jueves, 7 de marzo de 2019

Un tiempo que se acabó.

Occasionally elsewhere: by Joseph O. Holmes
Salgo del fisio y atravieso el parque en el que, como no hay colegio en Madrid, no hay una multitud de niños gritando y de padres haciendo pandilla, como habría cualquier otro día a esta hora. En una de las pistas "de los mayores", hay un padre despistado jugando al fútbol con sus hijos y, atravesando el parque, me cruzo con una pareja joven, ella de la mano de su bebé de poco más de un año y él empujando el cochecito con esa cara hastiada que tenemos los padres jóvenes de «esto no es como me lo habían contado». Los miro y pienso que no sé cuando dejamos de venir a este parque, en qué momento el parque se acabó, se terminó, pasó a ser pasado. Es curioso como recordamos los principios pero no los finales. Los finales quedan disueltos, deshilachados en indefinición. ¿Cuándo puse el último pañal? ¿Cuándo hice el último puré de verduras? ¿Cuándo se acabó la avalancha de dibujos infantiles? ¿Cuándo dejamos de venir a este parque, de sentarnos en estos bancos, de mirar a las niñas trepar por el tobogán, correr con el patinete, jugar con la pelota? Sé que no hubo un «ya no queremos ir más» o un «id vosotras solas» pero sé que se terminó. ¿Fue en mitad de un invierno? ¿A la vuelta de un verano? No lo sé. 

Salgo del parque y paso por cuarta vez en los últimos tres días por delante de mi bar secreto y los veo. A él le veo primero, se ha dejado más barba, larga y afilada, casi de druida de aldea gala. Tengo que mirar dos veces para comprobar que sí, que es él. A ella tengo que mirarla tres. Se ha cortado el pelo mucho más corto, más de señora (que es lo que somos) y lo lleva más oscuro, o más claro. No, esa no es la diferencia, lo tiene más ordenado. Están sentados en una mesa del bar secreto, una mesa de aluminio y sillas blancas, con un par de cafés delante y miran sus móviles, cada uno el suyo. Paso por la acera frente a ellos y me quedo mirándoles. Son ellos. Compartimos parque, compartimos tobogán, pista, patinete, balón y pelos desordenados y barbas sin intención. Compartimos miradas de «esto no es como nos lo habían contado» y tardes interminables de arena, llanto y risas. Nos sentamos en el mismo banco. Nos levantamos cien veces a por la pelota. Jamás cruzamos una palabra pero los reconozco. Ellos no lo saben pero  hace tiempo que escribí sobre ellos. «Hay una pareja. El siempre lleva una camiseta negra y ahora se está dejando el pelo largo y barba. Ella es castaña, con cara de buena persona y tener sentido del humor y casi siempre lleva coleta. Jamás hemos hablado pero  hemos  compartido todas las etapas: tardes en los columpios y tardes en la vallita vigilando que no comieran mucha tierra. Tardes de llegar con el periódico y no abrirlo. Ahora llegan, como yo,  a deshora. Sin cochecitos, ni palas, ni nada. Como mucho una pelota. Tienen  dos niños que juegan al fútbol en la jaula».

Ellos no lo saben pero son el gatillo que dispara mi nostalgia de un tiempo que no sé cuando se acabó. Ellos no saben que existo, no me ven, no me recuerdan pero por un momento pienso en sentarme y preguntarles ¿Cuándo dejamos de venir al parque? 


12 comentarios:

Luisa Horno dijo...

Eres una provocadora de recuerdos, al menos para mí. Y qué bien escribes. Gracias.

Alberto dijo...

Tu texto es un gatillo para mi particular recuerdo. Nosotros llegamos a establecer cierta relación con otros padres de parque. Incluso formamos un pequeño grupo, la ONU le llamábamos. Había padres rusos, ingleses o dominicanos, una madre de Ucrania, otra alemana y otra de Etiopía. También indígenas, claro. Tampoco acabo de recordar cuando dejamos de ir. Recuerdo las últimas tardes. Su abuela los recogía al salir del cole y yo iba a buscarlos al parque al salir del trabajo. El mayor, aburrido, la pequeña con las amigas del parque. Con algunos aún hablamos al cruzarnos por el barrio. Otros evitan cruzar la mirada, como si aquello no hubiese sucedido. Los chichos seguramente no se dirían nada, aún en el caso de reconocerse.

Sara M. dijo...

¿Cómo estás tan segura de que no te conocen, igual que tú a ellos?
De las últimas veces yo si recuerdo varias. Me voy a poner ñoña, y te cuento una que sé que no compartirás. Tenían cinco años, y llevaban tres con la misma seño: una "pasota" que solo daba importancia a lo importante. El último día de clase de ese curso, cuando fui a la salida, le llevé un regalo, creo que el único que he hecho en mi vida de ese tipo. Después de un buen rato deambulando alrededor de la clase, y esperando que no hubiera padres alrededor, me atreví a dárselo. Y a continuación vino una llantera que no recuerdo tan fuerte por un motivo así nunca. Dejábamos atrás el ver todos los días a la seño, que nos contara si había pasado algo especial, el pasillo de infantil. Demasiadas cosas de las que si éramos (o al menos yo era) consciente.

julia dijo...

Me ha encantado el post. No solo me ha encantado, sino que me ha emocionado y removido por dentro. Mis hijas tienen 5 y 3 años todavía. Estamos en la fase "parque", pero me haces imaginar perfectamente los sentimientos que voy a tener dentro de 7 u 8 años, cuando todo eso se acabe.
Gracias por escribir.

Anónimo dijo...

Que hermoso....se me ha puesto la carne de gallina

Eva

Anónimo dijo...

La pareja en el bar no te ve porque estás muerta y aún no lo sabes. Tienes nostalgia de tu vida mortal y e! Triciclo es el agujero de gusano que conecta tus recuerdos con el más allá.

lolo dijo...

Yo creía que el parque era sentarse en un banco, entre sol y sombra, y leer levantando de vez en cuando la vista. Luego supe que era llevar al baño a la pequeña con el alma en vilo por si mientras sus hermanos se rompían la crisma. Echo de menos la sensación del Ariel que podía con todo. ¿Cuándo?

Anónimo dijo...

Poco a poco volvemos al parque . La vida nos regala nietos. Una época genial.

sonia dijo...

Plas,plas,plas,plas,plas,...¡Precioso!

María dijo...

Hay una última vez para todo en nuestra vida, pero casi nunca lo sabemos en el momento. La última navidad en casa de los padres, tantas veces repetida, la última conversación con un amigo, un último café, un último viaje,
un último beso...muchas puertas que vamos cerrando para siempre sin saber que no volveremos a abrirlas. Menos mal que otras se van abriendo, claro.

Migas de Palabras dijo...

Cerramos puertas y abrimos otras... así es la vida. Yo recuerdo los tiempos de columpios como un momento soporífero, siempre con la sensación de querer estar en cualquier otro lugar menos alli aún sabiendo y siendo muy consciente de que eso era lo que tocaba en ese momento y que tenia que vivirlo porque en algún momento de la vida se iba a terminar como tu bien describes hoy. Hoy paso junto a los columpios y siento un alivio tremendo. No creo que sea mala madre o un un poco si, me dá igual. Es lo que siento.Un beso Ana.

Juliet dijo...

Tengo una de 4 y una de 1. Estamos en esa fase de mirarnos los unos a los otros, cansados como zombies, y preguntarnos en silencio dónde estaríamos si no tuviéramos esas responsabilidades que comen tierra.

Tu escrito me transmite la nostalgia que está por venir. Porque aunque ahora aún tenga la cara de zombie, llegará un día en que saltaré de fase. Y ese día me dará una pena terrible, aunque ni me daré cuenta de que ha pasado.