lunes, 9 de abril de 2018

El Arte de las personas.

Esta escultura humana con  cuerpo imposible de héroe griego es Sergei Polunin. Hoy, por fin, he podido ver Dancer, el documental que cuenta su vida. Veinticinco años que le llevan de una infancia pobrísima al sur de Ucrania «todos éramos pobres y cuando todos son pobres no notas la diferencia» hasta llegar a ser, con dieciocho años, el bailarín solista más joven de la historia del Royal Ballet de Londres. Su (corta) trayectoria vital tiene sus altos y sus bajos: la cultura soviética del esfuerzo, la pobreza, su familia desintegrándose y emigrando para costear su educación, la adolescencia solitaria en Londres, las drogas, las rabietas...la crisis, el abandono. Pero todo eso no es lo importante, lo que más me ha llamado la atención es que pocas veces he visto, en un documental o en cualquier otro medio, pocas veces he sido tan consciente de la diferencia entre la persona y el artista, entre la vida y el arte. 

El niño, el joven Polunin habla a cámara y es débil, se le ve aterrorizado, desconcertado, desorientado. Es inconsciente «me tomo esto que se inventó para los soldados americanos, me da el subidón durante la función y luego no recordaré nada», es rencoroso y puede que, incluso, un poco malvado con su madre. Su cuerpo parece fragil, estrecho, inconexo, desproporcionado, nada especial. Tiene quince, dieciocho, veinte años y son los mismos quince, dieciocho o veinte que cualquier otro chaval. Pero cuando baila, cuando es Polunin el bailarín crece hasta hacerse inabarcable. Su cuerpo parece desenroscarse, ampliarse, expandirse y, aun siendo asombrosa esa transformación física, lo más increíble es su cara, sus ojos. Cuando baila, sobre el escenario, todo él parece otra persona, se convierte en un sabio, su cara es diferente, su mirada es profunda y en él está todo. Se convierte en un artista. 

En los últimos meses hay una corriente de opinión que defiende la idea de que si un artista tiene un comportamiento digamos incorrecto en cualquier aspecto de su vida (y esto es mucho decir porque, para mí, aplicar criterios de 2018 a comportamientos de hace veinte, treinta o cuarenta años es absurdo) todo su arte deja de ser valioso. Le he dado muchas vueltas a esto y para mí, una cosa es la persona y otra su arte, su obra, lo que pinte, cante, escriba o baile, como en este caso. 

Yo no puedo dejar de mirar a Polunin cuando baila, cuando se mueve, cuando hace arte. No sé nada de baile y aún así me cautiva, me estremece, me embelesa. Me parece fascinante. Probablemente si me cruzara con él por la calle ni le vería y muy seguramente si hablara con él me parecería infantil, inseguro y quién sabe cuántas cosas más, pero eso da igual, nada de lo que Polunin haga o diga en su vida rebaja el talento de su arte. 

No quiero saber si Nabokov era un depravado, si Picasso era machista, o si cualquier otro artista miente, se droga, se emborracha, abandona a su familia, tiene treinta amantes o ninguna o a qué partido vota. O, mejor dicho, saber todo eso no invalida el valor del arte de esos creadores, la emoción que su arte puede provocarme. De la misma manera, saber que alguien es una cumbre de virtuosidad no me hace valorar más su arte.  

Y creo que así debe ser. 

La persona.
El artista. 


9 comentarios:

Anónimo dijo...

La danza es magia

Ana dijo...

Sobre eso he pensado en más de una ocasión ultimamente. La idea es separar el artista de la persona. Pasa también en otras profesiones, aunque creo que cuando no hay arte es más difícil encontrar divergencias. Y también pienso a menudo que utilizamos los valores de hoy para analizar el pasado. Gracias por contarlo tú tan bien. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Me parece correcto juzgar la obra y no el autor. Aunque a veces van tan de la mano que es complicado discernir.
Supongo que en algunos casos también será cuestión de la ética de cada persona.
Tata_Keli

Joaquín Sevilla dijo...

Yo tampoco quiero saber, pero una vez que lo sabes no puedes hacer como que no. La primera vez que me pasó fue con Borges. Me encantaban sus cuentos, luego vi una entrevista con la persona y me pareció un gilipollas. Nunca pude reller los cuentos de la misma forma.

El conocimiento no se puede devilver cuando no te gusta o te interesa. Si ya sabes que un artista es personalmente despreciable (para ti, no porque sea lo políticamente correto en un momento dado) va a ser difícil disfrutarlo igual que si no lo supieras, aunque intentes el ejercicio racional de distanciarte. O por lo menos eso me pasa a mí.

Un abrazo

Elena Rius dijo...

Me gustó mucho ese documental y me dio mucha pena él. Un gran bailarín y una persona muy desgraciada (¿Te imaginas esa adolescencia en Londres, solo, sin otra meta que ensayar y ensayar? Lo raro es que no haya salido más rebelde y complicado aún.) A mí me parece un error intentar unir la (supuesta) valía humana de un artista con la del arte que produce. La persona muere y desaparece, el arte perdura. ¿Qué más nos da si Rembrandt era un gran tipo o no para apreciar su pintura? ¿Alguien se ha planteado si comulga con las ideas de Bach para deleitarse con su música?

Luxindex dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Yo estoy de acuerdo en separar arte y artista, lo unico es que si tienes la desgracia o fortuna de conocer al artista por tu trabajo, se hace muy muy dificil hacer la separacion. Simplemente, se te quitan las ganas de acercarte a nada que te recuerde a esa persona. Isabel Coixet,en una entrevista que fue un tormemto trabajar y conocer a p.roth,( por la pelianimal herido) y que no pudo volver a abrir un libro suyo.Al parecer es una persona insufrible. Simplemente, te fijas en otros. Es inevitable.Asi que esa separacion vale, si esa persona esta muy lejos de ti.

Javier Melendez dijo...

Magnífico texto, Ana. A contracorriente de la corrección política. Quizá ninguna de las artes se sostendría si arañáramos en la leyenda de sus creadores.

NáN dijo...

Qué bien que hayas escrito esto. Es un tema que tengo absolutamente claro: la separación entre la persona del artista y el artista. Últimamente la sociedad se está volviendo intolerante con esto. Yo no lo he sido nunca.

Un ejemplo: siempre que he ido a Venecia (una de las ciudades que más he visitado, siendo, como sabes, contrario a viajar), voy al cementerio de San Michele a dejar una rosa en la tumba de Ezra Pound, uno de mis poetas favoritos. ¿Qué era fascista? Vale, ¿y?

Me ha entusiasmado la defensa que has hecho de la obra del artista desconectada de su biografía.