo mejor posible para mi vejez.

Tenías razón que no era un artículo para ponerse triste pero es un tema que me toca mucho y sobre la que estoy muy sensible.

Paquita Sanmartín

Amapola Azzul dijo...

Poder veranear es un placer, cortar con la rutina del resto del año y tal vez contactar un poco con con la naturaleza y saborear espacio y tiempo de ocio.

Besos.