lunes, 25 de julio de 2016

Des-enamorarse

Un día cualquiera, por ejemplo hoy, te das cuenta de que hace 10 días que la marca en el calendario que señalaba una ocasión única se te ha olvidado por completo. No es sólo que no te hayas acordado, es que no consigues recuperar la sensación de importancia que durante años ha acompañado el recuerdo de ese día. 

Sí, recuerdas qué pasó y cómo pasó. Recuerdas cada detalle, lo que cenaste, la ropa que llevabas puesta, las palabras que dijiste, las que escuchaste, pero todo lo ves como si fuera una película, como si no hubiera sido tu vida, como si tú no hubieras sido el protagonista. 

Ese día cualquiera, hoy por ejemplo, te das cuenta de que ha llegado el momento que creías imposible, el momento en el que te has desenamorado por completo de ese alguien a quien dijiste "jamás dejaré de quererte". No lo decías de mentira, en aquel momento era una verdad tan absoluta como que respirabas y, de hecho, querer a esa persona te parecía tan imprescindible para seguir viviendo como respirar. 

Pero ese día cualquiera, hoy, te das cuenta de que ya no le quieres y sigues viviendo. Feliz, además. 

Ese día cualquiera, hoy, descubres también que te has desenamorado de la persona que tú eras en aquellos momentos de enamoramiento. Ni siquiera te reconoces. Es una sensación de extrañeza tan intensa que te sientes un poco como si fueras Jim Carrey en el Show de Truman, sólo que en esta película tú eras el protagonista y el director que mantenía la fantasía. Cuando te desenamoras ves esa burbuja y te preguntas: ¿cómo podía creer que lo que había allí era todo y que fuera no podría respirar ni vivir? 

El día cualquiera en que te das cuenta de que te has desenamorado por completo, lo más sorprendente no es ¿cómo pude quererte tanto?, lo más inquietante es darte cuenta de lo ajeno que te resulta ese tú agonizante del pasado que pensó que jamás podría decir la frase "Me das igual". 


jueves, 21 de julio de 2016

El viejo de la playa

Los viejos van de beige. El beige es un color antiguo, tan antiguo como mi niñez. Recuerdo cuando descubrí cómo se escribía, ¿beige? ¿Y por qué no beis? ¿Beige? Es francés, me dijeron. 

Al beige, ahora, lo llaman nude o color arena, pero el  hombre viejo que pasea por la orilla va de beige. No sabe qué es el nude o el arena. Yo tampoco. 

Camina con pasos pequeños, muy pequeños. Va descalzo con bastón y gorrilla. También beige. La camisa que lleva, no sé si llamarla guayabera, tiene el encanto de la ropa que solo se saca en verano para venir a la playa. Quizás su mujer se la compró hace años "para que te la pongas cuando vayamos a la playa". Ella ya no está pero él se sigue poniendo la camisa beige. Quizás para recordarla, para no olvidarla, para seguir poniéndose lo que ella eligió para él. 

El hombre viejo es muy viejo. Ya no es ni siquiera mayor, está más allá.  Es viejo, viejísimo, y con la planta y la dignidad de serlo. No quiere ser joven,  o quizá sí, quizás mientras se quita la gorra con dificultad y espera a que su hija se la quite de la mano temblorosa está pensando "¿cuándo me he hecho tan viejo que quitarme la gorra se ha convertido en una hazaña?". Quizás añore ser más joven, quizás añore veranos con su mujer en los que él acarreaba la vida y no necesitaba que lo sostuvieran. Quizás añore ser joven pero es tan viejo que está más allá de intentar enmascarar su vejez. 

El hombre viejo termina su paseo. Camina digno, todo lo estirado que sus deformadas piernas le permiten. Al llegar a la sombrilla se sienta despacio, congelado en el esfuerzo. Le ayudan a quitarse la camisa beige y su piel también es beige. Del cuello le cuelga un apósito. Parece que se haya dejado puesta la pechera almidonada de un frac. Quizás le tapa una traqueotomía. El hombre viejo no habla. 

El hombre viejo lleva pañuelo de tela. Aferrándolo con fuerza se seca la boca. Tiene la calva llena de lunares. 

El hombre viejo que viste de beige repite su paseo cada día. Es la dignidad que da toda una vida andando descalzo por la orilla del mar. 


jueves, 14 de julio de 2016

Para mis hijas: mis pensamientos feministas


Para mis hijas

Sois mujeres porque os ha tocado en una carambola genética. Podríais ser hombres por la misma carambola. 

Ser mujeres no os hace ni mejores ni peores ni especiales. Ser vosotras sí. Unos días os hace mejores, otros peores y otros especiales. 

Podéis casaros o no. Tener pareja o no. Haced lo que queráis. Siempre habrá alguien al que no le parezca bien o que saque conclusiones absolutamente idiotas y desacertadas sobre vuestra elección. Alguien que puede ser hombre o mujer. 

Tendréis parejas, creo que hombres pero no lo sé seguro, que os romperán el corazón. Eso no hace malos a todos los hombres. 

No hay juguetes de niños o de niñas. No hay trabajos de mujeres o de hombres. No hay películas, libros, artistas de hombres o de mujeres. Pero vivimos en un mundo machista, asquerosamente machista que, a veces, intentará haceros creer que sí existen. 

Lo que hace o dice un hombre puede pareceros maravilloso. Lo que hace o dice una mujer puede pareceros una estupidez suprema. Eso no os hace menos mujeres ni menos feministas. 

Depilaros y maquillaros no os hace mujeres oprimidas por los hombres y la sociedad. No hacerlo tampoco os convierte en líderes de la resistencia ni del Frente Popular de Judea. 

Valorad las ofensas en su justa medida. Si un hombre os mira las tetas por la calle y os dice algo ofendeos y defenderos... pero no lo pongáis a la altura de llevar burka, la ablación del clítoris, una violación o un asesinato machista. 

Un piropo puede ser un halago o un reconocimiento a algo que hacéis bien. Que os guste no significa que estéis oprimidas o seáis tontas. Por supuesto puede ser muy ofensivo, protestad. 

Ser madre no os hace más mujeres ni mejores personas. 

Ser madre es exactamente igual de valioso, especial e importante que ser padre. 

No ser madre no te hace más libre. 

Tener hijos es tan estupendo como no tenerlos. Y tan malo.

No tener hijos es tan estupendo como tenerlos. Y tan malo. 

Tened opinión. Cambiadla. No pasa nada.

Que nada os dé igual. Sentid, cabrearos, reíros, llorad, subid el tobogán, bajadlo. 

El consejo de un hombre puede ser interesante, necesario y valioso. O puede ser una gilipollez ofensiva. El de una mujer también. 

Trabajad para ser independientes. 

Pelead con los inútiles, da igual si son hombres o mujeres. La tontería está igualmente extendida entre unos y otros.
Hay hombres peligrosos. Huid de ellos.
Hay muchos hombres idiotas sin solución. Y hay muchos otros que nunca se han parado a pensar en si las cosas que hacen pueden ser ofensivas y machistas. De los primeros huid, a los segundos enseñadles. 

Hay mujeres tóxicas.

Hay muchos hombres machistas e idiotas. Las dos cosas van juntas. Hay muchos más que no lo son.

Un hombre puede defender y apoyar a las mujeres. Los hombres pueden ser feministas, de hecho deben serlo. 

No lleváis burka, podéis trabajar, tener hijos o no tenerlos, vivir solas o con pareja, tener mil parejas. Podéis denunciar, pelear, gritar cabreadas. No olvidéis que, a pesar de todo, sois privilegiadas. Hay otras que no tienen esa suerte... no lo olvidéis. Gastad fuerzas y energías en pelear por ellas más que en ofenderos porque os abren la puerta en un edificio.

Vais a hacer tonterías por amor, tonterías alucinantes que no creeríais. Las haréis porque estaréis en el planeta del amor, no porque los hombres os opriman.

El sexo es bueno. Usadlo  con criterio y protección. Disfrutadlo. Llevad condones siempre.

Podéis tener amigos hombres sin que sean vuestra pareja. De hecho espero que los tengáis...

Aunque viváis en pareja guardad siempre un espacio para vosotras.

Si algún día os encontráis diciendo "es que mi pareja no me deja" o "no le va a parecer bien"... replantearos esa relación.

Hablad la una con la otra.

Tened cuidado.

Sois chicas con suerte, disfrutadlo. 

martes, 12 de julio de 2016

Di No a la pajarita


—¿Vas a llevar corbata?

—No, yo paso de corbatas. Me aprietan el cuello, me agobian y no me gustan.
—Ajá
—Voy a llevar pajarita. 

"Voy a llevar pajarita", dice tan contento como si la pajarita se llevara alrededor de la muñeca, detrás de la oreja o en la punta del zapato. 

Pajarita No. Pajarita Go Home. 

No, no y no. 

Hombres del mundo, ¿quién os ha engañado para rescatar de algún baúl secreto, olvidado y oculto las "corbatas de lazo"? ¿Quién os ha engañado para haceros creer que la corbata es rancia y la pajarita cool? Y sobre todo ¿por qué os hacéis eso? 

Solo hay una ocasión en la que la pajarita es buena idea, solo hay un momento vital en el que llevar pajarita es la mejor elección, la única posible, el acierto seguro. 

—Hola, hemos venido a decirte que te hemos elegido para protagonizar la siguiente película de James Bond.
—¿Llevaré esmoquin?
—Por supuesto.

Ahí Sí. James Bond + esmoquin= pajarita. 

El resto del tiempo la pajarita es siempre MAL. ¿Qué dice la pajarita de ti?

Quiero ser original.

Lo he dicho cienes y cienes de veces, la originalidad mal entendida la carga el diablo y es el camino más rápido para hacer el ridículo. Además, llevar pajarita hace 20 años a lo mejor (lo dudo) era original, ahora vas a una boda o a un evento y hay cientos de tíos "originales". 

No soy nada sexy.

Conozco pocos hombres con la habilidad suficiente como para hacerse un nudo de corbata normal a la primera. En muchísimos trabajos ya no es obligatorio ir de traje y los hombres se han librado de llevar corbata, y la evolución humana los ha llevado a perder esa habilidad junto con otras, como orientarse sin navegador. 

Pocos son por tanto los que saben anudarse la corbata pero no conozco ninguno que sepa hacerse el nudo de la pajarita. Un tío con pajarita dice "tengo 10 años y llevo una goma debajo del cuello de la camisa". No pasa nada, no tiene mayor importancia, pero toda la supuesta prestancia que pueda tener una pajarita se pierde. 

Además, lo único medianamente sexy de una pajarita es la posibilidad de tirar de uno de los extremos del lazo y que quede colgando del cuello del hombre y, a partir de ahí, tirar del hilo... y lo que surja. Quitarle la goma alrededor del cuello es igual de sexy que una faja color carne. Cero. 

La señora, ¿qué quiere tomar?

Lo siento pero yo veo un tío con traje y pajarita y mi cerebro empieza a pensar en qué deseo beber o si el hombre está gordo en qué quiero del menú y en estar atenta por si me va a contar lo que hay fuera de carta. 

De un hombre con pajarita casi espero que se dirija a mí diciendo "un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo ¿qué puedo traerle?"

Sé bailar. 

Un hombre con pajarita por la misma razón por la que no quiere ser su padre ni un señor recién llegado de los 70 debería saber bailar. No quiere ser su padre, no quiere ser aburrido, no quiere ser como todos y, por tanto, sabe bailar. Y cuando digo saber bailar, no me refiero a contonearse espasmódicamente de una manera completamente arrítmica ni a brincar como un titi en celo con los brazos en alto, gritando. 

Saber bailar es saber bailar, es ser Fred Astarire o Gene Kelly o, por lo menos, Clint Eastwood en Los Puentes de Madison. Es deslizarse, tener ritmo, mover los pies y no pisarme.

Por todas estas razones un hombre con pajarita (si no eres James Bond) distrae. En vez de pensar en si me gusta o no me gusta, me atrae o no me atrae, mi mente se dispersa imaginándomelo delante de su armario abrochándose la goma y pensando “qué original soy”.

Voy a llevar pajarita ¿Qué te parece?
—Preferiría que no.


jueves, 7 de julio de 2016

Ensayo sobre la merienda



La merienda; no me puedo creer que no le haya dedicado un ensayo a esa maravillosa, excelsa, innecesaria y por tanto placentera comida. 

La grandeza de la merienda reside en que jamás se hace por hambre. Se merienda por gula, por placer, por deseo, por llorar, por nervios, por olvidar, para desahogarte, por rabia o por las risas.  
Hay dos tipos de meriendas que no me interesan nada: 

-las meriendas infantiles, que son un coñazo. Las madres preparan meriendas porque las tardes con niños se hacen eternas y hay que buscar algo que hacer y porque están llenas del concepto "que mi niño coma sano". Eso convierte un placer culpable en una obligación saludable. Cuando el niño no quiere merendar lo que le dan, la madre se siente fatal por no ser capaz de conseguir que a su niño le apetezca una manzana en trozos y todo se convierte en un sinvivir.

-las meriendas de señoras mayores con rebeca y bolso en cafeterías. De esto no puedo hablar todavía, no soy una señora mayor y no llevo rebeca. Las veo con sus cafés y sus poleos y sus croissants cortados con cuchillo y tenedor, y tengo escalofríos. 

Tras la etapa infantil, y cuando tu madre decide que ya has alcanzado el desarrollo suficiente como para que le dé igual que comas o no, se abre una época de descontrol merendil. 

Hay gente, indocumentados sin criterio, que opta por dejar de merendar para siempre. Se les olvida que ese gran placer existe y saltan alegremente de la comida a la cena. Bueno, no tan alegremente, suelen ser gente triste, gris... insulsos. 

"Yo nunca meriendo" comentan con un orgullo que a mí me resulta inconcebible. 

Otra gente, infelices para siempre, caen en la trampa de las cinco comidas al día de todas las revistas de "siéntete guay comiendo alpiste y cosas con el mismo sabor que el corchopán" y no se saltan la merienda pero la convierten en una estación del Vía Crucis. Gente que merienda una loncha de pavo transparente, unos arándanos salvajes de la Conchinchina o un biscote ligero con semillas y una porción de queso fresco (algún día tendremos que hablar de cómo esa masa blanca consiguió que la llamáramos queso).  

Si estos dos grupos siguen creciendo es posible que las meriendas pasen a ser una especie en extinción, pero por ahora estamos a salvo de este desastre. 

Afortunadamente, todavía quedamos unos cuantos irreductibles que cultivamos el noble arte de la merienda. Resistimos y aunque hay días que no podemos merendar porque la vida no nos deja... mantenemos como podemos ese placer culpable aunque  hemos perdido protocolo, rutina y prestancia. 

Para empezar hemos perdido el horario. Las cinco y media es una hora absurda porque o has comido demasiado tarde y se te olvida que puedes volver a comer o estás trabajando o, en vacaciones, te estás echando la siesta. Merendamos en un rango de horario que va desde que te asalta la necesidad imperiosa de comer algo hasta el minuto antes de que lo que comas pase a considerarse "picar algo mientras preparo la cena". 

Las formas también las hemos perdido. De niño puedes sentarte en la cocina o comer en el parque y cuando llevas rebeca y el pelo blanco  te acomodas en tu mesita de Embassy. En los 70 años que separan ambos momentos pocas son las ocasiones en las que puedes sentarte en tu cocina a tomarte un vaso de leche con galletas untadas de nocilla o un bocadillo de queso o una tostada con tomate. La merienda se convierte en algo más parecido a una operación de guerrilla, un acto clandestino que realizas a medio camino entre un lugar y otro, entre una tarea y otra. Compras una palmera de chocolate y te la comes por la calle o en el coche, entras en la cocina y, de pie delante de la nevera, te zampas 4 quesitos y un puñado de picos o media tableta de chocolate y dos sobaos. 

Los merendadores, aún así, estamos perdiendo espacio público. La cena tempranera se está imponiendo, invadiendo el espacio de la merienda tardía y cada vez más gente te pregunta ¿merendar, pero qué dices? Menos mal que nosotros, los merendadores, cuando nos cruzamos por la calle con nuestras palmeras de chocolate compradas en una incursión rápida en una pastelería, nos reconocemos por el brillo de los ojos y por la alegría de nuestro caminar. 

Pronto los merendadores seremos clandestinos o no seremos y nos reconoceremos por los bigotes de leche (entera, por supuesto). 


martes, 5 de julio de 2016

Un viernes, un sábado y un domingo

"Escribir es seleccionar. Para empezar un escrito tienes que elegir una palabra y sólo una de entre un millón. Ahora sigue. ¿Cuál será tu siguiente palabra? Tu siguiente frase, párrafo, sección, capítulo. Tu siguiente hecho. Tú seleccionas lo que va y lo que se queda fuera".  (Anotación aparecida en mi cuaderno de procedencia desconocida)

Viernes. 

125 kilómetros con solo unas gotas de atasco en los túneles. Mi piscina favorita un año después. Es de agua salada y en ella entro en trance, a partir del tercer largo no sé si voy o vengo. Me pico un poco con el nadador de la calle de al lado que lleva un neopreno. Me destrozo los hombros nadando medio km con palas duras. ¿Será nadando con palas como Charlize Theron ha desarrollado esas espaldas? 

Salgo de nadar despeinada por dentro y por fuera y siendo la mejor versión de mí misma. ¿Quién decía el otro día que a Charlize le "sobraban" dos cm? A Charlize no le sobra nada. 

Una maleta para 3 meses. La historia de mi vida cuelga de las perchas: el vestido que me compré por 6 euros en un Carrefour hace 15 años, las dos faldas hippies que cada vez que me pongo me provocan borrachera, los pantalones cortos que me empeño en mantener a pesar de que tengo que sujetármelos con la mano porque se me caen... quizás debería ir a las rebajas. Quizá pero, ¿para qué? Guardo ropa pensando "esto para un día especial" y al final de temporada descubro que ningún día me ha parecido lo suficientemente especial como para ponerme ese vestido o camiseta y que el día más especial del verano me pilló con una camiseta guarrera y un bikini con gomas desgastadas. 

Me acuesto con la ventana abierta de par en par... huele a verano de taparme con la sábana. 

Sábado

Intento escribir en pijama en mi cuarto. Lo consigo a duras penas, probablemente porque no consigo concentrarme y porque hay 4 personas entrando y saliendo de mi habitación. Desisto y me voy a tomar el aperitivo con un casualidad cósmica que conocí por twitter y que después de 2 tortillas de patata, 15 croquetas, unos cuantos vermús, tintos de verano y un polo de poleo menta descubro que es casi un error de matrix porque a pesar de ser solo conocidas virtuales... resulta que conoce a todo mi entorno. 

Pasan trenes. 

Apenas conozco media docena de canciones pero me flipan. Ellos no son ni simpáticos ni empáticos. Por no ser, ni siquiera parecen de la misma banda: tocan sin mirarse, sin dirigirse la palabra, como si cada uno de ellos estuviera metido en una burbuja que los aislara de lo demás... pero me encanta el concierto. 

Soy la chica de amarillo en el concierto de Wilco.

Me acuesto con la ventana abierta... huele a verano de noches con calma. 

Domingo. 

Me despierto con un resto de algo incómodo pegado al sueño. Sin moverme intento pensar qué es. Flashes de una pesadilla con un hombre de rojo. Un sueño de esos de los que no consigo librarme, imágenes que se quedan atrapadas en mi memoria y saben amargas. 

Desayuno para olvidar. Pinto una valla para camuflarme. Es un trabajo manual en el que puedo parapetarme y que me permite pensar a la vez. 

Leo. 
"Sea como fuere, pocas veces conseguimos alcanzar tanta sabiduría. Pocas veces conseguimos mirar nuestra obra con verdadero amor. El amor verdadero por nuestra obra conserva siempre un ojo irónico y divertido; así como en nuestra vida toda pasión amorosa es imperfecta si no la ilumina una mirada divertida, aguda y penetrante del conocimiento". (Natalia Ginzburg)

Me baño. Bajo a la compra y el súper está cerrado. Siesteo, aunque sé que me sentará mal...

Por la ventana abierta de par en par... sale volando mi inspiración. 


viernes, 1 de julio de 2016

Lecturas encadenadas.Junio

La banda sonora de mi agotador, extenuante y eterno mes de junio es esta "Estoy loco por el tenis, me encanta su juego tan emocionante, estoy loco por el tenis, me encanta su ritmo tan electrizante." En este mes he odiado y amado ese deporte con todas mis fuerzas. Soy una chica de extremos.

Empecé el mes con un comic que compré en la Feria del Libro a los Tipos Infames, El árabe del futuro (Vol.II) de Riad Sattouf. Esta segunda entrega de la vida del dibujante sirio afincado en Francia es bastante más floja que la primera. Me ha gustado pero sin alardes, la sorpresa por el dibujo y por el enfoque de la historia desaparecen sepultados por una sucesión de anécdotas y situaciones de la vida de la familia en Homs durante la infancia de Sattouf. Las sensaciones de claustrofobia y tensión permanente en la vida diaria permanecen y uno empieza a preguntarse las razones de la madre para aceptar esa vida. Veremos si Riad consigue remontar un poco el vuelo en la tercera entrega. 

Open de André Agassi ha sido mi encontronazo con el tenis en su versión más coñazo. ¿Por qué he leído este libro? Hace un año empecé a ver reseñas en distintos blogs y medios sobre este libro, todas elogiosas calificándolo como "entretenido".  Como el tenis me interesa cero y tengo libros entretenidos para aburrir lo descarté sin más... pero resulta que tras la maravillosa lectura de El bar de las grandes esperanzas, descubrí que el verdadero escritor de las memorias de Agassi había sido J.H.Moehringer y claro, caí en las redes de Agassi (perdón por el juego de palabras tan obvio)

Open es un especial del Hola, tal cual. Lo mejor del libro con muchísima diferencia son las 20 primeras páginas en las que se nota que Moehringer creía en el proyecto y lo cogió con muchas ganas. En esas 20 primeras páginas que cuentan un día de la vida de Agassi con 36 años, a punto de retirarse, plagado de dolores y de temores, empatizas con él completamente y, sobre todo, decides seguir leyendo para saber cómo ha llegado hasta ahí. Lo malo es que 30 páginas después el nivel de empatía con Agassi está en números negativos, Moeheringer ha dejado de creer en el proyecto y el libro se convierte en una sucesión de anécdotas y partidos de tenis que construyen una montaña enorme que escalas para descubrir que cuando llegas al final no hay nada. Resumiendo, en la página 15 quieres saber todo sobre Agassi y en la 50 descubres que ya lo sabes todo. 

Leer Open es como ver un partido de tenis en una sobremesa perezosa de verano: pelotazo, pelotazo, pelotazo... cabezada y cuando te despiertas siguen igual, pelotazo, pelotazo, pelotazo. Vuelves a dar una cabezada y te despiertas sudada y todo sigue igual, pelotazo, pelotazo, pelotazo. Se me ha hecho eterno. Se me ha hecho "bola". 
  
Eso sí, Open es una lectura fabulosa para la playa, la hamaca y el encefalograma plano. 

Con este balance claramente negativo de las lecturas de junio llegué al día 25 y empecé una remontada espectacular, claro que hice dos apuestas seguras. 

Mi primera apuesta segura fue volver a mi adorado Amos Oz que jamás defrauda. Amos Oz es  un remanso de agua fría que te hace revivir, pensar, revolverte incómodo y al final entrar en calor. 

La historia comienza. Ensayos sobre literatura  es una clase de Oz, una clase sobre literatura, sobre como escribir un relato o, más concretamente, como empezar una historia. Oz analiza varios comienzos de relatos y novelas para enseñarnos como en las primeras líneas, en los primeros párrafos los escritores muestran sus cartas, o en palabras de Oz, ofrecen las condiciones del contrato que el lector debe aceptar (o no) para adentrarse en la historia. La voz narrativa, la situación, el ambiente, el tempo, todo queda (en teoría) marcado al principio de cada historia. Oz meticulosamente recorre las líneas, analiza y nos enseña ese contrato para demostrar después como unas veces ese contrato se cumple y otras no.  Los relatos que analiza son casi todos de escritores hebreos desconocidos aunque habla también de Gabriel García Marquez, Chejov o Chandler y de todos se aprende y se disfruta pero lo mejor de este libro son el prólogo y la conclusión que son puro Oz. 

El prólogo es maravilloso, me ha recordado a "Si una noche de invierno" de Italo Calvino y es una pieza para volver a leer y releer, para subrayar y doblar todas las esquinas. 

"Una página en blaco es en realidad una pared encalada sin ninguna puerta ni ventana. Empezar a contar una historia es como tontear con una persona totalmente desconocida en un restaurante." 
Y la conclusión es igual de fabulosa. 
"Érase una vez, en una playa nudista, un hombre desnudo, gozosamente absorto en un número de Playboy. Como aquel hombres, es en el interior, no en el exterior, donde debe estar el buen lector cuando lee". 
Mi segunda apuesta segura para terminar junio en todo lo alto era David Foster Wallace hablando de tenis. De alguna manera tenía que recuperar la fe en el tenis y en la escritura y me lancé a leer "El tenis como experiencia religiosa". Lo primero que hay que decir es que David Foster Wallace es para leer de pie o de rodillas, con la boca abierta y el cerebro diciéndote ¿pero como se puede escribir tan bien? Leerle es disfrutar salvajemente. 

En este breve volumen editado por Randon House se recogen dos artículos sobre tenis que publicó en la revista Tenis en el año 96 y en el New York Times en el 2006. En el primero de ellos pasamos el día con él en una jornada del Open de Estados Unidos, juegan Sampras y Philippussis pero eso es lo de menos. Foster Wallace nos habla de tenis, de comida rápida, de ricos, de pobres, de sobornos, chantajes, olores, bebidas, precios... de absolutamente todo. No te lo cuenta estás allí con él disfrutando de su ingenio, su sentido del humor y su cabeza, una cabeza privilegiada y un poco desequilibrada. Y te ríes a carcajadas. 

Así escribe sobre tenis
" ..Sampras, que no es precisamente   un especialista de globos altos, parece casi fragil, cerebral, poeta, al mismo tiempo sabio y triste, cansado de esa forma en que solo se cansan las democracias..."
"Sampras, por otro lado, parece flotar como si fuera caspa por toda la pista.  Philippoussis es como un ejército de tierra grande y terrible; Sampras es más naval, más de la escuela de acercarse con sigilo y rodear al rival. Philippoussis es oligáquico: él tiene su voluntad y busca imponerla. Sampras es más democrático, es decir, más caótico y también  más humano."
O sobre el público de la sesión de noche: 

"Tienen expresiones más glaciales; los encuentros de miradas parecen peligrosos de la forma en que pueden ser peligrosos los encuentros de miradas en el metro. Las mujeres suelen llevar atuendos que te sugieren lo que puedes ver de ellas cuando no llevan atuendos".

O sobre los neoyorkinos en una de sus maravillosas notas a pie de página que pueden llegar a ocupar toda la página y, aún así, deseas que no acaben nunca. 

"La paciencia de los neoyorquinos para las multitudes, las colas y las esperas resulta muy impresionante si no estás acostumbrada a ella; son capaces de permanecer todos inactivos en lugares sin aire durante periodos extensos, con unas expresiones en los ojos que indican esa combinación neoyorquina única de meditación y depresión clínica, claramente infelices pero sin quejarse para nada." 
El segundo artículo cuenta la final de Nadal y Federer en Wimbledon en el año 2006. Aquí David Foster Wallace se centra en Federer, en su persona, personalidad, la manera de jugar, lo que transmite y lo que significa para el tenis. Es un ensayo menos loco que el primero pero igual de fabuloso. Solo alguien como él es capaz de  hacerte leer dos artículos seguidos sobre tenis y no solo enamorarte del deporte (que en mi caso después del suplicio de Agassi tiene mucho mérito), además, transmitirte el ambiente, el interés del deporte e incluso su épica. 

"La belleza no es la meta de los deportes de competición, y sin embargo los deportes de élite son un vehículo perfecto para la expresión de la belleza humana. La relación que guardan ambas cosas entre sí viene a ser un poco como la que hay entre la valentía y la guerra." 

Leed a David Foster Wallace y a Oz. De pie o de rodillas.

Y completamente loca por el tenis y un bizcocho hasta los encadenados de julio.