miércoles, 30 de diciembre de 2015

Hombres fantásticos (II)

Esta es una fantasía canalla. Una fantasía de garito con barra, taburetes y copas. Con poca luz y mobiliario oscuro. Con humo y olor a tabaco.

De alguna manera, y aunque no pegue, tengo que conseguir encajar algo de comer en esta fantasía. Si me dedico a beber con mi hombre fantástico sin comer nada,  no seré capaz de articular palabra y, sin algo que empape el alcohol, no me fío de mi misma:  soy capaz de las peores cosas y prefiero evitar el ridículo incluso en mis fantasías.

Hemos quedado en un bar habitual para él, un bar en el que lo conocen, lo llaman por su nombre y saben que, llegado un punto de la noche, le gusta comer algo que empape todo lo que está bebiendo. ¿Qué comemos? Un buen bocadillo, algo ilustrado, algo caliente, con queso. Y también hay aceitunas y alpiste de ese para humanos que te ponen con copas y que es un vicio infernal y da muchísima sed para seguir bebiendo.

Yo no conozco el bar, no sé dónde está. Tengo una vaga idea y, como siempre hago, me niego a usar el navegador del móvil y confío en mi sentido de la orientación. Al salir de casa me he dicho "Sí, más o menos sé dónde es". Y, más o menos, lo he encontrado, lo que quiere decir que estoy dando vueltas caminando por el barrio y llego veinte minutos tarde. Por fin lo encuentro: una puerta que pesa un quintal y que, al cerrarse, me deja en un espacio oscuro en el que casi no veo. Me adentro en el bar quitándome el gorro y los guantes que, nerviosa, intento embutir en los bolsillos de mi trenca de Jane Fonda en Descalzos por el parque.

Él está en la barra, al fondo, sentado en un taburete. No nos conocemos pero me reconoce. La verdad es que sí nos conocemos pero no se acuerda; o quizás sí, no lo sé y he decidido no preguntárselo hasta que esté en confianza. Si no se acuerda, será violento y, si se acuerda, mejor que me lo diga él.

Bebemos vino para empezar. Yo me tomaría un gintónic? de buenas a primeras. Total, son las ocho de la tarde, una hora tan buena como cualquier otra; pero sé que, si empiezo así, lo mismo a las doce soy sólo una ameba balbuceante. El plan nos sale rana porque, después de enchufarnos una botella en cuarenta y cinco minutos, decidimos que mejor copas directamente. Van cayendo las copas mientras la conversación fluye.

Le dejo hablar al principio, al fin y al cabo él es la fantasía y yo ya me conozco y puedo ser un loro descontrolado si me dejo ir, así que le dejo hablar. De lo que quiera, (casi) todo me interesa; sólo hay un tema del que no quiero hablar, de fútbol.

Poco a poco, y según vamos entrando en calor, con el vino y la conversación, le pregunto cosas. Le hablo del Panteón de Roma del que vi un documental/charla el otro día y me recordó a su libro Historias de Roma y un fin de semana de junio de 2001 en el que me senté en una terraza de la plaza del Panteón después de un agotador día de turismo. Hacía un calor espantoso, me tomé una cocacola? y luego entré en el Panteón. Recuerdo la oscuridad al entrar desde la intensa luz de la calle, el frescor y una sensación que jamás he tenido en ningún otro edificio: inmensidad a escala humana. Tiempo detenido.

De repente me doy cuenta de que él me mira fijamente y me callo.

¿Estoy hablando mucho? Perdona. 
No, para nada, Molinos. 

Ja. Se acuerda. Sabe que soy yo. Qué perro, ha esperado el momento justo en el que me he relajado, he olvidado que nos conocíamos y me lo ha soltado a bocajarro.

Hablamos entonces de ese día, del día que nos conocimos. De lo petada que estaba la librería, de mi trenca roja y, lanzada ya sobre mi tercer gintónic?, echaría espumarajos por la boca hablando de Pérez Reverte y las cosas que le oí decir aquel día. Se acuerda hasta de las fotos.

Mientras nos comemos el bocadillo ilustrado le digo que Memorias líquidas es como un polvo a medias: cada vez que el capítulo, la historia o la anécdota coge temperatura, se pone los calzoncillos, saca la mano de dentro de mi camiseta y se marcha dejándome a medias.

Ahora sí que estoy hablando demasiado. 
No, estamos bebiendo demasiado pero ya nos preocuparemos mañana. 

Lanzada por la pendiente de la confianza, solos en el bar y con todo el tiempo del mundo le pregunto cómo es vivir sin preocuparse del curro. Cómo es trabajar sabiendo que, escribas lo que escribas, habrá gente deseando publicarlo y gente deseando leerlo. Hablaríamos de Judt y de qué pensaría de la situación actual, de la enfermedad terrible, cruel y horripilante que lo mató y de cómo fue capaz de contarlo. Él habla, como yo, moviendo las manos. Manos pequeñas y finas. Seguro que están frías.

Hablaríamos de la muerte. No sé muy bien cómo. No le gusta hablar de eso. Lo puede la emoción. Le diré solo una cosa, que nunca lo había pensado pero que la muerte de un hijo es la versión más terrorífica del luto hacia delante.

El camarero que lo conoce hace tiempo que ha recogido todo,  ha hecho caja, limpiado la barra, vaciado el lavavasos y colocado todo en su sitio.

- Lo siento pero ya os echo. 

Salimos a la calle. Es hora de irse. Somos adultos borrachos pero responsables.

Me pongo la trenca mientras sujeta la puerta y el gorro mientras salimos a la calle. Caminamos con las manos en los bolsillos para volver a casa.

- ¿No te he dicho nada de tus orejas todavía, ¿no? 
- Jajajajaja... ahora ya sí. 

lunes, 28 de diciembre de 2015

Mujeres y sufragistas

Su fra gis tas. ¿Qué es eso?
Entradas para el cine.
Eso ya lo veo pero, ¿qué son sufragistas?
Sufragistas fue el nombre que les pusieron a las mujeres que hace 100 años lucharon para que las mujeres, para que yo, para que tú, podamos votar. 
¿No podíamos votar?
No
¿Por qué? 
Porque los hombres no querían, no nos dejaban. Pensaban que no sabíamos votar. 
Pero... ¿Cómo no vamos a saber votar? Si eso es facilísimo. Eliges cuál te gusta más, pones su papeleta y la echas. 
Ya, pero ellos pensaban que nosotras no íbamos a saber elegir. 
Eso es una tontería y no lo entiendo.
Lo sé, pero es que hace 100 años no podíamos votar y hace 35 no podías abrir una cuenta en el banco sin que tu marido te autorizara y no podías trabajar y no podías separarte de tu marido aunque quisieras. 
Pues qué suerte tengo... yo voy a poder hacer todas esas cosas. 

*************

Después de esta conversación me fui al cine a ver Sufragistas. La sala estaba llena y al terminar la película, al fundirse a negro la pantalla y aparecer los rótulos mostrando el año en que las mujeres consiguieron el derecho a votar en distintos países, nadie se movió. Tímidos aplausos y después toda la sala aplaudiendo y algún grito de bravo. 

Sufragistas no es una gran película cinematográficamente hablando pero consigue llegar al espectador, consigue llegarte a ti, sentado en tu butaca de 2015 con tus derechos conseguidos. Derechos que sin pensarlo has dado por hechos, como si fueran obvios, como si fueran evidentes, como si fueran tan de cajón que es imposible no tenerlos. 

Es una película muy dura que quiero que vean laz princezaz. Quiero que la vean y se den cuenta de la suerte que tienen y de que lo que tienen, lo que disfrutan sin pensar, sin poder creer que otra cosa sea posible, lo tienen porque hubo otras antes que nosotras que pelearon por ello. Otras y otros que pensaron "Eh, esto no está bien, no es justo" e hicieron todo lo posible por cambiar una situación establecida e injusta. 

Al salir del cine pensé en mi conversación con C por la mañana. Por un lado me preocupa que mis hijas den cosas por supuesto, que las den por hecho, que no las aprecien ni valoren. Por otro, me alegro de que vean el absurdo de la desigualdad, que les parezca inconcebible y completamente idiota que hombres y mujeres no tengamos los mismos derechos, que las mujeres cobren menos o que uno no pueda casarse con quien le dé la gana sea del sexo que sea. 

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Al llegar a casa vi Querido papá, un video promocional de una asociación noruega para alertar, concienciar, prevenir contra la violencia de género. 


Lo he visto varias veces y no sé si me gusta. Tengo sentimientos encontrados. Me parece necesario, me parece muy realista en muchas de las situaciones que presenta de manera muy cruda pero, a la vez, me parece que se queda corto unas veces y se pasa de frenada en otras. 

Nacer mujer tiene muchas desventajas ahora mismo. Lo sé perfectamente, de hecho siempre he dicho y lo he escrito aquí: que si volviera a nacer me gustaría ser hombre; pero no todo es tan terrorífico. Lo fue, lo ha sido, lo es en muchas partes del mundo, lo es para muchas mujeres en nuestro entorno, pero no naces mujer y estás abocada a sufrir maltrato, insultos y vejaciones. Puede pasarte, claro que si, pero puede no pasarte. ¿Quiero decir que no es necesario este tipo de campañas? Para nada, pero me gustaría que igual que se hacen estos mensajes terroríficos, se pudieran hacer otros, igual de reales, que en vez de asustar reafirmaran a las mujeres, a las jóvenes en su personalidad, sus derechos y en una posición en la que sepan que deben defenderse y no aceptar una realidad que muchas veces será machista, que las denigrará o lo intentará, y contra la que tienen que rebelarse. 

Otra cosa que no me gusta y que llevo pensando desde ayer es: ¿por qué no hay campañas hacia los hombres? La campaña noruega se articula como un mensaje de su hija hacia su padre, para que su padre la cuide y cambie una realidad amenazante para ella. Creo, y sigo dándole vueltas, que el mensaje hacia ellos no debe ser "cuida de tus hijas, tu mujer, tu madre..." debe ser "no seas un mierda, ni un troglodita". Un tío que llama puta a una mujer que no quiere estar con él, llamará maricón a un homosexual, pensará que los inmigrantes son escoria y se verá a sí mismo como un ente superior. 

Una campaña para que los niños no sean trogloditas y se avergüencen de sus padres y una campaña para que las niñas y las mujeres sean conscientes de sus derechos y su valía. 

Hay que llevar a nuestros hijos a ver Sufragistas. A todos. 

martes, 22 de diciembre de 2015

El síndrome de la Señora Robinson

Hace muchos muchos años, en uno de esos momentos absurdos e idiotas de mi vida, decidí autoimponerme una norma. 

"Nunca me gustará, ni me liaré, con alguien que sea más joven que mi hermano pequeño". 

Me sorprende que ya tuviera claro por aquel entonces que puedes liarte con alguien que no te gusta. Por otro lado, teniendo en cuenta que esta decisión la tomé hace muchos años y que me llevo 10 con mi hermano pequeño, supongo que en su momento era una norma para no lanzarme a corromper menores. Repasando aquel momento vital me doy cuenta de que debía estar borracha o extrañamente eufórica para creer que cualquier menor iba a fijarse en mí. 

La cuestión es que han pasado un porrón de años desde aquel entonces. Pobrehermano Pequeño y yo seguimos llevándonos 10 años pero, ahora mismo, los hombres que son como él tienen la edad que yo tenía cuando nació mi segunda hija. 

Antes de que este post se desmande, quiero aclarar que no me gustan los hombres más jóvenes que yo, nunca me han gustado. Bueno, vale, mi primer novio era casi dos años más joven que yo pero de eso hace mucho, fue una mala idea desde el minuto 1 y yo era idiota. Me gustan los hombres mayores, no vetustos pero mayores que yo desde luego, y la cuestión es que últimamente no paro de encontrarme con jovenzuelos. 

El proceso es más o menos así:

- Conozco a un hombre o leo una entrevista o le escucho en la radio, o cualquier otro encuentro casual. Ni me planteo cuántos años tendrá, porque doy por hecho que su rango de edad estará entre los 38 y los 58. 

- De pronto el susodicho, en el transcurso de una reunión de trabajo, unas cañas con amigos, un par de mails o lo que sea dice algo que hace que me ponga como un perro de caza. "Estoy terminando la carrera", "Cuando yo hice la ESO", “¿Qué es un hulahop?”, "Jennifer Anniston es vieja" o "Yo jugaba con los Pokemon". Se me eriza el pelo, las orejas se me despegan de la cabeza y dejo de prestar atención a la conversación, porque mi cerebro empieza a hacer conjeturas. A lo mejor tiene hermanos pequeños o un síndrome de Peter Pan muy agudo, o es capaz de viajar en el tiempo...

- Para salir de dudas no queda más remedio que aplicar el Test de Pobrehermano Pequeño, que es como el Test de Bechdel pero adaptado a mis circunstancias. 

Pero, ¿cuántos años tienes? 

28, 30, 27. 

Oigo mis engranajes cerebrales chirriar calculando fechas de nacimiento. Por mi cabeza pasan efemérides: Naranjito, Barcelona 92, mi primer novio, mi primer pol... mi primer coche y entonces llego a una conclusión espeluznante: Dios mío, estoy tomando cañas con alguien que se lleva más años conmigo que con mi hija de 12 años. 

Automáticamente, ese hombre deja de ser un hombre y se convierte en un tipo entrañable al que me veo poniendo un colacao. Al mismo tiempo, una banda sonora toma posesión de mi cerebro: Simon y Garfunkel y sus armonías vocales suenan en mi cabeza a todo volumen: Hey, hey, hey, hey.... 

Me visualizo con canas (visibles), cruzando las piernas, fumando y por un nanosegundo pienso si ese jovenzuelo me ve como una vieja corrupia, aunque yo me sienta joven y estupenda. Después visualizo al susodicho mirando a mi hija y, antes de que me entren ganas de matar, tarareo el estribillo y me reengancho a la conversación de curro, las cañas o lo que sea, pensando que a lo mejor la norma de Pobrehermano Pequeño fue algo inteligente que mi yo del pasado hizo por mi. 

El test del Pobrehermano Mayor como cura del Síndrome de la Sra. Robinson y de la tentación de empezar a fumar. 



jueves, 17 de diciembre de 2015

12 años

Soy realista, de aquí a los doce años y medio serás más alta que yo y habrás llegado mucho más lejos que yo. Jamás he sido más alta que Abu y ella está extrañamente orgullosa de eso. A mí me gusta que seas más alta que yo y más guapa, y que nada te perturbe mucho ahora que eres casi casi adolescente. 

Cada año por tu cumpleaños, o cada vez que haces algo nuevo, recuerdo el día en que llorabas como un pequeño gremlin cabreado encima de la cama. Tenías una semana y yo te miraba, sobrepasada y desesperada por la maternidad, y pensaba ¿cuándo serás mayor? ¿Cuánto queda? ¿Cuánto falta? 

Puedo recordar las miles de veces que, durante estos doce años, he pensado ¿cuánto falta para que seas mayor? 

Ya no falta nada. Hemos llegado. Casi eres más alta yo, tienes llaves de casa, eres capaz de ducharte sola y, por fin, de lavarte el pelo sin dejarte espuma en él. Ha llegado el día en que podría heredar tus zapatos si no tuvieras el increíble superpoder de desintegrarlos hasta su completa desaparición. En un tiempo récord, además. 

El día que naciste era miércoles y hacía mucho frío. Hoy es jueves y si esto es un invierno yo soy Halle Berry, pero recuerdo perfectamente la estupefacción con que te mirábamos en la cuna. Eras minúscula y estabas gris. 

Han pasado doce años y no lo han hecho deprisa. Tu vida h cambiado, ya no eres minúscula ni gris. Nuestra vida también ha cambiado, pero seguimos mirándote con estupefacción. 

Me sorprende conocerte tanto y a la vez no conocerte nada. Cuando repaso lo que he escrito durante estos años sobre ti, cuando recuerdo las cosas que he pensado o las sensaciones que he tenido contigo, me doy cuenta de que he acertado en algunas cosas que pensé sobre cómo serías con 12 años y en otras he desbarrado por completo. 

Te miro caminar por la calle, andar por el pasillo o dormir, y me alucina la inconsciencia que tienes hacia tu cuerpo. No te miras al espejo, no pones posturitas de adolescente, te da exactamente igual la ropa que llevas y, por supuesto, no te peinas. No sé si es dejadez, inconsciencia o, muy al contrario, madurez y seguridad en ti misma. Pareces estar extrañamente cómoda con tu cuerpo y tenerlo todo bajo control. Me deja estupefacta porque mi yo de doce años hubiera vendido su alma al diablo por un transplante de cuerpo. 

Continúas perfeccionando el superpoder de ignorarme. Definitivamente, no hablo en una frecuencia sonora que tú percibas o, directamente, tu mundo interior es mucho más interesante que lo que yo te cuento, pido o, muchas veces, grito. 

Tu mundo exterior ha comenzado a ser muy interesante. La parte buena es que lo compartes conmigo; la mala, que me lo cuentas en tiempo real. He perdido la cuenta de todas las anécdotas que empiezan por algo como "¿Sabes que a Santiago le han puesto un parte?" y terminan con tu hermana y conmigo dándote un ultimátum 25 minutos después, diciendo: "tienes hasta la siguiente esquina para terminar con esto". 

Me fascina mirarte. Cuando no estás de cháchara estás abstraída en tu mundo. Desayunas cada mañana frente a mí, las dos calladas, en un silencio cómodo. Devoras tus tostadas, te bebes el Nesquick dejándote churretes de chocolate por toda la cara y sales disparada al colegio después de haber calentado el abrigo en el radiador. 

Adiós mami, que tengas buen día. 
Adiós princesa. ¡Lávate la cara!

Te vas y pienso en lo mayor que estás. Y me encanta. 

Feliz cumpleaños de la docena,  Princeza de los ojos azules. 

martes, 15 de diciembre de 2015

No hago posts patrocinados


Casi todas las cosas que (me) pasan con el blog empiezan por un mail. 

"Estaríamos interesados en colaborar contigo. Nos gustaría publicar un artículo promocional en www.cosasqmepasan.com para uno de nuestros clientes. En caso se de ser así ¿Podrías decirme el precio de un post patrocinado, por favor? Más o menos ¿Cuánto tardas de media en publicar una vez se os da el aviso?"

El típico correo de agencia para pedir que escribas un post patrocinado. Por lo menos ofrecen pasta, la mayoría de ellos directamente pagan con "visibilidad" y el "beneficio de interconectar nuestras redes", que es más o tan valioso como una sesión de reiki curativo montada a caballo de un Unicornio. 

Es novedoso también que me pregunten precio, normalmente ofrecen unas tarifas tan atractivas como 25 euros haciendo que el reiki en unicornio parezca irresistible. 

¿Qué querrán que promocione que hasta me preguntan precio? 

"Nuestro cliente es una web dedica a los servicios de scorts de lujo, por lo que la temática del artículo estaría enfocada sobre escorts de lujo (en Barcelona)".

Scorts de lujo. O ¿es escorts de lujo? ¿Son cosas distintas? ¿Son lo que creo que son? y lo que es más importante ¿Por qué han pensado que mi blog es un sitio para escribir un post patrocinado sobre este tema? 

Con la boca abierta y los ojos fuera de las órbitas sigo leyendo:  

"No es necesario que hables directamente de ello, te dejo algunos ejemplos del blog del cliente para que te hagas una idea de qué temáticas escribir".

¿Escribir un post sobre scorts o escorts de lujo sin mencionarlo? Pero, ¿qué podría decir yo sobre eso? No sé absolutamente nada sobre el tema. Lo único sesudo que podría escribir no creo que fuera del agrado del comercial despistado que me contacta. 

Si  me pusiera en plan chistosa, hablaría  sobre sexo en un Ford Escort, experiencia que no he tenido nunca. Quiero decir en un Ford Escort porque sobre experiencias sexuales en coches algo sé. Que levante la mano el que no ha pasado por ese momentazo del después automovilístico en el que te das cuenta de que has encajado la pierna en un escorzo imposible entre la palanca de cambios, el freno de mano y el asiento en un espacio en el que normalmente no te cabe un dedo cuando buscas una moneda. 

Fuera de bromas empiezo a pensar ¿Cómo funciona el marketing por internet? ¿Quién hace los estudios para los clientes y les aconseja un blog u otro? ¿Por qué esas empresas que supongo no cobran barato no se dan una vuelta por los blogs, por este en concreto y se dan cuenta de que no hago posts patrocinados?  ¿Por qué ese alguien ha pensado que a pesar de eso ofrecerme escribir un post pagado sobre scorts o escorts de lujo me parecería una buena manera de empezar?

¿Qué tipo de pensamiento enrevesado y retorcido tiene el que cree que un usuario de scorts de lujo en vez de teclear "escorts de lujo" en google para encontrar lo que quiere, se dará un rulo por un blog personal por si acaso?

¿Alguien cree que un lector de un blog personal va a linkar un enlace encubierto y al descubrir una web de scorts de lujo, descolgará el teléfono y llamará? 

No sé nada de marketing pero a mi me parece que algo huele a podrido en la venta que hacen las agencias del gancho que tienen los posts patrocinados. 

Contesto  "No hago post patrocinados". 




viernes, 11 de diciembre de 2015

Hombres fantásticos

Tengo fantasías con hombres. Con hombres concretos, con nombres y apellidos. Hombres que no conozco y que no me resultan especialmente atractivos pero con los que me construyo fantasías. Ninguno me gusta y no pretendo, en el hipotético caso de que mis fantasías se hicieran realidad, gustarles a ellos. Las fantasías están para disfrutarlas, juguetear con ellas, montarlas y desmontarlas, adornarlas y repensarlas,  no para pretender nada. Si los astros se alinearan y mis fantasías se hicieran realidad, lo único que me gustaría es que encontraran mi fantasía entretenida, medianamente interesante y que se echaran unas risas conmigo. 

Tengo una lista bastante amplia de hombres y fantasías pero voy a empezar por los que son ciencia ficción. Son fantasías posibles pero muy poco probables. Ellos están vivos, yo también y si se da una confluencia de planetas muy rara puede que nos encontremos. 

El primero de ellos me abriría la puerta de su casa a la que yo llegaría hecha un flan. Fantaseo con haberme tragado un par de copas de vino antes de llegar o ir a pelo y que sea lo que tenga que ser, pero este punto no lo tengo decidido aún. 

Me abre la puerta de su casa con una gran sonrisa. No una de cortesía sino una sonrisa de eres justo la persona que quería ver ahora mismo y me alegro de que estés aquí. Lleva unos vaqueros oscuros y un jersey de lana de punto gordo, con cuello redondo y sin camisa. Debajo debe llevar una camiseta guarrera, una de esas de publicidad o de "recuerdo del viaje de fin de carrera", es un tío al que le da la igual la ropa que lleve puesta. 

La casa tiene los suelos de madera oscura y está gastadísimo. Lleva mucho tiempo viviendo en ella y respira como él. No es una casa de esas que se parecen a otras mil o a las de las revistas de decoración. Hay cosas colgadas en el perchero, cosas de esas que dejas ahí hasta que se desintegran o, por fin, reconoces que ya no entras en ese abrigo o que pasó de moda hace 15 años. 

Después de dejarme pasar vamos a su estudio. Él se sienta en su sillón y yo en un sofá que hay cerca. Me siento como una niña buena y lo primero que hago es balbucear algo así como "Estoy cumpliendo una de mis fantasías", a lo que él responde con una carcajada y una pregunta sobre mis fantasías. Tenía que haberlo previsto pero no es así y entonces me lanzo a contar que hace años escribí en mi blog que... blablablabla. 

Entonces se me enciende la luz y le digo "Ja. Es la típica situación de uno de tus libros". Estoy pensando que seguro que me ha ofrecido algo de beber ¿café, té? Animada por la carcajada le he preguntado si no tiene vino. No, mejor le he llevado una botella de vino de regalo en el bolso. 

Hablaríamos de casualidades. Le preguntaría si cree que hay que ser valiente para escrutar tu vida y ver todas las casualidades que te han llevado a hacer lo que sea que estás haciendo en ella. Valiente para comprobar si alguna vez te dio tanto miedo seguir una casualidad que saliste corriendo. O a lo mejor no, a lo mejor las casualidades no son más que un entretenimiento mental. 

Le preguntaría porqué escribe libros malos. O mejor dicho si sabe que son malos cuando los escribe y si se asombra cuando a pesar de saber que son malos (horribles algunos... aunque esto sólo se lo diría mediada la botella) su editor le dice: es maravilloso. ¿Se siente un fraude?  ¿O piensa?: "bueno, ya he escrito cosas buenas, puedo permitirme alguna mierda"?

Querría saber qué lee, si tiene curiosidad por cómo suenan sus libros en otro idioma. Le contaría que una vez estuve a punto de tener su teléfono. Eso seguro que le interesaría... y me preguntaría por ello, lo que me llevaría a una súper historia de casualidades. Le contaría que he leído todos sus libros y que quitando un par de ellos, que tengo claramente diferenciados, los demás forman una especie de universo compacto en mi cerebro. Sería incapaz de decir qué personaje va en cada libro pero podría escribir una historia uniendo pasajes de sus distintas novelas. 

Le contaría que el pasaje de uno de sus libros me ha servido para ligar un par de veces o tres. Ja. Esta es una buena historia. Al contar esta historia ya estoy  tan cómoda que me he descalzado y tengo los pies en el sofá, hablo gesticulando con todo el cuerpo. 

Poco a poco se ha hecho de noche y tengo que marcharme. No me echa, pero es que yo tengo otro compromiso o sale mi avión, o no sé; la cuestión es que tengo que irme. Busco mis zapatos por debajo del sofá, me pongo de pie y él me acompaña a la puerta. Charlamos sobre fumar mientras bajamos las escaleras y yo trato de no resbalar y caerme haciendo el ridículo. 

Me pongo el abrigo y salgo a la calle. Justo antes de irme, me giraría para despedirme, agradecerle haber cumplido una de mis fantasías y asegurarle que ha sido mucho mejor que lo que yo había imaginado. 

Camino por la calle pensando que debería haberle dicho: 

"Paul, me perturban tus ojos saltones". 

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Lecturas encadenadas. Noviembre


Miles Hyman
Como bloguera vuestra que soy, un post de lecturas encadenadas os debo, y como os debo un post de lecturas encadenadas, como bloguera vuestra que soy os lo voy a dar… aunque hay poco que rascar. 

Empezamos por En la orilla , de Rafael Chirbes. Hace un par de años leí Crematorio y me encantó. La palabra “encanto” encaja fatal con la escritura de Chirbes. Ya dije en su día que es un autor que no te deja respirar: es amargo, reseco, rasca y deprime. Terminas los capítulos y tienes que pararte a respirar, a tomar aire, a mirar algo bonito antes de sumergirte en el siguiente, que tampoco te dará descanso.  

Tras un comienzo espectacular, brutal, que me agarró por el pecho y me sacudió, al final me hizo bola. Chirbes da vueltas y más vueltas y más vueltas, arabescos laterales que retuercen la historia pero no la hacen avanzar y que terminaron por agotarme y hacerme perder el interés. El supuesto realismo en el retrato de la crisis económica provocada por la burbuja inmobiliaria en el levante y toda la miseria material y moral que conlleva pierde contundencia con esas conversaciones metafísicas que no se cree nadie entre cuatro jugadores de mus mientras se atizan cognacs. 
"A veces lo más voluminoso y pesado es lo más fácil de mover. Piedras enormes en la caja de un camión, vagonetas cargadas de metales pesados. Y fíjate, lo que guardas dentro de ti, lo que piensas, lo que deseas, que, al parecer, no pesa nada, no hay forzudo que sea capaz de echárselo al hombroy cambiarlo de sitio. No hay camión que lo mueva. Conseguir que te llegue a querer alguien que te desprecia o a quien le eres indiferente es bastante más difícil que tumbarlo a porrazos. Los hombres pegan por impotencia. Creen que pueden conseguir por la fuerza bruta lo que no son capaces de conseguir con la ternura, con la inteligencia." 
Después de la tortura de Chirbes necesitaba una apuesta segura, así que me lancé a El escultor, de Scott McCloud, regalo de Juan porque sí, porque tiene una cuenta Amazon Premium y cuando hace un pedido me pregunta qué quiero y a veces me lo regala.

El escultor es una historia llena de tópicos. Para empezar, hay un artista torturado que no consigue tener inspiración tras un pasado de éxito. Tiene suerte y se le aparece el demonio, que le ofrece lo que siempre ofrece el diablo: el éxito a cambio de tu alma. Cualquier persona normal diría que no, pero un artista torturado se caracteriza por tener el mismo criterio que un palillero y por supuesto dice que sí. El resto de la historia es tan obvio que no tengo ni que contarlo. 

A lo mejor parece que El Escultor no me ha gustado o me ha parecido una bobada. No. El Escultor es una bobada de historia pero me ha gustado con moderación. Scott McCloud rodea toda la historia de unos cuantos hallazgos tanto narrativos como de dibujo que hacen que merezca la pena leer este comic. Por supuesto, hay que tratar de pasar con la nariz tapada por unas cuantas tramas adolescentes al más puro estilo superpop, un personaje femenino que navega entre el más horrible intensismo y el más absurdo de los misterios, y un protagonista al que dan ganas de abofetear. El mejor personaje, el más logrado y que da hasta miedo es el demonio.  

Es un comic entretenido que te lleva un poco a tu vida de adolescente y que tiene la gracia de ver la multitud de referencias y homenajes que McCloud va dejando: Murakami y lo pesado que es, Miyazaki y su genial Totoro, Siri Hustvedt y las cajas que construye Bill uno de los personajes de "Todo cuanto amé" y, por supuesto, el homenaje al hombre que cayó de las Torres Gemelas.  Y tiene esta viñeta magistral que me encanta…


El texto también es del comic pero no iba con esta viñeta.


La comadrona, de Katja Kettu, ha sido un regalo. Un regalo conflictivo, de alguien que con toda su buena intención me lo envió después de decirme que había sido el libro que más le había impactado últimamente y que me pidió que fuera sincera al hablar de él. El conflicto surge cuando yo lo empiezo y desde la página 5 sé que  la historia y yo no vamos a congeniar; se encona cuando en la página 50 sé que quiero matar a la protagonista; y definitivamente se convierte en un gran conflicto cuando en la página 100 quiero coger el teléfono llamar a Katja y decirle “¿Pero se puede saber qué es lo que pretendías escribir? Vuelve a empezar y piensa antes de escribir”. 

Katja es finlandesa y se da un aire a Bjork en la solapa del libro. Katja ha querido contar una historia ambientada en la II Guerra Mundial, de amores imposibles, del bien y del mal, de padres e hijas, de madres e hijos y encima, por si todo esto fuera poco, con continuos flashbacks y saltos temporales. Un despropósito absoluto que a Katja se le va de las manos en la página 5 y no consigue controlar en ningún momento. Sospecho que para disimular el desastre narrativo Katja no deja de incorporar horrores a la trama, para ver si así el lector se despista y no se da cuenta de que ni hay estilo, ni un solo personaje convincente ni nada que dé a la narración la más mínima coherencia. Al final, cuando ya todo da igual, sale con que es una historia real y dices “anda Katja, pírate.”

Admiro, eso sí, la labor de Katja y más aún de la traductora, Dulce Fernández Anguita, por el alarde de sinónimos sexuales.
“Lo habían probado todo aquellas mujeres. El cipote de burro empalmado de los oficiales de las SS, habían probado la gota de sudor de la punta del nabo de los campesinos finlandeses y la verga morcilla y babosa con aroma a tabaco de mahorka de los prisioneros rusos. Desvergonzadas. Perras. Las liebres venenosas y desolladas de los judíos circuncidados; los alfanjes árabes, abrasados por el sol del desierto, temblorosos de deseo tras el Ramadán; las antorchas azul noche de los negros de dos metros de altura; la más suave de los mulatos, del color de la leche con cacao…”
“Yo no soy un pingo, ni una furcia de lodazal, no soy una cepillapichas de nadie, ni la culoardiendo, ni una espatarrafacil, ni una meneasteis o, una puta de cafetín, ni una meneamanubrios de parque de bomberos, ni una estiraligueros, o una tierra del punto, ni una trotacalles, ni una pelirroja de club de oficiales, ni una tragalefa. Ni tampoco una rabia, ni una hurgamadera, ni una lamebraguetas lapona, ni una culoenpompa, o una matarruga, ni una suripanta. No, nada de eso”. 

Espectacular.

De todos modos no quiero engañar a nadie. No vayáis a La comadrona buscando una escritura desgarradora ni sexo salvaje. Katja se marca estos párrafos pero luego es una cursi de campeonato y se descuelga con frases como esta: 
“Siempre llevo un delantal limpio, tú tienes una voz por la cual trepo hasta la felicidad”.
Trepo hasta la felicidad… ay Katja, te veo vestida de cisne como Bjork. 

Y con esto y un bizcocho hasta la última entrega del año 2015 de lecturas encadenadas. 

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Y si...

Vamos al cajero
¿Y si sacas todo el dinero que tienes en el banco?
No se puede, tengo un límite de 600 euros al día.
¿Y si quieres sacar 2.000?
Pues no puedo. 
¿Y si solo son 650?
Pues tampoco puedo.
¿Y si lo necesitas para algo super importante super importante?
Pues no puedo con una tarjeta, tendría que sacarlo con dos.
¿Y si hackeas el cajero?
Pero pero pero...

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Vamos a echar la primitiva.

Y si te tocan 32 millones, ¿nos vamos a Nueva York y te compras una casa con un cuarto para cada una?
Si
¿Y si te tocan 10 millones?
También. 
¿Y si te tocan 3 millones?
También.
¿Y si es 1 millón?
También. 
¿Y si es 200 mil euros?
Entonces el viaje solo y la casa la alquilo. 
¿Y si solo te alquilas la casa podemos ir a Nueva York y Washington?
Síiiiiii
Vale, vale... como te pones. 

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Mamá, ¿si te echas un novio nos tenemos que cambiar el apellido?
No
¿Y si te casas?
No. Y no me voy a casar. 
¿Y si papá se casa nos tenemos que cambiar el apellido?
No
¿Y si te casas tenemos que ir a tu boda?
Hombre, si me caso me gustaría que vinierais a la boda.
¿Y si papá se casa tenemos que ir a su boda?
Hombre claro, seguro que papá quiere que vayáis a su boda.
¿Y si os casáis el mismo día?
Eso no va a pasar. No creo que ninguno de los dos nos volvamos a casar y si decidiéramos hacerlo, ya nos pondríamos de acuerdo para que no fuera el mismo día.
Pero, ¿y si pasa?
Pues mira, os repartís ¿vale? Cada una decidís a qué boda queréis ir. 
Yo a la de papi. 

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Mama, ¿nos podemos ir del restaurante sin pagar?
No
¿Y si no nos ven?
Tampoco
¿Y si no nos ven y no se dan cuenta de que nos hemos ido?
Tampoco
¿Y si salimos corriendo muchísimo y aunque nos vean no nos cogen?
No. No nos podemos ir sin pagar. Eso no se hace. Está mal. 
¿Y si no estuviera mal? ¿Y si nos invitan?
Entonces si.
Entonces sí te puedes ir del restaurante sin pagar. 

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Mamá... ¿cuánto se tarda a Nueva York?
6 horas
¿Y si vas por el lado largo?
Nadie va por el lado largo, eso no tiene sentido.
Pero, ¿y si vas por el lado largo?


Vivo en un continuo de ¿y si?