miércoles, 25 de marzo de 2015

Tres hombres en el escenario


Llego 26 años tarde. Lo pienso mientras frenéticamente hurgo en el bolso buscando las entradas que, por supuesto, creo haber perdido. 

Pachá. El templo de mi adolescencia. El sitio donde tenía que haber ido y no fui jamás. Mentí, por supuesto. Quise ser como todas las niñas de mi clase, quise ser del grupo y dije que había estado. Jamás en mi vida había entrado hasta ahora, con 42 palos y cuando me da igual ser de un grupo y lo que quiero es ser yo. 

- Moli, ¿en serio nunca has venido aquí? ¿Nunca te morreaste en la parte de arriba?
- Nunca. ¡Yo no me morreaba con nadie, ya lo sabéis!  Si tuviera una historia así os la hubiera contado. 

La culpa o el mérito de haberme hecho recordar a mi yo adolescente de 16 años la tiene el hombre que me ha hecho venir esta noche. 26 años tarde o justo a tiempo, según como se mire, entró en el Teatro Barceló (aka Pachá) para el concierto de Rafa Pons. 

Al entrar me parece un sitio agobiante, con el techo bajo, una barra grande a la derecha y a la izquierda unas plataformas con  barandillas. Parece una discoteca. Es una discoteca. Le cambiaron el nombre a Teatro para que pareciera otra cosa.

Hace un calor espantoso y eso que todavía no ha empezado. Cuando sale Rafa, nos acercamos hacia el escenario. Un poco en plan groupies y un poco porque pegados a la barra se escucha de angustia. Después de unos cuantos “perdona”, “¿me dejas?” y “gracias” logramos acercarnos lo bastante para comprobar que, delante, el problema de sonido sigue siendo el mismo. 

Me distraigo, y eso es mala señal en un concierto. Es un público raro, hay gente con pinta de quinceañeros y un montón de cuarentones como nosotros. Lo de los cuarentones lo entiendo pero no veo a Rafa como ídolo de masas de adolescentes, aunque claro, es cantautor y eso, por lo visto, atrae a ciertas mujeres y más en la adolescencia. Aunque a mí me ha empezado a gustar con 40 palos. Definitivamente me he distraído. Intento concentrarme.
“A menudo me despierto borracho en los portales y aunque no sé ni mi nombre sé que quiero abrazarte. Te olvido pero en el fondo te recuerdo y me digo ¿Qué hay de falso en lo que muestro, de cierto en lo que escondo?” 
Suena Supongo.

El concierto sigue un rato pero a mí ya me da igual.

Al terminar, por unas escaleras estrechas, inmundas y en las que, por segunda vez esta noche, agradezco ser bajita llegamos al camerino para saludar a Rafa. Es curioso, en el concierto en Los Molinos era un chico con una guitarra que fumaba con nerviosismo. Aquí, con un botellín en la mano, es una estrella. 

*********

Me sorprendo cuando un aviso en el teléfono me recuerda que el miércoles tengo concierto. ¿En serio? ¿Cuando compré la entrada? Lo recuerdo vagamente pero en cualquier caso me alegro de haber sido previsora. Ni de coña podría pagar la entrada ahora. 

El concierto es en un teatro en el que no he estado nunca. No hay ni un solo cartel anunciando la actuación. No hace falta, las entradas llevan meses agotadas y todos somos devotos confesos y entregados. Entramos pasando por delante de las fotografías de Los Morancos, que descansan hoy, y entramos en el gran hall. 

El teatro es enorme, profundo y muy alto. Las butacas son de madera de terciopelo rojo ajado, el suelo ha perdido la moqueta en su mayor parte y las tablas de la tarima se ven rotas y astilladas. Las paredes están llenas de humedades y los distintos descansillos conservan suelos de baldosas hidráulicas con preciosos diseños geométricos. Las escaleras para trepar hasta nuestras butacas son muy empinadas, con pasamanos dorados e ideales para un asesinato de película, un leve empujón que precipite a la heroína o al malvado hasta estrellarse contra el suelo. 

Desde nuestros asientos, al módico precio de casi 60 euros, casi podemos darles la mano a los de la Estación Espacial Internacional. Observo al público. Calculo que estoy entre el 10 % más joven de la sala bajando la media de edad en unos 15-20 años. El patio de butacas es un mar de calvas y melenas canosas. Alguna vez, todos ellos fueron jóvenes, seguramente alguno tocó la guitarra imitando a James y casi todos tuvieron sus discos. Seguro que ninguno pensó que algún día pagaría 150 euros por una entrada para uno de sus conciertos. 

Cuando sale al escenario, James parece pequeño, indefenso, quebradizo, tímido y frágil. Saluda como si le asombrara estar aquí, como si le sorprendiera que el teatro estuviera en pie aplaudiéndole, como si fuera nuevo, como si estuviera empezando. 

Beautiful theater, is like a little jukebox.

“No tan little” pienso mientras echo de menos unos prismáticos. 

James coge la guitarra, se sienta y sin quitarse la gorra, que le tapa la calva y le sienta de angustia, empieza a tocar  Something in the way she moves”.
“It isn't what she's got to say but how she thinks and where she's been”.
Esta canción siempre me ha parecido lo más bonito que te puede decir un hombre, un piropo emocionante e íntimo. “No eres sólo lo que dices, eres lo que piensas y dónde has estado”, que es como decir… eres toda tú lo que me emociona. Te quiero por lo que eres ahora y lo que has sido hasta llegar aquí, hasta el momento en el que te veo moverte, hasta el momento en que te encontré. 

Dejo de pensar, me dejo llevar y sólo siento la música. La piel de gallina, las lágrimas en los ojos y mi trance particular con la música. Hacía años que no escuchaba muchas de estas canciones pero estaban guardadas en algún cajón de mi memoria y, al empezar a sonar los primeros acordes, saltan al centro de mi salón mental y bailo con ellas, me recuerdo cantándolas conduciendo y escuchándolas una y otra vez en un walkman cuando iba en autobús a la Facultad. Canciones que me hacían pensar en hombres, en  casas en el campo, en paseos de la mano. 

Y de la mano, paseando, me lleva James durante dos horas y media. Salgo feliz, flipada y pensando que tengo que hacer un viaje por la Costa Este de Estados Unidos.  

Al día siguiente, al ver las fotos en la prensa, me doy cuenta de que James lleva barba. Desde la Estación Espacial no se la distinguí. Me gustan las barbas. 

*********


Otro teatro que no conozco. Otro Rafa, pero este es Rafael, es “El Brujo” y vengo a ver “El Lazarillo”. Si no me hubieran regalado las entradas por mi cumpleaños seguro que no habría venido. 

Otro teatro antiguo, ajado y con las butacas de terciopelo rojo, pero este es pequeño, coqueto, “íntimo”, dice Juan mientras intenta acoplar su 1,90. 

Comienza la obra y pienso que “El Brujo” va demasiado deprisa, que parece un niño recitando la lista de minerales o de provincias, sin pensar en lo que piensa y deseando terminar. Pienso que no me va a gustar. Después, me meto en el texto y descubro que a pesar de creer que nunca terminé de leer El Lazarillo me sé todo el texto, la historia. 

Cuando estoy inmersa en el siglo XVI, en la historia del pícaro y el ciego, la magia se para. El Brujo empieza a divagar: el 21 % de Iva, Mariano Rajoy, Wert, Javier Bardem. El patio de butacas ríe entregado el chiste fácil, la broma coyuntural. Me salgo completamente de la historia. 

El resto de la obra va y viene de un siglo a otro, de un texto clásico a un guión del club de la comedia. Voy pensando si me está gustando o no, si me parece bien o no. 
El Brujo es un grandísimo actor, hay que tener muchas tablas, mucho oficio y muchísimas ganas para aguantar una hora y media solo, completamente solo, en el escenario. Sin decorado, con una banqueta, un bastón y un arcón. El público y él. 

Hay que ser muy bueno para aguantarlo y me parece maravilloso que lo haga con un texto de teatro clásico, una obra cumbre de la literatura. Me parece increíble que consiga que la gente vaya a ver teatro clásico… pero ¿por qué convertirlo en un gag de televisión, en un monólogo cómico? Entiendo algunos guiños, las alusiones al minimalismo del escenario, al necesario poder de la imaginación en el teatro, a la imprescindible complicidad del público: “Esto es una plaza, imaginadlo”, pero, ¿qué necesidad hay de emponzoñarlo con comentarios completamente coyunturales? 

¿Por qué todo tiene que ser divertido para que el público vaya? ¿Por qué esa tendencia de infantilizar al público? Es cierto que “entrar” en El Lazarillo puede costar un poco al principio pero El Brujo es un gran actor, es capaz de hacerlo sin necesidad de imitar a Rajoy o hablar de Podemos. 

No todo tiene que ser divertido, no es necesario aligerar El Lazarillo, ni recurrir al chascarrillo fácil. hacer reír. Para llegar al público, lo fundamental es emocionar, coger al público y meterlo en la historia sin que sepa siquiera cómo. 

Un mes, tres hombres en el escenario. Con uno he vuelto a tener 16 años, con otro he querido volver a enamorarme y con otro he descubierto que me sé El Lazarillo y soy un crítico de teatro gruñón. 



16 comentarios:

HombreRevenido dijo...

Estar solo en el escenario. Qué difícil subirse y qué difícil bajarse después.

Has hecho una buena obra. Me has descubierto a James Taylor.

Albert dijo...

¿Ya sabes que al decir crítico de teatro gruñón va a ser imposible no verte en un palco entre statler y waldorf?

Anónimo dijo...

últimamente estoy escuchando de nuevo a James Taylor, y me sigue contando cosas que me encantan. ´
Felicidad

Ana María dijo...

Grumpy, mis padres fueron a ver al Brujo (las entradas fueron regalo de Reyes de mis primas) y disfrutaron muchísimo.

A Rafa Pons lo tengo pendiente con mi amiga Ruth ^_^

Me gusta verte salir y hacer montones de planazos :***

Cabrónidas dijo...

Probablemente no viene a cuento pero, aunque algo idiota, tengo curiosidad.¿En esas actuaciones musicales que mencionas ha habido algún porro clandestino? ¿Algún olorcillo a maría o full?

Espero que te lo pasaras bien.

Anónimo dijo...

Pues a mi no me gustan las barbas

sonia dijo...

Dejo de pensar,me dejo llevar y sólo siento la música.
Me encanta esta sensación!

Anónimo dijo...

uuuooh, yo voy este finde a ver a Rafa Pons, me lo descubrieron allá por su primer disco y desde entonces lo sigo, si que en los últimos conciertos que he ido he visto más gente cercana a la veintena la verdad.

Mannelig dijo...

1º vaya, pues tampoco he ido nunca.
2ª vaya, no está mal la canción.
3º vaya, eso mismito pensé yo.

Voz en off dijo...

Veintiseis años tarde? No, a lo mejor ahora es el momento.

Elena Rius dijo...

Envidiando mucho ese concierto de James Taylor. Creo que a mí también oír de nuevo sus canciones me arrancaría alguna lágrima.(¿Pero de verdad hay tanta gente que no conoce a James Taylor?)

Anónimo dijo...

Si me permites, creo que tu opinión sobre el Brujo anda un poco desenfocada y que proviene de algunas ideas un tanto confusas. El propio Brujo se considera a sí mismo más un juglar, incluso un bufón si se desea, que un actor propiamente dicho, y más cerca de la escuela de Dario Fó (al que te recomiendo que leas si fuera de tu gusto leer teatro) que de una escuela de teatro clásico, cuyo repertorio y formas de hacer nada tienen que ver. Manuel Álvarez se apoya en textos clásicos y con ellos viene a demostrar como no hemos cambiado tanto en actitudes y opiniones, en fallos y aciertos desde hace siglos hasta nuestros días. Tirar por tierra la arrogancia del ser humano, la que nos hace pensar que está todo superado gracias al progreso y nuestra modernidad. De ahí sus “morcillas” que en realidad no son tanto para hacer reir, aunque lo logren, como para ilustrar este hecho: remarcar la conexión entre épocas. Y por supuesto sin dejar de lado el acercarnos la belleza de esos textos, el trabajo de investigación que hay detrás de ellos por parte de el Brujo es más complejo de lo que pudiera parecer.

Esta opinión no quita para que aún así no te llegue a convencer, por supuesto, para gustos los colores. Sólo pretendo concretar cual es su verdadero trabajo y que no existan confusiones sobre sus intenciones y uso de los textos clásicos. Personalmente, su trabajo, además de gustarme, me parece necesario. La belleza puede contener funcionalidad y sobre todo conocimiento. O al menos sería de desear. Si encima puede provocarte la carcajada por la paradoja que supone la vigencia del pensamiento clásico y cierta irreverencia, ya es el colmo.

Perdón por la extensión y saludos!

Marga

Anónimo dijo...

James Taylor...Oh cielos...envidia malsana...
El Brujo me da pereza máxima; un poco como Lola Herrera en 5 Horas con Mario.....
Rafa...guapo... pero ¿¿¿no le pega más Libertad 8 que Pachá???
Anónima Marta

Anónimo dijo...

Pues yo estoy de acuerdo contigo en que no todo tiene que ser gracioso o fácil para atraer a la gente, me pone nerviosa ese tic a club de la comedia en las obras de teatro.
En cuanto a James Taylor, me encanta. Saludos, Moli.

Luxindex dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
molinos dijo...

Marga entiendo perfectamente lo que explicas y lo que intenta hacer El Brujo con su espectáculo pero aún así sigue sin convencerme la idea.

Entiendo sus intenciones y creo que hace un trabajo espectacular en el escenario y antes, de documentación, memorización y conexión de ideas. Por todo eso me gustó el espectáculo pero aún así sigue sin convencerme la idea aunque le reconozco el mérito.